Jorge Bolívar, Jorge Raventos, Pascual Albanese y Jorge Castro señalan que el núcleo de la crisis política argentina ya no reside en la descomposición acelerada del sistema de la Alianza sino en la tardanza del peronismo en resolver sus propias contradicciones, en la Mesa de Análisis de Segundo Centenario, el 4 de diciembre de 2001.
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Jorge Bolívar:
Voy a hacer una breve introducción a lo que quería contarles, leyéndoles unos textos que para mí son muy útiles para poder pensar lo que está ocurriendo en la Argentina. Porque una de las dificultades mayores que tienen los argentinos y los extranjeros, cuando vienen a la Argentina, es la incomprensión que tienen sobre lo que nos está pasando. Nosotros no terminamos de entender lo que nos pasa y mucho menos los hombres de afuera terminan de entender lo que nos pasa. Esta breve introducción después nos va a servir para reflexionar la charla. Un escritor francés que se llama Alain Badiou expresa algunos conceptos que me gustaría leerles. Dice: "La presencia del acontecimiento tomado en su azar - subrayo tomado en su azar - es justamente el sitio donde corresponde circunscribir la esencia de la política. La firmeza de la esencialización reposa sobre la precariedad de lo que adviene". La política, es decir, juega sobre un fondo de azar y adviene en un campo de precariedad.
Esto es muy interesante: "El comentario político es, dice él, el murmullo de la impotencia, lo propio de la democracia inactiva, es decir, del periodismo". Comentarios políticos abundan en el campo del periodismo.
Las últimas dos frases de Alain Badiou que me parecen importantes dicen: "Lo que está en juego es cernir la esencia no programática de la política . La posibilidad de lo imposible es el fondo de la política".
En un texto bastante anterior, otro pensador francés, Giles Deleuze, dice esta frase: "Hay que sustituir la imagen negativa del poder, oculta, reprime, impide, por una positiva. El poder produce lo real". Es decir, lo que llamamos lo real es producido por el poder. De manera que, toda visión negativa del poder es una visión donde se lo contrapone a justamente aquello que el poder produce.
Y pasemos a lo que yo tenía interés en conversar con ustedes. Hoy hay un artículo en "Clarín" de Felipe González donde, con letras mayúsculas, habla de la Argentina y dice: "El problema es, como era - ¿desde hace cuántas décadas? - político. O mejor dicho Político con mayúsculas". Como diciendo: los problemas de la Argentina no son esencialmente económicos, son políticos.
Recordemos todo lo que había leído anteriormente. Y, sin embargo, estoy de acuerdo con Felipe González que el problema de la Argentina es político y no económico. Creo que acá, en esta mesa, lo hemos dicho muchas veces antes que Felipe González lo publicara en "Clarín".
Lo que pasa que aun siendo político hay una división efectiva de la comunidad, un campo que diría prepolítico, como lo titula Annah Arendt, quien dice que no hay política, es decir, que no hay posibilidades de relación de iguales, si no hay previamente un campo prepolítico que es justamente lo comunitario.
Nosotros tenemos en la Argentina una gran incomprensión sobre lo que pasó en la década del 90. Es una incomprensión que es una especie de deformación ideológico programática periodística, en los términos de lo que nos ocurrió en los años 90. Es decir, hacia fin de 1989 termina un Estado con la hiperinflación, termina una forma de ejercer el poder clandestina y se reconstruye una nueva. Pero esa reconstrucción se reconstruye primero con el poder, porque el poder va creando lo real de la Argentina nueva. Y, segundo, a partir de allí se construye un liderazgo de ese poder el cual produce un fenómeno político concreto. Es decir, hay acontecimientos políticos, hay muchísimos comentarios, críticas y aplausos pero lo que fundamentalmente hay son acontecimientos políticos.
Cuando el liderazgo fue, primero, combatido y, luego, destruido apareció esta Argentina actual que oscila entre la poca gobernabilidad y la ingobernabilidad. Pero me parece que la Alianza no tuvo en claro esta cuestión, y gran parte del peronismo tampoco. No tuvo en claro la comprensión que exigía la década anterior. Porque la Alianza no lo tuvo en claro: la Alianza hablaba de cambiar todo lo que había hecho Menem y, a su vez, decía que había que mantener la convertibilidad, es decir, el uno a uno. Algo le fallaba allí. En su expresión, en la comprensión que ellos tenían del pasado, algo fallaba. Algo muy importante fallaba. De manera que todos los problemas que ahora estamos viendo son comprensibles a partir de una clase dirigente que dirige un proceso con una incomprensión muy profunda sobre el camino que está construyendo. Como consecuencia de estos hechos, la Argentina actual se debate entre profundizar y consolidar el proyecto del 90 o destruirlo y cambiarlo. Esto es casi inconsciente en las fuerzas políticas y es parte de la cultura programática periodística. Es decir, hay sectores que no sabiendo están a favor de profundizar y de completar este proyecto. Y hay otros que están en contra. Algo que me parece muy interesante como elemento significativo porque también el tema del Estado y de la reconstrucción del Estado es un tema crucial de lo que está en juego en la Argentina en estos momentos. Pero me parece un tanto importante que en medio de la debilidad de la convertibilidad esta polarización entre dolarizadores y devaluadores que hay en el fondo de la discusión argentina, nos muestra este problema que es prepolítico.
¿Cuál es la gran dificultad que tenemos de reunirnos los políticos, inclusive con la iniciativa del gobierno convocándolos, en políticas de Estado que sean más o menos previsibles y que respondan a la dificilísima coyuntura actual que exige sacrificio? La dificultad es que existen casi subterráneamente proyectos e intereses ligados a esos proyectos que no terminan de explicitarse en la Argentina y que actúan socavando la tierra como los topos. Esto revela la complejidad de la Argentina, por eso lo que dice Felipe González. Yo insisto en que hay una incomprensión con relación a lo que pasa en la Argentina.
La situación de la Argentina si uno toma el Fondo Monetario Internacional y los Estados Unidos, por ejemplo, el FMI aparece como a favor de que haya una flotación cambiaria. La flotación cambiaria de hecho es una devaluación, mientras que Estados Unidos aparece defendiendo la dolarización o, por lo menos, la posibilidad de que la Argentina conserve su valor monetario. Esto está revelando que en este mundo que se está preformando, los Estados Unidos comienzan a advertir - esto no fue tan claro en la época de Clinton, pero empieza a ser mucho más claro ahora - que en realidad vamos a un mundo donde van a quedar muy pocas monedas. Europa sería el mundo del euro, posiblemente, y Estados Unidos advierte que América Latina va a ser el mundo del dólar. Entonces, empieza a apoyar esta iniciativa.
Brasil, que es muy rápido, se preocupa porque, como consecuencia de las medidas adoptadas, dice que se está fortaleciendo la línea de la dolarización. Y ellos dicen que coloca a la Argentina en ventaja en su relación con el NAFTA. Ese es un comentario que revela que Brasil comprende que atrás de las disyuntivas que existen en la Argentina son disyuntivas de destino, de gran política. Con lo que yo no estoy de acuerdo, y esto sí se ve notablemente entre nosotros y esto dificulta lo prepolítico, es decir, lo comunitario, es en ver a quienes quieren devaluar como monstruos, o viceversa, en ver a quienes quieren dolarizar como monstruos. Es decir, creo que los distintos jugadores del mundo del poder en la Argentina, con sus intereses y sus estrategias, no terminan de ser conscientes de que no hay una enemistad profunda entre ellos. Porque si hubiera una enemistad profunda entre ellos estaríamos ante una guerra civil. Posibilidad a la cual la Argentina, en varias épocas de su historia, ha desembocado, justamente, por no saber hacer cuidar las fuerzas comunitarias, las fuerzas prepolíticas, sobre las fuerzas programáticas.
Entonces, una política no se reúne, yo le explicaría a Felipe González, porque todavía no se siente acuciada por lo común, por la unión nacional, por la Patria, por la comunidad, por factores prepolíticos, que es como la existencia misma de la Argentina.
El artículo de González se pregunta si la Argentina es o ha dejado de ser. Al no cumplir este hecho, la política se vuelve programática, es decir, impolítica, paralizante, poco gobernable. El punto es recuperar el poder, el poder y la realidad. La capacidad de producir lo real aún en difíciles condiciones me parece que es el desafío fundamental de estos meses y, en estos meses, diría que es muy difícil dar una mirada sobre el 2002. Mi mirada, a duras penas llega a marzo del 2002, porque ahí termina el gasto de la deuda y ahí termina, si es que termina, la experiencia de la Argentina como ejemplo mundial para los países emergentes pensado por los Estados Unidos.
Me parece que hay cinco vallas fundamentales que sortear. Una es responder a la reacción visceral de las medidas financieras. Para mí es muy difícil saber como va a ir evolucionando la Argentina a partir de estas tramas financieras que dificultan nuestros movimientos de fondos y de salarios. También me interesaría saber si el FMI nos va a dar los 1.200 millones de dólares para evitar el default de la Argentina. Porque esto no está todavía decidido. Nosotros tendemos a creer que sí, pero se está peleando, esto está en plena pelea. Tercero es ver cómo termina de encararse la cuestión del presupuesto 2002. Ustedes saben que hay una tentativa de Cavallo de evitar que se discuta un nuevo presupuesto y tratar de llegar por lo menos a marzo con el viejo presupuesto, para poder tomar medidas. No se olviden que este gobierno tiene hasta marzo sus posibilidades de poder habilitadas por el Congreso. Cuarto, y fundamental, es saber cómo termina el canje de deuda con el exterior. Y quinto, con qué tramas, con qué urdimbre política se puede alcanzar una cierta gobernabilidad para pasar estas vallas.
Esto no es obligatorio. Puede darse lo contrario: que la débil gobernabilidad se deshaga y entonces comience una pugna por reemplazarla en uno u otro sentido del proyecto divisor de inspiración programática. De manera que, como corolario, les diría lo siguiente: concuerdo con Felipe González en el sentido que primero esta crisis no es económica sino que es política. Pero lo que quiero subrayar es que el problema es político pero también es comunitario. Esto es, prepolítico. Tenemos dominando el mundo político de la Argentina una cultura programática que se niega a ser política, es decir, a hacerse cargo de los acontecimientos. Chacho Álvarez, tanto que hablaba de lo simbólico, de ejemplificador, yo creo que Chacho Álvarez es un buen ejemplo de este no hacerse cargo de los acontecimientos, no poder hacerse cargo. Y lo mismo le pasa a montones de legisladores radicales y legisladores de la Alianza que no quieren hacerse cargo de su propio gobierno. Porque ese gobierno está produciendo acontecimientos en uno u otro sentido.
Este no poder hacerse cargo de la Argentina, de los acontecimientos que vive la Argentina y el mundo a comienzos del siglo XXI, es un problema esencial. Por eso yo, con relación al 2002, diría que tenemos hasta marzo cuatro vallas fundamentales y una quinta que es cómo van a ser las cosas políticas para enfrentarlas, para enfrentar en cada una de estas vallas el problema de la gobernabilidad. Creo que la responsabilidad del peronismo en esto es esencial. Yo ya no espero nada del gobierno de De la Rúa más que iniciativas de desesperación. Que cuando ya los acontecimientos lo han sobrepasado, sobre todo Cavallo, tome algunas medidas. De manera que la responsabilidad del peronismo es muy grande en la forma que el peronismo se ubique frente al 2002 y, sobre todo, se ubique frente a la política y se ubique frente a lo prepolítico, es decir, reconstruya o trate de reconstruir lo prepolítico. Es allí donde está la clave, para mí, de la Argentina.
Jorge Raventos:
Seré breve. El marco conceptual que nos presentó Jorge Bolívar permite una visión amplia de lo que tenemos por delante en el 2002, que puede resumirse como la necesidad de revertir el proceso de centrifugación de poder que se ha venido dando durante estos dos años y que ha llevado a la Argentina a la actual situación de ingobernabilidad.
La centrifugación del poder en gran medida se desata porque las transformaciones realizadas durante la década del 90 necesitaban continuidad y profundización y ese proceso quedó paralizado por la derrota electoral del peronismo en el año 1999. Y el gobierno que asumió a partir de esa derrota ingresó en un proceso contradictorio de abandono del rumbo de la década del 90. Esto, sumado a los conflictos internos de la Alianza, determinó que los mecanismos del poder de la Argentina se fueran disgregando y deteriorando y que nos encontremos ahora padeciendo los manotazos de ahogado de una administración que no tiene ideas ni instrumentos para afrontar una crisis de carácter básico.
Los manotazos de ahogado pocas veces evitan un final triste. Los ademanes desesperados en una caída vertiginosa evocan a esos dibujos animados en los que un personaje se aferra en el abismo a frágiles ramitas que fatalmente se quiebran. Las medidas adoptadas el último fin de semana pueden parecer, en algunos casos, como recursos ineludibles frente a una estampida bancaria, pero que generan, a su vez, nuevas consecuencias críticas para la sociedad argentina y no alcanzan para el proceso de reconstrucción del poder.
Porque lo cierto es que nada se erige sobre lo que no sostiene y es muy difícil reconstruir poder a partir de lo que se disuelve. Y lo que está en disolución (muy marcadamente desde la renuncia de Carlos Álvarez a la vicepresidencia) es la Alianza que ocupa el gobierno y que, paso a paso, ha dado pruebas de su incapacidad para la toma de decisiones que asuman el desafío de la crisis argentina.
El problema, pues, es político. Y este problema político, que no tiene solución desde el poder que se disuelve, sólo puede encontrarla desde el poder que quizás se está reconstruyendo a partir de la victoria peronista de los últimos comicios.
Digo "quizás" porque todavía ese proceso no está tan claro. Lo que está claro es que el peso de los acontecimientos ha cargado de responsabilidad al peronismo como única fuerza consolidada nacional desde la cual se puede replantear la reconstrucción del poder.
Pero el peronismo, a su vez, tiene para esto que resolver sus propios desafíos. Hace unos meses se podía imaginar un proceso de reconstrucción interna del peronismo que se desarrollara dentro de ciertos tiempos menos acuciantes que los actuales. El proceso de la legitimación de un liderazgo y de un debate interno que se dieran en plazos y tiempos suficientes, quizás hacia fines del año próximo; sin embargo, la velocidad de la crisis nacional le impone al peronismo la resolución paralela y simultánea de estos problemas y la tarea de ofrecer a la Argentina una vía para la reconstrucción de la gobernabilidad y del poder nacional y un paquete de soluciones para la crisis.
La resolución del liderazgo legítimo del peronismo no es algo que pueda surgir de un proceso de ensimismamiento, sino que tiene que desarrollarse al mismo tiempo que asume su responsabilidad ante la crisis. Frente a un gobierno encerrado en la impotencia, el peronismo debe reconstruir el poder nacional y procesar su propia reestructuración y la renovación de su liderazgo desde los espacios políticos e institucionales que ocupa.
Como señalaba Jorge hace un momento, la política es algo distinto de las ideologías. Es, fundamentalmente, la capacidad para afrontar los desafíos de la realidad y reconstruir el poder que una sociedad necesita para realizarse. En el peronismo existen todas las potencialidades para cumplir ese papel, pero el paso de la potencia al acto es un paso que el peronismo tiene que dar ahora, en estas nuevas condiciones, para demostrar que continúa siendo un instrumento indispensable de la sociedad argentina.
Perón decía: "Volveremos si tenemos razón y si no tenemos razón, mejor que no volvamos". El gran desafío del año 2002 para el peronismo es demostrar que tenemos razón.
Pascual Albanese:
Enumero como punto de partida, porque ya está dicho, tanto lo que acaba de exponer Jorge Raventos como lo que antes expuso Bolívar. Tal vez convendría comenzar por señalar que cada vez que en las últimas décadas en la Argentina se producen crisis políticas de envergadura hay una tentación generalizada a recurrir al eufemismo de los consensos y las concertaciones como un sucedáneo de las decisiones. Cosa que es absolutamente comprensible porque - efectivamente -, cuando esas situaciones llegan, habitualmente los gobiernos de turno no tienen ya poder suficiente como para tomar ninguna decisión y prefieren entonces preguntar genéricamente a los factores de poder y a los sectores políticos "¿a ustedes qué les parece?", para ver si de esa forma logran zafar, en términos de hoy, de una situación que generalmente empeora progresivamente.
Esto, que es casi una tradición política en la Argentina, obviamente, llevada a la década de la globalización y de la aceleración de los tiempos y a un gobierno del desgaste y del deterioro político como el actual, es muy probable que ha llegado en las últimas semanas al paroxismo como síntoma político. Hace unos días, uno de los más prestigiosos columnistas políticos de la Argentina, Joaquín Morales Solá, en la portada del diario "La Nación" se refería, por ejemplo, al hecho verdaderamente inédito de que el representante oficial de la ONU en la República Argentina había ofrecido, por así decirlo, sus buenos oficios para impulsar mecanismos de diálogo político en el país, visto la impresión que él tenía de los acontecimientos, en el sentido de que acá había como una cuestión de falta de costumbre o de tecnología del diálogo. Esto colocaba, teóricamente, a la Argentina en el segundo lugar del plano de la conflictividad mundial después de Afganistán, que es el único otro lugar en el cual actualmente las Naciones Unidas están desarrollando un papel de esas características. En realidad, esta particular iniciativa y el hecho que haya sido comentada y que haya sido publicada en la tapa de un diario importante, y que no haya habido demasiada repercusión negativa del hecho, da por supuesta una visión en función de la cual el gobierno argentino, desde esa perspectiva, pasaría a ser algo así como un incapaz del derecho civil que requeriría un curador internacional que asumiera su representación para poder, de esa manera, facilitar su diálogo con los sectores políticos y sociales del país. Cosa que, además, no es cierta, pero marca el punto en el cual estamos.
En ese contexto es que suceden las medidas de emergencia. Lo explicó acertadamente, a mi juicio, Jorge Bolívar. Hay un plazo teóricamente de 90 días, que termina en marzo, para lo que sería la etapa de emergencia iniciada el sábado pasado, con las decisiones anunciadas por el gobierno. Todo indica, y no es una cuestión de ser pájaro de mal agüero, que en este contexto económico y político de la Argentina y más allá inclusive del posible éxito del tramo externo de la reestructuración de la deuda, ese "día 91" no puede producirse en el sentido de que la liberación de la actividad financiera, en el medio de una crisis de confianza monumental como la que existía en la Argentina hasta el viernes pasado, incrementada desde el punto de vista de la opinión pública en lo que hace a la credibilidad del sistema financiero desde el momento en que se ha establecido esta suerte de congelamiento transitorio de los depósitos, haría que ese "día 91" fuera igualmente terrible que lo que hubiera sido el día de ayer, lunes, en el caso de haber podido retirar los fondos de los bancos en la República Argentina.
Porque no es posible superar esta etapa de emergencia, que está basada en una profunda crisis de desconfianza, encima incrementada en estos últimos días, si no se produce precisamente lo contrario, esto es, la recreación de la confianza colectiva. Y esto es una cuestión, acá se dijo varias veces, que es centralmente política, que hace, a su vez, a la cuestión de la reconstrucción del poder político en la Argentina. Y aquí sí habría que hablar de consenso y de concertación, para preguntarse qué estrategias políticas para el consenso y la concertación son las posibles en estas condiciones de la Argentina. Porque convocar a la concertación no es llamar por teléfono para preguntar "¿a usted que le parece?". Porque no es el consenso el que genera iniciativa, es la iniciativa política lo que puede generar el consenso. Por lo tanto, sólo iniciativa política, esto quiere decir liderazgo político, puede significar avance hacia el establecimiento de un consenso. Lo contrario de ello es la reproducción en el plano periodístico de esa suerte de Torre de Babel del mundo prepolítico, en los términos que expresaba Jorge Bolívar anteriormente, en el plano de la discusión pública.
En este contexto está claro que la única fuerza política que está en condiciones de generar iniciativa que tienda a construir un consenso político nuevo en el país es el peronismo y no el gobierno. Por encima de cualquier interpretación capciosa que se haya hecho de la decisión del bloque de senadores nacionales del Partido Justicialista de elegir al senador por Misiones, Ramón Puerta, como presidente provisional del Senado - que no tiene nada que ver con esa calificación de "golpe institucional" con que le sacudió el comunicado del Comité Nacional de la Unión Cívica Radical - por encima, por lo tanto, de cualquier interpretación capciosa que se pueda hacer de esa decisión política, cabría decir que esa decisión es la primera expresión pública y concreta, después de las elecciones del 14 de octubre, de la voluntad política del peronismo de asumir un protagonismo y una responsabilidad frente a la crisis, de no refugiarse en la condición de oposición parlamentaria sino, precisamente, de asumir su condición de actor protagónico de la superación de la crisis política argentina.
Esto significa que está nuevamente en el peronismo la única capacidad de iniciativa posible para imaginar ya no la Argentina del 2003 sino del 2002. Junto a esto hay que tener en cuenta un segundo punto, casi igualmente tan importante, y es que la reconstrucción de un poder político nacional, que solamente puede ser hoy por hoy obra de la iniciativa política del peronismo, en la situación de crisis terminal en la cual se encuentra el país después de dos años del gobierno de la Alianza, sólo puede alcanzar la masa crítica suficiente para afrontar y superar la crisis del país en tanto y en cuanto esté acompañada por una negociación y un acuerdo político de carácter estratégico entre la Argentina y el gobierno republicano de George Bush.
Desde ese punto de vista, no solamente es importante desde la óptica de la representatividad formal la dilucidación de la disputa por el liderazgo político del peronismo, sino que es absolutamente fundamental tener en cuenta cuál es la definición política que es necesario extraer de esta situación. Porque en estas condiciones de la Argentina, y está claramente expresado no solamente por los actores políticos sino por los empresarios, inclusive por el propio gobierno norteamericano, que no deja de buscar un canal de interlocución político con un poder político inexistente, que hay efectivamente una seria posibilidad de avanzar para remontar la crisis del país.
Mao Tsé Tung, en la época de la "larga marcha", había establecido como consigna de la estrategia política del Partido Comunista Chino la de "rodear desde el campo las ciudades hasta, por fin, tomarlas". En esta situación de crisis de gobernabilidad del país, de agotamiento político de las posibilidades del actual gobierno, de traslado de responsabilidad política al peronismo como resultado de la voluntad popular expresado en las urnas el domingo 14 de octubre pasado, cabría decir, de alguna forma parafraseando a Mao, que la única forma de construir un consenso político de nuevas características en la Argentina es construir un consenso desde afuera del gobierno hacia adentro, tratando de incluir dentro de ese consenso después al gobierno. Esta difícil, compleja, operación política, que por supuesto demandará gran esfuerzo, es la responsabilidad principal que tiene que afrontar el peronismo en la Argentina desde hoy y que, seguramente, deberá asumir en los próximos meses.
Jorge Castro:
La situación argentina actual se manifiesta a través de tres procesos distintos, de sentidos diversos y ritmos diferenciados. Por un lado, el proceso que surge de la situación internacional, donde la imposibilidad de la Argentina de afrontar el pago de su deuda pública como consecuencia de cuarenta meses continuados de recesión que hunden sistemáticamente los ingresos tributarios del Estado y, por lo tanto, imposibilita cumplir con sus obligaciones de deuda pública, al punto que el mes de noviembre es el cuarto mes consecutivo donde la caída mensual de la recaudación supera los dos dígitos. Esta situación se produce en un momento en que se afirma internacionalmente el respaldo decisivo del gobierno norteamericano.
Es fundamental este camino que ha iniciado la Argentina de avanzar en un terreno inexplorado hasta ahora, que es el de intentar reestructurar la deuda pública de un país sin que previamente se declare en formal incumplimiento de sus obligaciones o default, porque hasta ahora todos los casos de reestructuración de deuda que ha habido en el mundo entre los países emergentes han sido subproducto del default previo. Lo asombroso es que este camino que inicia la Argentina, que se asemeja a los viajes del Capitán Cook a los mares de Australia cuando recorría un nuevo mundo sin tener las cartas que lo orientaran, coincide y se respalda en una de las mayores innovaciones estratégicas de la historia mundial de los últimos años que surge de los Estados Unidos. Porque la doctrina que presenta el Secretario del Tesoro norteamericano Paul O'Neill, ratificada y ampliada por la figura que ocupa el número dos del FMI Krueger, que ha sido colocada en ese lugar por los republicanos en sustitución de Stanley Fischer, es nada menos que la política establecida por el gobierno republicano de los Estados Unidos para intentar regular los mercados financieros internacionales.
Hasta ahora, el desafío del proceso de globalización de la economía mundial de los últimos veinte años era la evidencia de que la revolución tecnológica del procesamiento de la información, que permite tomar decisiones estratégicas en tiempo real a escala mundial, tornaba imposible controlar los mercados financieros internacionales. No lo hacía ningún banco central, ni grupo de bancos centrales, ni tampoco la Reserva Federal. Sólo los mercados, autoinducidos por su lógica espontánea pero asombrosamente autorregulada, eran capaces de establecer mecanismos de control en un sistema financiero internacional ajeno en absoluto a la regulación de los Estados. Este gran desafío de la globalización financiera tornaba a los sistemas políticos de carácter territorial, y de tipo estatal, que es lo esencial que todavía se mantiene del poder político en el mundo, relativamente irrelevantes, y en algunos casos totalmente irrelevantes, frente a la globalización financiera desregulada y no controlada por ningún sistema de poder político ni nacional ni mundial.
De pronto, en este año, ha surgido de los Estados Unidos y de la administración republicana el primer intento sistemático y deliberado para establecer un mecanismo de regulación de estos mercados financieros internacionales que han escapado al control de los Estados como resultado fundamental de la revolución tecnológica del procesamiento de la información. Lo que ha planteado el Secretario del Tesoro Paul O'Neill, y es la política puesta en marcha por el gobierno de los Estados Unidos, es de extrema importancia y una novedad histórica. Consiste en la siguiente afirmación: las crisis sucesivas de carácter crónico y recurrente de los países emergentes en su vinculación con el sistema financiero internacional, absolutamente desregulado, propio de la globalización, deben encontrar una salida con la participación activa, voluntaria y cooperativa de los acreedores, sobre la premisa de que no hay capitalismo sin riesgo que ofrezca ningún tipo de legitimidad.
En definitiva, lo que aparece en la visión de la administración republicana es que estas crisis periódicas que se producen en la relación entre los países emergentes y el sistema financiero internacional no constituyen una serie de episodios sin vinculación ni conexidad, sino que, en realidad, constituyen una sola crisis que se manifiesta cada año y medio, dos años, en la relación en conjunto del sistema financiero internacional absolutamente desregulado con el conjunto de los países emergentes. Por eso, lo que dice la administración republicana es que, para encontrar una respuesta a esta crisis periódica de carácter crónico del mundo emergente y del sistema financiero internacional, hay que lograr que se involucren en su resolución también los acreedores. Lo que significa que los organismos financieros internacionales de crédito, básicamente el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo no pueden cumplir el papel, supuestamente regulador, que han cumplido frente a cada una de estas crisis hasta llegar al caso argentino. Y que consistió en utilizar fondos públicos provenientes de todos los países integrantes del FMI, primordialmente de los Estados Unidos y de Europa, para garantizar a los acreedores el pago pleno de sus créditos cuando los países emergentes en crisis no se encuentran en condiciones de satisfacerlos. Esto es el resultado del nuevo consenso que ha surgido en los Estados Unidos después que el presidente Bill Clinton, del Partido Demócrata, utilizando con un criterio amplio en lo que se refiere a su interpretación constitucional los fondos de retiros de los empleados públicos norteamericanos, le otorgó a México una garantía de 50.000 millones de dólares, que garantizó el cobro completo de sus créditos por el sistema financiero internacional.
Lo que ocurre con la administración republicana, esto es, la expresión de hiper capitalismo estadounidense, es que ha decidido impulsar una política de regulación del sistema financiero internacional, que evite la repetición crónica de las crisis de los países emergentes en su relación con el sistema financiero internacional, cada una de las cuales se ha transformado, a su vez, en ocasión de un shock financiero internacional, que ha tenido características cada vez más sistémicas hasta lograr, nada menos, que la moratoria unilateral desatada por Rusia en agosto de 1998 afectara el funcionamiento de la totalidad del sistema financiero mundial, obligando incluso a la caída de las Bolsas en los Estados Unidos y en la Unión Europea.
Lo que aparece acá es una política destinada a regular el funcionamiento del sistema financiero internacional, absolutamente desregulado, surgido de la revolución tecnológica, obligando, persuadiendo, incentivando, en los términos de Ann Krueger. Esto es, estableciendo una estructura de incentivos que hace que los acreedores del sistema financiero internacional que han prestado a los países emergentes en crisis asuman parte de las pérdidas que implica la resolución de una crisis de la deuda de un país emergente.
Dicho de otra manera, esto es lo que convierte al caso argentino en algo que va mucho más allá de la Argentina o, en términos de Allan Meltzer retomados por nuestro ministro de Economía Domingo Cavallo, transforma a la Argentina en un "conejillo de indias". Porque la decisión de intervenir del gobierno republicano respecto del caso argentino se produce en el mes de agosto, esa primera quincena de agosto donde el sistema financiero argentino se encontró al borde del colapso. La primera vez. La segunda fue el viernes de la semana pasada. Esto llevó a una intervención directa de la administración republicana que torció el brazo del FMI, consecuencia directa de la visita del Subsecretario del Tesoro norteamericano John Taylor a la Argentina en la que escuchó a todos, no dijo nada, pero sacó una sola conclusión. Y esto es que la opción de la devaluación en la Argentina no es una opción de política económica sino una catástrofe institucional. Precisamente por eso es que el otro camino que quedaba era el de la profundización de la vinculación de la Argentina con el mundo iniciada en la década del 90. De esta constatación del gobierno republicano surgió el aporte de 8.000 millones de dólares que recibiría la Argentina, al que la número dos del FMI calificó, la semana pasada, como un acto de desesperación ante el colapso argentino inminente. Cinco mil millones sirvieron para completar reservas y los otros tres mil fueron creados por iniciativa del secretario del Tesoro Paul O'Neill, en contra de la voluntad y de la opinión del equipo económico argentino, como la base de un fondo para reestructurar la deuda pública argentina. Se agregó, además, a esta iniciativa, que fue 100 % norteamericana, en la que el gobierno argentino y su equipo económico tuvo que tomar lo que le daban, un tercer componente que era el inicio de negociaciones comerciales con los Estados Unidos en el marco de la relación del MerCoSur, de la fórmula del "cuatro más uno", para crear una economía sustentable argentina en el largo plazo, a través de un aumento significativo de sus exportaciones, lo que sólo puede ocurrir, en la visión de la administración republicana, con la integración comercial con los Estados Unidos.
En definitiva, la Argentina en materia de reestructuración de su deuda pública, sin previa declaración de default, se basa y se asienta en el cambio estratégico más importante en materia de establecer criterios de gobernabilidad, por lo tanto, esencialmente de tipo político e institucional, respecto a los mercados financieros internacionales que en los últimos veinte años resultaron absolutamente incontrolables.
Ahora: ¿Cuál es lo que muestra el segundo proceso que enfrenta la Argentina en este momento? En el primero, en el internacional, se basa en el fortalecimiento de la posición norteamericana, en una innovación estratégica que es la más importante que ha ocurrido en relación a la globalización financiera en los últimos veinte años, continuada con la posición que ha tomado la semana pasada Ann Krueger, colocada por la administración republicana como número dos del Fondo Monetario Internacional en lugar de Stanley Fischer, que la semana pasada ha planteado la necesidad de desarrollar un sistema de convocatoria de acreedores que, tomando al pie de la letra el Capítulo 11 de la Ley de Bancarrota norteamericana se aplique no a las empresas individuales, sino a los países fallidos. Agrega Anne Krueger en este planteo que realizó el miércoles de la semana pasada, en la convención de la Asociación Norteamericana de Economistas que tuvo lugar en Chicago, que este régimen de convocatoria de acreedores para países fallidos debe involucrar y significar necesariamente no sólo la reducción de las tasas de interés que cobrar los acreedores del sistema financiero internacional, sino también una disminución correlativa del capital que han prestado. Agrega, siguiendo la doctrina O'Neill, que aquellos que han prestado a países emergentes, débiles desde el punto de vista de la gobernabilidad, deben también participar con pérdidas equivalentes a las que han ganado en la reformulación de la deuda pública de esos países.
Esta innovación histórica fundamental, que es la iniciativa básica del gobierno republicano este año, se produce en un contexto donde los ataques terroristas del 11 de septiembre han colocado a los Estados Unidos, en su condición de país eje del sistema internacional, en la necesidad de enfrentar al enemigo, quien los ha desafiado el 11 de septiembre, desarrollando aquello que la globalización de los últimos veinte años no ha hecho. Esto es, desarrollando los aspectos políticos e institucionales propios de una sociedad mundial que permita, precisamente por su carácter institucional y político, que los sectores marginados o excluidos del proceso de globalización de los últimos veinte años tengan los caminos institucionales para participar del mismo.
El 11 de septiembre no es otra cosa que la emergencia de un sistema de seguridad global que considera al terrorismo transnacional enemigo inmediato de la comunidad internacional sin necesidad de que actúen en su combate la mediación de los sistemas de seguridad nacionales. En definitiva, después del 11 de septiembre, en materia de seguridad global la innovación fundamental que ha surgido es la consideración del terrorismo transnacional - como ocurrió con la piratería o el tráfico de esclavos en los siglos XVII, XVIII y XIX - enemigos inmediatos de la comunidad internacional, sin necesidad de la mediación de los estados territoriales que componían, en ese momento, esa comunidad.
¿Cuál es la situación desde el punto de vista interno de la Argentina? La ironía de la situación es la siguiente: en el mismo momento y en el mismo día que el gobierno argentino anuncia que ha logrado la reestructuración voluntaria de 50.000 millones de dólares de su deuda pública, en el mismo momento la conclusión que saca el sistema financiero internacional, cuando el 60 % de lo que le ha prestado a la Argentina ha sido reestructurado, es que el otro 40 % entonces sí va entrar en default. La corrida fenomenal del día viernes, que es la corrida más importante de la historia argentina en un solo día, ocurre en el mismo momento en que se anuncia que el 60 % de la deuda pública argentina ha sido reestructurada voluntariamente. ¿Por qué 60 %? Porque la deuda pública argentina nacional son 132 mil millones de dólares. Pero de esos 132 mil millones de dólares hay 35.000 que son préstamos de los organismos financieros internacionales. Dicho de otra manera, la deuda pública argentina nacional son poco más de 90.000 millones de dólares, de los cuales 50.000 se reestructuraron voluntariamente la semana pasada. Y, mientras queda por reestructurar sólo el 40 %, la convicción del mundo fue que, entonces sí, la Argentina se muestra incapaz de responder por sus obligaciones de deuda pública. Y, por eso, crece la percepción de riesgo sobre el país.
Ahora, ¿por qué esta percepción? Porque el segundo proceso que hay en la Argentina, el primero es el internacional, el segundo, el estrictamente político nacional, mientras el internacional va hacia arriba aceleradamente con un criterio cada vez más firme, que ofrece un parámetro histórico de nuevo tipo para la Argentina y para el resto de los países emergentes en situaciones críticas en materia de deuda pública, el poder político en la Argentina se hunde cada vez más aceleradamente y, por lo tanto, se profundiza la crisis de confianza, que es el resultado directo de la incapacidad de mantener un mínimo de gobernabilidad. La descomposición del poder político argentino es el resultado de la desarticulación del sistema de la Alianza, como lo manifiesta el hecho asombroso de que en las últimas elecciones legislativas el gobierno nacional, que triunfó por más del 50 % en las elecciones de octubre de 1999, no tuvo ningún candidato que representara ni sus intereses ni sus posiciones. Y, mucho menos, los tuvo entre aquellos que integran la coalición oficialista. Por eso es que la descomposición del sistema de la Alianza, entre los cuales al socio menor de esa Alianza, que comenzó teniendo veintinueve diputados, le quedan ocho, y los ocho que tiene son, al mismo tiempo, los principales críticos de su gobierno. Con esta característica cultural que llama la atención, incluso con una cierta fascinación, de la incapacidad estructural que tiene esta cultura que representa la Alianza denominada gobernante por hacerse cargo con sentido de responsabilidad del propio poder político que han creado.
Pero si éste es el segundo proceso que caracteriza a la Argentina, el de la descomposición acelerada del poder político gobernante, que aumenta la incertidumbre porque profundiza la crisis de confianza y, por lo tanto, la sensación de que en la Argentina no hay poder y cada vez hay menos poder para hacerse cargo de los compromisos del país, aparece un tercer proceso que es el hecho que los resultados electorales del 14 de octubre, por el aspecto físico de la política, han colocado nuevamente al peronismo como la única opción que el país tiene en términos de ejercer el poder político nacional. Pero lo que aparece es que, en realidad, el peronismo en vez de ser una respuesta a la descomposición del poder político en la Argentina, mantiene su situación de horizontalización y, por lo tanto, si bien la lógica de las cosas lo empuja al poder, todavía no es un actor político unificado alrededor de una visión y alrededor de un liderazgo. La consecuencia es que, en términos estratégicos, la fórmula de la descomposición del poder político en la Argentina tiene un componente cada vez menor, que es la desarticulación, desintegración del sistema de la Alianza, y un componente cada vez mayor, que es la tardanza del peronismo en resolver sus propias contradicciones, pasando de la etapa de la lógica de las cosas y de la física del poder, a convertirse en un actor unificado alrededor de una visión del mundo y de la Argentina de los próximos diez y quince años y, también, alrededor de un liderazgo.
Por eso, en definitiva, el núcleo de la crisis política argentina, a partir del 14 de octubre, no está más en la descomposición acelerada del sistema de la Alianza que se revela en el gobierno nacional sino que cada vez más, en términos estratégicos, el núcleo de la crisis argentina es la tardanza del peronismo en resolver sus contradicciones.
El punto que interesa señalar es algo que subrayó Bolívar en su exposición inicial, en el sentido de que si para la Alianza lo que llevó hacia su disolución fue su incapacidad de comprender que las transformaciones estructurales de la década del 90 tenían un carácter tan irreversible que establecían un nuevo piso histórico, a partir del cual se podía hacer política efectiva y fuera del cual no había más que ingobernabilidad, lo que es cierto para la Alianza también es cierto para el peronismo. La situación de horizontalización del peronismo puede formularse de la siguiente manera: Todavía el peronismo no termina de saber si en la década del 90 realizó una de las más grandes hazañas de toda su historia o si, por el contrario, lo único que hizo fue responder a las necesidades en su sentido más brutal y se dejó llevar por ideologías ajenas. Mientras esto no se sepa, el peronismo no va a poder ser ya no el discurso de la lógica de las cosas y de la física del poder que surge del 14 de octubre sino lo que el país necesita, esto es, un actor unificado alrededor de una visión estratégica de largo plazo sobre la Argentina y el mundo y un liderazgo capaz de ejecutarla en los hechos. |
Agenda Estratégica , 04/12/2001 |
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