Máscaras.

 


Aunque pisó nuevamente la Casa Rosada vestido con su atuendo de coordinador del MERCOSUR, una vez adentro y frente a Néstor Kirchner y el jefe de gabinete Alberto Fernández, Eduardo Duhalde se transfiguró rápidamente en su personaje más logrado: el de jefazo del mayor aparato político de la Argentina, el justicialismo bonaerense.
El ministro de Planificación, Julio De Vido y el secretario Legal y Técnico de la Presidencia, sólo estuvieron unos minutos, para que las fotografías permitieran argumentar que no se trataba de un encuentro “político”, sino “de gestión” (Duhalde y De Vido estarán la semana próxima en Caracas, hablando de integración energética con el presidente venezolano, Hugo Chávez). Después de los flashes y ya entre cuatro pares de ojos (a Duhalde lo escoltaba el formal presidente del PJ de la provincia, José María Díaz Bancalari) la conversación se enderezó al grano: las dificultades creadas a la gobernabilidad de dos distritos mayores, la Capital Federal y la provincia de Buenos Aires. Obvio, la prioridad de Duhalde es la provincia, donde la cuestión de la gobernabilidad radica para él en el atrevido desafío lanzado por Felipe Solá a la estructura duhaldista.

Tanto el gobernador como el propio Duhalde han imaginado (o sospechado) que Kirchner es el que alienta la Operación Despegue en que se afanan Solá y sus aliados (algunos legisladores y alcaldes). Para el coordinador del MERCOSUR esa operación luce como un caballo troyano destinado a facilitar el desembarco del kirchnerismo en su distrito o, al menos, a erosionar las fuerzas duhaldistas para facilitarle el juego a la Casa Rosada cuando llegue, en pocos meses, la hora de la discusión de las candidaturas que se presentarán en los comicios de octubre. El Presidente jura o perjura que esa no es su pelea y procura mostrar su equidistancia retratándose un día con Solá y otro con Duhalde. El aparato duhaldista (y, con unas gotas más de moderación el propio Duhalde) desconfía de esa “equidistancia” : ¿fue Solá o fuimos nosotros –se preguntan- los que llevamos a Kirchner a la presidencia?

El otro aspecto de la eventual ingobernabilidad, a los ojos de del duhaldismo, radica en la perspectiva de que el gobernador vete el presupuesto aprobado hace diez días por la Legislatura bonaerense y gestione este año con el presupuesto del 2004, que le otorga menos recursos a Solá pero que le preserva, en cambio, atribuciones discrecionales para asignar partidas. “Con esa herramienta, Felipe va asfixiar financiaremente a nuestros intendentes o los va a extorsionar para que jueguen con él en la interna mientras alimenta a quienes lo respalden”, asegura en las carpas duhaldistas gente experta en esa tecnología. Uno y otro bando bonaerenses parecen coincidir en que lo que está en juego es la famosa caja y ahora hasta se lo imputan recíprocamente en público. Una actitud irresponsable, según los duhaldistas, que, como los magos, prefieren que los secretos de los trucos no se divulguen entre los profanos.

Duhalde desgranó ante Kirchner esas preocupaciones sobre la gobernabilidad bonaerense y subrayó, al pasar, su aporte a la de la Ciudad Autónoma, donde impulsó a Juan José Alvarez a aceptar la secretaría de Seguridad para sacarle las papas del fuego a Aníbal Ibarra, hasta el 30 de diciembre del año último, un aliado favorito de la Casa Rosada y un abanderado de la meneada “transversalidad”.

Si bien se mira, la irrupción de Alvarez en el gobierno porteño pareció una forma de sostener a Ibarra como la soga sostiene a un ahorcado. El secretario de Seguridad demostró con su blietzkrieg de inspecciones a boliches, discotecas y otros locales de asistencia masiva la inacción en la que estuvo sumido el gobierno porteño al menos desde 1997, cuando se aprobaron estrictas normas de seguridad…que no se cumplían. La mayoría de los lugares inspeccionados se encontraba en situación irregular. La energía mostrada por Alvarez resaltaba por comparación con la extensa inopia del Jefe de Gobierno y su falta de reflejos ante la crisis desatada con la desgracia de la discoteca de Once, que La Nación, editorialmente, caracterizó como “actitud dubitativa e irresponsable”. Por otra parte, en su primer impulso, el secretario de Seguridad desplazó a una porción significativa del aparato porteño que responde a Ibarra, a su hermana Vilma –senadora por la Capital- y al Jefe de Gabinete de Kirchner, Alberto Fernández. Ese comportamiento arrollador de Alvarez, hombre ligado a Duhalde, inquietó a Ibarra tanto como a la Casa Rosada: se esperaba de él que contribuyera a apuntalar al deteriorado gobierno porteño, no que se convirtiera en un virtual interventor. Duhalde escuchó esas preocupaciones y las transmitió al secretario que, por la tarde del viernes, se prestó a acompañar en una conferencia de prensa a Ibarra, en la que éste simuló ser el que manda y el secretario se disfrazó de simple escudero. En rigor, a esa altura Alvarez ya había conseguido todos los cambios que en principio se había propuesto.

Los juegos de máscaras a veces desconciertan. La Casa Rosada aparece capitalizando situaciones que en realidad no controla, luce manejando operaciones que, en verdad son impulsadas por otros, aliados de circunstancia, rivales potenciales. El juego de Kirchner en la Ciudad Autónoma se centraba en la transversalidad de Ibarra y apostaba, hasta hace dos meses, a una eventual candidatura del canciller Rafael Bielsa. Hoy, Bielsa se ha instalado en New York, como presidente-por-un-mes del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, después de mantener un conflicto con el Presidente por el caso de la doctora cubana Hilda Molina, en el que se vió obligado a sacrificar a su mano derecha, el ex vicecanciller Castells. Se ignora si su candidatura sigue en pie. Entretanto, el gobierno porteño depende hoy de la actuación de un secretario de Seguridad que es hombre de Eduardo Duhalde y aliado de Mauricio Macri.

En la provincia de Buenos Aires, el gobierno nacional impulsó la desobediencia de Felipe Solá y luego tuvo que replegarse parcialmente de esa batalla, para evitar una guerra prematura con el duhaldismo. Duhalde –inquieto por lo que observa como una actitud agresiva de la Casa Rosada y un movimiento ingrato del Presidente que él construyó- subraya su alianza con Kirchner, mientras dispone sus fuerzas para poner en caja la intervención presidencial en su distrito.

En la intervenida Santiago del Estero el oficialismo computa como triunfo propio la victoria electoral de José Figueroa, un político largamente ligado a Carlos Menem.

Si bien se mira, la importancia de la investidura presidencial en la Argentina le permite a quien la ostenta capitalizar muchos hechos que le son ajenos y hasta, inclusive, muchísimos que hubiera preferido evitar. Es que la Presidencia es muy importante. Pero más importante aún es la realidad, con todas sus máscaras.
Jorge Raventos , 16/01/2005

 

 

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