Jorge Raventos analiza la evolución de la situación política argentina.
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A cinco meses de las elecciones de octubre –que Néstor Kirchner quiere convertir en un plebiscito-, aunque cunden las versiones sobre posibles candidaturas, las certezas no abundan todavía.
Desplegando una estrategia ambigua o deliberadamente morosa, la Casa Rosada no ha oficializado aún los nombres que encabezaran sus boletas en distritos tan importantes como la provincia de Buenos Aires y la Capital Federal.
La primera dama, Cristina Fernández, parece número puesto para encabezar las listas bonaerenses del kirchnerismo, pero en los hechos ella no ha desarrollado allí ninguna actividad proselitista; no acompañó ayer, en el Club Platense, al gobernador Felipe Solá, que la quiere como postulante en su provincia y sólo ha participado en un acto público dirigido al distrito porteño. Curiosamente, la figura que más se nombre como eventual cabeza de boleta del oficialismo en la Capital, el canciller Rafael Bielsa, no estuvo presente en ese acto: prefirió pelearse con Brasil desde Washington y poner distancia de la Argentina, donde se reprochaba su negligencia en la cuestión Malvinas: tardó dos años en elevar una protesta a la Unión Europea por la inclusión de las Islas como “territorios de ultramar” de ese bloque en el proyecto de Constitución que se encuentra en debate.
La cautela oficialista tiene menos que ver con su voluntad que con las posibilidades que tiene de ejercerla. Pocos dudan de que el Presidente aspira a imponer a su esposa como candidata a senadora en la provincia de Buenos Aires y, más áun, quisiera escribir los nombres de la mayoría de candidatos del distrito al Congreso Nacional. Sucede, sin embargo, que Kirchner no tiene claro todavía si podrá hacerlo con el resignado consentimiento de Eduardo Duhalde, presunto “patrón” del territorio bonaerense, o si le hará falta dar batalla abierta contra el duhaldismo. El hecho de que aún no haya formalizado la postulación de Cristina Fernández indica que prefiere mantener las apariencias (y las posibilidades de tregua) en su relación con Duhalde tanto tiempo como sea posible. De paso, la ahorra temporariamente a la primera dama el esfuerzo y los riesgos de incursionar en los siempre inseguros suburbios de la provincia de Buenos Aires y, eventualmente, soportar escenas violentas como las que se produjeron hace unos días en las cercanías de La Plata en un acto (finalmente suspendido) donde iba a hablar el gobernador Solá, La oficialización de candidaturas tiene plazo último en agosto, de modo que la ambigüedad puede estirarse hasta entonces, sin que el conflicto deje de desplegarse por líneas interiores.
En estos días, la obsesión presidencial son los comicios de octubre. Su principal ocupación reside en elaborar meticulosamente una estrategia que le permita superar su mal de origen: el magro 22 por ciento que cosechó en abril de 2003. En su entorno se afirma que, si logra acumular poder electoral y político en octubre, podrá prescindir de las sobreactuaciones de estos dos años y practicará una gestión “realista y magnánima”. ¿Quieren decir que, en ese caso, achicará el campo de sus confrontaciones y que estará dispuesto a blanquear variables que hoy se mantienen reprimidas, como las tarifas de los servicios públicos? No hay respuesta a esas dudas. En todo caso, el vaticinio tiene una lectura implícita: es seguro que hasta los comicios, más que cambios cabe prever una intensificación de aquellos comportamientos a los que el oficialismo parecen atribuir alguna virtud en la búsqueda de votos.
El cálculo detallista de la pesca electoral produjo esta semana un ligero roce entre la Casa Rosada y el gobierno bonaerense. Felipe Solá, en un plenario de dirigentes de su línea, dejó trascender la idea de separar las elecciones a cargos provinciales (legislativas y comunales) del comicio nacional de octubre, una iniciativa que delantamos dos meses atrás en esta columna y que, a los ojos del gobernador, le permitiría confrontar a cielo abierto con el duhaldismo y no quedar asfixiado por un eventual acuerdo entre Duhalde y el Presidente.
Kirchner observó en esa jugada el riesgo de llegar a octubre con las situaciones locales ya dirimidas. En tal caso, dedujo, era posible que menguara el compromiso de los caudillos parroquiales felipistas con las listas a cargos nacionales que él se propone dibujar y, por lo tanto, con el éxito de su “plebiscito”. Solá se vio obligado a olvidarse de la jugada que acariciaba: su autonomía de vuelo está condicionada por su dependencia de la Casa Rosada. Aunque ha conseguido parar y poner en acción una fuerza considerable, capaz de desafiar al duhaldismo, sólo Kirchner está hoy en condiciones de garantizarle al gobernador un espacio en la mesa de negociación, si es que esa mesa, con Duhalde y el Presidente como interlocutores principales, llega a establecerse. Por eso, Solá apuesta más bien a la perspectiva de una confrontación generalizada entre el kirchnerismo y el duhaldismo: en ese horizonte, imagina, el felipismo se transforma en un socio indispensable de la estrategia plebiscitaria presidencial. Para su tristeza, poco y nada puede hacer él para forzar la decisión del Presidente: éste guiará sus pasos por los resultados que le ofrezca su calculadora.
La oposición
La parsimonia del gobierno en definir sus candidatos operó hasta ahora como un factor relativamente inmovilizante sobre la oposición. El eje que tienden a constituir Ricardo López Murphy y Mauricio Macri (con el respaldo moral del gobernador neuquino Jorge Sobisch) apenas en los últimos días pareció superar una impasse que venía demorando la formalización de una sociedad electoral. Si bien López Murphy está ya lanzado a la búsqueda de una senaduría por la provincia de Buenos Aires, Macri no explicitó todavía su voluntad de pelear por una diputación a la cabeza de las fuerzas centristas porteñas. “¿Por qué apurarse a proclamar la candidatura si todavía no sabe con quién deberá vérselas en el distrito?”, venían alegando los macristas ante las urgencias de Recrear. Ahora, el presidente de Boca ha dado ya su media palabra: no rehuirá el compromiso y hará pública su candidatura antes de que termine mayo, mientras discuten otras cuestiones; los nombres que cada fuerza aportará a la unión y, lo que es esencial, un discurso común que les permita proponer a la sociedad una alternativa a la concentración de poder que busca Kirchner. La relación que ese eje se plantee con el peronismo no es un tema menor: si cierra las puertas a un diálogo con esa tradición política argentina y se enclaustra en un mero republicanismo de centro-derecha, quizás se condene a un destino testimonial y se autoexcluya de toda pelea por el poder. Tanto Macri como López Murphy, con diferentes estilos, hacen esfuerzos para eludir ese riesgo.
Elisa Carrió es, en la Capital, la candidata más tempranera. En parte, porque la naturaleza de su organización, el ARI, es “Lilita-céntrica” y no hay allí nadie en condiciones de competir con ella ni siquiera de acotar el ritmo y el carácter de sus decisiones. Carrió encara su campaña sin demasiadas originalidades: aprovechando la ventaja competitiva de un discurso moralista y agresivo, ubicándose en un espacio que podría definirse como liberal-republicano de centro-izquierda y buscando el nicho vacante del electorado aliancista, que después de la catástrofe de Cromagnon le ha dado un íntimo (y probablemente avergonzado) adios a su último ídolo: el jefe de gobierno Aníbal Ibarra.
Desde el peronismo se erige también una fuerza opositora, encabezada por los ex presidentes Carlos Menem y Adolfo Rodríguez Saa, que el viernes último hablaron en un colmado miniestadio de Lanas, escenario, dos años atrás, del Congreso partidario que sancionó la división en tres del Justicialismo. La expectativa de Menem y Rodríguez Saa, además de conquistar senadurías por sus respectivas provincias, es adelantarse a lo que imaginan será un reagrupamiento amplio del peronismo en respuesta a los devaneos “transversales” del kirchnerismo y al desolado paisaje que diagnosticas y vaticinan en función de sus críticas a las políticas productivas, sociales e internacionales del gobierno. Menem y Rodríguez Saa, candidatos ellos mismos en octubre, han lanzado su Frente Popular pensando no sólo en los comicios, sino como embrión de una alternativa ante una crisis política profunda, que visualizan como probable a mediano plazo.
Más allá de listas, urnas, alianzas y padrones, el gobierno se ve obligado a prestar atención a desafíos que no provienen de los opositores, sino de la realidad: cortocircuitos en las relaciones externas (con Brasil, con El Vaticano), pérdida de relevancia ante Estados Unidos (la secretario de Estado Condoleeza Rice se salteó Buenos Aires en una gira que incluyó Brasilia, Santiago de Chile y Bogotá) que señala a Brasil como potencia regional y atisbos de potencia mundial, problemas energéticos, una inflación que amainó pero que se mantiene latente por la decisión oficial de sostener el valor artificialmente devaluado del peso, una situación salarial que detona conflictos sindicales…
El camino hacia octubre no se limita a la definición de candidaturas.
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Jorge Raventos , 09/05/2005 |
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