Breve reflexión política, publicada en la última edición de la revista "Noticias", acerca de la performance
de China en los Juegos Olímpicos de Atenas.
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La evolución de la distribución de las medallas olímpicas entre los distintos países guarda cierta relación con las sucesivas modificaciones en las relaciones
de poder mundial. Hasta su disolución a fines de 1991, la Unión Soviética competía con Estados Unidos por la primacía en los Juegos Olímpicos. Cada cuatro
años, ambas superpotencias expresaban en ese terreno su disputa por el liderazgo. Atenas 2004 reveló la irrupción en el primer plano de China. No es una casualidad. La relevancia adquirida por China en todos los planos, tenía
que manifestarse en el deporte de alta competición. Más aún cuando la prioridad de China es incrementar su protagonismo mundial y estas competencias deportivas
son una instancia importante de presencia de un país en el escenario global.
Esta performance en los Juegos Olímpicos cobra mayor realce si se repara en que recien en 1979, en coincidencia con el inicio de su apertura externa, China obtuvo el reconocimiento del Comité Olímpico Internacional. Desde entonces, comenzó a hacerse notar con creciente intensidad.
Poco después, se postuló para ser la sede de los Juegos Olímpicos del 2000, que se celebraron en Australia. Pero ese revés fue rápidamente revertido. En el 2001,
China fue ungida sede de los Juegos Olímpicos del 2008. Dejó fuera de carrera a tres postulantes como Francia, Canadá y Japón. A fin de entender la significación política que el gobierno chino asignaba a este logro, vale
señalar que, para ser sede de esas olimpiadas, Beijing comprometió inversiones por valor de 14.000 millones de dólares. Puede decirse que Atenas 2004 es apenas
el prólogo de China 2008.
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Jorge Castro , 30/08/2004 |
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