Trás la elección del Cardenal Joseph Ratzinger como el Papa Benedicto XVI

El nuevo Papado en la sociedad global.

 


La etapa mundial que se avecina estará signada por la discusión de valores, que están en crisis en una sociedad sacudida por la innovación tecnológica, el crecimiento de China, y la supremacía de los Estados Unidos. El legado de Juan Pablo II.Juan Pablo II fue un hombre de su época que la trascendió.
*Por Jorge Castro Por eso, su desaparición plantea a la Iglesia un enorme desafío que es el contenido mismo, religioso e histórico, del nuevo papado. De hecho el largo pontificado de Juan Pablo II transitó dos etapas históricas absolutamente diferenciadas. La primera transcurrió entre su asunción en octubre de 1978 y la autodisolución de la Unión Soviética, en diciembre de 1991. Coincidió con la fase decisiva de la lucha contra el comunismo, en cuya derrota histórica desempeñó un papel crucial. La segunda, tanto o más importante que la primera, comienza con la posguerra fría, con su secuela de globalización económica y predominio mundial de los Estados Unidos. Esa etapa, todavía inconclusa, se proyecta hasta hoy.

En esta segunda etapa de su pontificado, el núcleo del pensamiento y la obra de Juan Pablo II fue un esfuerzo sistemático de diálogo crítico con el mundo de hoy, signado por el avance avasallador de la técnica y el peso creciente y generalizado de la secularización. El contexto de esta búsqueda es la crisis de la modernidad y el surgimiento de una nueva era histórica posmoderna, caracterizada por una extraordinaria revolución tecnológica y una crisis de valores en gran escala, que se despliega de manera aplastante con un nihilismo sin fin.

El mensaje de Juan Pablo II fue un mensaje de esperanza, de anticipación, de espera y de búsqueda de la promesa. Romano Guardini ya advirtió que “no hay esperanza sin cruz”, esto es sin crisis y sin conciencia de la crisis, sin una honda y profunda transformación. Por eso es que la esperanza como categoría fundamental casi nada tiene que ver con el optimismo.

El mundo de hoy asiste a una extraordinaria paradoja digna de Gilbert Chesterton: unos logros excepcionales en los planos económicos y tecnológicos del dominio de la naturaleza y, al mismo tiempo, una sensación de incertidumbre, de angustia y de vacío sobre el sentido de la vida y de las cosas, como nunca antes se ha visto en toda la historia del planeta.

Los conceptos fundamentales del pensamiento de Juan Pablo II fueron tres: pueblo, cultura y religiosidad popular. El núcleo de ese pensamiento fue formulado por Lucio Gera, cuando dijo: "El pueblo ante todo es una perspectiva histórico-cultural, es el sujeto de la historia, es una memoria, es una conciencia, es un proyecto histórico y al mismo tiempo es una cultura común".

Pero en esta totalidad orgánica, que es el pueblo, la dimensión más profunda es la religiosidad, porque es aquella dimensión de esa totalidad orgánica, que es la vida, que responde a la pregunta sobre el sentido de la vida y de la muerte.

En este contexto es que aparece un segundo aspecto del pensamiento de Juan Pablo II, que es la referencia de la cultura como identidad. Dicho de otra manera, no hay culturas indistintas, todas son intransferibles. Cuando se habla de una cultura, se habla de la identidad de un pueblo, lo que significa que es hondamente diferenciada, donde una de sus dimensiones, la más importante, es la religiosa.

Entonces surge un conflicto de fondo, quizás uno de las principales del siglo XXI, que Juan Pablo II planteó en su histórico viaje a Cuba en 1998. Es la discusión entre esta concepción popular, que concibe a la religiosidad y a la religión como la dimensión más profunda de la vida de los pueblos, y que se enfrenta con otra visión, que también comprende el significado de lo político como manifestación de la cultura, pero que cree que la cultura es un fenómeno ajeno o externo al desarrollo de los pueblos.

La primera de estas dos concepciones, claramente expresada por Juan Pablo II, no sólo respeta sino que aprende de la religiosidad popular. En cambio, la otra, que tiene una enorme fuerza tanto en Europa como en los Estados Unidos o en la Argentina, y que podríamos definir como la concepción "gramsciana", de raíz iluminista-jacobina, no respeta la religiosidad popular y no advierte que la dimensión más profunda de esta vida en movimiento, que son los pueblos, definidos como identidad, es precisamente la dimensión religiosa.

Por todo ello, el mensaje de Juan Pablo II abre el camino para que en este siglo XXI se avance en el redescubrimiento del sentido de la cultura y de la política. Este desafío no puede desentenderse del nuevo contexto mundial, signado por el predominio tecnológico, económico y militar de los Estados Unidos y por la irrupción del Asia Pacífico, en particular de China, como un actor internacional de primer orden.

Desde esa perspectiva, cabe precisar que, en términos de mediano y largo plazo, las dos grandes prioridades estratégicas para la Iglesia Católica en materia de evangelización tienden a trasladarse hacia Estados Unidos, sede principal de la nueva civilización tecnológica e impulso fundamental de la secularización, y China, un país que, con 1.300 millones de habitantes, alberga al 22% de la población mundial y experimenta hoy un cambio histórico de vastísimas consecuencias.

Todo esto ocurre en un momento en que, tal como se revelara recientemente en las elecciones presidenciales norteamericanas y en las discusiones suscitadas en España y en la Argentina alrededor de temas como el aborto o las uniones homosexuales, la problemática de los valores comienza ganar un lugar cada vez más preponderante en la agenda política mundial.

Esa creciente importancia del debate sobre los valores constituye una tendencia que habrá de acentuarse inexorablemente. Lo que verdaderamente está en juego en esta primera mitad del siglo XXI es cuál será el sistema de valores que habrá de signar a esta nueva sociedad mundial que se extiende a ritmo acelerado por todo el planeta. Aquí el legado de Juan Pablo II jugará un papel crucial, ejercido por el nuevo papado.

*Presidente del Instituto de Planeamiento Estratégico.

Artículo publicado en El Cronista el martes 19 de abril de 2005
Jorge Castro , 19/04/2005

 

 

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