La rebelión de Bush.

 


Los voceros del establishment progresista internacional aún no han podido recuperarse del golpe feroz que les fue asestado el 2 de noviembre por los sesenta millones de norteamericanos que, para su indignación sin límites, dieron a George W. Bush más votos que a cualquier otro candidato presidencial de toda la historia de los Estados Unidos. El desconcierto que les produjo tamaña aberración puede entenderse: ni siquiera Ronald Reagan, otro “idiota” despreciado por las elites intelectuales y académicas del planeta, pudo unir a tantos bien pensantes en su contra.
Para explicar la anomalía, muchos se pusieron a analizar a los bushistas, llegando enseguida a la conclusión de que se trata de ignorantes del interior que viven de hamburguesas en suburbios deprimentes, aman a sus rifles , rezan varias veces por día , prefieren la Biblia a Darwin y creen que Dios nos ha enviado el sida para castigar a los pecaminosos, comenzando por los homosexuales.

Según los más consternados por el triunfo del “cowboy”, hay dos Estados Unidos: uno, el de las franjas costeras y las zonas que lindan con el Canadá , es el país esclarecido y progresista , casi europeo de John Kerry; otro, el de Bush y el de los predicadores rabiosos de la tele, es una región autoritaria y belicosa que está hundida en la oscuridad premoderna. Lo que es peor, este segundo Estados Unidos , el malo, no solo ganó las elecciones presidenciales sino que también se vio fortalecido por las legislativas en las que los republicanos lograron la mayoría en ambas cámaras, inaugurando así por los menos cuatro años de hegemonía equiparable con la disfrutada aquí por los peronistas.

Ya que con muy escasas excepciones todos los medios de difusión importantes, en especial los más prestigiosos como el New York Times, la CNN, la BBC, Le Monde y los de la Argentina y otros países dependientes que suelen entrar el cadena con ellos, militan en el progresismo planetario y por lo tanto han estado atacando a Bush con vehemencia sin precedentes desde su triunfo polémico en 2000, es comprensible que fuera de los Estados Unidos la mayoría haya deseado que Kerry ganara por un margen muy amplio, devolviendo al texano a su reducto rural. Aunque la cara del senador de Nueva Inglaterra se contorsionaba como la cara de un general sudamericano de tres décadas atrás toda vez que manifestó su voluntad de matar terroristas con más eficacia que Bush, el mundo lo tomó por un hombre civilizado, en el fondo un pacifista que estaría más que dispuesto a subordinar la política exterior de la superpotencia a las Naciones Unidas. Demás está decir, que los norteamericanos no se dejaron engañar con tanta facilidad: la mayoría entendía que, a diferencia de Bush, Kerry era un oportunista sin principios firmes cuyos puntos de vista serían determinados por sus asesores de imagen.

También creen que el mundo es un lugar sumamente peligroso y que si se conforman con “negociar” con sus enemigos no tardarían en ser blanco de ataques muchísimo más mortíferos que aquellos que destruyeron las Torres Gemelas de Nueva York y un ala del Pentágono en Washington. ¿E Irak? Gentes poco sofisticadas, suponían que Saddam Hussein si los amenazaba.

Además de sentir que les convendría tener un comandante en jefe que, si bien cometería su cuota de errores, algunos garrafales, no vacilaría de hacer lo que a su juicio sería necesario en “la guerra contra el terror”islamista, el más del 51% que respaldó a Bush lo creía el hombre indicado para liderarlos en otra guerra aún más nebulosa , pero tal vez más significante, que gira en torno a la “cultura” y los valores morales. No se trata de un fenómeno restringido a los Estados Unidos. También en Europa y América Latina están gestándose una especie de rebelión de las masas contra la tutela de elites cosmopolitas que en los años últimos han impulsado con éxito llamativo su propio proyecta un tiempo centroizquierdista, multiculturalista y libertario, sobre todo en lo relacionado con el sexo.

Basándose en el presupuesto en su opinión indiscutible de que la “civilización occidental” es un fraude miserable y que hay que liberarse cuanto antes de ella, reconociendo que “las victimas “, trátese de madres solteras, gente de orientación sexual imprecisa, árabes palestinos, islamistas furibundos y así por el estilo siempre tienen razón, en todas partes los comprometidos con dicho proyecto se han consolidado en los medios de difusión, las universidades, las cofradías intelectuales, las ubicuas organizaciones no gubernamentales, las instituciones de la Unión Europea y muchos otros lugares clave. Quienes militan en el movimiento así supuesto se sienten herederos de los héroes contestatarios de otros tiempos que tanto contribuyeron a mejorar sus países rrespectivos, pero mientras que antes se trataba de miembros de una minoría valiosa perseguida, hoy en día sus epígonos están en todas partes. Lejos de correr riesgo de verse encarcelados o muertos por sus convicciones, en los países occidentales llamar la atención protestando con elocuencia contra aquellos resabios del viejo orden que aún pueden detectarse solo les asegurará más fama y más dinero.

Fue en contra de este establishment arrogante y propenso a autofelicitarse por su sabiduría “no conformista” que reaccionó una proporción significante de los casi 60millones que votaron por Bush. En otras partes del mundo la misma rebelión está manisfestandose aunque por ahora carece de vehículos políticos comparables con el Partido Republicano. Si bien a muchos argentinos la mera idea les produciría horror porque, influidos como han sido por un bombardeo mediático prolongado y también porque , al fin y al cabo, no son norteamericanos , los bushistas tienen mucho en común con los que aquí se encolumnaron detrás de Juan Carlos Blumberg para reclamar una mano policial y judicial más dura que la propuesta por los kirchneristas.

También comparten mucho los bushistas con los holandeses que, luego de que un islamista asesinó a un cineasta urticante, Theo Van Gogh, por haber hecho una película sobre mujeres en el mundo musulmán, están pidiendo el abandono inmediato del experimento “multiculturalista” que ha llevado a al creación de grandes enclaves poblados por inmigrantes cuyos caudillos , lejos de recomendar a sus seguidores adaptarse a las usanzas locales, proclaman su intención de imponer las suyas por las buenas o por las malas. En otros países de Europa están cundiendo rebeliones parecidas que los voceros del establishment automáticamente califican de “racistas” o “neofascistas” pero que por lo general se inspiran en el deseo , en el que en épocas menos ilustradas que la nuestra era considerado respetable , de defender el estilo de vida al que uno se ha acostumbrado. Los hartos del pensamiento único progre tienen porqué sentir angustia. Mientras que los progresistas atribuyen, con énfasis creciente, todos los males contemporáneos al neoliberalismo económico de origen anglosajón , otros sospechan que la demolición por los contestatarios de los cimientos tradicionales de las sociedades occidentales está por tener consecuencias realmente trágicas. En Europa, la “revolución sexual” ha tenido el resultado un tanto paradójico de reducir drásticamente la tasa de natalidad: a menos que los españoles, italianos y alemanes vuelvan a procrear, terminarán como los pueblos fueguinos que ya han desaparecido de la faz de la tierra. La noción de que sería más fácil solucionar el problema importando millones desde Africa y Medio Oriente se ha chocado contra la negativa , dadas las circunstancias muy comprensible , de muchos inmigrantes y , más aún, de sus descendientes a dejarse seducir por un civilización tan llamativamente decadente. Asimismo en los Estados Unidos, en Europa y también en la Argentina se ha abierto una brecha generacional al parecer insalvable. Su autoridad socavada por años de prédica libertaria, muchos padres se sienten impotentes para impedir que sus hijos , pésimamente educados, en colegios nada exigentes, se vayan del hogar para perderse en un mundo lleno de drogas, crimen , enfermedades extrañas y una cultura juvenil asquerosa, fabricada por comerciantes sin escrúpulos. Puede que exageren , que no sea para tanto, pero no cabe duda de que en los Estados Unidos la voluntad de mantener a raya las manifestaciones menos agradables del mundo moderno han incidido profundamente en la actitud de decenas de millones de personas que confian mucho más en Bush que en políticos como Kerry. Puesto que los mismos factores están haciendose sentir en el resto del mundo, no sorprendería demasiado que en otros países del centrismo desmovilizador, caracterizado por el liberalismo económico y el progresismo en todo lo demás, actualmente dominante compartiera el destino del ya marginado consenso demócrata estadounidense.

James Neilson

Periodista y analista político, ex Director de " Buenos Aires Herald " Revista Noticas 13 de noviembre de 2004. pag. 26.
James Neilson , 22/11/2004

 

 

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