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Argentina: un país serio. |
En la semana se conocieron dos encuestas sobre la percepción que en Argentina se tiene sobre la corrupción. Como se trata de nuestro país –el nuestro, el de nosotros, no el de Alberdi o San Martín- ambas llegan, naturalmente, a conclusiones absolutamente opuestas. |
- Lo que nos falta adquirir es
la inteligencia de nuestros propios intereses -
Juan B. Alberdi
La de la consultora KPMG afirma que “la percepción es que este gobierno es el menos corrupto de los últimos veinte años.”
Hugo Caligaris, en su columna de La Nación, glosa las conclusiones de la otra encuesta, la de Transparencia Internacional, como que “demuestra que la Argentina pasa por su peor momento en materia de corrupción,” de percepción de la corrupción.
No se trata de elegir una u otra encuesta para alabar o criticar al período de gobierno que a uno más le interese. Pero la positiva, la de KPMG es la primera vez que se hace, se limita a la Argentina y, de todas maneras, más del treinta por ciento de los encuestados contesta afirmativamente cuando le preguntan si en el último año sufrieron algún intento de corrupción por parte de funcionarios del Estado. Como no se trata de empresarios o protagonista sociales menores, semejante porcentaje –uno de cada tres- apunta gravemente al núcleo mismo de cualquier gobierno, pero mucho más al actual, que hizo de la anticorrupción una bandera de diferenciación para con quienes gobernaron antes.
La otra encuesta, la de Transparencia Internacional, lleva casi una década efectuándose y abarca a 143 países, con lo que nos permite, muy importante, la comparación con los demás.
Así, puede verse que Chile obtiene 7,4 sobre 10 puntos, un nivel alto, propio de países europeos occidentales. Uruguay 6,2, y así casi toda América. La Argentina actual, con 2,5 está muchísimo más cerca del peor calificado (Haití, con 1 punto) que del otrora modesto Chile.
En el ranking de este año, hemos descendido dieciséis puestos (en realidad, nueve, porque se incorporaron trece nuevos países, de los cuales cuatro son peores que nosotros) y nuestra calificación ha pasado a ser 2,5, menor todavía que en la década de los noventa, cuando era de 3,0. Esto nos coloca en el puesto 108 sobre 143 evaluados. Casi en la punta, como sigue sucediendo con el índice de Riesgo País (5576 puntos al 22 de octubre).
¿Qué es lo que pasa que un gobierno que ha hecho de la anticorrupción una bandera electoral decisiva, procura diferenciarse de sus antecesores drásticamente en este tema, y no consigue un descenso significativo en los índices de su propia gestión?
Ante todo, es falso sostener que los países desarrollados recogen altas calificaciones por eso, por ser desarrollados. Es verdad que todos los desarrollados salen bien calificados, pero Chile, Uruguay y Costa Rica, que distan todavía de serlo, igualmente alcanzan cifres envidiables.
Conclusión: no se registra baja corrupción porque se es desarrollado, se es desarrollado porque, a los largo de décadas, la corrupción se combate con éxito. No es casual que Chile, Uruguay y Costa Rica sean los tres países latinoamericanos con mayores continuidades institucionales. Y los más bajos índices de corrupción.
El propio análisis de Transparencia Internacional lo demuestra. Aquí hay tanta o más corrupción ahora que hace ocho o diez años. No se trata, en lo esencial, de uno u otro gobernante: en Argentina lo que padecemos es una corrupción estructural.
Porque la peor corrupción, la más perjudicial, no es la que se queda con vueltos o comisiones ocasionales. Es despreciable, pero no determinante. La corrupción profunda es todo aquel accionar gubernamental que nos aleja de la posibilidad de desarrollarnos. Como quien impide a un ser vivo crecer.
El desarrollo, hoy, proviene de dos vías principales: las inversiones y el conocimiento. De la feliz conjunción de esos elementos surge el motor del desarrollo, que es la productividad, la verdadera medida de todas las cosas en la economía globalizada.
De allí que la pregunta de cajón sea: ¿qué es lo que hoy más nos perjudica en el acceso a la productividad, esto es, al conocimiento y las inversiones? Respuesta: nuestro comportamiento alcohólico. Hace medio siglo que Argentina se comporta como un beodo crónico. Andamos bien dos, tres, cinco años … y volvemos a caer. Y de nuevo, otra vez, repetimos el ciclo.
Hay políticas adecuada e inadecuadas. Lo que no existe son políticas adecuadas que no necesiten de la continuidad. La mejor política del mundo no es nada, no sirve, si no se la aplica con continuidad, esto es, a los largo de plazos más extensos que los de un solo gobernante. Ese es el mal argentino: cada presidente abomina de lo hecho por el anterior, se rasga las vestiduras ante la pesada herencia recibida e inventa la rueda otra vez.
La enconada crucifixión que hoy se hace de la década de los noventa no es solo algo injusto. Peor que eso, es algo tonto: cultivando esa semilla lo que se va a cosechar es que los sucesores de Kirchner lo conviertan, a su tiempo, en culpable universal de todos los males, y así eternamente.
Demasiada gente vive ansiosa por que le señalen a archivillanos a quienes demonizar porque así se nos libera a todos de la incómoda alternativa de revisar nuestra conducta colectiva a ver si los padecimientos actuales no provienen en buena medida de nuestros propios errores en el pasado. Por ejemplo, de apoyar hoy a quienes nos venden indulgencias cívicas a cambio de anatematizar a los mismos que ayer votábamos masivamente. El del chivo emisario es un culto propio de las sociedades primitivas y se encuentra, por ejemplo, en la base argumental de todos los fascismos. Los de derecha y los de izquierda.
Se construye así una cadena de exorcismos cuya primera víctima es la continuidad, factor esencial del progreso civilizado. Nadie cree, seriamente, que el actual gobierno (de cualquier época o país) hace todo bien. Pero sí estamos dispuestos a creer a pie juntillas que el gobierno inmediatamente anterior hizo todo, todo mal. Esa esquizofrenia nos va llevando a la automarginación respecto de un mundo que funciona de otra manera.
Lula se oponía a las políticas de Cardoso como cualquier progresista latinoamericano respecto de gobiernos liberales, pero reconoce las partes positivas, se apoya en ellas y –ante la parálisis argentina- ha ido construyendo, en solo dos años, un desequilibrio regional pro brasileño como nunca antes se había visto en la historia de la región. Lo mismo Lagos en Chile y, a su manera, Aznar respecto de Felipe González. Descartan lo que creen malo, rescatan lo bueno de los anteriores y, al darle continuidad, pavimentan el camino ascendente de sus sociedades.
Lo que aleja al mundo de nosotros no es solo nuestra corrupción, aunque siga muy alta. Lo que pone distancia entre ellos y nosotros es nuestra propia conducta incomprensible para quienes están acostumbrados a pensar que las sociedades ajustan sus conductas a objetivos más importantes que las vendettas. Alberdi la tenía clara.
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Andrés Cisneros , 25/10/2004 |
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