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Ni calvo, ni tres pelucas. |
El paso por Argentina del presidente chino, Hu Jintao, y su extendida comitiva de funcionarios y hombres de empresa permitió aclarar algunas de las confusiones que había generado la propaganda oficialista en las semanas anteriores. Como era previsible, la ilusión de una rápida y repentina lluvia de préstamos e inversiones que alcanzaría a la notable cifra de 20.000 millones de dólares quedó rápidamente disipada. |
Sumando vacas y caballos –posibilidades de más comercio, financiamiento de algunas obras, inversiones probables, etc.- el gobierno hizo un esfuerzo por instalar en las primeras planas un monto cercano al de la ilusión previa, pero a esa altura los analistas ya observaban esos recursos mediáticos con bien ganado escepticismo. El ministro de Infraestructura, en un rapto de sincera elocuencia, aclaró además que la mayoría de los emprendimientos difundidos no podrían aún considerarse inversiones seguras, sino más bien “ideas fuerza”.
Por culpa del doble discurso y de la exageración propagandística, que representó un bumerán para el oficialismo y quedó lejos de permitirle al Presidente cantar mejor que Gardel, el gobierno sufrió, si se quiere, la suerte del pastor mentiroso del cuento: ahora son pocos los que están dispuestos a darle crédito a los avances reales alcanzados en la relación con China.
Pero, como dicen los españoles, “ni calvo, ni tres pelucas”. O, si se quiere, ni tan colorido como lo pintaban, ni tan pálido como ahora algunos lo quieren ver. La decisión oficial de reconocer a China la condición de “economía de mercado” ha sido un paso tan lúcido como ineludible para alcanzar una asociación estratégica con lo que ya se perfila como la segunda potencia mundial del siglo XXI. Nadie puede dudar del papel que han jugado el Estado y el Partido Comunista de la República Popular China en el crecimiento formidable de ese país y en su adaptación a la lógica del capitalismo globalizado, pero lo cierto es que en todas las economías de mercado el Estado juega un papel: a veces subsidia producciones o exportaciones, establece protecciones directas o filtros paraarancelarios, estimula sectores económicos con privilegios impositivos o crédito barato, etc. Fundamentalmente, el papel del Estado es eficaz si contribuye a mejorar la productividad general de la economía y a vincular al conjunto de la sociedad a las tendencias centrales de la época.
Si el MERCOSUR significó para la Argentina una reorientación económica desde la frontera atlántica hacia la frontera interior, contienental, la vinculación del MERCOSUR con China –reforzada por la resolución de los conflictos limítrofes entre Argentina y Chile en la década del 90- abre al bloque la puerta hacia la cuenca del Pacífico, el nuevo eje del comercio y la revolución tecnológica mundial. Las obras que impulsa esta nueva orientación están en condiciones de crear nuevos focos de actividad en las zonas ligadas a las rutas del MERCOSUR hacia el Pacífico, y abrirán nuevas oportunidades a producciones que podrán salir hacia los enormes mercados del Asia Pacífico a través de los puertos chilenos. En el mediano plazo esta tendencia empuja en el sentido de una integración más equilibrada del territorio, la población y, si se quiere, el poder en la república. El desarrollo volcado hacia el Atlántico –vía el puerto de Buenos Aires- determinó el crecimiento desbalanceado de la Argentina, con su gran cabeza portuaria y la escualidez de la mayoría de sus provincias. Montados sobre una ola mundial de otras características es posible crear condiciones para el desarrollo del interior.
Al pronunciarse en el mismo sentido que Brasil sobre la condición de economía de mercado de China, Argentina ha preservado un criterio común del MERCOSUR. En rigor, en ambos países se escuchan voces alarmadas por la posible competencia que los productos chinos, con salvaguardas locales atenuadas, podrían ejercer ventajosamente sobre producciones nacionales. No debería extrañar esa inquietud, que en poco se diferencia, por ejemplo, de la de los fabricantes estadounidenses de textiles que reclaman a su gobierno que use su poder para evitar que los tejidos y la confección de la República China desplacen a los fabricados en su propio territorio. Es evidente que China resulta un competidor difícil, particularmente en ramas de carácter trabajo-intensivo, pues cuenta con la ventaja comparativa de una fuente inagotable de mano de obra, con relativamente alta capacitación y salarios muy bajos. En ese terreno la competencia es, de un lado, muy desigual y del otro, socialmente desaconsejable: con un cincuenta por ciento de su población por debajo de la línea de pobreza, la Argentina no puede proponerse un programa económico que se base en africanizar el valor del trabajo. Ese camino iniciado con la devaluación del 2002 y con la insistencia en apoyar el desarrollo en un “productivismo” basado en salarios jibarizados y en protecciones varias- está condenado al fracaso y marcha en sentido contrario a los recientes acuerdos con China.
Vistos desde la sedicente óptica “productivista” que el gobierno asumió, como heredero de Duhalde, los acuerdos con China –y en especial aquello que los hizo posibles: el reconocimiento del gigante asiático como economía de mercado- son una catástrofe. Desde esa mirada, son inclusive más peligrosos que la incorporación al ALCA, la zona de libre comercio de las Américas.
Pero si hay sectores en que la competencia con la producción china es ardua y de resultados más que dudosos, hay otros campos en los que el vínculo con China es muy prometedor para la Argentina y la región. En particular aquellos rubros en que tenemos de arranque ventajas comparativas que, con inversión interna y externa, tecnología y diversificación nos permiten ubicarnos en el mundo con precios genuinamente competitivos. El sector de la agroindustria es un caso notorio, pero no el único. La cadena de valor agroindustrial tiene en la asociación con China una enorme oportunidad, que se traducirá en más riqueza y puestos de trabajo en el país.
Hay en estos días quienes intentan pintar, a raíz de esta constructiva asociación, lo que describen como un nuevo enfrentamiento entre agro e industria. En verdad, más bien podría verse una diferenciación de intereses entre sectores competitivos y no competitivos –en ambos casos, tanto del agro como de la industria.
Es cierto que el gobierno, con un discurso anacrónico, contribuye a confundir los hechos. Atado a ese discurso, eligió referirse a la asociación China de un modo defensivo, apoyándose en argumentos de tono mercantilista o esgrimiendo (dudosas) promesas de protección en lugar de poner el acento en las posibilidades que los acuerdos con China abren para la reinserción argentina en el mundo y para un desarrollo geográficamente más equilibrado del país.
El discurso oficial -débil para explicar los acuerdos con China, incoherente para justificar, a la luz de esos acuerdos, su resistencia al ALCA- tiene un motivo de raíz política: iluminar a pleno su decisión sobre China y las consecuencias –las prácticas y las lógicas- que ella implica, requeriría archivar su satanización de la década del 90. Algo difícil de asimilar para un oficialismo que sigue cultivando amistades e imágenes del llamado progresismo- Y algo sumamente improbable mientras el fantasma de Carlos Menem siga flotando sobre la política argentina y la alianza con Eduardo Duhalde siga resultándole indispensable al gobierno de Néstor Kirchner.
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Jorge Raventos , 22/11/2004 |
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