Contemplando abismos.

 


Se ha dicho que quien al borde un precipicio se echa atrás, no lo hace por terror a caerse, sino por miedo a tirarse: los abismos pueden ejercer una atracción hipnótica. Néstor Kirchner y Eduardo Duhalde juguetean estos días al filo de uno y ambos están tentados de saltar.
Hecho lo cual, tenga Dios en su gracia al Rey Eduardo
y a mí me deje el bullicio del mundo

W. Shakespeare, Ricardo III, (I, 1)



El juez electoral de la provincia de Buenos Aires, Rubén Blanco, acaba de exigir que, a más tardar el jueves 30 de junio, los partidos políticos que concurrirán a los comicios en ese distrito presenten sus listas de candidatos. Si no hay prórroga, entonces, ese jueves se sabrá si el Presidente y aquél que lo catapultó a la Casa Rosada bifurcan sus rumbos o si retroceden a tiempo y prolongan la simulación de una alianza que ya está claramente rota.

Desde Balcarce 50 se echó a rodar la voz de que el Presidente le ha puesto un ultimátum a Duhalde: le reclama que baje la candidatura de su esposa Chiche antes del lunes 27 para poder llegar a un armisticio. El hombre de Lomas de Zamora está resignado a que Kirchner le lance golpes por los medios de comunicación. El, en cambio, prefiere la discreta terquedad de los hechos. No responderá ni retirará a la dama hasta que la Casa de Gobierno no acepte sus condiciones, que pueden resumirse así: si hay un acuerdo, éste será sólo entre dos partes –no tres-; en otros términos: Solá no es reconocido como interlocutor válido y si el Presidente quiere darle una porción del budín de las candidaturas, ese bocado deberá salir del 50 por ciento presidencial. Entretanto, sigue manejando la hipótesis de presentar sus candidatos con la boleta del Justicialismo y separados de los del Frente por la Victoria, que llevaría como cabeza a Cristina de Kirchner.

El Presidente vacila en admitir un pacto de aquella naturaleza, que implicaría reconocerle a Duhalde la condición de par (algo que ofende su concepción del poder, desacostumbrado a los límites) y aceptar la continuidad de la hegemonía duhaldista sobre la provincia. Se siente, así, tentado por su voluntad íntima de terminar de una vez con Duhalde, así como por las admoniciones de muchos de sus amigos y aliados (no sólo el gobernador Solá) que le aconsejan no postergar la “madre de todas las batallas”, la “pelea final” con el duhaldismo. “Caso contrario –le advierten- el gobierno nacional deberá lidiar sus dos últimos años con un adversario poderoso, atrincherado en el distrito más poderoso”. Pero Kirchner sopesa, en el otro platillo, que un acuerdo pampa con Duhalde le puede garantizar a la primera dama un porcentaje de votos que ella difícilmente alcanzaría enfrentada al justicialismo bonaerense. El tiempo para deshojar la margarita se agota pronto.

La derecha de su majestad

Lo cierto es que el Presidente ya ha retirado de su léxico la palabra plebiscito: las cuentas no le permiten sostener ese desafío. Si la situación es difícil en la provincia de Buenos Aires, es muy oscura en Santa Fé y en la Capital. La candidatura de Rafael Bielsa en la ciudad de Buenos Aires no mueve el amperímetro. Los propios encuestadores del gobierno, por más que le inflen el porcentaje, lo admiten como cómodo tercero, después de Mauricio Macri y Elisa Carrió. ¿Podría modificar ese paisaje la sorpresiva irrupción de Domingo Cavallo en el campo electoral? Ricardo López Murphy y el propio Macri sospechan que el desembarco del ex ministro de Economía ha sido alentado por el gobierno para dispersar el voto de centroderecha, perjudicar a Macri y mejorar así la situación relativa de Bielsa. En esa interpretación (que los dirigentes centristas no transmiten públicamente pero que es compartida por muchos analistas políticos) Cavallo vendría a jugar el papel de “la derecha de su majestad”, en alianza objetiva con el oficialismo. Se podría objetar a una deducción de ese tipo que Cavallo es un símbolo de los años 90, denostados y demonizados por Kirchner. Pero también la objeción podría ser impugnada: el Presidente jamás ha golpeado personalmente a Cavallo como sí lo ha hecho con Carlos Menem y otros miembros de su gobierno; se sabe que hay numerosos vasos comunicantes entre Cavallo y el oficialismo, en primer lugar el jefe de gabinete, Alberto Fernández (que revistó en el cavallismo y fue legislador desde sus listas) pero también un asiduo visitante nocturno de la quinta de Olivos: Carlos Chacho Alvarez, a quien Cavallo quiso convertir en jefe de gabinete de Fernando De la Rúa después de la renuncia de Alvarez a la vicepresidencia.

Las teorías conspirativas dan para un barrido o para un fregado; lo que es indudable es que una presencia como la del ex abanderado de la convertibilidad y su primer sepulturero (comenzó a derrumbarla con la incorporación de la “canasta de monedas” como equivalencia del peso) levantará los niveles del debate público, deprimidos en general y enfangados desde el gobierno. La pasión que demuestra, por ejemplo, el ministro de Interior Aníbal Fernández, admirador de Vaccarezza, por encarnar personajes de sainete en sus apariciones públicas, por provocar a políticos opositores y por (como nínimo) tolerar agresiones callejeras contra ellos tiende a contaminar el proceso electoral en su etapa de prolegómenos.

“El trapo rojo”

En el marco electoral, pero trascendiéndolo, el gobierno empieza a presentir algunas consecuencias de su insistente política tendiente a reabrir los expedientes de la década del 70. La Suprema Corte, con una nueva mayoría designada bajo la actual administración, revisó las leyes de obediencia debida y punto final enviadas en su momento por el Presidente Raúl Alfonsín y ampliamente aprobadas por el Congreso. Ahora se dispone a hacer lo propio con los indultos dictados por Carlos Menem (no con todos, sino con los que beneficiaron a miembros de las Fuerzas Armadas).

Las leyes y los indultos respondieron a una búsqueda de pacificación que, si bien se mira, se alcanzó en los años 90. Ni en esos años ni entre el gobierno de Fernando de la Rúa y el 2003 puede encontrarse alguna actitud militar que se evadiera del cumplimiento de sus funciones y el respeto al orden constitucional. El gobierno de Néstor Kirchner decidió poner nuevamente el dedo en la herida y lo hizo con una visión unilateral sobre los enfrentamientos de los ’70 y hasta con una prevención arbitraria sobre el mundo militar, objeto de purgas inexplicables y gestos ásperos.

Paralelamente, el gobierno dedicaba un trato más que deferente a algunas figuras irritativas, como la señora Hebe de Bonafini, que hasta fue recibida en la Casa de Gobierno (por enésima vez, es cierto) horas después de lanzar una agresiva maldición contra el difunto Papa Juan Pablo II.

Los efectos de la anulación de las leyes y del eventual veto judicial a los indultos llevarán ante la Justicia, en virtud de pleitos que tienen casi tres décadas de antigüedad, a varios centenares de oficiales de las Fuerzas Armadas, muchísimos de ellos en actividad, que eran veinteañeros en la década del 70. Parece inevitable que esas circunstancias generen malestar en las instituciones.

Un desagrado mayor ha provocado la sanción aplicada a dos oficiales que revistan en el Quinto Regimiento de Caballería con sede en Salta, el teniente coronel Augusto Vega y a su jefe, el coronel Sarobe, por el hecho de que aquél, en un acto de homenaje a la bandera argentino recordó la actuación del Ejército en la batalla de Manchalá, ocurrida en 1975 en Tucumán, en el combate contra la guerrilla del ERP , que aspiraba, dijo el teniente coronel, a “reemplazar la azul y blanca por el trapo rojo”.

Los hechos aludidos ocurrieron en momentos en que el país tenía un gobierno constitucional, que había dado la orden de luchar contra una formación guerrillera que aspiraba a convertir una zona del Noroeste argentino en “territorio liberado” (es decir: desmembrado del Estado nacional y en guerra con él). La sanción a estos oficiales induce a pensar que el gobierno no quiere sólo revisar (a su manera) los hechos acaecidos bajo el gobierno del Proceso, sino cuestionar integralmente las acciones de defensa del Estado argentino frente a la actividad de fuerzas que -hoy nadie puede ignorarlo- formaban parte de una coordinación con centro en el exterior y se integraban en la estrategia del bando que terminaría derrotado en la llamada guerra fría.

En este terreno también se nota una mesmerizada contemplación de abismos.
Jorge Raventos , 27/06/2005

 

 

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