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Coppola y la gobernabilidad |
Jorge Raventos examina el dramático vuelco experimentado en el peronismo y en la situación política argentina |
En el escenario oficial del Teatro Argentino de La Plata, en un ámbito imaginado para grandes óperas o conmovedoras sinfonías, la primera dama y senadora por Santa Cruz, Cristina “de” Kirchner (ella insistió en la necesidad de la preposición) lanzó el jueves 7 de julio su candidatura a una senaduría nacional por la provincia de Buenos Aires desde el Frente para la Victoria ante un millar y medio de funcionarios del gobierno de su esposo, el Presidente, y de la administración bonaerense que encabeza Felipe Solá. Hubo invitados especiales: gobernadores radicales y justicialistas de una decena de provincias, que le agregaron pompa a la ceremonia. Hubo también ausentes notorios: el ministro de Economía, Roberto Lavagna, y la ministro de Acción Social –cuñada de la candidata-, Alicia Kirchner.
Dos días más tarde, Hilda González de Duhalde –Chiche- anunciaba desde San Vicente su propia candidatura a senadora por la provincia en la boleta del Partido Justicialista.
El mero hecho de que Chiche y la señora de Kirchner compitan por el mismo cargo en el mismo distrito es una demostración conclusiva, si aún faltaba alguna, de que la alianza que llevó a Néstor Kirchner a la Casa Rosada dos años atrás está rota. La estructura política del Justicialismo bonaerense liderada por Eduardo Duhalde, que no sólo contribuyó con 2 de cada 3 votos al 22 por ciento que cosechó el santacruceño, sino que obstruyó con su poderosa influencia la concreción de elecciones internass para que el PJ tuviera en 2003 un candidato único y electo democráticamente por afiliados e independientes, se ha convertido ahora en la nueva bestia parda contra la que embiste el kirchnerismo.
El discurso de Cristina de Kirchner en el Teatro Argentino fue un aporte notable al desarrollo de ese conflicto. La primera dama , como es habitual en ella, gambeteó meticulosamente toda identificación con el peronismo (en rigor, el propio Presidente había declarado un día antes que “los viejos partidos” están muertos y que él pretende establecer un sistema político nuevo, basado en una fuerza de izquierda y otra de derecha). Una instrucción, sin duda principista, que regirá la campaña del oficialismo indica que “a Perón se lo menciona en los barrios, pero no ante la televisión”.
La señora de Kirchner aludió, sin embargo, a Perón para atacar a Eduardo Duhalde: sugirió que la estrategia del hombre que llevó a su esposo a la presidencia no se inspira en las enseñanzas que el viejo General legó en su libro sobre Conducción Política, sino en la película El Padrino, esa trilogía en la que Francis Ford Coppola retrató la lógica de las familias y las relaciones mafiosas.
La oblicua comparación de Eduardo Duhalde con Don Corleone provocó un entusiasta aplauso de los funcionarios presentes en el Teatro Argentino y sonó como una bofetada en el living de Lomas de Zamora donde Chiche y su esposo seguían por TV el acto de sus ex protegidos. Ironía: muchos de los que ovacionaban en La Plata eran –algunos hasta ayer nomás- discípulos de Duhalde. Enigma: si al hombre de Lomas le cabe el rol de Don Corleone, sugerido por Cristina de Kirchner, ¿qué papeles habría que asignarle en esa película imaginaria a los que ascendieron a su vera y por su influencia?
Los discursos políticos muchas veces dicen más que lo que pensaban decir, otras, algo diferente de lo que imaginaban. Es que la lógica del conflicto suele llevar a las partes más allá de los límites que a priori habían calculado.
Lo cierto es que las palabras de la primera dama y los aplausos de su público dieron una vuelta de tuerca sobre la ruptura de la alianza Kirchner-Duhalde que ya estaba sobradamente explicitada con la competencia electoral entre sus dos esposas.
Ya lanzado por ese sendero, el kirchnerismo no se detuvo: hasta una “paloma” como el Jefe de Gabinete –teóricamente el más negociador del oficialismo- salió a acusar a Duhalde conspirar contra las instituciones y le atribuyó colocarse en “una posición miserable”.
Consecuente con una retórica confrontativa y demonizadora que le ha dado réditos hasta el momento, el gobierno nacional culpa ahora a Duhalde, por ejemplo, de “trabar” el trabajo del Congreso y de conspirar contra la gobernabilidad. Es una imputación poco ecuánime: no sólo porque los congresistas que siguen a Duhalde (y, en general, todos los peronistas, sin excluir al menemismo) dieron hasta el momento más apoyo a las iniciativas del Poder Ejecutivo (a veces, en exceso) que los kirchneristas puros (Bonasso, Lozano, etc.), sino porque muchas iniciativas de trascendencia institucional duermen, en realidad, en los cajones de una senadora cuyo apellido de casada empieza con K. Por caso: la norma que debe establecer los límites a los decretos de necesidad y urgencia.
La política confrontativa no se detiene demasiado en la lógica. Ha sido el oficialismo el que desató una ofensiva que puede llevar a la división del bloque de diputados del PJ, al pretender expulsar de la presidencia de la bancada al nicoleño José Luis Díaz Bancalari. Este legislador, que hasta hace diez días era descripto en la Casa de Gobierno como una de las joyas bonaerenses y era distinguido con invitaciones a viajar al exterior con el Presidente, debe ser ahora castigado: él, que preside el bloque justicialista de Diputados y es la máxima autoridad formal del Justicialismo bonaerense, ha cometido el pecado de ser candidato por su propio partido, compitiendo así con la senadora (del bloque Justicialista) Cristina de Kirchner, que será candidata…por un partido ajeno, el Frente para la Victoria. Resulta evidente que el centro de la estrategia gubernamental es dividir las aguas. Resulta, en cambio, discursivamente inconsistente que el divisionismo se lo achaquen al otro. La retórica de la política tiene esas contradicciones.
El oficialismo ha comenzado a desplegar como amenaza los riesgos de ingobernabilidad, adjudicando ese peligro a todo signo de reticencia u oposición a los designios fijados desde la Casa Rosada. Para el gobierno, gobernabilidad parece ser sinónimo de hegemonía plena, de sometimiento ajeno y decisión unívoca de un centro ubicado en Balcarce 50 y en un círculo muy estrecho de colaboradores de fidelidad garantizada. Este criterio hipercentralizado se manifiesta en todos los detalles. Por caso, hasta las listas de concejales del Frente para la Victoria en los municipios bonaerenses (más grandes o más chicos) fueron cerradas esta semana con el arbitrio de la Casa de Gobierno. Una discusión previa en el centro de la ciudad de Buenos Aires –Cerrito y Córdoba, sede de la Federación Argentina de Municipios- concluía con una consulta a Kirchner o a su Jefe de Gabinete. Así sucedía para zanjar diferencias en Mar del Plata, Suipacha, Navarro o Chascomús.
Otro detalle: muchas candidaturas en distintas provincias han sido cubiertas con funcionarios del gobierno nacional. La Cancillería, por ejemplo, tiene a su ministro como candidato en la Capital y a su viceministro en las listas bonaerenses. La ministro de Acción Social, Alicia Kirchner, será candidata en Santa Cruz. Y así muchos. El ministro de Justicia, Horacio Rossatti, estaba destinado a encabezar la lista de diputados de Santa Fé pero se negó (consideró que lo enviaban a una derrota segura), lo que hace prever su alejamiento en la primera reorganización de gabinete. Kirchner sólo confía –y hasta ahí- en círculos muy estrechos y eso lo lleva a desvestir un santo para vestr otros. Pero revela, además, una concepción muy, muy acotada de los recursos de gobernabilidad que están a mano en la sociedad.
La gobernabilidad –capacidad de conducir un país, mantener el orden y la seguridad así como el funcionamiento social y económico, consiguiendo cumplir las políticas particularmente en situaciones críticas- exige atender a muchas variables. En primer lugar: las situaciones críticas han dejado de ser excepciones en la sociedad contemporánea, sometida a las tensiones de una transformación constante, para formar parte del paisaje normal. Además: parece demostrado en la experiencia mundial que las mejores condiciones para garantizar gobernabilidad –particularmente en situaciones críticas- se dan en sociedades que se apoyan en grandes consensos básicos y políticas de unión nacional, antes que en aquellas que practican políticas de confrontación constante.
Expertos del Banco Mundial han realizado estudios y observaciones en todos los países del mundo, tratando de detectar las múltiples variables que componen la ecuación de la gobernabilidad. Agruparon esas variables en seis grandes rubros: participación y control ciudadanos; estabilidad política y presencia/ausencia de violencia; eficacia del gobierno; calidad regulatoria; vigencia de la ley; control de la corrupción.
Los indicadores que califican a la Argentina en esos rubros (se actualizan bianualmente desde 1996) muestran retrocesos en todos los campos y una bajísima performance por comparación a, por ejemplo, Chile.
En la primera materia –participación y control ciudadano- , que mide datos sobre, por ejemplo, libertades civiles, participación en la selección de candidatos y gobernantes o libertad de prensa, la Argentina ha retrocedido de un índice de 0,60 en 1996 a 0,49 de la actualidad (Chile califica con 1,06). Es probable que las mediciones actuales integren el dato de que las elecciones internas abiertas para seleccionar candidatos, previstas en la reforma política de 2002 para todos los partidos, fueron suspendidas en 2003 y son prácticamente inexistentes este año
El segundo rubro –estabilidad política y ausencia de violencia-, donde se mensura, por caso, la posibilidad de un gobierno sea desalojado por la fuerza o la mayor o menor frecuencia con que se practica la acción directa, la calificación argentina es claramente negativa: menos 0,24 (contra 0,47 positivo en 1996). Chile: 0,89 positivo. Sin duda la proliferación de la acción directa (desde las demostraciones piqueteros a los bloqueos inducidos a estaciones de servicio, los “escarches”a adversarios políticos, etc.) empuja hacia arriba esta variable de la ingobernabilidad.
La “eficacia del gobierno”, tercera categoría, mide entre otros aspectos, la independencia de los servidores civiles frente a las presiones políticas y la competencia de los funcionarios públicos. Aquí la Argentina ostenta una calificación de menos 0,33 (era 0,45 positivo en 1996) y Chile una de 1,27 positiva. Los cambios de posición de una administración por obra de las presiones (desde el cambio de fallo de un miembro de la Corte Suprema sobre el tema de la obediencia debida hasta, por caso, el cambio de encuadramiento gremial de un grupo de trabajadores después de bloqueos a supermercados) son señales de ingobernabilidad que el índice toma en cuenta.
Las congelaciones tarifarias o las políticas destinadas a manipular precios o cotizaciones cambiarias entran en el rubro “calidad regulatoria”, que mide las actitudes hostiles a la libertad económica, donde Argentina mide otra vez en el índe vengativo: menos 0,81 (0,82 positivo en 1996). Chile alcanza en este campo un puntaje de 1,27 positivo.
Naturalmente en los dos últimos rubros (vigencia de la ley, control de la corrupción) las calificaciones argentina también dejan que desear. Un país en el que se destruyen los contratos o en el que el Congreso anula sus propias leyes, en el que la Justicia archiva expeditivamente una causa en la que están involucrados cerca de 1.000 millones de dólares exportados fuera del país o donde varias instancias oficiales omiten denunciar oportunamente el contrabando de cocaína a través de una aerolínea subsidiada por el Estado, difícilmente mida muy bien: menos 0,71 (0,28 positivo en 1996) en el primer rubro; menos 0,44 (0,12 positivo en 1996) en el segundo. En ambas categorías Chile muestra altos índices positivos: 1,16 y 1,44.
En suma, el estudio del Banco Mundial permite tener una visión más amplia y compleja sobre el tema de la gobernabilidad: la Argentina es vulnerable en situaciones críticas no precisamente porque se le niegue al Poder Ejecutivo el ejercicio de un dominio sin límites, sino porque en un número no escaso de campos las defensas institucionales están muy bajas.
Las políticas de confrontación constante ponen a la Argentina en tensión grave en una situación de vulnerabilidad en que cualquier resfrío puede evolucionar vertiginosamente hacia la neumonía.
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Jorge Raventos , 07/09/2005 |
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