La mitad más uno.

 


Normalmente se entiende por plebiscito una consulta electoral en la que se enfrentan dos propuestas. Gana la que recauda más de la mitad de los votos. Un ejemplo se concretó este domingo en Europa: los franceses fueron a las urnas para aceptar o rechazar la Constitución europea. Las encuestas ya vaticinaban que triunfaría el No, conseguió más del 55 por ciento de los sufragios.
Néstor Kirchner insiste en presentar las elecciones legislativas del próximo octubre como un plebiscito. Quizás en virtud de su fuerte afán de innovación, el Presidente haya decidido cambiar el significado de algunas palabras.
En primer lugar, en octubre habrá, en cada distrito, muchas más de dos ofertas electorales; no se sabe aún, por otra parte, cuál será en cada caso la boleta que el gobierno contabilizará como propia: ¿los votos del justicialismo cordobés de José Manuel De la Sota habrá que sumarlos a los del peronismo misionero de Ramón Puerta o a los del transversal Raúl Rovira? Y en la provincia de Buenos Aires, ¿los votos que coseche el justicialismo de Eduardo Duhalde habrá que registrarlos a favor o en contra del gobierno?

El cambio de naturaleza de la palabra plebiscito que fuerza el Presidente tiene además otra desconcertante acepción: “No se trata de conseguir el 51 por ciento o más”, proclamó el domingo 22 en los dos diarios a los que les concedió entrevistas. Originalidad argentina: un plebiscito en el que quien saque menos de la mitad de los sufragios no sea derrotado.

En rigor, las acrobacias léxicas del oficialismo responden a la necesidad de cubrir objetivos contradictorios. Registrando su fragilidad de origen (22 por ciento de los votos en el 2003), la estrategia plebiscitaria le sirve para forzar una polarización y aspirar votos en octubre. Eso requiere formular la alternativa clásica de los cesarismos plebiscitarios - “Yo o el diluvio”- y pintar a las disímiles fuerzas que no contribuyen al polo propio como instrumentos concientes o inconcientes del caos. Pero una opción extrema de esa naturaleza tiene consecuencias: ¿qué ocurre si el apoyo buscado y reclamado no supera la mitad más uno? Cuando eso le sucedió a Charles De Gaulle en 1968, después de la conmoción del mayo francés, el viejo general abandonó el gobierno y se retiró a su finca de Colombey les Deux Eglises. Como Kirchner en modo alguno se plantea un retorno prematuro a Calafate, quiere crear la figura de un plebiscito en el que pueda considerarse ganador con menos (y hasta mucho menos) que el 50 por ciento de los votos.

Superados ya los dos primeros años de su mandato, el respaldo de opinión pública con el que exitosamente compensó su menguada recaudación electoral del año 2003, se ha ido erosionando paulatinamente. El índice que mensualmente elabora la Universidad Di Tella registra dos descensos consecutivos en los dos últimos meses. El último es particularmente significativo: la mayoría de los analistas daba por hecho que el Presidente se beneficiaría rotundamente de su posicionamiento ante el fallo judicial que dictaminó la liberación de Omar Chabán. Esa postura presidencial, a costa de tensar casi un conflicto de poderes con la Justicia, fue un evidente esfuerzo por sintonizar con el talante de la calle. El índice de la Universidad Di Tella induce a pensar que probablemente se trató de un esfuerzo vano o, en todo caso, que los eventuales beneficios no alcanzaron a compensar otros malestares de la opinión pública. El descenso en la imagen del Presidente se extiende al gobierno en su conjunto y abarca rubros diversos, entre los cuales se cuenta la confianza en la honestidad de los funcionarios. Kirchner, que superó en ocasiones un juicio positivo del 75 por ciento, recibe ahora menos del 50 por ciento.

Otras encuestas dan cuenta del rechazo mayoritario a los enfrentamientos con la Iglesia y los escrutadores de números del oficialismo también detectan una creciente inquietud pública ante lo que podría definirse como excesos en el ejercicio de la autoridad del gobierno (algo que los opositores nombran como “rasgos autoritarios” del Presidente).

Probablemente fue el riesgo avizorado en esos radares lo que llevó al Presidente a moderar notoriamente su lenguaje en ocasión de los festejos del 25 de mayo, cuando pareció abandonar por un instante la estrategia electoral plebiscitaria para probar un vocabulario de unidad nacional en la que convergen todas las –a su decir- “verdades relativas”.

Pero ese tono tuvo la vida de un lirio: bastó que Ricardo López Murphy y Mauricio Macri anunciaran –ese mismo 25 de mayo- la unión de sus fuerzas para competir aliados en octubre, para que el Presidente empuñara el lanzallamas y los denunciara como una amenaza. Es que la estrategia confrontativa, plebiscitaria –“Yo o el caos”- es la que mejor se ajusta al estilo y las necesidades electorales del Presidente.

En la provincia de Buenos Aires el que mejor parece comprender esa necesidad de confrontación del Presidente es, probablemente, Felipe Solá quien a menudo, y por sus propios motivos, se adelanta a los deseos (y a los tiempos) de Kirchner. Fue Solá el que tensó la cuerda en el seno del justicialismo bonaerense, agudizando el conflicto con el duhaldismo y atando la suerte de su sector a la candidatura senatorial de Cristina Fernández de Kirchner. El jueves, Solá dio un paso más en ese camino, al congregar un congreso autoconvocado del PJ que, si bien minoritario, no sólo cumplió los requisitos legales acreditados por 18 veedores judiciales, sino que sumó más de un tercio del cuerpo total del Congreso y superó en 50 los delegados que el propio felipismo se marcaba como objetivo: llegó a los 378. La presencia de Carlos Kunkel, un hombre del riñón kirchnerista, entre las autoridades del Congreso fue un signo de la sintonía con Balcarce 50. La movilización de los delegados estuvo a cargo del riñón felipista: Florencio Randazzo, Juan Amondaráin y el platense Raúl Pérez, además del aporte sustancial del intendente de Matanza. Otra señal significativa de los vínculos entre el felipismo y el gobierno nacional: el sindicalista porteño Víctor Santamaría, aliado íntimo del Jefe de Gabinete Alberto Fernández, aportó una docena de congresistas, producto de la influencia de su agrupación en el distrito bonaerense.

Así las cosas, el congreso mayoritario que el duhaldismo reunió el domingo 29 de mayo, enfrentaba la opción de endurecer el enfrentamiento con Solá (implícitamente con Kirchner) o empezar los preparativos de una retirada.

Si bien se mira, el extraño plebiscito que quiere el Presidente tiene en la provincia de Buenos Aires su única sede más o menos natural. Eso sí: inclusive allí los plebiscitos se ganan con la mitad más uno.
Jorge Raventos , 30/05/2005

 

 

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