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Los senderos que se bifurcan. |
La presentación separada de candidaturas bonaerenses por parte del justicialismo de obediencia duhaldista y del kirchnerista Frente de la Victoria representa el penúltimo acto de un divorcio anunciado que no llegó a tener audiencia de conciliación. |
Sólo resta que ambas partes ratifiquen su voluntad de separarse oficializando dos listas distintas para las postulaciones a senadores y diputados nacionales para que quienes aún navegan entre la ambigüedad y la duda confirmen lo que ya (y desde hace semanas) parece incontrovertible: que la sociedad entre Eduardo Duhalde y Néstor Kirchner se ha hecho trizas.
Como ocurre en muchos divorcios, ninguno de los cónyuges quiere pagar el precio de la ruptura: ambos tratan de subrayar las culpas del otro, las intolerancias, la codicia, las respuestas humillantes, los excesos de ambición, los engaños de la otra parte. Se trata de coartadas o meros argumentos para tranquilizar a los testigos y conocidos, para ayudarlos a tomar partido y, si el divorcio es político, para que la opinión pública no juzgue mal la actitud asumida. Ambos jurarán que, más allá de las dolorosas circunstancias, siguen teniendo afecto por el otro, no le desean ningún mal. Más allá de las palabras, el hecho es que la alianza que llevó a Néstor Kirchner a la presidencia de la República se ha roto. Y que, cuando los caminos se bifurcan de esta manera, quienes un día estuvieron codo a codo, llegarán en algún tiempo a encontrarse frente a frente.
Duhalde podría argüir que la ruptura es un acto extensamente planificado por Kirchner. Le alcanzaría con recordar la insistencia con la que, ya desde diciembre de 2003 (18 meses atrás y apenas unas semanas después de que el duhaldismo alisara para el santacruceño el acceso al gobierno) uno de los hombres de confianza del Presidente, Carlos Kunkel, anunció que la Casa Rosada preparaba “la madre de todas las batallas”, el desembarco en la provincia de Buenos Aires y el desalojo de las dominantes fuerzas de Duhalde.
Con obstinada paciencia, desde la presidencia de la Nación se trabajó para erosionar la fortaleza duhaldista, una tarea en la que llegaría a cobrar importancia el gobernador Felipe Solá. Fue él –y las fuerzas que rápidamente se agruparon en su torno, aunque no necesariamente bajo su liderazgo- quien cortó las alambradas del distrito y lo abrió a la creciente influencia del poder central. Solá necesitaba refuerzos para defender su gobernación, a la que (también él) llegó merced al sostén de un duhaldismo al que decidió enfrentar.
Entretenido durante meses en sus actividades mercosurianas, Duhalde comenzó a alarmarse cuando observó que sus (no tan) antiguos protegidos e hijos políticos urdían una rebelión, probablemente un parricidio. Había pasado varios meses tranquilizando a los duhaldistas más suspicaces, explicándoles que con el Presidente “está todo bien” aunque admitiendo, eso sí, que con Solá no estaba “todo bien” pero podía enderezarse con la colaboración presidencial.
Duhalde reaccionó tarde, cuando ya la tarea de esmerilado realizada desde La Plata y desde Plaza de Mayo le había quitado influencia en un número considerable de municipios y liderazgos comarcales de la provincia. Pero cuando empezó a tramar su estrategia de defensa comenzó a demostrar que es un as en el manejo de sus fichas, un jugador de truco que puede hacer milagros con cartas pobres.
Es cierto que Kirchner, forzado por su mal de origen, concedió flancos importantes. No sólo por la cantidad de frentes de batalla que abrió con su política de confrontación permanente, sino por haber invocado en voz alta una necesidad que debió mantener in pectore, la de conseguir votos, muchos votos propios (para cubrir los que no tuvo o los que le llegaron prestados en abril de 2003). Es decir: el deseo de ser plebiscitado en las elecciones de octubre.
Al hablar de plebiscito Kirchner levantó bruscamente el precio del capital político de Duhalde. Este puede haber disminuido, pero en la provincia de Buenos Aires sigue siendo considerable. E indispensable para quien muestra angustia por plebiscitarse.
Para colmo de males (en este caso, del oficialismo) la necesidad de votos se volvió acuciante a la luz de los malos pronósticos que llegan desde otros distritos importantes -Capital Federal, Santa Fé, Mendoza- en todos los cuales las encuestas no le prometen nada bueno a los candidatos que respalda el gobierno.
Duhalde – a través de sus emisarios- puso condiciones. El justicialismo bonaerense estaba ansioso por contribuir a la victoria del Presidente, pero reclamaba del presidente una contrapartida, que dejara al duhaldismo las manos libres para designar los candidatos a la Legislatura bonaerense. La oferta era: un acuerdo de pares (Kirchner-Duhalde), en el que uno controlaría la mayoría de los postulantes a cargos nacionales y el otro, en similar proporción, haría lo propio con los candidatos distritales. Dicho de otra manera: para que hubiera dos ganadores debía haber un perdedor, Felipe Solá.
El trámite para llegar a ese punto demandó mucho desgaste de ambas partes, generó impaciencia, convenció a los dos jugadores de que cada uno debía empreder su propia aventura. Kirchner decidió que se había agotado el tiempo de los acuerdos. Duhalde hizo saber que la candidatura de Chiche Duhalde (la ofrenda que venía reclamando el kirchnerismo) seguía firme.
“Todavía hay tiempo para un acuerdo”, murmuran las palomas de ambos sectores, simpatizantes de algún arreglo. Desde el punto de vista jurídico, tienen razón. Las candidaturas nacionales no se han oficialiado aún y, de acuerdo a la ley, no habría impedimentos para que, antes del 8 de agosto, el Justicialismo y el Frente de la Victoria puedan erigir una alianza y fusionar una lista con nombres de una y otra corriente. Pero en términos políticos ese movimiento resulta hoy improbable y costoso para ambas partes. Cada una de las formaciones (y particularmente el kirchnerismo bonaerense, por su carácter aluvional) han debido someterse a durísimas negociaciones internas para construir las respectivas (separadas) listas que consumaron su divergencia actual. Cualquier intento de fusión para pegotear lo que hoy está roto dejaría a ambos lados del mostrador nuevos heridos y descontentos. Además, de algunas palabras es difícil volver, y en estas semanas el frustrado toma y daca, las danzas y contradanzas públicas de la negociación fracasada exhibieron ante la sociedad un espectáculo que no mejoraría, sino todo lo contrario, en caso de un acuerdo pampa de último momento. Un mal drama se transformaría en una mala parodia.
La ruptura de la alianza induce a mirar sobre sus consecuencias. El anuncio de que José Díaz Bancalari, jefe del bloque justicialista de diputados, acompañaría en la postulación al Senado a Hilda González de Duhalde inmediatamente generó una reacción kirchnerista: “En tal caso debería renunciar a ese cargo, ya que se estaría oponiendo al modelo electoral (sic) del Presidente”, disparó un diputado de ese bloque que responde a la Casa Rosada, el rionegrino Osvaldo Nemirovsci. “Eso es algo que debe decidir el bloque en su conjunto”, replicó Díaz Bancalari. Se dibuja en el horizonte la posibilidad de un quiebre en la bancada peronista, y un papel de creciente importancia de los diputados de provincias que hoy se sienten forzadas a cumplir los dictados de la Presidencia en virtud de la ayuda financiera que el Tesoro Nacional otorga o retacea de acuerdo a la mayor o menor obediencia a la Casa de Gobierno.
Un bloque oficialista dinamizado por el debate político y menos ceñido por el lazo del mecanismo disciplina-ayuda, le dará mayor vitalidad al Congreso y obligará al Presidente a emplear instrumentos más sutiles y mayor voluntad negociadora para impùlsar sus proyectos. No será sencillo, por otra parte, que el año próximo un Congreso así reactivado repita la concesión de facultades extraordinarias que le ha venido otorgando al Poder Ejecutivo.
Cuando el oficialismo se representa mentalmente esa perspectiva pronuncia la palabra “ingobernabilidad”. Exagera. La gobernabilidad no es sinónimo de poderes especiales o de impulsos autoritarios. La gobernabilidad depende, más bien, de la capacidad de asociar fuerzas esenciales a un proyecto realista y sugestivo. Depende de la capacidad de unir, más que del ejercicio de la pelea continua; de conducir, más que de mandar.
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Jorge Raventos , 04/07/2005 |
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