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Brasil debe ir al Consejo de Seguridad. |
Brasil debe ingresar al Consejo de Seguridad. Y hacerlo con la ayuda de sus vecinos, muy especialmente de la Argentina, cuyo gobierno debiera desandar el camino de abierta oposición que viene transitando hasta ahora.
Brasil, que es un país hermano y amigo, no merece que lo tratemos como Pakistán trata a la India.
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“Es claro que nadie
sueñe con imponer tutorías…”
Barón de Rio Branco (*)
El acuerdo explicitado durante la visita de Musharraf a Buenos Aires debe ser inmediatamente revisado: la historia de los últimos veinte años y la alianza estratégica comprometida entre ambos países en 1996 y reiterada en numerosas ocasiones, no merecen que procedamos como la India y Pakistán, que se encuentran prácticamente en estado de guerra permanente.
Ese no es, ese nunca deberá ser el perfil de nuestras relaciones, no importa qué diferencias de opinión nos separen circunstancialmente. La nuestra es una región de coincidencias y nuestra alianza con Brasil es cooperativa, no competitiva.
Esos, nuestros errores. Errores atribuibles a un gobierno que, si registra aciertos, seguro, seguro, que no son en política exterior. Debiéramos, además, declarar formalmente que no aspiramos a ocupar ninguna banca permanente con derecho a veto en el Consejo de Seguridad. Esa ha sido siempre, desde hace cincuenta años, la posición argentina. Y que, por ende, no competimos con Brasil en semejante aspiración.
Por su parte, ¿Ha cometido, Brasil algunos errores que, en beneficio de un esfuerzo conjunto para que ellos lleguen al Consejo, podríamos esperar que rectifiquen?
A mi me parece que si. Por empezar, Brasilia se presentó golpeando la puerta de las grandes potencias para que lo tomen en cuenta, para que le acepten entrar con ellos en el Olimpo de los poderosos. En cambio, ante nosotros, ante sus vecinos, socios y amigos –ante un socio estratégico como Argentina- se ha limitado a decirnos: “Voy a ir yo porque soy el más apto, así que no se opongan.”
No fue gentil. Y, creo yo, tampoco inteligente. Salvo que toda la grandeza a la que Brasil –con derecho- aspira en el mundo, se agote en convertirse en cola de león en vez de cabeza de su región. Sería poco para nuestro admirado Brasil.
Veamos. La reforma del Consejo de Seguridad tiene dos puertas de entrada: o por el propio peso del candidato (Japón y Alemania), o por pertenecer, cada uno, a un continente distinto (India, Nigeria, Sudáfrica, etc. … y Brasil).
La diferencia es esencial. Si Brasil pretende ingresar por su propio peso, por su musculatura, sin que resulte relevante a qué región del mundo pertenece, entonces es sencillo: que desarrolle un Producto Bruto comparable al de Alemania o Japón. Ahí seguro que lo invitan enseguida.
Pero si Brasil (o cualquier otro candidato) no alcanza esos estándares, si no tiene, por sí solo, la fortaleza suficiente, tendrá que aspirar como miembro de una región, y no solo basado en sus méritos individuales. Y entonces la región tendrá algo que decir.
De hecho, la candidatura de “uno por continente” expresa inequívocamente la voluntad de los reformadores para que, además de los pesos pesados (EE.UU., Rusia, China. Gran Bretaña y Francia, tal vez Japón y Alemania) se haga un reconocimiento al criterio democrático, incorporando a países que representen a las distintas partes del mundo. Así lo han dicho expresamente las Naciones Unidas.
Esa es la fortaleza principal que respalda cualquiera de esas candidaturas de países emergentes: su condición de referente regional.
¿Quién duda, por ejemplo, del peso de la India en el mundo? Pero la India se encuentra en una cuasi guerra interminable con uno de sus principales vecinos. Eso, indudablemente, disminuye sus chances de ser considerado un país en capacidad de representar acabadamente a su región. Y ése es, precisamente, el principal de los factores que se tomará en cuenta la reforma.
Brasil aspira a una grandeza individual sin enemistades con sus vecinos. Antes bien, aspira, con perfecto derecho, a liderarlos en todos los tramos de la historia por venir en que esté en condiciones de hacerlo. Eso es muy buena cosa. Una región que encuentra sus liderazgos tiene resuelta buena parte de sus problemas.
Esa constituye una forma moderna, democrática y admirable de planificar la propia proyección en el mundo. Mucho más cuanto que, tradicionalmente, en épocas ya felizmente pasadas, países en situaciones similares soñaban con imponerse a sus vecinos y medrar sobre su resignación, no sobre su respaldo. Satrapías comarcales, muy poca cosa para los objetivos brasileños. En sintonía con Rio Branco, siendo presidente, Fernando Henrique Cardoso puntualizó que las aspiraciones de su país al Consejo de Seguridad no podían hacerse a expensas de la alianza con Argentina.
Muchas pequeñas “potencias” regionales prefirieron presentarse ante el mundo exhibiendo el control que ejercían sobre sus vecinos y autoproclamarse, así, como los interlocutores “naturales” con los que el planeta debía entenderse. Después, ya se encargarían ellos de poner en caja a la región.
Afortunadamente esos tiempos han pasado. O están terminando de convertirse en pasado. Y esta reforma, no lo olvidemos, se hace pensando en el futuro, no en ensoñaciones subimperiales propias del siglo diecinueve.
Precisamente Brasil viene liderando desde hace casi dos décadas el proyecto integrativo e igualitario del Mercosur y acaba de inaugurar formalmente, otra vez con su liderazgo, a la también igualitaria Comunidad Sudamericana de Naciones.
Nadie ha dicho o ni siquiera susurrado que Brasil emprendió tales políticas solo para convertirse en el mandamás de la región y conseguirse así un asiento en el Consejo de Seguridad. Nada más lejos de la verdad.
Está claro que Brasil siempre ha ejercido una notable visión de largo alcance y no convoca a sus vecinos para servirse de ellos sino para aunar voluntades y ser, entonces, más fuertes a la hora de tomar decisiones. Eso es, por ejemplo, lo que diferencia a un líder de un jefe: la fuerza de su autoridad le viene de los otros, del mandato que los ellos le otorgan, no del que decide autoinvestirse, sin la previa discusión con los demás.
Y Brasil, que tiene muchas de las condiciones propias de un líder, cuenta, además, con la más importante de todas: la buena voluntad de sus vecinos para que nos represente ante el mundo. Que nos represente, no que nos reemplace.
Así, si Brasil, o la India, o el que fuere, terminase sentado en el Consejo de Seguridad de cualquier manera que no pasare previamente por el mandato de sus vecinos, lo que en el futuro administraría sería una hegemonía, un patronazgo, no un liderazgo, una representación.
En cada momento, en cada voto importante, los demás le habríamos cedido, para siempre, la facultad de decidir, por sí solo, por su propia cuenta, lo que es bueno no solo para él sino también para todos nosotros, ya privados de la posibilidad de opinar. No es lo que nos merecemos.
Si se consultara a la región en estos momentos, seguramente casi todos votaríamos para que al Consejo de Seguridad fuera Brasil. Y seguiríamos votándolo año tras año en la medida en que, como resulta previsible, ejerza ese mandato tomando en cuenta los intereses de todos y expresando el consenso de sus vecinos. Así proceden los líderes. Y así confío en que procedería Brasil.
Se sabe que los asientos en el Consejo de Seguridad son para los países individualmente, no para las regiones. Pero también es cierto que desde hace décadas, Brasil y Argentina se turnan por bienios como miembros no permanentes en base al previo endoso de los países de la región: va uno solo, pero mediante endoso de los demás.
Es por estas razones que la Argentina, que se ha opuesto desde siempre al aumento del número de países con veto, sostiene hace más de una década (criterio diseñado por Guido Di Tella) que, cualquiera sea finalmente el contenido de la reforma (miembros semipermanentes renovables, aumento de los no permanentes) los que acudan por su condición regional deben ser previamente endosados por sus vecinos y éstos deben conservar –como atributo indelegable de su soberanía- la facultad de confirmar o reemplazar cada tanto a ese mandatario, según éste se comporte representando fielmente a sus vecinos.
Hoy por hoy, y espero que por muchos años, si así se hiciera y de mí dependiese, yo aconsejaría que todos empezáramos votando unánimemente por el Brasil.
Y que, período tras período, continuáramos ejerciendo el derecho de elegir al que mejor nos represente. Rio Branco la tenía muy clara.
(*) Benítez, Manuel, en “Brasil, su vida, su trabajo, su futuro.”, Bs.As., 1908, pág. 165.
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Andrés Cisneros , 20/12/1944 |
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