La diplomacia como broma de Tinelli - El Truman show.

 


Los derechos humanos constituyen uno de los pilares de la recuperación de la democracia a partir de 1983 y cualquier accionar que los perjudique mina alarmantemente la base misma de nuestra convivencia en libertad.
El caso de la doctora Hilda Molina exhibe no solo las flaquezas profesionales de funcionarios diplomáticos improvisados sino algo de mucha mayor gravedad: las contradicciones estructurales de una política que subordina la política exterior a la construcción de poder político interno a través de la defensa a ultranza de la bandera de los derechos humanos excepto cuando se trata de dictadores con los cuales se coincide ideológicamente.

Imposible meterse en el caso de Hilda Molina y no evocar la fábula del rey desnudo: Castro lleva cuarenta y seis años matando y encarcelando disidentes en cantidades industriales, pero hizo falta que el gobierno argentino se enterneciera recién ahora por una abuela impedida de ver a sus nietos, para que el velo de la simulación cayera de golpe: parece que ahora sí tenemos en claro que en Cuba no se respetan los derechos humanos.

Desde que asumió, al escritorio del canciller argentino llegaron metros cúbicos de informes incontestables de Amnesty International, Human Rights Watch, People in Need, la Sociedad Interamericana de Prensa, Freedom House, Reporteros sin Fronteras, las propias Naciones Unidas, cuyo Consejo de Seguridad presidirá el doctor Bielsa en enero ,etc., así como numerosos documentos producidos por el propio Servicio Exterior de la Nación, sus actuales subordinados. Todos ellos coinciden desde hace años en señalar que existen reiteradas comprobaciones de una política sistemática de no respeto por los derechos humanos del pueblo cubano.

En ese escritorio seguramente no pudo faltar tampoco el informe de, Christine Chanet afirmando que "en Cuba, durante los meses de marzo-abril de 2003, tuvo lugar una ola represiva sin precedentes desde 1965, con una serie de detenciones arbitrarias y condenas en el marco de juicios sumarios, en procesos no públicos y sin el beneficio de una asistencia jurídica adecuada". La opinión de Chanet debió ser tomada en cuenta por el Canciller: se trata nada menos que de la representante personal para Cuba del Alto Comisionado de la ONU para los derechos humanos.

El propio doctor Bielsa prefirió formar criterio personalmente y efectuó un publicitado viaje precisamente a La Habana, donde, luego de rehusarse a recibir a una delegación de opositores (a los que previamente había aceptado ver) consideró que igualmente contaba ya con suficiente información y, sin medias tintas, declaró públicamente que a la Argentina no le constaba que en Cuba se violasen los derechos humanos (*). En esos momentos, toda la Unión Europea endurecía su posición con Castro por creer todo lo contrario que Bielsa.

Una lástima. Tal vez le hubiera bastado con escuchar al menos a la doctora Molina para informarse de primera mano y evitar el bochorno de hoy. Sin embargo, guardó silencio, saliendo en reivindicación de Molina recién trece meses después.

Un dato curioso es que en ese viaje sí se entrevistó con la doctora Hilda Molina, la que seguramente le habrá referido sus padecimientos con el régimen. De hecho, imposible que no conociera el caso Molina: el respectivo expediente obraba en poder de sus subordinados y del canciller mismo mucho antes de emprender ese viaje. En rigor, se trata de un asunto anterior a este gobierno y muy, muy conocido en los círculos que en América latina tratan sobre derechos humanos.

Casi un año después, cuando se da a publicidad que el presidente argentino remitía una carta por Hilda Molina a Fidel Castro, fuentes oficiales dejaron trascender una historia sensiblemente distinta: el canciller se habría enterado del caso directamente a través de un médico que le atendía por dolores de espalda, justamente el hijo de Molina, residente en Buenos Aires. A partir de allí –siempre a tenor de esta versión- hondamente conmovido, habría llevado la cuestión al doctor Kirchner. Lo demás, es harto conocido.

De resultar cierta esa historia, supondría una asombrosa desconexión informativa entre el canciller y el sistema profesional del ministerio a su cargo, que tiene un entero departamento dedicado a los derechos humanos: el caso de Hilda Molina es desde hace años sumamente conocido y el expediente Molina en la cancillería argentina suma más de un centenar de folios, desde antes incluso de este gobierno, y no pudo haber faltado entre las carpetas que formaron antecedentes para el viaje del doctor Bielsa a Cuba. Es imposible que haya viajado a Cuba sin conocer el caso.

La propia neurocirujana informó al mundo que funcionarios subordinados al doctor Bielsa recibieron y contestaron varias de sus cartas solicitando auxilio, mucho antes de que el canciller se atendiera con su hijo en Buenos Aires y de que efectivizara su viaje a La Habana.

Sin embargo de ello, nuestro Ministro, en nombre de todos nosotros, igual declaró que a la Argentina no le constaba violación alguna a los derechos humanos (*).

¿Qué pasó? Si para la época de ese viaje ya se conocía el caso Molina ¿Por qué declarar que no nos constaban violaciones? Y si el caso Molina tocó la fibra sensible de nuestros gobernantes ¿Por qué ocurrió ahora, un año después y no entonces, cuando efectivamente se enteraron?

En Argentina y en el resto de América Latina existe un número importante de compatriotas que honestamente adhieren a los ideales de lo que se conoce como la Revolución Cubana, de vastas repercusiones en el espectro político de toda la región. Desgraciadamente, no parecen dispuestos a aceptar ninguna diferencia entre aquellos ideales de entonces y la realidad del régimen que gobierna la isla cuarenta y seis años después. El supuesto de que allí se violan derechos humanos –y, por ende, a los ideales de esa misma gesta revolucionaria- es invariablemente rechazado como una maquinación del enemigo, aunque esos crímenes resulten confirmados por organizaciones internacionales (Amnesty, Human Rights Watch, People in Need, la Sociedad Interamericana de Prensa, Freedom House, Reporteros sin Fronteras, etc.) a cuyos informes esas mismas personas sí hacen fe cuando señalan a dictadores de signo ideológico distinto al del comandante Castro.

La contumacia ideológica ha llevado a muchos argentinos –y varios gobernantes- a suponer que, cerrando los ojos ante reiteradas violaciones, se ayuda al camarada empeñado en una revolución de dimensiones supuestamente gloriosas y, de paso, se captura el voto de esos millares de militantes, a favor de aquellos gobiernos que se niegan a votar en Naciones Unidas para que ese organismo solicite a Fidel Castro autorización para efectuar una investigación imparcial in situ.

Irónicamente, se trata de gente que, por lo general, padeció personalmente en sus derechos humanos bajo dictaduras condenables como las de Pinochet o Videla. Pero que ahora, ante esas mismas violaciones, prefieren mirar para otro lado, degradando el principio de los derechos humanos a una mera moneda de cambio en la lucha política. Olvidan, o prefieren olvidar, que cuando ellos mismos o sus familiares y amigos eran perseguidos, torturados –y muchas veces muertos- en aquellas horribles dictaduras, el gobierno cubano votaba invariablemente para que a Pinochet o Videla no se los inspeccionara desde Naciones Unidas. La Habana votaba a favor de Pinochet y Videla exactamente como hoy vota el gobierno de Kirchner a favor de Fidel Castro. Pinochet y Videla resultaban, en ese caso, aliados objetivos de Castro. Y los argentinos que repudiamos las violaciones en cualquier régimen tenemos que soportar que nuestro país vote hoy de la misma manera que se usaba para ocultar los crímenes de Pinochet y Videla.

El silencio de las organizaciones argentinas de defensa de los derechos humanos, que tantos aportes han efectuado a la recuperación de nuestra dignidad como sociedad, compromete para lo futuro la posibilidad de que quienes no militen acríticamente en sus filas conserven el respeto por los altos ideales que invocan mientras eluden pronunciarse a pesar de las evidencias que ya no pueden ocultarse.

Resuenan muy significativas palabras del propio Bielsa respecto de Cuba: “la Argentina seguirá promoviendo la defensa de los derechos humanos en toda instancia en que los mismos sean vulnerados. Lo que no es razonable hacer es actuar selectivamente, marcando transgresiones en un lado y soslayándolas en otro.” (**) Imposible leer esto y no pensar que estaba mirando otro canal.

Ello no empece advertir que alguna parte de ese apoyo al régimen cubano deviene del generalizado antinorteamericanismo que campea en toda América Latina, y, con máxima virulencia, en Argentina. Las razones de ese antinorteamericanismo exhiben su cuota de prejuicios que debiéramos combatir, pero, también, de justificados enconos históricos causados por décadas de pésimas políticas de Estados Unidos para la región, especialmente el respaldo, cuando no el directo apoyo, a dictaduras antipopulares, antidemocráticas y frecuentemente criminales.

En el caso puntual de Cuba, Washington viene desconociendo hace décadas la casi unánime oposición de todos nuestros países al embargo sobre la isla, que perjudica mucho al pueblo y poco al régimen, al que sin embargo facilita el exhibirse como víctima de una persecución inmisericorde y verdadero origen del retraso de su población, quitando toda responsabilidad a los fracasos del socialismo y la dictadura.

La cerrazón norteamericana, que con tales políticas se da el lujo de ignorar la disconformidad de casi treinta naciones de América para satisfacer las necesidades electorales del distrito de la Florida, genera un fastidio generalizado que muchos canalizan menos en votar a favor de Castro que en contra de Washington.

Sin embargo, todo reconoce límites. Así, cuando hace un año el régimen fusiló a un puñado de seres humanos por tratar de escaparse del paraíso socialista y encarceló a setenta y cinco disidentes políticos, hasta la siempre permisiva Europa bienpensante dijo basta y exigió rectificaciones. A Europa se las dieron, a esta Argentina, no.

En fin, que, como sucede a menudo, las realidades en su momento ignoradas terminan estallándonos en la cara: la abuela Molina terminó dentro de nuestra embajada y va a resultar interesante escuchar al Canciller explicar que su caso no tiene nada que ver con la vigencia de los derechos humanos en Cuba.

Consagrando el Corolario Valdés de la Ley de Murphy, la cadena de bloopers continuó: primero informamos que las señoras habían ingresado (a las seis de la mañana) simplemente como huéspedes. Y, después de convencerlas para que se retiren, afirmamos muy sueltos de cuerpo que está todo bien, mientras las interesadas y sus indignados parientes locales claman todo lo contrario: “¡Por favor, no nos abandonen.!” De “cambalache” lo calificó el hijo que reside en Argentina.

No debe olvidarse que Castro fue invitado de honor –junto con Chávez- en la asunción presidencial, que se le facilitaron las escalinatas de la facultad de derecho para catarsis ideológicas recíprocas, o que Aníbal Ibarra le otorgó una «Medalla de Buenos Aires, emblema de los ideales de la libertad».

De la simple lectura de los diarios podía suponerse que algo se estaba maquinando. Algo que ayudase a la doctora Molina, claro está. Hace un tiempo, cuando el doctor Bielsa preparaba su segundo viaje a Cuba, la prensa difundió que en su entorno esperaban una sorpresa positiva, sugestivamente, que tal vez no regresara solo.

Una eventualidad para nada candorosa: si en aquel momento se conseguía el viaje de la neurocirujana, se servirían, a un mismo tiempo, objetivos humanitarios indudables y la evidente confirmación de que, después de todo, las cosas no están tan mal en Cuba. Hebe de Bonafini tendría razón y Amnesty Internacional estaría equivocada.

La expectativa disminuyó con la suspensión nunca explicada de ese viaje, pero se reavivó al darse a publicidad que el presidente argentino había enviado una carta al mismísimo Fidel, abogando por la libertad de la doctora Molina para viajar a Buenos Aires.

En ese momento todos respiramos aliviados: ninguna cancillería compromete a su Presidente con una carta pública si no tiene acordada una respuesta afirmativa del otro lado. El permiso para la doctora Molina podía considerarse ya obtenido. Gol argentino.

Pero resultó que no. Vino el sopapo de Castro, el rechazo a lo pedido por Kirchner, el refugio de las abuelas en la embajada (en la que ni siquiera teníamos al embajador listo para la eventualidad de lo que finalmente ocurrió) y otro traspié para nuestro relacionamiento con el mundo. ¿Para cuándo Marley embajador?

El lógico estupor ante las torpezas de los funcionarios políticos menores no debe distraernos del dato central de que la operación estaba condenada desde un principio, no solo por las impericias personales, cuanto por la contradicción estructural de la actual política argentina respecto de Cuba cuando se trata de los derechos humanos: no es posible envolverse en la bandera de los derechos humanos y, al mismo tiempo, afirmar que en Cuba no se violan. A alguien se le está mintiendo.

Por otra parte, la insistencia del gobierno argentino en el caso individual de Hilda Molina, mientras silencia a miles iguales o peores, desconoce el verdadero temor que origina la negativa de los dirigentes isleños: el eventual efecto dominó con cantidades inmanejables de otros refugiados en las embajadas extranjeras en La Habana.

Hasta el cierre de esta edición, la novedad pasaba por la sonora defenestración de un embajador pintado y un jefe de gabinete ministerial cuyas biografías y destrezas políticas nunca excedieron los amables confines del barrio. El recurso de quemar fusibles requiere que éstos siquiera parezcan en capacidad de operaciones que, en este nivel, era evidente que los excedían. El propio Verbitsky informa que propusieron un gag de zarzuela: contrabandear a la doctora en el Tango 01.

Ahora estamos jugando con cartas españolas. Después del traspié del Rey como influyente ante el Fondo, recurrimos al gobierno de la península para destrabar este entuerto con Castro. De hecho, Rodríguez Zapatero es, como Kirchner, amigo personal y gran favorecedor político del comandante. Y la Habana acaba de liberar a cinco presos políticos reclamados desde Madrid. Habrá que ver.

A diferencia nuestra, España es un fuerte inversor en Cuba y Rodríguez Zapatero se encuentra comprometido en una campaña para mejorar las relaciones de la Unión Europea con el régimen cubano, congeladas precisamente a causa de los derechos humanos. Juega con fichas mucho más grandes que las nuestras.

No será fácil que la Unión Europea acepte que el tema Molina se dirima en ese tapete, mucho más después de los desbarres de Buenos Aires. Por empezar, de nuevo se dejó trascender a la prensa –igual que en el caso de la carta de Kirchner- el compromiso español para interceder en el asunto. León Gross, vicecanciller español, salió rápidamente al paso, aclarando que su eventual gestión sería de solo buenos oficios. Incontinencia informativa propia de una administración que parece subordinar la política exterior a la construcción de poder electoral interno y que, en consecuencia, le importa menos la realidad objetiva que los títulos favorables de los diarios de mañana.

¿Cómo seguirá el culebrón? ¿Terminará Castro acusando también a este gobierno de “lamebotas,” digitado a la distancia por los oscuros designios del imperialismo? ¿O se abstendrá, ante la eventual retirada de nuestros titanes de los derechos humanos hacia la recomposición con el régimen y la toma de distancia con la familia Molina?

No se pierda el próximo episodio: la saga de la dignísima doctora Molina, persona del máximo respeto, bien puede –junto con el cuento chino o el del rey de España gestor ante Rato- terminar injustamente incorporada como otro capítulo dolorosamente hilarante de esa especie de Truman Show en que han convertido nuestra política exterior.

(*) En el diario La Nación, en oportunidad del voto sobre derechos humanos en Cuba, año 2004: ““No me consta que en Cuba se violen los derechos humanos.”

(**) En artículo firmado para Infobae, 7 de septiembre de 2004.
Andrés Cisneros , 28/12/2004

 

 

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