Jorge Raventos examina la evolución de la situación política argentina. |
Según el diario La Nación (titular principal del sábado 10), Néstor Kirchner y Eduardo Duhalde han arribado a un discreto acuerdo que–en su debido momento- convertirá a Cristina Kirchner en candidata a senadora por el Justicialismo bonaerense.
La noticia cerraba una semana inaugurada con la filtración periodística de un encuentro en Uruguay entre Eduardo Duhalde y Mauricio Macri, coincidente con la irrupción de Macri en la provincia de Buenos Aires a través de un populoso encuentro en su ciudad natal, Tandil.
El escenario político pareció transformarse súbitamente en un juego de esquinitas: la reunión en Montevideo parecía insinuar la búsqueda, por parte de Duhalde, de un candidato con posibilidades para encabezar las listas del PJ provincial, habida cuenta de que su esposa Chiche, preferida por el duhaldismo, no está “midiendo” bien en las encuestas. Por cierto, optar por Macri significaría desafiar a la Casa Rosada, que ubica al jefe de Compromiso para el Cambio en el círculo más selecto de su poblado contingente de enemigos.
Macri, por su parte, venía de mantener conversaciones con Ricardo López Murphy y Jorge Sobisch, con vistas a estructurar una fuerza de centro-derecha opositora a Kirchner. El encuentro uruguayo alteró el tono amigable que traían esas charlas. López Murphy se apresuró a proclamar que “Macri deberá optar” porque la fuerza centrista puede integrar a muchos sectores, pero no a los que se articulan en el polo Duhalde-Kirchner.
Cuestionado por su eventual aliado centrista, Macri se encontraría –en caso de confirmarse la noticia lanzada por La Nación- sin el pan y sin las tortas: Duhalde optaría, en tal caso, por abrazarse a la candidatura de la primera dama y por consolidar su acuerdo con la Casa Rosada. La incógnita, sin embargo, perdurará durante algún tiempo ya que la clamorosa primicia del matutino porteño, precavidamente, aclara que tal acuerdo no se oficializará hasta el año próximo y que, entretanto, la postulación de Cristina de Kirchner se mantendrá in pectore y hasta puede llegar a ser desmentida desde el gobierno y desde Lomas de Zamora.
Cuando se hace política tras los cortinados surgen necesariamente sospechas florentinas y se presienten puñales siniestros.
¿Se reunió Duhalde con Macri para amenazar a Kirchner con una candidatura propia y forzarlo a un acuerdo en mejores condiciones? ¿Lo hizo para neutralizar el eventual impacto que un acuerdo de las fuerzas de centro derecha podría ejercer sobre la provincia en la que sigue ejerciendo decisiva influencia? ¿La demora en oficializar el fruto de su hipotético acuerdo con Kirchner es sólo una manera de ganar tiempo, especulando con que la progresiva brecha que se ha abierto entre el Presidente y la opinión pública le permita el año próximo poner condiciones más rigurosas a la Casa Rosada? En caso de confirmarse tal acuerdo, ¿podrá Duhalde mantener en caja a toda su tropa bonaerense?
En cualquier caso, parece claro que el Presidente está redefiniendo sus opciones políticas. El jueves, en un acto en La Matanza, rodeado por la dirigencia máxima de la CGT (excepto Susana Rueda, de viaje por México) y por hombres de la estructura del PJ bonaerense, hizo todo lo posible por identificarse con la iconografía peronista (hasta, como nunca, citó a Perón en su discurso) y mencionó al justicialismo como la fuerza “de la que hemos salido”. ¿Decretó así la muerte de su proyecto de transversalidad? En rigor, trató de revivir ese cadáver nombrándolo de otro modo: reclamó a los presentes “amplitud” para incorporar a “otros sectores”, léase a los grupos transversales, izquierda y “progresismo”, que no quiere abandonar a la vera del camino, sino incluir en “un frente”. Se trata, si se quiere, del mismo perro con otro collar. Pero algunos meses atrás Kirchner suponía que el eje de reagrupamiento sería su propia fuerza transversal, a la que sumaría los restos de lo que castigaba con el mote de “pejotismo”. Ahora la tortilla parece haberse invertido. El italiano Pitigrilli recomendaba: “No la tomes nunca a puntapiés con un caído. Recuerda que puede levantarse”.
¿A que se debe el repliegue de Kirchner sobre el aparato justicialista, cuando en verdad el peronismo todavía aparece como una fuerza dispersa y fraccionada? La clave hay que encontrarla en el paulatino debilitamiento del propio gobierno.
Cuando se observa la serie de los estudios de opinión pública del último año es posible advertir ese fenómeno. El índice de Confianza en el Gobierno que mensualmente difunde el Instituto Torcuato Di Tella registra, por caso, un año atrás, en agosto de 2003, una marca de 3,2 (sobre 5, es decir, un 64 por ciento), que en febrero de este año se había empinado hasta 3,32 (66,4 por ciento). Pero en abril (después del acto de la ESMA y de la primera manifestación convocada por Juan Carlos Blumberg, había descendido a 2,68 (53,6 por ciento, una caída de 13 puntos, pero aún por encima del 50 por ciento) y un mes atrás, en la medición de agosto, se había derrumbado a 2,07 (40,1 por ciento), es decir, un derrumbe de más de 26 puntos en seis meses.
Los motivos más obvios de ese vertiginoso deslizamiento se encuentran en los temas seguridad (incluyendo el desorden urbano, el auge de los secuestros, los piqueteros, el desprecio a las fuerzas armadas y de seguridad) y cuestión social. Las demostraciones de Blumberg no han sido la causa del derrumbe, sino la evidencia, la encarnación de esa caída: la opinión pública dejó de ser una cifra en una encuesta y al corporizarse, lo hizo para emplazar al gobierno a un cambio de actitud.
No hay investigaciones serias sobre el tema, pero es muy probable que buena parte de los demostrantes de las marchas de Blumberg hayan votado a Kirchner y sin duda constituyeron la sorprendente masa de opinión pública que durante los primeros meses de gestión le dio oxígeno al gobierno para intentar la aventura de la transversalidad (con sus componentes objetivos de antipolítica) y para procurar darle el esquinazo a las estructuras del PJ (particularmente el duhaldismo) que le abrieran a K las puertas de la Casa Rosada. Al comenzar a perder ese apoyo, K debió iniciar una retirada destinada, como mínimo, a aquietar cualquier conflicto con el peronismo y, eventualmente, para ensayar un retorno a las filas del justicialismo aceptando la presidencia partidaria que Duhalde y otros le habían ofrecido.
El dilema de Kirchner reside en que si avanza en esta dirección, es probable que ensanche su incipiente divorcio de la opinión pública y se agrande así su dependencia de las estructuras partidarias, lo que sólo terminaría traduciéndose en un paulatino y creciente condicionamiento de su gestión por parte de esas estructuras.
En los hechos, la necesidad de retroceder de las posturas de la primera etapa de gestión lo ha inducido ya a desprenderse de un ministro de Seguridad, a quitarle al ministro sucesor el manejo de esa área sensible, trasladándola a la Casa Rosada (bajo el mando nominal del titular de Interior) y a modificar algunos rasgos de su política frente a las organizaciones piqueteras. El elogio de Chiche Duhalde a ese “cambio de política” está en consonancia con las recientes declaraciones de Eduardo Duhalde, recordando que fue él quien criticó en su momento la llamada (por él mismo) “mano de seda” con los piqueteros.
Inquieto por su pérdida de ascendiente sobre la opinión pública y sospechando que esta es consecuencia, al menos en parte, de sus propias acciones y declaraciones , la retirada del gobierno se expresa también en una retirada parcial de la palabra. Ante situaciones críticas, el Presidente, que unos meses atrás optaba por el clamoreo, prefiere ahora el silencio. El propio y el de sus habituales voceros, que el periodismo bautizó como “los Fernández”.
Sucedáneo de ese silencio, se observa una “tercerización” de la palabra: el gobierno ha cedido el micrófono, por ejemplo, a organizaciones y actores del campo llamado “progresista” y de los derechos humanos para que embistieran contra Blumberg, tarea en la que colaboran algunos funcionarios bonaerenses e inclusive líderes del radicalismo que retomaron las teorías conspirativas y las denuncias contra “la derecha”, que el gobierno ha preferido asordinar después de algunos fiascos. Esa táctica de silencio oficial se explica, según un matutino oficialista, porque “se estaban diciendo demasiadas cosas y estábamos generando problemas donde no los había”. El silencio coincide con un repliegue forzado, para el cual el gobierno ni tiene todavía un guión apropiado.
Esos retrocesos están mostrando las dificultades que enfrenta el Presidente, aun en una situación en que –como afirma la mayoría de los analistas- carece de una oposición política estructurada y vigorosa y pelea con su propia sombra.
A este paisaje específicamente político es preciso incorporar los datos de la situación social, de la situación económica y del contexto internacional. En lo social, un reciente trabajo que la Consultora Equis entregó al gobierno resume datos del mayor conglomerado urbano, el del Gran Buenos Aires. Allí “residen actualmente 1.160 habitantes pobres por kilómetro cuadrado en cada uno de sus 3.680 kilómetros cuadrados de superficie, lo que supone una concentración de pobreza por kilómetro cuadrado 193 veces superior a la media nacional de habitantes pobres por kilómetro cuadrado”. Dicho de otro modo, a las puertas de la Casa Rosada, en el 0,13 por ciento de la superficie total del país viven actualmente 4 millones 800 mil pobres, una situación inédita que no se resuelve, obviamente, ni con discursos culpando al pasado (mucho menos si saltea, en ese pasado, la brutal devaluación de enero de 2002), ni con dádivas ni con emprendimientos sin consistencia económica.
En lo internacional, el aislamiento paulatino (problemas con Chile, con Brasil, co Gran Bretaña, con el G7; ostentación de simpatías hacia el candidato demócrata de Estados Unidos cuando George W. Bush ha pasado a encabezar las encuestas con 7 a 10 puntos de diferencia) sumado a las sucesivas postergaciones en salir del default pronostican un paisaje mucho más difícil para los próximos meses. Precisamente cuando será más necesaria la confianza externa e interna para que las inversiones permitan superar el frenazo sufrido por la economía.
En silencio o en voz baja, el gobierno procesa los malos augurios en que se empeña la realidad. No se trata de volver a levantar la voz. Cuando el poder no habla con hechos, está mudo.
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Jorge Raventos , 13/09/2004 |
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