En las dos últimas semanas, sin excluir la temporadita que ha pasado en España, lejos de las brasas de Cromagnon, Aníbal Ibarra ha notado que el suelo se abre bajo sus pies y sospecha que alguien está empuñando el serrucho. Aunque cuando conversa con el periodismo fantasea sobre una conspiración y acusa a Mauricio Macri y la ultraizquierda, ni él mismo se cree esos embelecos. El Jefe de Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y su cada día más encogido entorno están íntimamente convencidos de que la amenaza viene del otro lado de la Plaza de Mayo, de Balcarce 50. |
Saben que, presionado por el desafío que él mismo se impuso –transformar las elecciones parlamentarias de octubre en un plebiscito sobre su gestión-, Néstor Kirchner juzga a Ibarra, después del incendio del boliche de Once, un lastre que hunde toda posibilidad de que el oficialismo gane en la Capital Federal. Por ende, trata de liberarse de ese lastre.
Para el Presidente no es tarea sencilla separar su imagen de la del devaluadísimo Jefe de Gobierno: Ibarra pudo vencer a Mauricio Macri en el ballotage del año 2003 gracias al respaldo del gobierno nacional y Kirchner agasajó durante meses a Ibarra como el principal aliado en la arquitectura transversal que quiso erigir como sustituto del peronismo. Inclusive le dio aliento y apoyo concreto después de la catástrofe de Cromagnon, a través del Jefe de Gabinete, Alberto Fernández. Hasta lo felicitó por su iniciativa (a la sazón, frustrada) de convocar a un plebiscito en la Ciudad para relegitimarse. Pero las encuestas mandan y la Casa Rosada terminó de convencerse de que el amigo Ibarra no podría ya recuperar la salud política y se deslizaba irremisiblemente por el tobogán de la decadencia. El círculo íntimo santacruceño hacía tiempo que bregaba por despegar de Aníbal Ibarra, y ese temperamento provocó tempranos y duros cruces entre el Secretario Legal y Técnico de la Presidencia, Carlos Zanini, y el Jefe de Gabinete, Alberto Fernández.Frente a Néstor y Cristina Kirchner, en una reducidísima reunión realizada tres meses atrás en Calafate, Zanini le imputó a Fernández que le estaba provocando altos costos al gobierno nacional por mantener el respaldo a Ibarra en función de intereses particulares. Pocos ignoran que Fernández, estrechamente vinculado a Vilma Ibarra, la hermana del Jefe de Gobierno, controla amplios espacios del aparato oficial porteño y que algunos de sus amigos políticos revistaban en la cúspide de las áreas más involucradas por la Justicia en la causa Cromagnon. A partir de aquel momento empezó a gestarse la trama destinada a tomar distancia de Ibarra. El amigo había caído en desgracia.
Felipe Solá fue, probablemente, un beneficiario directo del paulatino eclipse del Jefe de Gobierno porteño. Con un panorama desolador en el distrito federal, el Presidente encontró en el gobernador bonaerense un aliado dispuesto a jugar fuerte para cosechar votos en el territorio largamente controlado por su adversario in pectore, Eduardo Duhalde. Kirchner le quitaba el apoyo a su protegido porteño para pelear sin esa mochila contra su protector (o ex protector) bonaerense, tratando de someterlo a su voluntad y sus condiciones.
Ahora, resuelto el curso que seguirá en la provincia (es probable que esta semana se destape oficialmente la candidatura a senadora bonaerense de la primera dama, un secreto a voces), y ante la perspectiva de que un choque electoral con el duhaldismo reduzca excesivamente la votación que ansía obtener en ese escenario, Kirchner y los suyos vuelven los ojos hacia la Capital y analizan cómo torcer el destino de derrota que pintan allí las encuestas.
Primer paso, ya virtualmente consumado: el vaciamiento del ibarrismo. El Jefe de Gobierno vió emigrar a su propia hermana al Partido de la Victoria, un sello kirchnerista que presidía Alberto Fernández hasta las vísperas de su transmutación en Presidente del Partido Justicialista porteño. Segundo paso: se le ha comunicado a Ibarra que su corriente no podrá aliarse con el oficialismo en la ciudad de Buenos Aires. Kirchner no quiere que exista en la boleta que él auspicie ni el más leve aroma a Ibarra. Nada que recuerde esa intensa amistad que ahora se quiere enterrar.
Finalmente, paso más que ambicioso, se procuraría convencer al Jefe de Gobierno de que renuncie a su cargo (y que se lleve con él al vicejefe, Jorge Telerman) para convocar en el mismo mes de octubre de los comicios parlamentarios a una elección del Ejecutivo porteño. La especulación es esta: Macri y su lista de diputados seguramente vencerán a una boleta oficialista encabezada por Rafael Bielsa; en cambio, s la elección fuera para la Jefatura de Gobierno, a Macri le resultaría mucho más complicado derrotar a una candidatura kirchnerista encarnada por, digamos, el actual vicepresidente Daniel Scioli. Como el sistema de la Ciudad Autónoma prevé una segunda vuelta, el candidato oficialista podría –aquí sí- envanecerse de sacar más del 50 por ciento de los votos (si gana, claro está).
El obstáculo para realizar estos sueños reside, claro está, en la resistencia de Ibarra a transformarse en el pato de la boda. Aunque él y sus amigos son concientes de que se encuentran en una situación de extrema debilidad, también saben que tienen alguna capacidad de daño en varios terrenos, inclusive en el campo electoral. Si construyen una boleta de centroizquierda con otras fuerzas menores de la ciudad pueden birlarle a los candidatos kirchneristas un porcentaje que, por pequeño que sea, siempre será decisivo en una pelea equilibrada donde los votos se cuenten de a uno y donde uno o dos puntitos pueden representar la diferencia entre la victoria y la derrota.
¿Qué pasa si la resistencia de Ibarra a dimitir se consolida y se prolonga? Siempre existe, para los imaginativos estrategas del oficialismo otras posibilidades. Si, por ejemplo, la Justicia llegara a imputar y procesar a Ibarra por el caso Cromaganon, como lo ha hecho con el señor Chabán, con el grupo de rock Callejeros y con varios funcionarios, podría justificarse, piensan, la intervención del Ejecutivo y la convocatoria a un comicio para legitimar un nuevo gobierno del distrito.
Mientras se dirige a su penumbroso futuro arrastrando los pies, Aníbal Ibarra ha de reflexionar sobre las virtudes de la lealtad y sobre la verdad de aquella frase que indica que “amigos son los amigos”.
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Jorge Raventos , 06/06/2005 |
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