La crisis marca el ritmo.

 


Jorge Raventos analiza los cambios registrados en la situación política nacional.
El despido de Gustavo Béliz y sus colaboradores fue la expresión más notable de la crisis de gobierno que soporta Néstor Kirchner, pero en modo alguno la única. Las denuncias del ex ministro de Justicia afectaron la imagen presidencial y abrieron una nueva brecha en su relación con la opinión pública. Si bien la ameritada propensión al escándalo del doctor Béliz lima bastante su credibilidad, las encuestas publicadas por los dos diarios de mayor circulación inmediatamente después del episodio mostraron que 4 de cada 5 personas encontraba más verosímiles los dichos del ex titular de Justicia que los del doctor Kirchner. Ese resultado no deja de ser significativo, si se considera que Béliz afirmó que el gobierno se había mostrado indiferente ante su preocupación por el comportamiento de la SIDE (en cuyo seno, dijo, se estaba conformando "una Gestapo de la democracia"), aseguró que el organismo había recibido 100 millones de pesos adicionales a su millonario presupuesto por la vía de decretos secretos, confesó que el Presidente lo humillaba y no le atendía el teléfono por extensas temporadas, y reiteró que las órdenes fundamentales sobre seguridad urbana durante estos 14 meses partieron de la Casa de Gobierno.

El reemplazante del doctor Béliz accede a la cartera de Justicia con menos poder que el ministro despedido. En efecto, de las tres áreas con que cuenta el ministerio, Béliz siempre tuvo intervenida una (Derechos Humanos, cuyo secretario, Eduardo Luis Duhalde, fue elegido directamente por el Presidente). Béliz, sin embargo, puso gente de su confianza personal en las secretarías de Justicia y de Seguridad. El nuevo ministro, en cambio, sólo colocó al secretario de Justicia; el de Derechos Humanos siguió en su puesto y el de Seguridad, Alberto Iribarne, fue también seleccionado en la Casa Rosada. No quedan dudas de que, para bien o para mal, es el Presidente, directamente, el que cosechará los resultados de esa política.

Al erosionar el respaldo de la opinión pública, en el que el gobierno había buscado durante más de un año asentar su proyecto político, la crisis desbarató también la opción por la "transversalidad", una diagonal a través de la cual el Presidente y su círculo aspiraban a generar fuerza propia al margen del peronismo (que despectivamente era designado "pejotismo" por esos sectores). Todo indica ahora que, en busca de márgenes mayores de gobernabilidad, el Presidente y algunos de sus aliados tratarán de refugiarse en el seno del justicialismo, mientras otros quedarán abandonados y quejosos a un costado.

De todos modos, ese repliegue hacia el peronismo no será una operación sencilla. En el justicialismo se observan ya movimientos tendientes hacia una reunificación, de los que el proceso de unidad de la CGT no es una expresión aislada. Esa tendencia, funcional tanto para la gobernabilidad del país como para consolidar la suerte política del PJ, va acompañada por pulsiones tendientes a participar más activamente en la fijación del rumbo y estilo del gobierno y por iniciativas destinadas a garantizar liderazgos legítimos surgidos del debate y la elección internos.

La debilidad de origen que padece el actual gobierno y los problemas de gobernabilidad no pueden disociarse de la división con que el PJ llegó a los comicios nacionales del año 2003 y de la ausencia de elecciones internas para definir conducción partidaria y candidaturas. Para instalarse en el seno del peronismo tras sus extravíos transversales, el Presidente llegará tanto con el peso que hoy tenga su investidura institucional como con el que surge de su representatividad interna, de su capital político propio como jefe partidario del distrito de Santa Cruz, y con el sistema de alianzas partidarias que sea capaz de urdir, negociar y pactar. En ese contexto nadie es respetado por los títulos que proclama, sino por la fuerza y la legitimidad que pueda revalidar.

Fue la crisis la que produjo el primer cambio en el gabinete y también ella la que clausuró el desvío transversal. El principal factor determinante de este proceso es la crisis. A su ritmo seguirán sucediéndose los acontecimientos.
Jorge Raventos , 02/08/2004

 

 

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