El papel no se resiste, pero la realidad sí.

 

Con su débil propuesta de presupuesto, que evita las exigencias de la crisis para encarar una reforma a fondo del Estado, el gobierno le cede al peronismo la oportunidad y la responsabilidad de hacer lo que hay que hacer.
El dibujo de presupuesto nacional que Domingo Cavallo envió al Congreso el lunes 17 contiene una única virtud pictórica: los recursos previstos igualan a las erogaciones pronosticadas, con lo que el cálculo se ciñe al principio del déficit cero.

El papel no se resiste, pero la realidad es más rebelde: es improbable que ese diseño del gobierno atraviese indemne la prueba del Congreso. Es inclusive difícil - según el titular de la comisión de Presupuesto y Hacienda de la Cámara de Diputados Jorge Matzkin - que el proyecto llegue a tratarse en lo que resta del año, una meta de mínima que Cavallo quiere exhibir ante los examinadores del Fondo Monetario Internacional.

El primer obstáculo que el gobierno tropezará para la aprobación de su propuesta reside, como ha ocurrido reiteradamente, en las fuerzas parlamentarias oficialistas en las que predomina el sedicente progresismo de los fragmentos de la UCR y las esquirlas del Frepaso: allí la idea misma del déficit cero es considerada un sacrilegio.

La reticencia aliancista no puede menos que alentar las objeciones que surgen espontáneamente entre legisladores del PJ, más allá de los puntos de vista y los matices de los gobernadores a quienes se supone que ellos responden.

Lo cierto es que, si los grandes números elaborados por Cavallo cumplen con la dura necesidad del equilibrio a rajatabla de gastos y recursos (condición ineludible para seguir las conversaciones con el Fondo y mantener la esperanza de una renegociación del tramo externo de la deuda pública sin default declarado), hay más de un motivo para discutir la letra chica que lleva a esas cifras finales.

Porque el gobierno ha omitido en su propuesta toda insinuación de un replanteo cabal del Estado, en el marco del cual el recorte del gasto público, además de ser más profundo, cobraría un sentido diferente. La dimensión de la crisis abre la oportunidad de encarar una reforma a fondo - política y estratégica, no simplista ni tecnocrática - del sector público, de las relaciones entre la Nación, las provincias y las municipalidades. Una reforma que resuelva el problema del pesadísimo gasto público, pero no basada en un mero criterio de caja, sino enderezada a construir un Estado más económico en materia de costos y, al mismo tiempo, más adaptado a las funciones que la sociedad necesita de él en estos tiempos de globalización. Un Estado-red, capaz de nutrirse con la participación de la sociedad y de permitir el control de los ciudadanos. El presupuesto debería estar inspirado por ese criterio transformador.

El gobierno, en cambio, ha optado por mantener, como principal criterio de ahorro (más allá del obtenido con la rebaja de intereses de la deuda), el llamado "recorte horizontal" de sueldos y jubilaciones en dimensiones dependientes de la recaudación fiscal, un lecho de Procusto que tiende a encogerse mientras no se recreen condiciones de crecimiento. Omite, en cambio, el achicamiento o desaparición de órganos y estructuras del Estado Nacional que no cumplen funciones, entre las cuales pueden mencionarse ministerios casi completos, como los de Educación y Salud, que ya no administran escuelas ni hospitales (hoy a cargo de las provincias) y son ya poco más que agencias intermediarias de transferencias de fondos con destinos específicos. Tampoco ha puesto el ojo en el traspaso de las responsabilidades y los gastos de la policía y la justicia que atienden a la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (el distrito largamente más rico del país) y que son sufragados con recursos de la Nación.

Esas omisiones - y otras, como el análisis de eficiencia y equidad en el empleo de los recursos públicos destinados a las universidades nacionales - seguramente justifican un replanteo legislativo del proyecto de presupuesto.

Un criterio más amplio, una sintonía más fina y una visión más federal y nacional pueden introducir reformas al presupuesto que, al tiempo que respeten la indispensable regla del déficit cero, apliquen la tijera en lo fofo, lo obsoleto, lo ineficiente del gasto fiscal y atiendan a objetivos sociales ineludibles, como el de establecer un ingreso mínimo digno a las familias más sumergidas.

Con su débil propuesta, el gobierno le cede al peronismo la oportunidad y la responsabilidad de hacer lo que hay que hacer.
Jorge Raventos , 18/12/2001

 

 

Inicio Arriba