Dígalo con mímica .

 


Los elogios prodigados por Eduardo Duhalde a Néstor Kirchner el viernes 15 en la cancha de Atlanta, en el marco de una celebración adelantada del 17 de octubre organizada por la CGT, parecieron una demostración elocuente de que las relaciones entre el ex presidente interino y el actual inquilino de la Casa Rosada pasan por un momento idílico. Sin embargo, a veces las cosas parecen…pero no son.
Fue Néstor Kirchner quien, a comienzos de su gestión, advirtió a un grupo de empresarios que prestaran atención a sus acciones más que a sus palabras. Ese método de conocimiento – la dicotomía entre el dicho y el hecho- también lo aplica el Presidente a las conductas ajenas. Tal vez por ello, y más allá del uso mediático que le dieron al discurso de Duhalde, los integrantes del círculo íntimo oficialista juzgaron la ditirámbica oración del caudillo de Lomas de Zamora como una cortina de humo destinada a maquillar algunas acciones prácticas que están muy lejos de satisfacerlos.

En primer lugar, la mera presencia de Duhalde en un acto público del movimiento obrero peronista (al que Kirchner decidió faltar) estaba subrayando que las promesas de alejamiento de la política del bonaerense tienen la consistencia de un espejismo. “Duhalde y la CGT nos quieren hacer víctimas del abrazo del oso”, diagnosticó el sábado un lenguaraz bien informado de Balcarce 50. Fue para evitar ese asfixiante gesto de cariño, según el intérprete, que Kirchner evitó pasar por Atlanta. “El Presidente quiere tener libertad de movimientos, necesita el apoyo del aparato pero no quiere ser esclavo del aparato”. Desde esta visión, las fuerzas “transversales” no han sido descartadas por Kirchner, quien sigue alentando, a través de una línea de sus funcionarios, a las corrientes que, con el piquetero Luis D’Elía a la cabeza, lo respaldan desde fuera del justicialismo. El acto realizado a mitad de semana en el Luna Park, sin efigies de Perón y con retratos de Fidel Castro, el Che Guevara, el Comandante Chávez y Néstor Kirchner, “reunió tanta gente como el de Atlanta –según el cálculo del vocero oficialista-. Y esa es gente que está dispuesta a jugarse por el Presidente”.

Se deduce de ese análisis que pocos, si alguno, en el entorno presidencial confían en que Duhalde, su aparato y las organizaciones sindicales estén dispuestos a lo mismo si las papas queman.

En los hechos, Duhalde había producido otras definiciones durante la semana, cuando terminó de dibujar la lista de los próximos dirigentes del peronismo bonaerense. No se encuentra allí ningún nombre aportado por la Casa Rosada y, si bien hubo lugar para algunos amigos del gobernador bonaerense Felipe Solá –una figura que irrita a Kirchner por sus zigzagueos que lo vuelven inasible-, ese contingente no alcanza para poner en discusión la hegemonía plena del duhaldismo. Es el ex presidente quien seguirá administrando la política del aparato del PJ de la provincia de Buenos Aires y el que, en definitiva, fijará en cada momento su actitud frente al gobierno nacional. La apología de Kirchner lanzada en Atlanta evoca, en tales circunstancias, la tácita amenaza de un úkase. O recuerda, si se quiere, que el Presidente está donde está merced al aporte sustancial del socio bonaerense.

Duhalde, por otra parte, había probado unos días antes su capacidad de irrumpir en el escenario político con definiciones propias que le permiten diferenciarse del Presidente e irritan al gobierno. Así, entró en la delicada temática de la seguridad pública (uno de los puntos más vulnerables de Kirchner) opinando que habría que emplear allí las capacidades de las Fuerzas Armadas “como han hecho en Brasil y otros países”. Y destacó que algunas fuerzas terroristas (o, si bien se mira, narco-terroristas, como las FARC colombianas) han “perforado” algunas instituciones argentinas. Estas insinuaciones de Duhalde – que éste deja picando para disfrazarse velozmente bajo el sombrero de representante del MERCOSUR- enervan al oficialismo, porque iluminan por un instante su propia política en la materia, impregnada del ideologismo y los conflictos de la década del 70.

Esos gestos de Duhalde resultan para el gobierno más significativos que sus palabras de Atlanta. Y si promueven preocupación es, probablemente, porque ya el paisaje alrededor del oficialismo luce menos bucólico que en los tiempos en que las encuestas parecían predecir una marcha sin obstáculos. Ahora, por ejemplo, el gobierno empieza a contabilizar los costos de su intervención a la provincia de Santiago del Estero: su delegado está políticamente aislado, ha soportado ya dos crisis en su equipo y acaba de promover una denuncia por cohecho a algunos de sus colaboradores que son, según el propio ministro de Interior, Aníbal Fernández, “hombres míos”. Si efectivamente se concreta en febrero próximo la elección de un nuevo gobernador (en lo que sería el primer comicio provincial desde la asunción de Kirchner), se ve hoy como muy probable que el gobierno nacional sufra allí una derrota: mala inauguración de un año que concluirá con una renovación parlamentaria general.

El gobierno empieza asimismo a sufrir golpes en un terreno en el que parecía ejercer el dominio: el de la transparencia administrativa. Si hasta el presente había asimilado denuncias judiciales de personas poco conspicuas, ahora empieza a sentir el castigo de notorias personalidades públicas. A los cuestionamientos políticos de figuras como Ricardo López Murphy o Elisa Carrió hay que agregar esta semana una presentación judicial motorizada por Patricia Bullrich, referida al manejo de los fondos de coparticipación recibidos por la provincia de Santa Cruz cuando los Kirchner ejercían en ella el control directo. Esa acción judicial tiene la virtud de poner las sospechas y las acusaciones en el ámbito adecuado, de modo de dar al Presidente, a sus sucesores en el gobierno de Santa Cruz y a la senadora Cristina Kirchner –que formó parte de la Comisión Antilavado de la Cámara Alta- la oportunidad de echar luz sobre ese misterio, y a los ciudadanos la chance de informarse sobre ese multimillonario giro de fondos al exterior.

En las últimas semanas el Presidente ha pronunciado un promedio de 1,2 discursos diarios. Una gran performance en materia de oratoria. Como aconseja el mismo doctor Kirchner es preciso mirar los hechos más que las palabras.

Jorge Raventos , 17/10/2004

 

 

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