Acerca de los acuerdos con China.

 


Los recientes acuerdos con China darán que hablar durante muchísimo tiempo más: no ha pasado aún un lapso suficiente como para evaluarlos en forma definitiva. Por lo demás, el sigilo en su trámite y la notoria torpeza comunicacional, con “cláusulas secretas” incluidas, no han facilitado precisamente el acceso de los observadores a una comprensión acabada de todo lo actuado.
“Para entender de verdad al mundo,
resulta mucho más necesario
identificar a quienes proceden equivocadamente
que a aquellos que lo hacen con acierto.”

Talleyrand

Con esa advertencia, procedemos a una evaluación provisoria de lo que hasta ahora se ha conocido, dada la imperiosa necesidad de ir aproximándonos a un ejercicio de concertación de comercio e inversiones que encierra un potencial formidable, capaz e alterar positivamente el destino de nuestro país y de la región en que vivimos.

1. Una gran oportunidad histórica, semejante por sus elementos a la de 1880.

La eventual concertación con China y el sudeste asiático de un acuerdo estructural para colocar allí volúmenes enormes y por largos períodos de nuestra producción agroalimentaria podría generar un fenómeno no igual pero sí comparable a lo ocurrido en la anterior Globalización, la del siglo diecinueve, cuando Argentina decidió convertirse en el granero de Europa, vía un acuerdo similar con Gran Bretaña, lo que en menos de cuarenta años la colocó entre los siete PBI más importantes del mundo.

Después, no supimos invertir bien esa fabulosa acumulación de capital, pero eso es harina de otro costal. Lo que importa es rescatar que una oportunidad semejante catapultó a nuestro país a niveles que nunca antes ni después pudo otra vez alcanzar.

Por el bien de la entera sociedad argentina, es de esperar que quienes hoy (y en próximas administraciones) tengan a cargo la conducción de los asuntos de estado adviertan la profunda importancia del tema que les ha caído en las manos.

2. Los ideólogos del progresismo abominan de la Generación del Ochenta, la globalización y la apertura de nuestro mercado ¿Y esto qué es?

Quienes hoy se encuentran en el poder proceden de una visión histórica e ideológica enteramente respetable que, entre otras cosas, siempre se ha caracterizado por su severa crítica a la Generación del Ochenta y a toda posibilidad de repetir una experiencia semejante. Todavía hoy basan su demonización de la década de 1990 en sus semejanzas con aquella apertura de nuestra economía que –según esta visión- entonces como ahora entregó nuestros recursos al extranjero, impidiendo la industrialización, elemento esencial para el desarrollo nacional independiente.

Desde esa óptica se resiste hoy, por ejemplo, a la firma de los acuerdos del ALCA u otros directos con Estados Unidos o Europa, similares a los rubricados por numerosos países, el más cercano a nosotros, el muy próspero Chile.

Aceptando la vigencia de tal pensamiento, corresponde preguntarse cómo se compadece esa posición con estos acuerdos con China, a la que hemos abierto nuestro mercado de la noche a la mañana, sin previas negociaciones públicas y conocidas, con consulta y participación de los representantes de la vida política, gremial y empresaria como sí se hace, desde hace años, en las marchas, contramarchas y tironeos harto conocidos de las negociaciones con EE.UU. y la Unión Europea.

No es que esté mal postergar los acuerdos con los mercados occidentales todo lo que haga falta hasta conseguir el óptimo posible para los intereses nacionales. Solo que llama la atención que no se haga lo mismo a la hora de tratar con otras potencias, en este caso China, que no se caracteriza, precisamente, por el ánimo concesivo en sus negociaciones internacionales, famosamente conocidas por su dureza y duración habitualmente prolongada.

Esto adquiere ribetes de la mayor importancia precisamente en un gobierno que, como el actual, se autodefine como industrialista, protector de las actividades productivas locales y sedicentemente abocado a la construcción de una burguesía nacional sustitutiva de importaciones en base a la más alta protección de nuestro mercado y, en algunos rubros, a la re-creación de empresas estatales. Y que tal circunstancia se verifique justamente al firmar acuerdos con China, un país embarcado en el más agresivo proceso de apertura económica y privatizaciones del mundo entero.

Sobrevuela inevitablemente la sospecha de que en la toma de estas decisiones prevalezca un ánimo de militancia “antiimperialista” frente al ALCA o la UE que, con mayor o menor justificación, tema la súbita aparición de ventajas o perjuicios indebidos al interés nacional que no se encontrarían presentes en el trato con otras potencias, por ejemplo China. Justamente, negociar intereses objetivos, de comercio e inversiones, a través del cristal ideológico sería un error que precisamente China, en su asombroso desarrollo capitalista, se ha cuidado muy bien de no cometer.

La virtud del pragmatismo consiste en su capacidad para sacar provecho de todas las situaciones, aún de aquellas real o aparentemente opuestas o contradictorias al discurso político que ha llevado al poder a quienes eventualmente lo detentan. Solo que, siendo la realidad la única verdad, alguien debiera dar explicaciones cuando el discurso dice una cosa y el accionar confirma todo aquello que se ha venido vituperando. El pragmatismo toma atajos, pero nunca niega la coherencia.

Cuando las mega oportunidades históricas aparecen con estas dimensiones monumentales –una vez por siglo, a veces nunca- la paradoja pasa por el hecho verificado de que no todos consiguen percibirlas con la misma facilidad.

Esta miopía suele atacar principalmente a quienes en ese momento se encuentran con responsabilidades de gobierno, en razón de que la enormidad de la tarea lleva rápidamente a comprender que no puede encararse en soledad sino a través de políticas de estado, esto es, de no siempre confortables compromisos con otros sectores de la lucha política y con actores relevantes de la vida social y económica.

Para encarar seriamente una negociación estructural – como ésta con China- un país como el nuestro necesita de políticas de estado. Si sus gobernantes se rehúsan a adquirir los compromisos internos que tal ejercicio conlleva, quedarán fatalmente debilitados para esa mega negociación externa.

Lula y Lagos se cuidaron muy bien de tejer esos acuerdos internos antes de sentarse con los chinos (o los norteamericanos, o los europeos) y prácticamente todos los observadores económicos coinciden en que vienen obteniendo compromisos internacionales mucho más ventajosos que la Argentina.

Emprendimientos semejantes requieren planificaciones de largo plazo, mucho más largo que el de uno o dos períodos presidenciales y la toma de compromisos que exceden el cálculo político del momento. Pero las políticas de estado suponen limitaciones al poder inmediato que muchos gobernantes no están dispuestos a aceptar aunque la expectativa de progreso social de largo plazo resulte muy atractiva.

3. Ha sido una propuesta de China, no nuestra. Tomamos lo que nos ofrecieron . No se coordinó ni con Brasil, ni con Chile ni con el Mercosur. Ni siquiera se coordinó internamente con la oposición, los sindicatos o los empresarios.

En esa inteligencia, corresponde puntualizar que no se ha tratado del feliz resultado de una gestión originalmente argentina para insertarse en el mundo de la manera en que nosotros consideremos más ventajosa para los intereses nacionales y nuestra manera particular de definir cuáles son.

Por el contrario, se trata de una oferta que viene desde afuera, no consultada con nosotros y que ni siquiera es exclusiva o a medida, diseñada para entroncar con nuestro proyecto nacional, sino apenas una oferta generalizada de China a la región, con la habilidad, claro, de negociarla después con cada uno por separado.

Bueno o malo el resultado final, está claro que somos sujetos cuasi pasivos de estos acuerdos, diseñados en Beijing, por Beijing y sometidos a nuestra firma casi como contratos de adhesión, lo toma o lo deja.

No sorprende que ello ocurra. Todos los imperios proceden así. Las mezquinas ofertas norteamericanas en el ALCA y las aún peores de la UE funcionan igual. Lo que si sorprende es que en el caso de China no procediéramos reagrupándonos nacional y regionalmente para sumar fuerzas y negociar mejor.

Esta ausencia de coordinación con los vecinos no debe haberse originado en dificultades ajenas a la voluntad del gobierno argentino, porque el mismo secreto y exclusión campeó también en el ámbito doméstico: ni los empresarios, ni los trabajadores ni los dirigentes políticos no oficialistas (y numerosos dirigentes oficialistas y hasta ministros del propio Gabinete) fueron no ya consultados sino tan siquiera informados ni de la existencia ni de las negociaciones previas ni del acuerdo resultante con China.

A diferencia de lo ocurrido entre nosotros, ante la novedad de los acuerdos con China, la prensa de Chile o Brasil no reflejó el asombro –y sí el exhaustivo conocimiento previo- por parte de sus dirigentes políticos y empresarios.

Aquí, el misterio de una técnica comunicacional propia del marketing no parece haber caracterizado solo a la presentación de los acuerdos en el modo de su forma, sino también, mucho más gravemente, en su fondo, en el modo casi oculto en que fueron concertados con una potencia extranjera.

Las primeras informaciones no permiten demasiado espacio al optimismo, desde que todos los observadores, incluyendo la prensa habitualmente gentil con el Gobierno, han señalado que los dos ministerios con competencias más apropiadas para negociar acuerdos económicos internacionales, como Economía y la Cancillería, jugaron, si alguno, papeles muy secundarios en este asunto, puntualmente acotado a silenciosos negociadores ad hoc designados por el propio Presidente.

Tal marginación parece adquirir la continuidad propia de una política permanente: en su momento, los promocionados acuerdos con Venezuela exhibieron las mismas características, con baja participación de esos mismos ministerios y alto protagonismo del ministro De Vido y un puñado de funcionarios casi todos de origen santacruceño.

De nuevo, las apariencias terminan expresando el contenido profundo de las voluntades. La concertación de intereses nacionales y regionales alrededor de un proyecto de estado a veinte años vista hubiera correspondido a quienes estuvieran, ellos sí, planificando acuerdos estructurales de gran profundidad y largo alcance, como ocurrió entre nosotros en 1890, en 1990 y, en estos momentos, en Brasil o Chile.

El sigilo, el manejo cuasi publicitario con la prensa y la deliberada generación de incertidumbre generalizada como una manera de concitar la atención ante un lanzamiento promocional, se corresponden más con una administración menos abocada a pensar en la profundidad y el largo plazo que en la construcción inmediata de poder político para la coyuntura.

Así, la principal idea “filtrada” a los medios, de que los chinos venían a levantar al contado nuestra deuda con el Fondo (no a invertir en rubros estructurales de nuestro sistema productivo, como en Brasil y Chile) denuncia claramente una expectativa de caja, un pensamiento que se agota en lo instantáneo o en el efecto siempre efímero de los titulares de los diarios del día siguiente.

4. Todo indica que no se trata de inversiones, sino de casi meras cartas de intención, créditos atados a decisiones extranjeras.

Sin excepciones significativas, los observadores económicos coinciden en señalar que, a cambio de abrirles nuestro mercado, los chinos se han comprometido a poco más que a dar créditos o emprendimientos donde la decisión última queda en su favor, en un esquema no muy diferente a los denostados acuerdos de aquel entonces con Gran Bretaña, que supuestamente invertía donde les convenía a ellos, no a nosotros, y solo en aquellos rubros y actividades funcionales a sus intereses, no necesariamente a los nuestros.

Repasemos lo que se ha publicado.

El acuerdo ferroviario por u$s 8.000 millones se habría firmado condicionado a que las empresas China Beya Escmo y China Railway y no las autoridades argentinas elijan a quienes proveerán los materiales y servicios. Ninguna licitación abierta se encontraría prevista.

La construcción de viviendas populares, por otros u$s 6.000 millones también reservaría a China-Construction el derecho excluyente a decidir la adjudicación de servicios y tareas.

En materia de Energía, la empresa Sanangol –sin mediar licitación previa- percibiría u$s 5.000 millones a pagar por la Argentina por proyectos y servicios que nuestra empresa Enarsa le encargaría, aparentemente en forma directa.

Resulta imprescindible que las autoridades expliquen si lo que parece surgir de estos acuerdos es en efecto así: que si finalmente se implementaran estos monumentales emprendimientos, quedaríamos endeudados, durante décadas y décadas, a pagar por créditos atados a adjudicaciones directas a empresas extranjeras elegidas por parte de meros funcionarios del Ejecutivo, sin licitaciones previas ni la oportunidad de verificar, en cada caso, si otras empresas pudieran efectivizar el mismo aporte en mejores condiciones.

El tema requiere la mayor de las atenciones: en el inevitable juego de las comparaciones, las reales o supuestas oportunidades de corrupción achacadas a la década de los Noventa podrían quedar reducidas a un juego de niños exploradores en el Día de la Primavera.

5. ¿Qué papel se le reservó al MERCOSUR?

Se sabe ya que no hubo coordinación previa –antes bien, reserva y secreto- ni con Brasil ni con Chile, ambos también receptores de la propuesta china.

Y tampoco, asombrosamente, en el ámbito del MERCOSUR, que se supone que configura el espacio de poder y negociación comunes de sus países miembros para nuestra mejor inserción en el mundo.

Tal vez no termine siendo tan grave, dentro de un tiempito le montamos un condigno desagravio, proclamamos a los cuatro vientos el enésimo “relanzamiento” del MERCOSUR, y Santas Pascuas, la casa en orden.

La integración con los vecinos configura nuestro más importante proyecto de política exterior desde las guerras de la Independencia. Seguramente por ello cala hondo en nuestras sociedades, en nuestra gente, que en todas las encuestas y sondeos de opinión identifica al MERCOSUR como el más elevado objetivo de nuestro accionar regional, la puerta de entrada que elegimos para insertarnos en el mundo.

La invalorable alianza estratégica con Brasil, concertada explícitamente en 1996 –en esa Década, si, leyó bien- sustenta, aquí y allá, su fortaleza en la esperanza de un destino cada día más común en base a la concertación y la consulta permanentes. No hay, no se conoce, a un dirigente político argentino que contradiga a este sentimiento vasta y justificadamente generalizado en la sociedad argentina.

El procedimiento seguido en esta negociación con China ha propinado un verdadero golpe bajo a esa legítima creencia popular en las bondades de la integración.

Ambos países negociaron por separado, sin consultas recíprocas, antes bien, con sigilos y reservas al menos tan grandes como las que aquí se mantuvieron para con la opinión pública y las corporaciones políticas y productivas.

Nadie conoce, a ciencia cierta, lo que hemos comprometido con la aceptación que China impuso de su condición de Economía de Mercado ni los alcances del similar reconocimiento que Chile y Brasil efectuaron individual y separadamente del de nosotros.

Y cuando ya creíamos colmada nuestra capacidad de asombro, se nos informó de un acuerdo secreto que nos preservaría de todo mal que tal status podría acarrearle a nuestros intereses.

Los acuerdos secretos correspondieron a la diplomacia propia de las monarquías absolutistas, época previa a la Revolucion Francesa, la Inglesa y la Americana, que abrieron paso a la división de poderes, el parlamentarismo y el florecimiento maravilloso de la democracia, ese nuevo mundo que Talleyrand ayudó a articular.

A partir de entonces se los consideró contrarios al interés público y, por su naturaleza, impropios de un gobierno con la debida transparencia que exigen, por lo pronto, nuestras Constituciones nacionales.

En este caso, la firma por parte de nuestros gobernantes de un convenio secreto y , a renglón seguido, la inmediata publicidad de su existencia, desafía a la lógica de nosotros, los hombres comunes: si se podía hacer público ¿por qué firmarlo en secreto? Si debía firmarse en secreto, ¿por qué hacerlo público dos días después?

La reiterada propensión de nuestros cuatro gobiernos a tomar decisiones individuales que no se consultan con sus pares del MERCOSUR, configuran una estridente señal de alarma para la suerte futura de nuestro proceso de integración.

Y el caso de la negociación con China termina siendo una gran oportunidad perdida para revertir la perniciosa tendencia centrífuga que amenaza de muerte a un MERCOSUR que la gente sigue amando plena de candor mientras solo unos pocos se atreven a advertir públicamente sobre los crecientes peligros que amenazan con extinguirlo.

6. En Brasil hablaron del Consejo de Seguridad, acá no.

En ese marco de nuestras crecientes diferencias con Brasil, las discrepancias ante la aspiración brasileña a ocupar por cuenta propia un asiento en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas configura una diferencia política de primer nivel entre ambos países, solo comparable a la que mantenemos en torno a la necesidad de institucionalizar al MERCOSUR.

La prensa brasileña consigna que, entre las negociaciones de su gobierno con el de China, el eventual respaldo a la candidatura de nuestro vecino estuvo presente. Desconocemos la existencia de algún acuerdo al respecto, pero sí sabemos que, en Buenos Aires, ese tema estuvo ausente. Argentina no lo levantó.

Aunque la posición tradicional argentina –fijada en la década de los Noventa, si señor, y mantenida luego por todos los gobiernos, incluido el actual- es conocida, el silencio de nuestro gobierno ante un interlocutor como China, configura un caso redondo de omisión que potencia las aspiraciones de nuestro vecino y amigo que, en este caso, desgraciadamente, chocan con el interés nacional argentino.

7. Lo que vendrá

La evolución de nuestros conflictos políticos ha llevado a que en este período de la Historia nos encontremos gobernados por gente que se define genéricamente como progresista en lo interno y antiglobalizadora en lo externo, en un país periférico del extremo austral de América Latina, con una industria imposibilitada de confrontar con la altísima tecnología de sus competidores de Occidente y, al mismo tiempo, con los bajísimos salarios que pagan sus competidores orientales.

La inminente apertura masiva a productos baratísimos de China puede obligar al cierre de cadenas de producción completas y/o a acentuar aún más la baja de los salarios en Argentina, un país en que el peronismo lleva medio siglo fundando su discurso en la justicia social, el pleno empleo y la negativa de que los salarios terminen financiando a la ineficiencia empresaria o los déficits del estado.

Un país en donde la impronta política la impone el peronismo desde hace más de medio siglo, el salario de los trabajadores no puede convertirse, sin escándalo doctrinario, en la variable de ajuste que financia una bajísima competitividad industrial imposibilitada de ganar mercados sin subsidios impagables.

El modelo económico surgido de la pesificación devaluadora gira en torno a salarios deprimidos, la exportación de comodities y la integración de mercados con una economía como la brasileña, estructuralmente montada sobre la base de salarios todavía más bajos de los que hoy se pagan entre nosotros. Estos acuerdos con China se insertan en ese esquema, conectando nuestra economía con otra de salarios aún más paupérrimos.

La ausencia en estos flamantes convenios de la exigencia de nuestro Gobierno de articular con China un plan sistemático de inversiones estructurales en industrias agroalimentarias capaces de exportar masivamente con creciente valor agregado, torna impensable un proyecto formidable, que convertiría a este gobierno en un hito histórico –San Martín y Gardel juntos- capaz de repetir los aciertos más no los errores de aquella generación del Ochenta. Talleyrand la tenía clara.
Andrés Cisneros , 05/12/2004

 

 

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