Tanto el presidente Néstor Kirchner como su ministro de Economía, Roberto Lavagna concidieron en un punto durante la última semana: ambos defendieron, en circunstancias distintas, las virtudes del atraso.
Kirchner dedicó parte de un discurso patagónico a cuestionar a quienes le critican su impuntualidad (o su ausencia) en compromisos oficiales. Explicó que llega tarde “porque estoy trabajando” y consideró que su imprecisión en las citas y los plantones a los que condena a gobernantes extranjeros, inversores, empresarios, ministros y ciudadanos de a pie son apenas “un detalle”.
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El ministro, por su parte, argumentó sobre la postergación por 50 díás del lanzamiento oficial de la propuesta de canje de la deuda en default. No hay que dramatizar ese atraso –dijo-, ya que en estos procesos siempre se producen “pequeños inconvenientes”. Si no se producen nuevos problemas, la oferta quedará formalizada el 17 de enero de 2005, más de tres años después de haberse declarado la cesación de pago.
La óptica minimalista aplicada a uno y otro comportamiento probablemente no sea compartida por sus víctimas. En cualquier caso, es probable que ese haya sido el único aspecto en que presidente y ministro mostraron convergencia de criterios en el pasado reciente. Lavagna hizo evidente sus diferencias en relación con los acuerdos firmados con la República China. Que (al igual que el canciller Rafael Bielsa) el ministro no haya tenido ni arte ni parte en las negociaciones con China y se haya enterado de ellas por los diarios es, seguramente, “un detalle” a los ojos del Presidente. Lo que de todos modos es claro es que, por importante que sea la psicología de los personajes, no es ese el motivo principal de las divergencias de Lavagna. El se encargó de que las razones se difundieran por escrito. Lo hizo por interpósita consultora: Ecolatina, la firma de asesoramiento que el ministro fundó y conduce su hijo, estableció, negro sobre blanco, una postura reticente ante la admisión de que China es una economía de mercado. Los argumentos reflejan la posición del sector empresario “productivista”, el mismo que alentó la devaluación practicada por Eduardo Duhalde.
El ministro de Economía también había dejado trascender, en vísperas del arribo de Hu Jintao, el carácter ilusorio de las cifras que la Casa Rosada imaginaba como aporte inminente –fuera como inversión o como préstamo- del gobierno de Beijing.
La Casa Rosada encontró muy pronto una esquina donde cobrarse esas cuentas. La renuncia del Bank of New York a representar al Estado argentino en la presentación internacional de la oferta de canje de deuda desconcertó al gobierno y lo puso ante la necesidad de postergar el acontecimiento. Kirchner culpó en privado a Lavagna por el traspié y las usinas informativas de Balcarce 50 se encargaron de deslizar a la prensa “el enojo” presidencial y la idea de que había sido “la impericia” del ministerio de Economía la que había provocado tanto la renuncia del banco neoyorquino como el consiguiente retraso del cronograma de la negociación. Tan intenso fue el tiroteo a Lavagna desde la Casa Rosada que Eduardo Duhalde salió en su defensa: le dio respaldo en declaraciones públicas, se entrevistó con él y se comunicó con el Presidente para detener el fuego. Lo consiguió a medias: las versiones de baterías oficiales no cesaron, pero Kirchner declaró el viernes en Puerto Madryn que “no tenía reproches que hacerle al ministro de Economía”. Como a alguien había que culpar por los reveses que ocasiona la realidad, esta vez le tocó al presidente de Italia: “El reproche es para Berlusconi”, dijo.
Algunos analistas sostienen que los tironeos entre Kirchner y Lavagna se deben a que el Presidente sospecha ambiciones presidenciales en su ministro y compite anticipadamente con él: quiere cargar a la cuenta de Lavagna los retrocesos eventuales del proceso de salida del default y, por el contrario, aspira a quedarse en exclusiva con los laureles si el proceso llega a culminar con éxito. En la Casa de Gobierno malician asimismo que Eduardo Duhalde aguarda una circunstancia oportuna para tomar distancia de Kirchner y cultiva preventivamente candidatos eventuales para las presidenciales del 2007, entre ellos al ministro.
En rigor, la ambigüedad de Duhalde no deja de ser elocuente. Afirma que respalda plenamente al Presidente, pero que “no negocia nada” con Kirchner, porque él es “quien tiene la responsabilidad” de gobernar. Deja entender que apoyará la reelección del santacruceño, pero condiciona esa eventualidad: “El peronismo siempre está por la reelección de sus hombres cuando se desempeñan bien”. Paralelamente, como para dar una medida de ese apoyo, en las listas de autoridades del PJ que Duhalde diseñó no se filtró ni un hombre que pueda ser definido como kirchnerista puro. Y, aunque alentó públicamente a que sus amigos en el Congreso le aprobaran a Kirchner las normas que le otorgan atribuciones especialísimas (“apenas menores que los que Rosas concentró con la suma del poder público”, azuzan sus críticos) le dio libre a varios fieles para que se sumaran a la resistencia expresada por otros sectores del justicialismo y la oposición.
Los poderes acumulados por Kirchner son muy amplios, por cierto, pero no bastan para garantizarse un Congreso obediente en 2005, ni para colocar soldados propios en las listas partidarias de los grandes distritos, ni para evitar los retrasos en la salida del default, ni para eludir la física de la política mundial.
Asociado de hecho al presidente brasilero Lula Da Silva, que tomó la iniciativa de la vinculación estratégica con China, ¿no se verá obligado a revisar otros relacionamientos internos e internacionales guiado por la misma fuerza de los acontecimientos?
Un amigo de Kirchner, el presidente del gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, acaba de ser definido editorialmente como “un presidente accidental” por el Wall Street Journal. Rodríguez Zapatero –responsable de haber retirado el apoyo político y militar de España a los Estados Unidos en Irak- no ha conseguido aún que el presidente de los Estados Unidos le atienda el teléfono, aunque éste recibió durante casi una hora en la Casa Blanca a su antecesor, José María Aznar, e invitó a su estancia de Crawford, en Texas, a los reyes de España mientras Zapatero se encontraba en Madrid con el comandante Chávez de Venezuela. Las decisiones políticas tienen su propia ley de gravedad y no carecen de consecuencias. La falta de decisión, también.
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Jorge Raventos , 29/11/2004 |
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