La repetición.

 


Jorge Raventos analiza la evolución de la situación política argentina.
¿Hubo un designio político tras el ataque sufrido el viernes 29 en su provincia por Carlos Reutemann? La pregunta tiene (en privado) respuesta afirmativa para los hombres más cercanos al senador y ex gobernador de Santa Fe: “Hay gente que observa al Lole como un competidor amenazante para las elecciones presidenciales de 2007 y se empeña en esmerilar su figura anticipadamente”, argumentan. Ampliamente respaldado por la opinión pública santafesina, Reutemann ha sido acosado en varias oportunidades por grupos que invocan su condición de víctimas de la inundación que azotó la provincia en 2003 y que emplean la misma metodología de “escraches” y piquetes de ciertos sectores activistas. El grupo que actuó el viernes 29, atacó físicamente al senador y provocó lesiones en dos de sus acompañantes alegó también su carácter de afectado por la inundación, si bien se conoce que el más notorio de los atacantes recibió un monto resarcitorio cercano al millón y medio de pesos.

Los agresores imputaron al ex gobernador el mal manejo de los fondos de ayuda recibidos del Estado central, una acusación que en su momento esgrimió también el gobierno nacional y que finalmente debió desmentir cuando Reutemann puso negro sobre blanco las cifras de lo recibido y lo invertido en reparaciones a las víctimas del desastre.

El episodio santafesino ocurrió contemporáneamente con el destape –por boca de Eduardo Duhalde- de la perspectiva reeleccionista de Néstor Kirchner. “En el peronismo, cuando un presidente anda bien, repite”, dijo el caudillo de Lomas de Zamora, que ese mismo día (jueves 28) se había reunido largamente a solas con el primer mandatario. Duhalde zigzaguea entre varios puntos: se diferencia de la Casa Rosada en algunos temas (seguridad, por caso), custodia la no intromisión kirchnerista en su distrito, el bonaerense, y procura aparecer, de todos modos, como el mayor pilar de respaldo del gobierno de modo de que nadie pueda culparlo de las dificultades que el Presidente pueda enfrentar en un futuro más o menos próximo. Al fin de cuentas, a él se debe el hecho de que Kirchner ocupe hoy la Casa Rosada.

El Presidente ha optado por aparecer ante la opinión pública como un hombre exclusivamente dedicado a la gestión y a la pelea contra “los oscuros intereses”, y absolutamente despreocupado de las patéticas miserabilidades electorales. La frase reeleccionista de Duhalde tiene, así, el doble juego de parecer un apoyo y, al mismo tiempo, enfocar los reflectores sobre la realidad que palpita detrás de la imagen construida.

Pero, ¿anda bien el Presidente? Sin duda el superávit fiscal contribuye por el momento a aceitar determinados engranajes, más allá de que muchos analistas recuerden que ese superávit se basa fundamentalmente en gravámenes distorsivos (retenciones, impuesto al cheque) y en que –salvo a los organismos internacionales de crédito- no se paga la deuda pública. Con el lubricante del superávit el gobierno se propone oxigenar el consumo durante el último trimestre del año, a través de expedientes como la postergación (hasta principios de 2005) del pago del impuesto a las ganancias o el adelanto de liquidaciones a jubilados durante diciembre. El buen resultado fiscal también alivia momentáneamente a las provincias, que reciben cifras más altas por coparticipación aunque dependen cada vez más de los giros del Tesoro nacional o de la refinanciación de sus deudas por el Esta do central. Según una publicación reciente de Nadin Argañaraz, la deuda de las provincias con la Nación representa hoy un 64 por ciento de su deuda total (frente a un 15 por ciento en 2001) y los aportes nacionales (por coparticipación u otros conceptos) alcanzan a un 59 por ciento de los ingresos provinciales, entre 5 y 7 puntos más que durante los diez años anteriores.

Esa dependencia del Estado central favorece la estrategia kirchnerista de alinear a las provincias y probablemente explica la todavía notoria disciplina legislativa, más allá de las primeras fisuras que se observan en ella.

Así, hasta ahora el gobierno consigue empujar hacia adelante las manifestaciones más problemáticas de la situación, que derivan de la persistencia las magras inversiones, la ausencia de crédito, el aislamiento internacional, la persistencia de la pobreza generalizada.

El punto actualmente más vulnerable del oficialismo se encuentra en el tema de la seguridad. Allí, el Presidente tuvo que transparentar esta semana algo que venía ocurriendo desde el principio: su responsabilidad directa sobre la cuestión. “Me pongo al frente”, declaró. Por la cartera de Seguridad han transitado, en 17 meses, tres titulares: Gustavo Béliz, Horacio Rosatti y el actual, el ministro de Interior Aníbal Fernández. Todos ellos fueron minuciosamente instruidos por Kirchner. Su mano estuvo inclusive tras la designación de León Arslanián como ministro del ramo en la provincia de Buenos Aires. La sensación ciudadana de inseguridad, sin embargo, no cedió. Ahora Kirchner debe elevar la apuesta y ponerse abiertamente a la cabeza de esa pelea. “Es un asunto que afecta la gobernabilidad”, dictaminó desde La Plata Felipe Solá. No se equivoca en eso. Antes de pensar en reelecciones o repeticiones, antes de neutralizar potenciales competidores del 2007 y antes aún de relojear los comicios del año próximo será preciso resolver los problemas graves que no desaparecen con el superávit.

Jorge Raventos , 25/10/2004

 

 

Inicio Arriba