Amistades peligrosas.

 


En la reciente votación de Naciones Unidas disminuyeron notablemente los apoyos al régimen cubano: 17 a favor, 21 en contra y 15 abstenciones. Pero los votos perdidos por Cuba no pasaron automáticamente a sufragar por la propuesta norteamericana: recalaron en la columna de abstenciones, como lo hizo Argentina.
Signo del progresivo hartazgo del mundo por la evidente politización del tema. Imposibilitado de ocultar por más tiempo sus reiteradas violaciones, el gobierno de la isla ya solo puede apelar a las solidaridades ideológicas. Y solo la insistencia de Washington por mantener paralelamente un embargo masivamente rechazado por el resto del mundo le impide obtener un margen mucho mayor de respaldo a su propuesta. Muchos votos contrarios y en abstención gratifican a alguna opinión pública como una forma de irritar a Washington. Aún así, seguramente deben existir muchas formas de practicar el antiimperialismo sin necesidad de sacrificar los derechos humanos del pueblo cubano.

Con la abstención, Argentina tornó a votar sin beneficio para sus intereses nacionales. Hay solo tres maneras de tomar una decisión como ésta de Cuba. Desde el idealismo, desde el realismo o desde el pragmatismo. Desde el idealismo, nada más elevado que hacer respetar los derechos humanos, no importa quién gobierne. Desde el realismo, nada más conveniente que acompañar el consenso generalizado de las sociedades más democráticas del mundo. Y desde el pragmatismo, nada peor que exhibir un doble estándar, dentro que afuera, con dictadores amigos o no tanto. El único voto que resultó a la vez idealista, realista y pragmático es el que la Argentina abandonó: exigir, simplemente, que se respeten los derechos humanos.

Una sociedad que ha sufrido tanto por los derechos humanos debe poner especial atención a cómo vota para protegerlos en cualquier parte del mundo, por más amigo de nuestro gobierno que el régimen afectado resulte. A quienes padecieron personalmente por este tema en la Argentina debe resultarles incomprensible leer en los diarios que el argumento esgrimido por nuestra Cancillería –“no entrometernos en asuntos internos de otro Estado”- es el mismo de la propia Cuba y todo el bloque socialista cuando se abstuvieron de condenar a Pinochet y Videla, en los tiempos en que los derechos humanos que se violentaban eran los nuestros.

Por otra parte, un país que deriva cada día más hacia una ya alarmante marginación internacional, necesita imperiosamente vincularse con los países más ejemplares del mundo, y el listado de quienes acaban de votar en contra o igual que nosotros está muy lejos de constituir la vanguardia de las sociedades que se destaquen por la calidad de su vida institucional y el desarrollo de su democracia. ¿Es allí donde queremos estar?

Hay un aspecto poco mencionado en torno a este voto argentino: la importancia de los derechos humanos en la refundación de nuestra vida democrática. En efecto, en 1983 dimos inicio al período más largo y de mayor calidad de vigencia constitucional que la Argentina ha disfrutado en toda su existencia. Eso solo pudo conseguirse porque todos los argentinos nos comprometimos a mantener a la democracia por encima de cualquier especulación política. Los derechos humanos devinieron, así, en mucho más que un tema ajeno para discutir una vez por año al votar en Naciones Unidas: forma parte inseparable de los fundamentos mismos de nuestra vida en comunidad. El respeto por la democracia y los derechos humanos constituye hoy la principal, si no la única, política de estado que todavía mantenemos los argentinos.

De allí la preocupación que suscita el hecho de que el gobierno supedite nuestro voto a la simpatía ideológica, rebajando el principio de los derechos humanos a una materia ya no más exenta de una especulación política que los degrada. Cualquiera puede consultar la página de Latinobarómetro que informa de un alarmante crecimiento del porcentaje (ya más del 40%) de latinoamericanos que renunciaría ala democracia a cambio de prosperidad económica. Todos sabemos que se trata de un espejismo, de un pacto con el diablo, de un retorno seguro a las dictaduras. Por eso debemos cuidar a nuestra democracia. Porque quienes manipulan los principios en nombre de afinidades ideológicas de sus gobernantes de turno, en realidad serruchan la rama en la que están sentados.

Es solo en ese clima que algunas manifestaciones totalitarias puedan tomar estado público sin que la sociedad en su conjunto y el propio gobierno que nos representa reaccionen condenando sus expresiones y tomando distancia de sus responsables.

Apenas días atrás, luego de su enésima reivindicación del régimen de Castro, Hebe de Bonafini aseveró que “esta democracia representativa no sirve”, que no cree en los jueces, y que si se toma en cuenta el pensamiento de Blumberg “se van a dar cuenta de por qué le mataron al hijo.” Tales manifestaciones no debieran sino preocuparnos: equivalen al “algo habrán hecho” que caracterizó a la vergonzosa aceptación de crímenes aberrantes que tanto padecimos –entre ellos la familia Bonafini- y corresponden a la esencia misma del pensamiento fascista: la muerte del “otro” se justifica porque opina distinto que yo.

Cabe preguntarse si este voto sobre Cuba y la frecuentación oficial de la señora de Bonafini aportan o perjudican al compromiso argentino en la defensa de la democracia y los derechos humanos.
Andrés Cisneros , 18/04/2005

 

 

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