La Argentina y el nuevo orden financiero internacional.

 

La "Doctrina O'Neill" implica la "sustentabilidad" económica del país deudor. No es una alquimia que permita el milagro de los supuestos beneficios de una moratoria unilateral sin sufrir ninguno de sus tremendos perjuicios.
Anne Krueger, subdirectora del Fondo Monetario Internacional, acaba de avanzar en la formulación de una iniciativa orientada hacia la creación de una nueva arquitectura del sistema financiero internacional y la reformulación del rol de los organismos multilaterales de crédito. En un discurso pronunciado días pasados en Washington, en una cena del Club Nacional de Economistas de Estados Unidos, la número dos del FMI suministró algunas precisiones acerca de una iniciativa de carácter verdaderamente revolucionario.

La propuesta, cuya implementación efectiva llevará entre dos y tres años de plazo, implica la institucionalización de un mecanismo similar al de la convocatoria de acreedores para los países que se encuentren frente a una situación de imposibilidad de pago. En ese trámite, el FMI asumiría un papel protagónico y brindaría asistencia financiera para facilitar la operación.

Krueger fue designada en ese cargo hace pocos meses por iniciativa del gobierno de Estados Unidos para sustituir a un viejo conocido de la Argentina, Stanley Fisher, artífice del blindaje financiero internacional de diciembre pasado. Expresa dentro del FMI la posición asumida por la administración republicana en relación al problema de la deuda externa de los países emergentes. Dicha postura fue definida oficialmente en septiembre pasado por el Secretario del Tesoro, Paul O´Neill, en una audiencia especial en el Senado norteamericano, pocos días después de los atentados terroristas contra las Torres Gemelas de Manhattan.

La "Doctrina O´Neill" está sustentada en la tesis de que no existe capitalismo sin riesgo. Esa visión implica que los acreedores internacionales tienen que compartir con los países deudores los costos de sus malas inversiones financieras. Para O'Neill, los organismos financieros internacionales no están para enjugar las pérdidas de los malos negocios de los acreedores. De allí su enérgica crítica al papel de simple "bombero" desempeñado en los últimos años por el FMI, que hasta ahora fue incapaz de actuar anticipadamente para evitar las recurrentes crisis en el mundo emergente. Según sus recordadas palabras, el FMI tiene que dejar de funcionar como agente de transferencia hacia los acreedores internacionales de los fondos provenientes de "los carpinteros y los plomeros de los Estados Unidos".

Se trata de cualquier cosa menos de una improvisación. O´Neil recoge las conclusiones de los trabajos elaborados por un equipo de economistas norteamericanos de primer nivel, encabezados por Alan Meltzer, quien se apresta a visitar Buenos Aires en los próximos días. Melzter presidió una comisión especial creada en 1995 por el Congreso norteamericano para estudiar el rol de los organismos multilaterales de crédito. Esa comisión fue la condición que impuso en ese momento la mayoría norteamericana en el Capitolio para apoyar la decisión del presidente demócrata Bill Clinton de suministrar un paquete de ayuda especial a México de 50.000 millones de dólares para superar las consecuencias de la devaluación azteca de diciembre de 1994. Los legisladores republicanos consideraron entonces que el "efecto tequila" exigía una revisión a fondo de las normas internacionales vinculadas con las crisis de endeudamiento de los países emergentes.

Algunas de las recomendaciones contenidas en los estudios realizados por la "Comisión Meltzer" fueron luego incorporadas a la plataforma electoral del Partido Republicano, realizada en Fidadelfia en agosto del año pasado, que proclamó la candidatura presidencial de George W. Bush. Una vez designado Secretario del Tesoro, O'Neill, un ejecutivo proveniente de la industria del aluminio, alejado por lo tanto del mundo financiero de Wall Street, y su segundo, John Taylor, asumieron la responsabilidad de llevarlas adelante.

El reemplazo de Fischer por Krueger fue la primera exteriorización notoria de esa decisión política. La segunda manifestación elocuente de ese propósito fue la enérgica presión ejercida por el gobierno norteamericano sobre el FMI para que, por primera vez en la historia de ese organismo, en el memorandum de entendimiento suscripto con la Argentina en agosto pasado, donde se homologó la política del "déficit cero", fuera incluído un aporte de 3.000 millones de dólares para la constitución de un fondo especial destinado a la recompra de la deuda pública. Ese inédito agregado no es tan importante por el monto comprometido como por el significativo precedente que introduce en la materia.

La Argentina representa hoy el 23 % de la deuda externa del mundo emergente. La obvia importancia de esa magnitud explica tal vez otra polémica iniciativa de Meltzer, quien junto con otro economista neoconservador, Adam Lerrick, elaboró meses atrás una propuesta de reestructuración de la deuda externa argentina que contempla una quita de capital del orden del 30 %, mediante la emisión de una nueva serie de bonos que contaran con la garantía del FMI o de algún otro organismo financiero internacional. Ambos economistas dejaron bien en claro que su iniciativa nada tenía que ver con la posición oficial del gobierno norteamericano. Sin embargo, la difusión de esa propuesta, que coincidió en el tiempo con la realización del megacanje de junio último, generó entonces una fuerte reacción negativa de Domingo Cavallo, quien en aquella oportunidad embistió con sus habitalmente mordaces epítetos contra sus autores y contra su colega Charles Calomiris, otro economista republicano que estuvo a punto de ocupar el lugar luego adjudicado a Krueger en el FMI.

A principios de noviembre, con el patrocinio de la Universidad Carnegie Melon, Meltzer y Lerrick organizaron en Nueva York un denominado "juego de simulación", en el que pusieron a prueba su tesis en un ámbito que contó con la participación de representantes de distintos fondos institucionales de inversión. Participaron como observadores delegados de países del FMI y del "Grupo de los Siete". De la Argentina, estuvieron presentes los economistas justicialistas Eduardo Amadeo y Lisandro Barry, próximos al gobernador bonaerense Carlos Ruckauf, y de Adriana La Forgia, en representación del Instituto de Planeamiento Estratégico.

Demás está decir que ni en la formulación, todavía genérica, de Krueger ni tampoco en la propuesta, de características más académicas que políticas de Meltzer y Lerrick, la idea de una reestructuración de la deuda externa de los países emergentes está desvinculada de un previo y muy sólido acuerdo en torno al cumplimiento de condiciones muy estrictas en relación al equilibrio fiscal y a lo que el propio O'Neill definió como "sustentabilidad" económica del deudor. Nada más lejos entonces de la realidad que la interpretación apresurada de sus epígonos locales, como Rodolfo Terragno o algunos dirigentes justicialistas, quienes tienden a confundirlas con una alquimia que permitiría a la Argentina el milagro de gozar de los supuestos beneficios de una moratoria unilateral sin sufrir ninguno de sus tremendos perjuicios.

En las actuales circunstancias, cuando la Argentina se apresta a encarar el tramo internacional de la renegociación de su deuda externa, la adecuada comprensión de las condiciones y oportunidades de este nuevo contexto internacional constituye el factor estratégico que puede diferenciar el éxito del fracaso.
Jorge Castro , 12/04/2001

 

 

Inicio Arriba