Néstor Kirchner decidió desde el primer día de su administración que no sufriría ninguna crisis de gabinete. Para lograrlo, resolvió sencillamente no tener gabinete, sino apenas ministros compartimentados, cada cual en su área específica, y relacionados separada y radialmente con el Presidente y con el coordinador Alberto Fernández. No se registra, en casi 19 meses de gobierno, ni una sola reunión conjunta de Kirchner con todos sus ministros. |
“No se han reconciliado –dijo Galio-. Guardan
las apariencias para la crisis final. Eso es todo.
Oiga bien lo que le digo, promesa: en política casi todos
los amigos son falsos, pero todos los enemigos
son verdaderos”.
Héctor Aguilar Camín, La guerra de Galio
Reticencia ante los debates colectivos, miedo escénico, desconfianza de todo tipo de corporación o aplicación doméstica del clásico divide et impera, la práctica presidencial ha concentrado la reflexión sobre las decisiones en un pequeño entorno de fieles que no constituye un agrupamiento institucional ni institucionalizado, en el que se destacan, por cierto, la primera dama y algunos pocos antiguos colaboradores de su gestión santacruceña.
Roberto Lavagna atribuye a ese equipo –y a su exorbitante influencia en el aparato mediático- la oleada de versiones que en los últimos diez días lo dio por virtualmente renunciado. El ministro de Economía conoce el modus operandi del rumor periodístico y esta vez no hacía falta una investigación meticulosa para comprobar que, efectivamente, era desde la Casa Rosada de donde partían las andanadas destinadas a serrucharle el piso. Hasta el diario ultraoficialista exhibió las evidencias el último domingo de noviembre, cuando citó una frase textual de Kirchner: “Lo lustramos bien al Pálido”. El Pálido es, por supuesto, Lavagna y “lustrar” debe entenderse en este caso como erosionar, carcomer, limar o, si se quiere, recortar su poder.
No es el primero de los ministros en padecer la lustrada. Cuando empezó a percibir el olor próximo a cera bien frotada, Gustavo Béliz resolvió encender el ventilador y mencionar ante la prensa misteriosos traspasos de fondos a la SIDE a través de decretos secretos. Fue conminado a dimitir como ministro de Justicia, Derechos Humanos y Seguridad. A su sucesor le rebanaron en pocos días dos tercios de su cartera (que quedó reducida a Justicia). El ex secretario de Cultura, Torcuato Di Tella, no quiso permitir que lo lustraran otros y colaboró con entusiasmo en la tarea hasta ser reemplazado por José Nun, un ex admirador y asesor de Chacho Alvarez y de Elisa Carrió, que desde la asunción de Kirchner trasladó arrojadamente sus admiraciones y asesoramientos al matrimonio presidencial.
Aunque, por lo que se ha visto, ninguno de estos despidos representó algo parecido a una crisis de gabinete, lo cierto es que en 19 meses el Presidente se ha visto ya obligado a desprenderse de una porción de su elenco superior de colaboradores.
Es evidente, por otra parte, que el despido o la renuncia de Roberto Lavagna, cuando la postergada salida del default flota aún en el océano de la incertidumbre, tendría efectos más traumáticos que el encogimiento de responsabilidades del ministro Rosatti o las exoneraciones de Béliz y Di Tella. Quizás por ello, después de registrar las reacciones alteradas de la Bolsa y la inquietud de empresarios e inversores, Kirchner y los suyos decidieron frenar la campaña contra el ministro de Economía y ofrecer a los medios algunas señales de reconciliación, como la extensa reunión entre Lavagna, el presidente y Alberto Fernández en Balcarce 50 el viernes 3 por la mañana.
Hay que reconocer que el propio Lavagna había contribuido a fortalecer la idea de que se aprestaba a dejar el gobierno: los voceros del Palacio de Hacienda estuvieron tan activos como los de la Rosada y su mensaje no se centró a desmentir la hipótesis de una retirada del ministro, sino a confirmarla, agregando que “es muy difícil trabajar cuando hay campañas tan fuertes en contra y cuando se ponen tantos palos en la rueda”. Se estaba ante una situación parecida a la de esas parejas que en las disputaas de divorcio, se empeñan en probar que la culpa de la separación es del otro y, mientras uno increpa al otro por infedilidad, este quiere imputa al primero el abandono del hogar. En rigor, ambas partes calculan que la ruptura entre el Presidente y el ministro será castigada por la opinión pública y procuran que la factura la pague el otro.
Ahora bien, en más de un sentido puede afirmarse que la ruptura ya se produjo. Más allá de las fotos de la reconciliación, es evidente que el Presidente decidió no darle a Lavagna un respaldo explícito después de la “lustrada”: cuando los cronistas que asistieron a un acto público en La Matanza, el viernes 3, le preguntaron si apoyaba o no a su ministro, Kirchner respondió con un gesto que significaba: “Estoy sordo y mudo”. En esas condiciones, Lavagna debe afrontar los capítulos decisivos de la renegociación de la deuda defaulteada en situación de debilidad.
Los observadores no pueden dejar de asociar, además, esa actitud frente a Lavagna con la ausencia de Kirchner en el acto de proclamación de la “Unión Sudamericana”, que coordina en Cuzco Eduardo Duhalde, en su función de bastonero del MERCOSUR. “Asisto a los actos protocolares que me parecen importantes”, aclaró Kirchner poco después de alegar motivos de salud para su inaesistencia. El desaire a Duhalde –además del que se inflige a los presidentes de América del Sur que concurren al lanzamiento, empezando por el brasilero Lula Da Silva- es leído como parte de un mismo conflicto: Lavagna es el ministro de Economía que Duhalde le dejó a Kirchner y es también para el bonaerense un hombre de reserva, que puede transformarse en su candidato a presidente en 2007 si su conflicto con Kirchner se agudiza. Y parece que, independientemente de la voluntad o el cálculo de los actores, las cosas se están moviendo en ese sentido.
Irónicamente, precisamente en momentos en que muchos analistas subrayan la acumulación de poder, digamos, institucional del Presidente (vigorosa operación sobre el sistema mediático, anemia del control y la participación independiente del Poder Legislativo, “superpoderes”, manejo de una caja bien nutrida por el superávit para anestesiar la iniciativa de los gobernadores) una mirada más minuciosa podría descubrir signos de disgregación del frente oficial. La rajadura entre el Presidente y el eje Duhalde-Lavagna es una de esas señales, pero no la única. Habría que sumar, a título de ejemplo, las tensiones generadas en el llamado “grupo productivo” (o aislacionista-ultraproteccionista) del empresariado ante los acuerdos con China. El gobierno vino cultivando a ese sector hasta transformarlo en emblemático de la economía “anti-años-90”, y ahora lo sorprende con acuerdos que, según denuncia ese sector, representan “una amenaza peor que 50 ALCAs”. Perplejo ante las consecuencias de sus propios actos, el gobierno trata de evitar la fuga de esos apoyos reiterando promesas de protección y una aplicación “acotada” de los vínculos con China. Como comentó con ironía Ricardo López Murphy, “el gobierno compró un submarino pero quiere tranquilizar a todo el mundo declarando que no se sumerge”.
En el campo sindical comienza a observarse un activismo creciente, liderado por los dirigentes presuntamente más próximos al oficialismo (la CTA y la CGT que lidera Hugo Moyano). Los reclamos salariales van a contramano de la decisión del gobierno de sostener los efectos catastróficos de la devaluación manteniendo artificialmente un dólar alto: en la Argentina, dólar alto equivale a salarios bajos. Un estudio reciente del Centro de Estudios de la Nueva Economía de la Universidad de Belgrano comprueba que, de no ser por la intervención permanente del Banco Central, el valor del dólar (como resultante de la relación entre la base monetaria y las reservas) sería de 2,47 pesos, es decir casi un 21 por ciento más bajo que la cotización actual.
Los signos de resquebrajamiento en la base propia se notan también en el sector más o menos intelectual que se identifica con el progresismo: la presión del gobierno sobre los medios ha generado reacciones (denuncia del columnista económico del diario ultraoficialista Página 12, víctima de censura en ese medio; disolución de la Asociación Periodistas; cuestionamientos de profesionales e intelectuales a esos métodos, etc.) que no carecen de importancia, habida cuenta de que ese sector, de indudable influencia en la opinión pública, clases medias urbanas, ha venido constituyendo un pilar fundamental en el esfuerzo del gobierno por solucionar su “mal de origen”, el menguado porcentaje con el que Kirchner se aposentó en la Casa Rosada.
La imagen equívoca de un presidente con superpoderes y los amplios márgenes de respaldo que revelan las encuestas (más bien: ciertas encuestas) coexisten con esos signos a menudo más discretos que muestra la realidad. Cohabita asimismo con el repentismo y la improvisación con que ese mismo gobierno reacciona frente a las tendencia fuertes del escenario internacional, donde aparece extraviado y sin iniciativa.
El intermezo de la “lustrada” a Roberto Lavagna (aún resta algún capítulo), los ensueños de una vida económica sin la auditoría del Fondo Monetario Internacional, los riesgos de una frustración en la salida del default son pruebas de equilibrio en las alturas para las que ni las encuestas halagadoras ni los exorbitantes superpoderes representan una verdadera red de seguridad.
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Jorge Raventos , 05/12/2004 |
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