Peronismo, Chavismo y populismos.

 


Por considerarlo de actualidad, transcribimos la desgrabación de las palabras de Andrés Cisneros en la presentación del libro “La Democracia Defraudada” de Andrés Benavente Urbina y Julio Cirino, Ed. Grito Sagrado, el jueves 30 de Junio pasado en el Hotel Sheraton de la Capital Federal.
" A los libros de ensayos yo, personalmente, les encuentro dos características que se destacan por sobre todas las demás: la primera, informar al lector, y la segunda, provocar al lector. Desafiarlo a coincidir o discrepar, impulsarlo a tomar ese mismo tema y pensarlo por su cuenta;

Para mí, este libro de Benavente Urbina y Cirino cumple acabadamente esos dos objetivos.

Nos introduce en el tema con evidente erudición, pero sin pretender agotarlo y sin usar una catarata de datos que apabullan al lector para disimular que, en el fondo, no se ha sabido procesar debidamente toda esa información. Eso, con este libro, no ocurre.

Y en aquellos aspectos del tema que omite tratar o simplemente los introduce, dejando su desarrollo para mejor oportunidad, produce efectivamente en el lector ese desafío de pensarlos por su cuenta y ver si coinciden o discrepan con las conclusiones de los autores. Eso es para mí un buen libro.

Por lo pronto, creo firmemente que este libro va a adquirir una condición que no todos consiguen: la de convertirse en una referencia obligatoria para cualquiera que, en el futuro, aborde el tema de los populismos en América Latina. Se esté o no de acuerdo con los autores. Eso no es poca cosa para cualquier publicación.

Si hay en este libro un punto para señalarle, en mi opinión, es que los autores se concentraron tanto y tan bien en encontrar hilos conductores, comunes denominadores entre los diversos populismo latinoamericanos, que ese esfuerzo deja para después, quizá para otro libro, la otra cara, la cara de las notables diferencias, los enormes saltos de calidad que separan a uno y otro populismo en América Latina.

No hay tiempo acá para mayores detalles, pero como estamos en Argentina, el tema de cajón es el peronismo y el peligro reduccionista de meterlo en el montón simplemente como una expresión más, indiferenciada, del populismo endémico de nuestra región. De ese enfoque reduccionista no acuso a este libro, sino precisamente todo lo contrario.

Ahora que está de moda identificar peronismo con chavismo y circula peligrosamente algún proyecto político de establecer un eje de Buenos Aires con Caracas, este trabajo dedica 38 páginas, el 10% del total del libro, al estudio del chavismo y, por suerte, apenas una sola vez (en la página 126) lo compara con el peronismo, en forma limitada y anecdótica, sin caer en el facilismo de considerarlos una misma cosa.

Esta es una cuestión de la mayor importancia, no solo en el ámbito académico, sino especialmente porque estamos en un momento en que la Argentina atraviesa no solo el período de más grave aislamiento internacional desde 1982 sino que, además, la tendencia apunta al aumento y no la disminución de ese destino de creciente marginación.

En ese marco, la eventual caracterización descalificadora del peronismo como un simple populismo filofascista latinoamericano y su identificación actual con el chavismo tiende a agravar, no a mejorar, nuestra situación de aislamiento en el mundo y en la región.

Excepto, claro está, que uno se encuentre cómodo coincidiendo con alguien como Condoleeza Rice, que hace pocas semanas identificó precisamente a chavismo y peronismo, confirmando lo que cualquiera puede leer en su curriculum oficial: que si en algo es experta es en los problemas de Rusia y Medio Oriente.

Y no solo eso, ya es suficientemente serio que nada menos que la Secretaria de Estado norteamericana nos califique de tal manera, agravando nuestro destino de marginación, sino que, si uno piensa de esa manera, resulta que está de acuerdo no solo con Condoleeza Rice sino también con la actual cancillería argentina.Y en materia de política exterior, si usted termina coincidiendo con Condoleeza Rice y, al mismo tiempo, encima también con el doctor Bielsa, entonces mejor se sienta y se pone a pensar todo de nuevo.

Porque no importa lo que se piense, bien o mal del peronismo, si se acepta medirlo con la misma vara que a sus competidores políticos y sociales. A ver quién es quién en materia de defensa de la democracia como sistema político y del capitalismo y el mercado como sistema de producción. Sería muy saludable que todos hiciéramos ese ejercicio. Más de un “demócrata” quedaría descolocado.

Si hacemos eso, si sopesamos ecuánimemente los aportes y los no aportes de todo el arco político argentino, entonces probablemente terminemos siendo más objetivos con el peronismo, por imperio de aquella frase de Perón: “no es que nosotros hayamos sido óptimos, es que los otros fueron mucho peores”.

Quienes han padecido las consecuencias de fracasos estruendosos de experiencias populistas en América Latina, por ahí tendemos a identificarlas como malos a todos los populismos, en todas partes y en todas las ocasiones.

Sin embargo, es posible verificar la existencia de procesos populistas positivos, que solucionaron problemas importantes de sus sociedades, para después integrarse a los sistemas institucionales y pasar a consolidarlos, no a perjudicarlos.

En las universidades norteamericanas se estudia a fenómenos como el de Andrew Jackson, como muy positivos al desarrollo nacional norteamericano y existen trabajos académicos que señalan rasgos populistas afirmativos en figuras ideológicamente tan disímiles como Kennedy y Reagan.

La figura de Jackson es muy interesante. En medio de una Norteamérica que recién salía de las Guerras de la Independencia y ya se estaba dividiendo en enfrentamientos internos que preanunciaban la Guerra de Secesión, Jackson se convirtió en un líder populista sureño que llegó a la presidencia desafiando a las estructuras institucionales de la época y salió de ella prácticamente fundando a lo que después sería el partido demócrata contra el republicano de John Quincy Adams, en un esquema bipartidista que garantizó la participación institucional de los sectores más bajos y se transformó en una herramienta principalísima de la grandeza del país.

Para no mencionar ejemplos latinoamericanos, que nos tocan más de cerca y podríamos no ser ecuánimes, ya en el siglo veinte, el papel de de Gaulle en la cuarta y quinta República francesa y de Lech Walesa del movimiento Solidaridad en Polonia, configuraron experiencias populistas que resultaron funcionales y no negativas para los objetivos nacionales y democráticos de sus sociedades.

Antes de terminar, y ya que mencioné a Estados Unidos, permítanme aclarar que Condoleeza Rice no es la primera funcionaria del Departamento de Estado en no entender lo que pasa en América Latina.

Como ustedes saben, al finalizar la Segunda Guerra Mundial, EE.UU. decidió que tendría un enemigo único y más de una estrategia para enfrentarlo. El enemigo único era la Unión Soviética y pongo el ejemplo de cómo eligió combatirlo en Europa y en América Latina.

En Europa aplicó el plan Marshall, para derrotar al comunismo mediante un espectacular desarrollo capitalista y democrático de los estados europeos. En esos países del Viejo Continente, los partidos anticomunistas más populares recibieron todo el apoyo y terminaron derrotando a los comunistas tanto en las urnas como en el terreno económico. Esa fue una estrategia de superar al enemigo a partir de las virtudes propias de nuestro sistema democrático y capitalista..

En América Latina no hicieron lo mismo. No volcaron recursos masivos para nuestro desarrollo y, lejos de concertar con los partidos mayoritarios, eligieron apoyar dictaduras anticonstitucionales, con tal de que esas dictaduras combatieran al comunismo por la vía de la represión, no del crecimiento. Esa fue una estrategia de represión, no de superación. El resultado todos lo conocemos. El profundo y generalizado sentimiento antinorteamericano que hoy campea en toda la región se alimenta sustancialmente de esta terrible traición de Washington a los principios de la Revolución Americana, los preceptos de su propia Constitución y el discurso democrático y libertario que por estas tierras deliberadamente ignoraron.

Es cierto que la gran mayoría de los movimientos populares y populistas de la región eran de izquierda, y por lo tanto, desde Washington no confiaron en ellos.

Pero eso no ocurría en los dos más grandes países de América del Sur, donde sus partidos de masas eran declaradamente procapitalistas y luchaban para incluirse en el sistema, no para cambiarlo por otro. Varguismo y peronismo no proponían la lucha de clases. Querían un lugar dentro del sistema, no cambiar al sistema.

Estaban haciendo lo que Vicente Gonzalo Massot, refiriéndose al peronismo, denomina “la nacionalización de las masas,” [1] preservándolas de los esquemas internacionalistas, la principal amenaza de aquella época.

Ante todo, para caracterizar correctamente al peronismo, se necesita ser muy específico y no subsumirlo en la categoría genérica “populismos,” donde entran demasiadas cosas de distinta valencia. Para empezar, el peronismo nunca convocó a la lucha de clases y el socialismo sino a la cooperación entre las clases y la inserción de los trabajadores en el sistema productivo capitalista.

Para muchos autores estadounidenses, “populismo” es algo diferente de lo que suele describirse como tal entre nosotros. Ellos definen el populismo como un movimiento “de abajo hacia arriba”, multifacético porque expresa las pluralidades culturales que componen al pueblo, ligado a lo local, buscando positivamente formas directas de democracia, descentralización (federalismo) y autogobierno, resistencia a poderes “externos” (incluyendo, a diferencia nuestra, en este concepto al propio estado nacional). No ha sido estatista, por lo tanto.

Dice Paul Piccone (revista Telos): “Los verdaderos movimientos populistas pueden ser autoritarios, anti-intelectuales y hasta racistas, pero no por ello son antidemocráticos (…) El Nacional Socialismo alemán no fue un movimiento populista. Fue un movimiento nacionalista que usó el socialismo, el populismo y lo que fuera para ganar el poder (por medios democráticos) y luego para mantenerlo (a través de la fuerza y la propaganda)”.

El peronismo intentó articular la protesta de abajo hacia arriba con un principio de orden, incorporó revolucionariamente lo que estaba fuera del sistema y procuró generar nuevas instituciones que contuvieran todo lo que había ingresado al sistema. Su concepción de las “organizaciones libres del pueblo”, como expresiones organizadas de la espontaneidad popular aspiraba a dar forma institucional y orgánica a la participación social. Que esas instituciones no concordaran muchas veces con las pensadas por el liberalismo no justifica, de todos modos, que se le adjudique “desprecio” por las instituciones. En todo caso, cabría también medir el grado de desprecio que sus enemigos políticos, incluidos los liberales, exhibieron largamente por un orden constitucional al que quebraron o ayudaron a quebrar en varias oportunidades.

Todos sabemos que sin ayuda norteamericana, más bien a pesar e la hostilidad norteamericana, en Argentina y en Brasil los movimientos populares impidieron por su propia cuenta el desarrollo del marxismo, derrotándolo una y otra vez por la vía democrática. ... ¿Se imaginan ustedes a nuestro destino si el Departamento de Estado hubiera estado manejado por gente con otra visión que Braden o Cordell Hull, o que ahora Condoleeza Rice?

¿Si, al igual que en Europa, desde Washington hubieran llegado a un acuerdo para derrotar al comunismo por medio de las instituciones democráticas constitucionales sumándoles el peso electoral de esos movimientos populares, sirviendo, al mismo tiempo, a la causa de la Alianza Occidental, del desarrollo de nuestra sociedad y de la incorporación ordenada y definitiva de esos movimientos de masas al sistema institucional argentino y brasileño?

La lectura de este libro que comentamos hoy nos muestra muy bien las luces y las sombras de los movimientos populistas latinoamericanos, en un medio intelectual y político que no suele hacer lo mismo: por lo general los condena abiertamente o los defiende sin aceptar críticas. Ese es otro aspecto destacable en este trabajo.

Lo señalo no solo como un mérito intelectual de los autores sino porque, en mi opinión, apunta al centro mismo del problema del populismo entre nosotros. Porque la mayoría de quienes nos encontramos aquí tenemos opinión formada sobre los populismos y quisiera, para terminar, dejar planteado un interrogante: Si los populismos son tan malos, si hacen tanto daño a nuestras sociedades... ¿Por qué conservan tanta vigencia estos populismos?

Si son tan perjudiciales, si se trata de una ilusión de tranco corto, que promete sin cumplir, si es pan para hoy y hambre para mañana, entonces ¿Por qué esos sectores populares, que son los que más terminan padeciendo sus efectos negativos, les vienen renovando su confianza una y otra vez hace nada menos que más de cincuenta años?

Así como en el ejemplo norteamericano que di hace unos momentos lo que faltó desde el Norte fue la decisión de sumarla los populismos, incorporarlos positiva y constructivamente al sistema de la alianza Occidental, en el interno nuestra propia sociedad pasó algo parecido: si nosotros tenemos las herramientas conceptuales de democracia y de mercado que en tantas otras sociedades permitieron un desarrollo al mismo tiempo justo y espectacular. ¿En qué huecos, en qué agujeros negros de nuestra ausencia de propuestas que entusiasmen a la gente, se filtra el sentimiento popular para seguir tan vigente como el primer día y dominar tan abrumadoramente el panorama político regional?

¿Hasta dónde no cometen nuestras sociedades, nosotros mismos, el mismo error que Cordel Hull, Braden y Condoleeza Rice?

En la penúltima página de este libro los autores anticipan un diagnóstico, con el que resulta muy difícil no coincidir. Dice así: ”el Hemisferio no ha tenido líderes liberales que lleguen a las masas, que se hagan entender por las mismas para sumar su apoyo, y quienes lo intentaron lo hicieron más forzados por la coyuntura que por un íntimo convencimiento”.... Y citan el caso de Menem, lo que de por sí justificaría un debate entero.

En suma, que si, como ha ocurrido en el pasado, por rechazar los males del populismo, seguimos postergando la inclusión social en esta región, que es la de mayor injusticia en la distribución de la riqueza de todo el planeta, seguirá vigente esta cita del cardenal Bergoglio, de apenas una semana atrás: “Si apostamos a una Argentina donde no estén todos sentados en la mesa, donde sólo unos pocos se benefician y el tejido social se destruye, terminaremos siendo una sociedad camino al enfrentamiento”,

Creo que la respuesta a esa demanda es crucial para nuestro futuro y merecería un trabajo específico, un libro dedicado a responder a esas preguntas.

Entonces tal vez podamos reunirnos otra vez a ver si tenemos en claro cuánta parte del problema se debe a la presencia de populismo y cuánta parte se debe a la ausencia de propuestas capaces de superarlo.”

Muchas gracias.
Andrés Cisneros , 04/07/2005

 

 

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