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Todos unidos triunfaremos . |
Lo que sigue es un desarrollo del artículo publicado por Andrés Cisneros en "La Tercera" de Santiago de Chile el 6 de octubre pasado, en respuesta al artículo del flamante canciller trasandino, Ignacio Walker, del que a continuación transcribimos los párrafos más significativos. |
Dijo Walker
"Con este mismo título, (Nuestros Vecinos Justicialistas) Alejandro Magnet rebautizó y reescribió su anterior libro, (Nuestros vecinos justicialistas - 1953), en que relata de manera descarnada los rasgos autoritarios,
corporativos y fascistoides de la llamada - doctrina peronista - y el movimiento al que dio lugar, el - justicialismo - ".
" desde que Perón se instaló en el poder, en 1945, el peronismo y el militarismo se han encargado de destruir sistemáticamente a Argentina."
"¿ Kirchner? Bueno . se encuentra empeñado en cuidar su único verdadero capital político: su popularidad, que bordea el 60 por ciento. ¿ Respetar tratados y contratos ? No, si ponen en riesgo esa popularidad,
con cualquier pretexto."
"En fin, uno de los legados de la - doctrina peronista - pareciera ser su ignorancia y desprecio no sólo por las normas más elementales de la economía, sino del derecho. Tiendo a pensar que el verdadero muro que se interpone entre Chile y Argentina no es la cordillera de los Andes, sino el legado del peronismo y su lógica perversa."
>El texto original de la respuesta de Cisneros aparece en letra derecha y las partes que corresponden al desarrollo, en bastardilla:
"Si Argentina y Chile prueban que
su unión es eficiente,serán el núcleo
básico que aglutinará después
a toda la América del Sur"
Perón
Todos unidos triunfaremos
Por Andrés Cisneros
A lo largo de la historia, todos los estados han fortalecido su identidad a través de la hostilidad con sus vecinos. Como sucede con todos los hermanos, la propia personalidad se forja en el límite, en el roce
con quienes tenemos más cercanos. En América Latina, a diferencia de Europa, las "naciones" vinieron después que los estados.
Los francos, los hispanos o los anglos existieron mucho antes que Francia, España o Inglaterra. Aquí fue al revés: desmembrada la protonacionalidad española, generamos una treintena de flamantes Estados
sin la preexistencia de grupos étnicos, religiosos o nacionales que los señalaran como diferenciables. Los enclaves políticos definieron su espacio geográfico como nuda traducción de los alcances de su gobernabilidad. Las fronteras expresaron los límites entre mi
fortaleza y la de los vecinos. En palabras de Felipe Herrera, cada cual labró un Estado en el territorio que podían dominar sus armas. Tuvimos, entonces, estados antes que naciones. Con el tiempo devinimos en las naciones que hoy sí nos diferencian. Nosotros las construimos.
Para consolidar las fronteras nacionales hubo de pintarse al vecino con los peores colores. En 1810 un mendocino se parecía muchísimo más a un chileno
que a un porteño o a un correntino. Sin embargo, había que convencerlo de que pertenecía a "esta" nación, no a la de enfrente. En todos nuestros países ocurrió lo mismo. En Chile también.
Así edificamos culturas del agravio y la desconfianza, útiles para consolidar los sentimientos nacionalistas, los proyectos de Estados propios, diferenciadores del extranjero cercano, pero perjudiciales para tender
puentes y establecer conductas cooperativas. Debimos asentarnos y crecer en soledad, como aventuras individuales, sin ayuda de un vecino con otro. Los
vecinos fueron secularmente adversarios, a veces enemigos. Poco o nunca amigos y, mucho menos, socios.
Buena parte de las causas de nuestro retraso relativo
en comparación con la evolución del mundo radica en esa primigenia vocación insular, solitaria, desligada de toda cooperación con quienes teníamos más cerca. Pero ya para finales del siglo veinte, chilenos y argentinos, considerábamos superada esa etapa y
nos lanzamos decididamente en procura de ámbitos de entendimiento.
Aylwin, Alfonsín, Frei y Menem lideraron, a su turno, un proceso hasta ahora continuo de una formidable sinergia recíproca. Y desde entonces
nos encontramos construyendo otra cultura, que descarta los agravios y privilegia el acercamiento al otro, que es lo mismo que el conocimiento del otro.
Es por eso que Ignacio Walker atrasa cincuenta años.
El fin de los diferendos limítrofes, la solidaridad sin reservas en el reclamo de Malvinas, las inversiones masivas de uno y otro lado, la transparencia
en términos militares y de defensa, la matriz gasífera vinculada, el uso recíproco de puertos en el Atlántico y el Pacífico, los emprendimientos comerciales comunes hacia el mundo, son solo algunos de los logros que en solo quince años supimos concretar.
El artículo del profesor Walker del 12 de mayo es científicamente pobre. Refutarlo resultaría francamente sencillo, si fuere menester.
Pero es otra cosa lo que importa en este momento: que su designación como canciller chileno no termine injustamente inscripta en el imaginario colectivo
de la sociedad argentina como un retorno a épocas ya superadas en ambos lados de la cordillera.
Ya Ibáñez del Campo y Perón, hace nada menos que
cincuenta y cinco años trabajaban para llevar a la práctica los sueños del ABC (Argentina, Brasil, Chile) que desvelaban a Rio Branco, aquél enorme canciller brasileño de principios del siglo veinte. De hecho, Argentina y Chile efectivamente firmaron su parte del tratado, que Getulio Vargas no pudo hacer prosperar en el Congreso de su país.
Posiciones confrontacionistas como la de Walker emergen, objetivamente, como un manotazo de quienes –desde la derecha o la izquierda- ven agostarse su futuro en países que tienden a integrarse. Alertar sobre la condición
supuestamente totalitaria de los peronistas o la peligrosidad de un chileno cuando se acerca a un mapa configuran el ya gastado arsenal de quienes no
soportan vernos asociados.
El proceso de globalización ha demostrado que el futuro pertenece a los grandes estados de dimensiones continentales y/o a las agrupaciones de países que sepan integrarse y trabajar juntos. Esta perspectiva potencia al infinito las virtudes de la regionalización y la situación de países como Chile y Argentina que, con acceso a ambos océanos y con intereses tan complementarios, configura un ejemplo de libro donde quiera
que el fenómeno se estudie.
Naturalmente que el Presidente chileno tiene todo el derecho del mundo a designar a los ministros que más le plazcan sin tomar en cuenta la opinión de los argentinos. No correspondería de ninguna manera, nadie se agravia al respecto, y el gobierno argentino reaccionó
correctamente. Sabrá Lagos por qué le pareció conveniente nombrar a un canciller que piensa de esa manera. Las explicaciones no debemos pedirlas nosotros, que somos otro país. Corresponderán, más bien, a quien resulta más perjudicada: la propia sociedad chilena,
cuyo destino de prosperidad y justicia se encuentra mucho más ligada al entendimiento que a los agravios con los vecinos.
Los muchísimos argentinos que se consideran peronistas, seguramente varios millones más que los chilenos que alguna vez hayan votado por el doctor Walker, han de haberse sentido molestos por su escrito y sorprendidos
por su designación en un cargo donde deberá tratar mucho con Argentina.
La molestia debe haber dejado rápidamente paso a una sonrisa: en más de medio siglo de vigencia, el justicialismo ha tratado muchas veces con quienes
nos consideran fascistas, clientelistas, antidemocráticos, ignorantes de la economía y violadores del derecho. Todos ellos son hoy personajes en el recuerdo, derrotados en cien batallas electorales democráticas, en mil combates antifascistas contra gobiernos de facto y a favor de la vigencia de la Constitución y las leyes, en los que el peronismo ha sido siempre protagonista principal. Nadie tiene más votantes en las democracias y nadie ha tenido tantos caídos en las resistencias a las dictaduras.
Aquí y en toda América Latina. Toda. En las largas luchas por la restauración de la democracia ninguna agrupación política -y cuento entre ellas también a las chilenas- ha sufrido tantas pérdidas humanas como el peronismo. Y en
el mantenimiento y fortaleza de las instituciones democráticas vigentes nadie ha concitado tanto número y por tantas décadas de apoyo popular democrático, expresado en votaciones limpiamente ganadas, como el peronismo .
Somos unos fascistas rarísimos: combatimos a todos
los totalitarismos y somos el eje de todas las restauraciones democráticas. Las dictaduras nos persiguieron –y mataron- más que a nadie y
ya cinco generaciones de argentinos nos votan masivamente en los períodos constitucionales.
En cuanto a su evaluación del Presidente argentino, debo decir que a mí tampoco me gusta Kirchner. Y me consta que a él no le gustaba nada el gobierno en el cual yo participé. Pero ninguno de los dos niega el peronismo del otro ni su condición democrática. Borges decía
que los peronistas somos incorregibles, no que fuéramos sectarios.
Yerra Walker cuando afirma que el peronismo, en general, y Kirchner, en particular, "desprecian las normas más elementales del derecho". Chile y Argentina enfrentan dos posibilidades. Regresar a los agravios y
desconfianzas que tal vez fueran útiles en otro tiempo, pero seguramente no ahora. O profundizar el camino de entendimiento y cooperación que nos permita llegar más lejos y más rápidamente a la grandeza común que nuestros pueblos merecen. Está en nuestros gobernantes elegir uno u otro camino.
Es de esperar que, como tantos otros titanes
del progresismo, el Walker canciller gobierne como el tero, poniendo los huevos por un lado y escribiendo macanas por el otro.
Argentina atraviesa un período histórico caracterizado
por la obsesión de revisar el pasado para saldar cuentas pendientes. De alguna manera, de varias maneras, nos hemos “mudado” a la década del setenta, y la agenda política de aquellos años ha pasado a ser la agenda política de estos años, del presente. El artículo
de Walker retrocede en la misma dirección: sus citas son de la década del cincuenta y la argumentación es un revival del debate Braden o Perón.
No está tan solo: en su Panorama Político del sábado
9, Página12 se refiere al affaire Walker en una nota que titula “Y Dale con el Peronismo” con frases como la siguiente: “Resulta asombroso, después de tantos años, tanto interés por el peronismo cuando la bestia ya muestra las uñas gastadas.” Suerte que la transversalidad fracasó, de no, Dios sabe qué otras lindezas nos veríamos sometidos a leer.
Visitar el pasado puede resultar útil, a condición de no quedarse a vivir en él. Por ejemplo, nos permitiría recordar cómo, en épocas del arrollador avance mundial de las izquierdas, movimientos populares como el varguismo o el peronismo las derrotaron, desplazándolas de las preferencias populares, muy lejos de la escena política central en los dos más grandes conglomerados poblacionales de América del Sur. Consiguientemente, la inmensa mayoría de las izquierdas de nuestros países tendieron siempre a condenar al peronismo en términos
muy parecidos a los que ahora expresa Walker. Lo dijo el propio interesado: “me están tratando como si yo fuera un gorila de derecha o de izquierda.” Y no se trató de un acto fallido.
Las izquierdas argentinas no fueron una excepción: en un país hoy gobernado por quienes Perón expulsó de la Plaza y en que los más altos funcionarios eluden pronunciar su nombre en público, nadie se ha animado a hacer una encuesta preguntando a la gente si coincide
con Walker y, en tal caso, por quién votó en las últimas
elecciones. Sería como rescribir la fábula del rey desnudo. Los hermanos Grimm y la transversalidad.
El canciller Walker necesariamente tratará casi a diario los temas de su país con Argentina y durante el lapso que dure su gestión tendrá oportunidad de conocernos mejor que hasta ahora. Estoy seguro de que, cuando esa gestión termine, va a haber cambiado su juicio sobre nosotros. Nosotros hace mucho tiempo que lo cambiamos sobre ustedes.
¡Buena suerte al compañero Walker! |
Andrés Cisneros , 10/10/2004 |
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