Jorge Raventos analiza los dilemas que afronta el gobierno de Néstor Kirchner.
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“Varios mundos, varias
Argentinas, varios futuros
nos esperan; en uno
u otro desembocaremos
de pronto”.
Adolfo Bioy Casares, El Atajo
El área económica le deparó una semana entretenida al presidente Néstor Kirchner. El movimiento comenzó el lunes 13, cuando el Palacio de Hacienda deslizó a los medios que estaba preparando un decreto disolviendo el organismo oficial encargado de renegociar los contratos de servicios públicos con las empresas privatizadas. El ente es responsabilidad compartida de los ministros de Economía, Roberto Lavagna, y de Planificación, Julio De Vido (un funcionario al que se le atribuye la condición de alter ego de Kirchner). El organismo, por lo demás, emana de un decreto diseñado en la Casa Rosada por otro funcionario de la mayor confianza presidencial: Carlos Zannini. La jugada de Lavagna, más tarde acotada al deseo de abandonar el organismo y dejarlo bajo la exclusiva égida de De Vido, no podía sino interpretarse como una deliberada toma de distancia en relación con la estrategia presidencial sobre la negociación con las privatizadas, que en el Palacio de Hacienda se juzga errónea e intervencionista. El ministro de Economía, en sus intercambios con gobiernos europeos, de los que busca comprensión en los trapicheos sobre la renegociación de la deuda, debe ponerle habitualmente el pecho a quejas sobre las regulaciones tarifarias y los cambios de regla de juego en los contratos, temas de los que no se siente responsable directo y cuyo costo preferiría eludir.
El movimiento permitió a Lavagna enviar una señal a aquellos interlocutores y aparecer ante ellos como una figura más comprensiva de sus inquietudes que otras del gobierno. Tan transparente fue la movida que algunos observadores del exterior –el influyente Financial Times, por ejemplo- consideraron que el ministro ya estaba dando sus primeros pasos rumbo a la renuncia y la preparación de su candidatura presidencial para 2007. “Una estupidez”, según Lavagna.
Kirchner tuvo que laudar entre sus ministros y lo hizo en contra del criterio de Economía: debía trabajarse de acuerdo a lo establecido en el decreto respectivo. No es la primera vez que la pulseada entre De Vido y Lavagna obliga al Presidente a tomar partido. Lo singular de esta ocasión residió en que el ministro de Economía comunicó su desacuerdo al público y al clero, mientras en oportunidades anteriores había preferido la discreción (siempre relativa, es cierto) de los despachos oficiales.
Hubo otra diferencia, esta vez en algún tratamiento periodístico del episodio. El influyente diario Clarín, cuyo máximo ejecutivo integra la Asociación Empresaria Argentina, ámbito que congrega a las firmas más poderosas del país, no trepidó en vincular las tensiones a “versiones” que circulan en ambientes empresarios. El miércoles 15 el matutino publicó este significativo párrafo: “El cruce entre los ministros tiene como contexto la renegociación de los contratos de todas las privatizadas, que mueven millones de pesos en facturación y grandes dosis de presión sobre los gobiernos de los países más ricos, que repercuten en el FMI. Pero, además, están rodeadas de rumores. Por caso, la versión de que un funcionario de primer nivel fue filmado pidiendo una coima a una privatizada. O las precisiones que darían en la intimidad algunos empresarios sobre "comisiones" en efectivo que deben pagar para lograr la firma de resoluciones. Es claro que en los despachos de Planificación se escuchan versiones de ese tipo sobre los hombres de Lavagna, mientras que en Economía es justamente lo opuesto”.
Tan inusual como el comentario resultó el hecho de que no se alzara contra él ninguna indignada voz oficial.
Clarín, en cualquier caso, publicó en tapa un día después una buena noticia económica para el gobierno: en el primer semestre el país creció a un ritmo de 9 por ciento. Es bueno enterarse a mediados de septiembre de ese logro del período concluido en junio. No son demasiados los que comparan rápidamente ese dato con la previsión oficial de crecimiento para el ciclo anual completo, que es de 6 por ciento. Vincular ambos porcentajes (9 por ciento para los primeros seis meses, pero 6 por ciento para todo 2004) obliga lamentablemente a concluir que durante el segundo semestre la economía ha reducido brutalmente su ritmo, del 9 al 3 y pico por ciento y confirma los diagnósticos de frenazo despachados por varios analistas que el Presidente acostumbra escarnecer en sus discursos.
Con esa perspectiva es inclusive difícil que se cumpla el pronóstico presidencial vertido en la semana, cuando tuvo que asimilar la información sobre desempleo surgida del INDEC: un incremento de 0,4 puntos, que lleva la tasa al 14,8 por ciento (19,1 por ciento si se computa también a quienes reciben el subsidio a Jefes y Jefas). Como para diluir esa mala nueva, el Presidente aseguró el jueves 16 que en lo que queda del año el desempleo volverá a cifras menores y afirmó que las encuestas oficiales ya registraban ese día una nueva baja de la desocupación, que la llevaba al 14,4 por ciento. Un día más tarde, el viernes 17, informó que la tasa ya se había reducido al 13,8 por ciento: vertiginoso milagro del discurso laboral oficialista.
En rigor, si se considera que el desempleo trepó con una economía que creció 9 puntos en el primer semestre, es difícil vaticinar una caída en el segundo cuando se verifica (y se prevé) un formidable frenazo productivo. Ese pronóstico podría ser más plausible aplicado al 2005 si es que de aquí a enero el gobierno consigue un amplio margen de aprobación para su propuesta sobre la deuda, alcanza un acuerdo de cierto horizonte temporal con el FMI y recrea condiciones de seguridad y confianza para la inversión. El talón de Aquiles de la situación económica reside en la escasez de inversión, que se conecta con la caída de la productividad, con los bajos salarios, la informalidad y el aislamiento.
Si se acepta la información publicada tras el desplazamiento de las dos figuras principales del Banco Central, Alfonso Prat Gay y Pedro Lacoste, el motivo que lo motorizó fue justamente el cuestionamiento de ambos a la estrategia oficial frente al tema de la deuda. Prat Gay, según dejaron trascender sus colaboradores, prevé un bajísimo nivel de aceptación a la propuesta del gobierno por parte de los acreedores. Y temía que, en las condiciones generadas por ese rechazo, el Banco Central recibiera fuertes presiones del gobierno para dejar de lado la política monetaria que él orientaba, preocupada principalmente por evitar las pulsiones inflacionarias de la economía. En previsión de esas presiones, Prat Gay pretendía rodearse de un directorio de alto nivel técnico y de inquietudes afines. También quería que su cargo no estuviera pegado con los alfileres de la provisoriedad (que lo hubiera dejado a tiro de decreto y muy debilitado para cumplir su función), sino que contara con el acuerdo del Senado y con la estabilidad contemplada en la Ley. Néstor Kirchner, que en la puja entre Lavagna y De Vido optó por su amigo de Santa Cruz, pudo balancear los tantos en este caso. Más allá de sus reticencias con el ministro de Economía, “entre Prat Gay y Lavagna, me quedo con Lavagna”, como él mismo habría sintetizado ante sus colaboradores más cercanos.
Con el cambio de guardia en el Banco Central (el sexto en cuatro años, para una institución de la que se espera estabilidad) “ganó el partido del dólar”, registraba el sábado el columnista económico de Página 12, Julio Nudler. La explicación: el Central en adelante “ejecutará con más entusiasmo el deseo de Economía de mantener un dólar competitivo. Es decir, no permitir la apreciación real del peso. Pero si esto ocurriera en el contexto de una inflación más acelerada, el dólar tendría que subir nominalmente todo lo necesario”. Agrega Nudler: “otra impresión es que el famoso inflation targeting (el manejo de los instrumentos de la política monetaria para alcanzar una meta de inflación) será puesto en la congeladora. Esta estrategia (de Prat Gay) fue contemplada con poco afecto por Economía, temiendo que operase en contra del crecimiento”. En síntesis: con el desplazamiento de la cúpula del Central cae un obstáculo al empleo actual o potencial de herramientas monetarias creativas que, en nombre del “productivismo”, impulsen más devaluación del peso y admitan –como en su momento solicitaba Raúl Alfonsín- “un poquito de inflación”. Presiones en ese sentido existen ya en la actualidad y seguramente se acrecentarán si el país no logra salir del aislamiento, si se orienta equivocadamente en la encrucijada.
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Jorge Raventos , 20/09/2004 |
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