La procesión va por dentro.

 


Aunque ya a principios de semana había recuperado el saludo del Presidente, esquivo durante varios días, Roberto Lavagna no terminó de distenderse. Intuye que la brecha que se abrió a partir del pase de facturas de la Casa Rosada por la postergación de las negociaciones de la deuda es muy difícil de cerrar y refleja algunas diferencias sustanciales entre su óptica y la del Presidente.
Como para confirmar que no está dispuesto al mutis, el sábado 11 el ministro publicó en La Nación algunas opiniones que pueden leerse como un testamento, como un programa o como una resistencia sorda (o como todas esas cosas a la vez) pero que, en cualquier caso, buscan disponerlo en la vidriera de las ofertas políticas como una alternativa a ciertas ideas que florecen en Balcarce 50. “Tenemos que tener mucho cuidado –señala el ministro- entre dos extremos: los profetas del caos, que están siempre presentes, pronosticando algún desastre, y los alquimistas del bienestar sin costo. En general, unos están ubicados a la extrema derecha del espectro, y los otros, ubicados en la corriente populista, progresista.

¿Populistas progresistas, alquimistas del bienestar sin costo? ¿Lanza Lavagna sus piedras contra los cristales de la Casa de Gobierno? Parece evidente, pero como no quiere ser acusado de desobediente, con presteza retira la mano y aclara que “afortunadamente el Presidente tiene mucha conciencia de esto”. Insiste, sin embargo, con otro alerta: “Si alguien cree que porque durante casi tres años hemos logrado una evolución en el sentido positivo eso nos garantiza, casi inercialmente, la continuidad, creo que se equivocaría. Acá no hay inercia”. ¿A quien se dirige esa advertencia? Es inevitable interpretarla como un mensaje dirigido (o una factura devuelta) a quien se haya sentido tentado de desembarazarse de quien, en ese frase, aparece como tácito gestor de tal “evolución en el sentido positivo”. Puesto que habla de “tres años” y no del año y medio que Kirchner lleva en la presidencia, es obvio que Lavagna se refiere a sí mismo. “Sacarme tiene un costo”, podría descubrirse escrito en tinta invisible; en negro sobre blanco se lee una traducción diplomática de la misma idea: “Acá no hay inercia”. El ministro también esboza sus reparos al proyecto elucubrado en la Presidencia de “vivir sin el Fondo Monetario” y sortear así la auditoría externa de la sustentabilidad económica del país; una idea que fue regada primero con el sueño de los 20.000 millones de dólares que llegarían de China y que ahora parece inclinada a esperar que la ayuda llegue desde la España de Rodríguez Zapatero. Lavagna aclara razonablemente, para empezar, que en la actualidad “el poder de los Estados nacionales dentro de sus fronteras queda recortado, enmarcado por un conjunto de normas que son de validez internacional” y que “vamos a un Estado (…)donde hay muchas áreas que quedan fuera de su control. Y esto no es sólo en economía, también en seguridad, en materia de medio ambiente, incluso en áreas como las comunicaciones”. Puntualiza luego que con el Fondo no se trata de “romper relaciones. Siempre se encuentra en estos organismos gente razonable, sin anteojeras ideológicas…”

No deja de ser curioso que el ministro que ha reflejado con mayor fidelidad las posturas proteccionistas y hasta aislacionistas de sectores de la producción menos competitiva, el mismo que impulsa las salvaguardias en el MERCOSUR, resiste el ALCA y reveló sus reticencias frente al reconocimiento de China como economía de mercado, desgrane ahora un discurso diferente (“Negar la globalización es algo así como autocondenarse”). El motivo de la aparente paradoja es político: Lavagna procura desplegar un discurso sensato, moderado, que le permita distinguirse ante propios y extraños de las improvisaciones y picardías que distingue a un centenar de pasos del Palacio de Hacienda. “Esta es una lucha permanente entre la inteligencia y la viveza –resume-. Somos una sociedad muy inteligente que en algún momento cae en la tentación de la viveza, de creer que hay caminos cortos por donde lograr lo que otros tuvieron que recorrer por caminos un poco más largos”.

El virtual manifiesto de Lavagna, editado bajo la forma de un reportaje, testimonia las procesiones internas que ocurren en el gobierno de Néstor Kirchner, bajo la fachada tranquilizadora de los superpoderes y las encuestas favorables.

Otra señal del mismo fenómeno son las críticas que se disparan desde el ala progresista del oficialismo. El Instituto de Estudios y Formación de la Central de Trabajadores Argentinos (CTA), el agrupamiento sindical más afín a Kirchner, acaba de difundir un estudio, respaldado en datos del INDEC, que subraya que la participación de los asalariados en el ingreso es, con este gobierno, la más baja de los últimos 50 años: apenas el 21,5 por ciento (aún más reducida que durante el gobierno de la Alianza, cuando alcanzaba al 24,3 por ciento). "La presente dinámica económica, lejos de mejorar la situación distributiva, la ha empeorado”, apunta el estudio. “…Los ingresos de los sectores bajos y medios quedaron rezagados con relación a las nuevas condiciones del proceso económico”. El trabajo, en el que participó el sociólogo Artemio López (titular de una de las encuestadoras más consultadas por el gobierno), destaca “la precarización laboral” y el “elevado nivel de ocupación "en negro", que según el INDEC asciende a 48,5%. Los trabajadores no formales reciben ingresos entre un 30 y un 40 por ciento más reducidos que quienes están en blanco. Otro trabajo de López informa que el 62 por ciento de la población económicamente activa recibe todo o parte de su salario en negro. Agrega que un 37,5 por ciento de la población económicamente activa está desocupada o subocupada.

Es lógico, ante ese informe, que el secretario general de ATE, la Asociación de Trabajadores del Estado, columna vertebral de la CTA, vaticine para el año próximo “una agudización de la conflictividad”. Ya el 2004 exhibió una duplicación de las medidas de fuerza, en relación con el año precedente.

El aumento no remunerativo de 100 pesos, dispuesto por decreto por el gobierno, no satisface las expectativas de los sindicatos, aunque el camionero Hugo Moyano lo saludó como “un importante logro”. Tampoco fue bien recibido por las empresas: “Muchas pymes, empresas pequeñas y medianas, no podrán pagarlo”, declaró la Unión Industrial Argentina. El titular de Fiat de Argentina, por su parte, estimó que el incremento salarial se trasladaría a precios y podría traducirse en 4 o 5 puntos de inflación. Pese a todo, con una situación social deteriorada y un Estado superavitario, la puja por el ingreso parece destinada a crecer.

Como dirían los chinos, 2005 va a ser un año muy interesante.
Jorge Raventos , 13/12/2004

 

 

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