Sombras chinescas.

 


Como si de un acto de ilusionismo se tratara, el gobierno del doctor Néstor Kirchner hizo aparecer y desaparecer, en lo que dura un suspiro, 20.000 millones de dólares de inversión que presuntamente la República Popular China se disponía a realizar en una Argentina que aún lidia con el default de su deuda pública.
Si bien se mira, la aparición de esa idea compuso un número de magia más prodigioso que su natural evaporación: un leve movimiento de las manos presidenciales, iluminado astutamente con reflectores mediáticos, proyectó sobre el país las sombras chinescas de la inversión salvadora.

Aunque Néstor Kirchner hablaría más tarde -cuando voceros del gobierno chino reclamaron sensatez -, de “una novela” inventada por los medios y hasta volvería a sobreactuar anunciando que quienquiera de su gobierno que engañara al periodismo duraría “cinco minutos en su puesto”, todo indica que el autor de la gran ilusión fue él mismo. “Fue Kirchner en su despacho–afirma la revista Noticias- quien le reveló a un periodista la cifra de los supuestos 20.000 millones de inversio nes chinas”.

Sin duda de él hablaba la versión que lanzaron a correr hombres de su confianza tres semanas atrás, según la cual el Presidente se trepó a una mesa gritando: “¡Si nos sale ésta, van a tener que colgar mi cuadro arriba del de San Martín!”. También fue él quien –revelando parte del truco- les sugirió a tres notorios periodistas que tenía “un as en la manga” y los desafió a que descubrieran de qué se trataba. Estaba así –nada por aquí, nada por allá- montada la escena ilusionista, y colaboradores directos del Presidente se encargaron de poner letra en las columnas de la prensa intrigada y motivada.

Quizás convencidos de que existe una muralla china entre el adentro y el afuera del país, los hombres del oficialismo no repararon en que la venta de ilusiones a la opinión pública interna tiene reflejos instantáneos –en este caso, magia de la tecnología informática- en todo el planeta, sin excluir a la propia China, por cierto. El gobierno de Beijing quedó perplejo ante las noticias que llegaban de Buenos Aires en vísperas del paso de su Presidente, Hu Jintao, por Buenos Aires (escala de su visita a Brasil y a Chile, donde se reúne la APEC, asociación económica de las naciones del Pacífico), y dio instrucciones al director de su Oficina de Información para que introdujera algunas gotas de realidad en el océano de la fantasía. El señor Yang Yang lo hizo con discreción oriental: consideró “espant osa” (en el sentido de “extremadamente desproporcionada”) la cifra que giraban alegremente los medios locales y recordó que la propia China (1.350 millones de habitantes, tasa de crecimiento de 10 por ciento acumulativo durante las dos últimas décadas, receptora de la mayor cuota de inversión extranjera directa del planeta) recibía inversiones por unos 50.000 millones de dólares. Revés implícito: ¿podría la Argentina (36 millones de habitantes, 50 por ciento de la población bajo la línea de pobreza, protagonista del mayor default de la Historia) soñar con recibir alrededor de la mitad de esa cifra? El funcionario chino agregó también que “el intercambio culturtal entre los dos países está muy lejos de ser suficiente y la inversión, el desarrollo del comercio y el intercambio entre los empresarios necesitan una base cultural, un conocimiento mutuo”.

A partir de que el pase mágico quedó así desbaratado por la empecinada realidad, el gobierno (a tres semanas de impulsar y dejar correr la especie) comenzó a relativizar la información y a culpar a los medios por su credulidad desbordada. El diario La Nación respondía el sábado 13 con un refinado artículo de Claudio Escribano titulado: “El deporte de inducir al error de la prensa”.

En rigor, el afán de trabajar para seducir diariamente a la opinión pública no es nuevo en el gobierno: lo ha ensayado a lo largo de toda su trayectoria y forma parte de su necesidad de compensar con respaldo virtual su mal de origen: el magro caudal de 23 por ciento de los votos (dos terceras partes de las cuales aportados por el aparato bonaerense que conduce Eduardo Duhalde) con que Néstor Kirchner llegó a la Casa Rosada. Ese recurso fue exitoso durante algunos meses, pero comenzó a gastarse en marzo y abril de este año (acto del “Museo de la Memoria” –primera manifestación de Juan Carlos Blumberg) a partir de cuando el oficialismo y la imagen presidencial perdieron más de 35 puntos en las encuestas, caída de la que no logran recuperarse. Las “espantosas” inversiones chinas y el (luego desmentido) aumento a los jubilados parecen haber s ido dos conejos sacados de la galera con los mismos fines de siempre. Sucede que ahora la audiencia se ha vuelto más observadora y crítica.

En realidad, el ilusionismo oficial se basó en un dato cierto: China ya es –y está llamada a serlo en mayor medida- un socio importante: en el año 2003, ocupó el cuarto lugar de las exportaciones del país y la tendencia muestra que se convertirá en el primer comprador de la Argentina , antes que Brasil y la Unión Europea. En los últimos años, las exportaciones locales a China se sextuplicaron entre 1995 y 2001, en 2002 crecieron un 300 por ciento y en 2003 más del 100 por ciento. Y esto por la mera ley de gravedad de las circunstancias: Argentina produce competitivamente alimentos que China necesita.

Desde 1978, bajo la conducción de Deng Xiao Ping primero, y luego de sus continuadores en la conducción del Estado chino, el gran país asiático se ha encaminado hacia el crecimiento a través de un camino que algunos intelectuales porteños tildarían de “neoliberal”: introdujo profundas reformas de mercado, se vinculó a la Organización Mundial de Comercio, albergó ingresos masivos de inversión externa (hay más de 400.000 empresas extranjeras asentadas) y puso en marcha un profundo cambio del Estado a través de privatizaciones. En los próximos cinco años la inmensa mayoría de las 100.000 empresas públicas chinas serán privatizadas, incluyendo los cuatro bancos estatales más importantes, que representan dos terceras partes de los activos bancarios del país.

China es el principal –no el único- protagonista de un cambio de eje de las relaciones económicas y comerciales del mundo del Atlántico al Pacífico. En tal sentido no está de más revalorizar en la Argentina algunos aspectos de la demonizada década del 90. La resolución de los diferendos limítrofes con Chile alcanzada en aquellos años, además de superar situaciones dramáticas como la que puso a ambos países al borde de la guerra en 1978, tuvo como objetivo explícito de la conducción política de entonces que Chile y Argentina se transformaran en naciones bioceánicas, es decir, que Argentina tuviera acceso a los puertos chilenos del Pacífico para poder alcanzar desde allí los grandes mercados en expansión de esa cuenca. No deja de ser una ironía que Néstor Kirchner, que hoy sueña o hace soñar con China, fuera acérrimo opositor a aquellos acue rdos limítrofes con Chile.

La importancia de China –y del Asia Pacífico- para la Argentina no es un cuento. Lo que transforma esa realidad en ilusorias sombras chinescas es la pretensión de transformar lo que debería ser una estrategia seria, constructiva y de largo plazo en noticia del día para cubrir meras necesidades coyunturales de política interna.

Esa ansiedad por gastar a cuenta quizás haya que buscarla en las dificultades crecientes con que el gobierno va tropezando, pese a la fortuna que representa haber encontrado condiciones mundiales extremadamente propicias. Una enumeración de los problemas que lo han preocupado en las últimas semanas no es ociosa.

La reciente disolución de la Asociación Periodistas, un foro relativamente plural manejado por amigos del oficialismo, revela sus crecientes problemas para manipular al periodismo. La censura aplicada por el diario Página 12 al editorialista económico Julio Nudler, inducida por los vínculos del gobierno con el medio y resistida, cuestionada o discutida por amplios sectores del espectro periodístico abrió, además, una ventana a la difusión de denuncias sobre corrupción en el actual gobierno. El fallo que el gobierno obtuvo de la Corte Suprema bendiciendo la pesificación, además de ser jurídicamente endeble, no consigue resolver el problema de los amparos ya que es resistido por jueces de instancias inferiores. Carmen Argibay, la primera nueva jueza de la Corte –cuerpo que tendrá una nueva mayoría designada por este gobierno si prospera el juicio a Boggiano- sigue demorando su integración al tribunal, demorada por tareas en La Haya. El procedimiento desgasta tanta a la magistrado como a quienes la eligieron.

La sanción de superpoderes al gobierno implicó un costo ante la opinión pública y una mayor vulnerabilidad oficial a los cargos de autoritarismo y hegemonismo que le hace la oposición. Pero, quizás más importante, mostró que en el propio justicialismo se expresan la crítica y la reticencia. El ajustado margen con que el proyecto fue aprobado es una señal de alarma para la Casa Rosada. El movimiento obrero comienza a plantearse la posibilidad de un paro para presionar por aumentos salariales. Los pasos que el gobierno da para mejorar la situación de los sectores más sumergidos apenas si mueven las cifras dramáticas de la pobreza y la indigencia.

En un paisaje gris, donde los problemas de seguridad persisten y la salida del default sigue demorándose, los obispos han creído necesario recordar esta semana que “todavía estamos sobre el abismo”. Los precipicios no son el escenario más adecuado para la magia o la prestidigitación.
Jorge Raventos , 15/11/2004

 

 

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