Si quienes hoy nos gobiernan consideran importante reestablecer los esquemas de conflictos y tensiones que ya padecimos en los Setentas, corremos el peligro de sufrir las consecuencias sobre las que nos advierte la sabiduría tradicional: el que no aprende de la Historia está condenado a repetirla. |
En los Ochentas fue la hora de la libertad política. "Con la democracia se vota se come, y se cura...". En los Noventa, tocó el turno a la libertad económica: "achiquemos al Estado para agrandar a la Nación."
La democracia llegó para quedarse. Pero la economía abierta solo triunfa a pleno en Chile y apenas parcialmente en Brasil, Argentina o Uruguay. Méjico optó por el NAFTA y los países Andinos transitan su propio laberinto pendular.
La primera década de este siglo nos encuentra en diversos grados de alejamiento de aquella política económica hoy anatematizada por su cercanía al Consenso de Washington.
Algunos, para aplicarle solo correctivos, como Lula en Brasil, donde no se ha abjurado del camino transitado por Fernando Henrique.
Otros, como hoy en Argentina, condenando lo hecho en los Noventas en una curiosa superación que elige el camino del retroceso, más o menos hacia los Setentas. Y no solo en la retórica: hoy tenemos el mismo ingreso per cápita que cuando Grinspun era ministro.
Como sea, campea en el subcontinente una oleada de revisionismo económico: las recetas liberales -probadamente exitosas en todo el mundo- si no se aplican como en Chile, hasta incluir los cambios estructurales, pueden resultar contraproducentes, aumentando la mala distribución de la riqueza, tradicional en América Latina, pero que ahora nos ha convertido en la región largamente más inequitativa del planeta.
Y las clases políticas directamente responsables de no haber practicado esos cambios estructurales se apresuran ahora a culpabilizar al intento liberal, el mismo cuya aplicación suficiente ellas impidieron, demonizándolo todos los días un poco, tanto más cuanto pasan los años y no consiguen instalar, a cambio, un modelo eficaz que produzca, al mismo tiempo, desarrollo económico y mantenimiento de las clases políticas tradicionales.
En ese clima generalizado, no solo la economía está retrocediendo: ya son seis los presidentes que en los últimos años no pudieron terminar sus mandatos.
¿Dónde se ubica nuestro Gobierno en ese panorama?
Dado que no se trata de gente que se caracterice por dar a conocer sus planes de largo plazo, tenemos que deducirlos de sus gestos, sus señales.
En ese marco, los alineamientos internacionales suelen resultar útiles como espejo de las intenciones.
El presidente Kirchner acaba de terminar un viaje a Bolivia, otro a la Venezuela de Chávez y ya se estudia la fecha de la visita -fallida en febrero- a Cuba para antes de fin de año.
En Bolivia, el reciente referéndum salvó al debilitado presidente Mesa y fortaleció a Evo Morales -apuesta política de Kirchner- que rehusó identificarse con el ultraísmo anárquico de los grupos indigenistas, pero siempre en nombre de programas estatistas y antiliberales emparentadas con los procesos que lideran los presidentes de Argentina y Venezuela, con quienes conforma un eje, si no todavía de poder, sí en lo retórico y conceptual. Por lo pronto, anunciaron la creación de Petroamérica, una suerte de empresa panamericana estatal de petróleo. Y Venezuela, por su lado, eligió reivindicar la salida al mar de Bolivia, con quien nosotros, a su vez, coprotagonizamos el entuerto de la crisis gasífera trasandina en el mes de mayo.
En Caracas, el pronóstico de la consulta popular continúa vidrioso. No se sabe aún quién va a ganar, pero algo sí puede afirmarse: la votación no solucionará el problema, porque quien triunfe lo hará por un margen no aplastante. No será, pues, una batalla final en el intrincado proceso venezolano, al que puede augurársele la continuidad de su ya larga crisis política e institucional.
La visita del presidente Kirchner a tan pocos días de la votación no puede sino leerse, conforme a las prácticas internacionales, sino como una evidente toma de partido a favor de Chávez. Importa señalarlo, porque éste último ha presentado al referéndum como un asunto internacional, una batalla contra el imperialismo, acusando a sus opositores de traición a la patria. Kirchner no solo viajó, quedando pegado a esa imagen, sino que también permitió que Chávez pagara el traslado de su hombre de choque, Luis D'Elía, quien multiplicó allí su habitual discurso antinorteamericano.
Queda el viaje a Cuba. El doctor Bielsa ya ha anunciado su segundo viaje a La Habana, seguramente preparatorio del de nuestro primer mandatario. Notable frecuentación de un mismo sitio para un Canciller que todavía no a efectuado ninguna visita de trabajo a su par de los Estados Unidos y, además, confiesa que desde allá no lo han invitado y ello lo tiene sin cuidado ya que, de todas maneras, "No voy a tomar ninguna iniciativa diplomática para generar una visita oficial del Canciller a los Estados Unidos; si me quieren invitar... No me invitaron. Nosotros a los Estados Unidos le importamos muy poco, gracias a Dios". (Revista debate, 18/06/04) En su anterior visita a la isla, se abstuvo de entrevistarse con los opositores encarcelados por al régimen castrista - a pesar de su previa promesa de hacerlo- y, para rematar, afirmó que en Cuba no se violan los derechos humanos de nadie. Huelga aclarar que no es la misma conducta que exhiben los cancilleres de Brasil, Chile o Uruguay.
Esta extremación antinorteamericana parece obedecer -como casi todo en esta Administración - más bien a satisfacer la retórica antiimperialista de su base electoral que a la búsqueda del interés nacional a través del consenso con el resto de la sociedad.
Mientras tanto, el doctor Duhalde declaró que "Lula es el líder de América del Sur" en coincidencia con lo que se opina en todo Washington (el oficial y el académico) y poniendo en evidencia los diferentes grados de interlocución y, por ende, de negociación, que han obtenido uno y otro mandatario. Inútil recordar que Lula no viene del neoliberalismo, sino de la izquierda, como Lagos, su colega trasandino, de similar comportamiento firme y equilibrado frente a la superpotencia norteamericana.
La distinción hecha por Duhalde no parece menor. El enfrentamiento militante con EE.UU. durante casi un siglo, resultó sumamente perjudicial para los intereses argentinos, aumentando el cáncer de nuestro aislamiento internacional.
Brasil lo ha hecho siempre distinto, y Lula continúa esa tradición.
Si el objetivo es articular una relación independiente pero constructiva con Washington, parece complicado imaginarla acercándose a Chávez y Castro. Con quienes debemos articular políticas externas comunes es con otros, con Brasil, con Chile, con Uruguay.
Y si esta diferenciación entre una línea más dura de Kirchner y otra más moderada de Lula, lo que procura es establecer liderazgos competitivos, se estaría efectivizando un enorme aporte al interés de los poderosos, que siempre se han beneficiado con nuestras fragmentaciones.
Falta mucho para que consigamos concertar políticas comunes con Brasil, pero si ése fuera el objetivo, estos no son los caminos.
Si quienes hoy nos gobiernan consideran importante reestablecer los esquemas de conflictos y tensiones que ya padecimos en los Setentas, corremos el peligro de sufrir las consecuencias sobre las que nos advierte la sabiduría tradicional: el que no aprende de la Historia está condenado a repetirla.
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Andrés Cisneros , 02/08/2004 |
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