¿Se aproxima, al fin, la ruptura entre el oficialismo conducido desde la Casa Rosada y el justicialismo bonaerense conducido por Eduardo Duhalde?
Durante la última semana, algunos analistas parecieron descubrir perplejos que ambos actores podían incendiarse jugando con ese fuego. En rigor, la situación tiene poca de novedosa.
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Néstor Kirchner, previsiblemente, procura despegarse del abrazo del oso de quien le alfombró el camino a la presidencia. Cumple –la haya leído o no- con la advertencia de Goethe: "Lo que te ha sido dado, conquístalo para poseerlo". El Presidente, que llegó al cargo con menguado capital político propio merced a un préstamo de Duhalde, se siente ahora en condiciones de desendeudarse.
En teoría, podría hacerlo confrontando en el seno del peronismo bonaerense, impulsando a su esposa a competir en internas con Chiche Duhalde por la candidatura a primer senador nacional en la boleta del PJ. Pero ha optado por no hacerlo. Ni él ni la primera dama se sienten cómodos apelando a la base profunda del peronismo. En todo caso, prefieren sumar lo que puedan rasguñar allí a los sectores del electorado pequeñoburgués no peronista (e inclusive antiperonista) que nutre las cifras de sus encuestas. Si bien se mira, la construcción del kirchnerismo en la provincia de Buenos Aires tiende en lo esencial a concretar un sueño incumplido de Chacho Alvarez y Graciela Fernández Meijide: construir una Alianza "con pata peronista". Ese es el proyecto que tomó el nombre de "transversalidad".
A menos que la proximidad del abismo haga retroceder a ambos contendientes –Duhalde y Kirchner- y los convenza de intentar alguna improbable solución negociada sin vencedores ni vencidos, es difícil que el nombre de Cristina K. aparezca en la boleta del Partido Justicialista. Lo esperable es que su candidatura sea establecida, sin elección interna, a través del sello con el que compitió Kirchner en abril de 2003: Frente para la Victoria.
Felipe Solá aspira a inscribir en esa boleta la mayoría de las candidaturas a cargos provinciales. El gobernador le ha provocado al duhaldismo una herida importante, conquistando apoyos en intendencias y secciones electorales, donde hay muchos peronistas sofocados por el peso y el estilo del aparato de Duhalde.
Pero ese esfuerzo del felipismo, que contiene bases y cuadros peronistas ansiosos de una democratización partidaria, corre el riesgo de frustrarse al estar atado a una estrategia centralista como la que encarna Kirchner.
El felipismo, como expresión de una voluntad democratizadora del peronismo bonaerense, tiende a transmutarse en su contrario si se convierte en un mero instrumento de la estrategia de la Casa Rosada para atornillar la provincia. En el seno de las fuerzas aluvionales que el felipismo ha congregado hay sectores concientes de ese riesgo. Sucede, sin embargo, que la pelea distrital con Duhalde empuja a Solá a una creciente dependencia de la Casa Rosada, sin margen para mayores diferenciaciones. Para despegar de Duhalde, Felipe tiene que pegarse al apellido Kirchner. Por ahora, al menos, sin beneficio de inventario.
En el debate bonaerense el felipismo tiende, por esa vía, a perder la bandera de la autonomía de la provincia; ésta se desliza así, pese a su tamaño e incidencia, hacia un comportamiento análogo al de jurisdicciones más pequeñas y necesitadas. De ese modo, Solá exhibe ante su adversario un punto vulnerable: durante la presidencia de Carlos Menem, Duhalde alcanzó para su distrito márgenes amplios de autonomía y recursos propios.
La pelea entre el Presidente y su sponsor de abril de 2003, entretanto, pone sobre la mesa el tema de la gobernabilidad. Kirchner aspira a garantizarla con la fuerza propia que cree poder cosechar en las urnas de octubre. Pero para ese momento faltan más de seis meses. Un período extenso en un año movido, en el que la inflación preocupa, en el que no hay signos hasta el momento de un acuerdo con el FMI (indispensable para afrontar la acumulación de vencimientos que harán sentir su mayor peso en el segundo semestre) y en el que cabe esperar un crecimiento de la conflictividad social y laboral en virtud de los índices de pobreza, indigencia e inequidad.
El apoyo disciplinado del peronismo, facilitado por la mediación de Duhalde, le permitió al gobierno atravesar sin demasiados contratiempos dos años difíciles.
Sin la alianza con el duhaldismo el Presidente se internará en un espacio de turbulencias. Hasta octubre (y quizás después de octubre) estará jugando a todo o nada.
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Jorge Raventos , 11/04/2005 |
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