Lo sagrado y lo profano .

 


Jorge Raventos y sus análisis sobre la evolución de la situación política argentina.
Acompañados con aflicción, tristeza y oración por millones de personas en todo el mundo, los padecimientos físicos y la agonía de Juan Pablo II, su testimonio de misión y sacrificio, atravesaron estos días el planeta con el filo profundo y sutil de la espiritualidad. A la sombra de esas circunstancias –el eclipse final de un extenso e intenso pontificado que volvió más universal a la Iglesia de Roma y afirmó un eje de valores fundamentales en una época perturbada por enormes sacudimientos, extravíos y pérdida de sentido-, las preocupaciones comarcales de la política práctica parecen naufragar en un océano de trivialidad.

Persisten, sin embargo, probablemente porque la fragilidad humana, aunque capaz de admirar la fulgurante luminosidad de los grandes ejemplos y de reconocer su necesidad, sólo excepcionalmente soporta o asume el esfuerzo de intentar el mismo vuelo.

En el caso de nuestro país, la atención política se mueve cada vez más atraída por la fuerza gravitatoria de las elecciones de octubre y la intención de Néstor Kirchner de otorgar a esos comicios el carácter de un plebiscito sobre su gestión.

En el distrito emblemático para esa voluntad plebiscitaria –la provincia de Buenos Aires- el Presidente está chocando, por ahora sordamente, con la voluntad de Eduardo Duhalde. El ex presidente transitorio no muestra intención de allanar el camino a la candidatura de la primera dama, Cristina de Kirchner, mencionada insistentemente por los voceros de la Casa Rosada como su arma “secreta”.

Duhalde tiene al menos dos motivos para resistir, desde el justicialismo bonaerense que controla, la postulación de la cónyuge presidencial. El primero: no desea que el apellido Kirchner quede instalado en su distrito como artífice exclusivo de una victoria peronista. El segundo motivo, no menos importante, es que Duhalde quiere bloquear la posibilidad de que los seguidores del gobernador Felipe Solá, que le están provocando un dolor de cabeza, puedan “colgar” una boleta independiente de candidatos a cargos provinciales de una papeleta del PJ encabezada por la esposa de Kirchner. Teme que la dupla kirchnerismo-felipismo invada su territorio y desbarate su larga hegemonía.

El ex presidente quiere aplastar al felipismo en una interna partidaria y no concederle más candidaturas que las que las fuerzas del gobernador puedan conquistar en el campo de batalla.

Solá sospecha tanto de la limpieza de un comicio interno partidario en la provincia que ya ha decidido no concurrir. No renuncia, en cambio, a competir con el duhaldismo (es más: confía en sostener una batalla pareja y hasta en derrotarlo), pero busca hacerlo en la elección general de octubre, a través de una lista diferenciada de la del PJ y, de ser posible, bajo la sombrilla de la candidatura senatorial de Cristina Kirchner.

La semana última, Duhalde declaró que “no sería malo” que en los comicios de octubre se presenten dos boletas (completas) de origen peronista: “podríamos adjudicarnos los tres senadores que corresponden a la provincia”, lanzó. Dos boletas diferenciadas, en esa hipótesis, supone: una encabezada por Cristina y la otra por Chiche Duhalde. El mensaje implícito para la Casa Rosada debe leerse aproximadamente así: si hay boletas diferenciadas para los cargos provinciales deberá haberlas también para los cargos nacionales; si el Presidente quiere bancar a Solá tendrá que hacerlo a costo propio. Ese costo reside en poner un escena un espectáculo de transparente divorcio entre duhaldismo y kirchnerismo (listas divergentes y enfrentadas, encabezadas por las esposas de los dos jefes), con lo que ello pueda implicar de riesgos para la gobernabilidad.

Es evidente que el mensaje llegó velozmente a la Rosada, ya que Kirchner mantuvo una prolongada conversación con Solá, aparentemente para pedirle paciencia y moderación.

Con tal de esterilizar la vigorosa rebeldía del felipismo y aislarlo de la Casa Rosada, es probable que Duhalde esté ya preparado para ofrecerle al Presidente un número considerable de puestos en las listas legislativas nacionales para que coloque allí a peronistas de su confianza. Hasta podría admitir que Cristina Kirchner encabece la boleta de postulantes al Senado (en compañía de Chiche Duhalde, en tal caso), a condición de que los cargos provinciales queden en manos del duhaldismo.

Aun suponiendo que las dos damas aceptaran hacer campaña en compañía, Kirchner estaría en tal caso forzado a dejar en la estacada a sus amigos transversales y a las fuerzas bonaerenses (legislativas, comunales, políticas) del felipismo: un costo alto.

La sonrisa que exhibió Solá después de su entrevista con Kirchner tal vez no fuera sólo una mise en scène para no mostrarse decaído ante los fotógrafos. En La Plata han imaginado una operación destinada a liberar al Presidente de mochilas si es que necesita armar una lista de candidatos a cargos nacionales compartida con el duhaldismo y para, simultáneamente, enfrentar a Duhalde en la elección provincial sin permitirle –dicen los felipistas- disimular sus fuerzas bajo el nombre de Cristina. Para ello, adelantarían la elección a cargos provinciales (el gobernador tiene esa atribución). Conseguirían así su objetivo de dar batalla al duhaldismo en un comicio general supervisado por la Justicia y no por las autoridades partidarias que Duhalde controla. Aseguran que en esas condiciones pueden ganarle al duhaldismo no sólo en el interior de la provincia, sino en varios santuarios de los suburbios granbonaerenses y en La Plata.

Por ahora declaraciones, cálculos y trascendidos forman parte de la partida de truco político en los aprontes de una definición: como en el juego de naipes, en este truco también se admiten las mentiras. Lo que no excluye que, a su tiempo, haya que mostrar las cartas y llegue la hora de la verdad.

Por otra parte, el oficialismo (nacional y provincial) y el semioficialismo (el que lidera Duhalde, por ejemplo) parecen a menudo actuar como si ocuparan en exclusividad el paisaje de la política. La oposición no existe, aventuró esta semana, palabra más, palabra menos, el propio Duhalde.

Ese veredicto se parecía bastante a la realidad hasta hace algunos meses (y hasta semanas). Sin embargo, empiezan a observarse signos de vitalidad en las fuerzas no oficialistas. Ricardo López Murphy, Mauricio Macri y el gobernador neuquino, Jorge Sobisch, a través de difíciles clivajes, tienen ya vasos comunicantes que seguramente los harán confluir en una oferta conjunta en octubre. Sin duda los tres se asientan en denominadores ideológicos básicamente comunes y, en función de sus desafíos actuales (impedir que el sistema político argentino quede controlado por el eje Kirchner-Duhalde), las divergencias que los separan son secundarias.

López Murphy aseguró esta semana, al disertar en una comida, que ese era “el último acto bajo la bandera de Recrear” (su partido). “El próximo lo haremos bajo pabellón frentista”, finalizó.

Ese “pabellón frentista” cubre potencialmente, en Capital y en la provincia de Buenos Aires, a los seguidores de aquellos tres referentes y también a otros sectores: ucedeístas, peronistas fieles a la trayectoria de los años 90, conservadores, vecinalistas, segmentos de electorado radical, independientes. Es probable que en pocas semanas asistamos a la perplejidad de cierto periodismo ante el “súbito surgimiento” de una oposición con energía y número.

Hay que contabilizar, además, las fuerzas que, con un proyecto en muchos aspectos convergente, han comenzado a agrupar en el interior del peronismo los ex presidentes Carlos Menem y Adolfo Rodríguez Saa quienes, de hecho, encarnarán en sus respectivas provincias (La Rioja y San Luis) la oposición a los deseos plebiscitarios de Néstor Kirchner.

El gobierno, con algunos gestos, empuja sectores al campo de esa amplia y aún inorgánica oposición: lo hizo cuando enfrentó a la Iglesia por el caso de la despenalización del aborto cuestionado por el obispo Baseotto, y también esta semana, al agraviar la libertad de expresión de la esposa de un militar en actividad, amenazando a éste con sanciones por los escritos de su cónyuge. Un error tan clamoroso, que hasta el CELS, la organización que orienta Horacio Verbitzky, tuvo que criticarlo.

La arrogancia de suponer que la oposición al eje oficialismo-semioficialismo no existe, no puede o no merece existir es una tentación que puede costar cara. Ya se sabe que Dios ciega a quien quiere perder.
Jorge Raventos , 04/04/2005

 

 

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