Andrés Cisneros analiza la actual política exterior argentina. |
Ya durante la estadía en China, y ahora, al regreso del Presidente, el Canciller y la legión de funcionarios, invitados, empresarios y periodistas que allí se desplazaron, la comunicación oficial ha dedicado ríos de tinta a ilustrarnos sobre algo muy sencillo de aprender en Internet: China es un fabuloso comprador de materias primas agropecuarias y podríamos venderles volúmenes enormes de nuestra producción.
Nada se dice, en cambio, sobre lo más importante que puede verse hoy en China: la experiencia de un país otrora económicamente atrasado, que dilapidó casi cuarenta años en los delirios de la teoría socialista y hoy, apenas en veinte años, se ha convertido en una de las tres economías más prósperas del planeta, la sexta en tamaño, con un crecimiento anual sostenido incomparable del 9% y que, de seguir así, en otros veinte años tendrá el PBI más alto del orbe. Consume el cuarenta por ciento del cemento del planeta, el 27% del acero, es el segundo consumidor mundial de petróleo y el segundo socio comercial de los Estados Unidos.
Lo mejor, lo más importante del viaje a China no era medir su relativa predisposición a seguir comprándonos más soja a precios de lotería. Lo importante habría sido verificar en el terreno las bondades de aplicar la economía de mercado como antes lo hicieron los que hoy son grandes en el mundo y, poco tiempo histórico atrás, también otros Estados entonces "atrasados" (España, Nueva Zelandia, Irlanda, India, Chile, los tigres asiáticos) que hoy crecen a ritmos inalcanzables para nosotros.
Es lo que hicieron los chinos ante el colapso de la utopía marxista: miraron alrededor, estudiaron a las economías que en el mundo progresaban, y las aplicaron en el propio territorio. Cuando los eternos comisarios ideológicos objetaron ese vuelco hacia el capitalismo y el mercado, contestaron con la famosa frase: - no importa el color del gato, lo que importa es que cace ratones.-
Imposible analizar este viaje presidencial y no evocar la alegoría de la caverna: el esclavo que escapa para luego volver y advertir a sus congéneres que afuera, en el mundo, las cosas son muy distintas y funcionan mucho mejor.
Flaco favor les habría hecho si luego de tropezarse con semejante evidencia hubiera regresado simplemente para informarles las posibilidades de vender más soja. Lo habrían tomado por ciego. O por algo aún peor.
China es hoy un formidable banco de pruebas en que todos podemos mirarnos: una de las sociedades más ideológicas de los años setenta que luego decide pragmáticamente adoptar el sistema de producción más exitoso del mundo y, con ese solo paso, obtiene, al mismo tiempo, el progreso de su gente y la inserción de su país como líder en el mundo. Tómese un respiro y trate de recordar qué hacíamos nosotros en los setenta…
De todas maneras, el largo brazo de la frustración permanente alcanzó a la delegación nacional: la importancia de la visita quedó opacada por las noticias de los desbarres piqueteros oficialistas y del asombroso entredicho orillero entre nuestro canciller y el subsecretario a cargo de las relaciones con América Latina de los Estados Unidos.
Los aspectos impresionistas del inexplicable exabrupto argentino ya han sido ampliamente ventilados por la prensa que se ocupa habitualmente de la pacotilla. Menos visibles han quedado algunos de sus pormenores. Como nos especializamos en tropezar más de una vez con la misma piedra, conviene recordar que, hace muy poco, en octubre de 2003, se produjo un incidente prácticamente idéntico. Pero en aquella oportunidad, el Departamento de Estado emitió una declaración oficial en la que, de hecho, terminaba desmintiendo a su funcionario. Esta vez, eso no ocurrió.
Y encima nos queda el sabor amargo de que, en realidad, los dichos que se atribuyen al funcionario norteamericano - en un off the record que no compromete la palabra oficial- en última instancia expresan un consenso abrumadoramente mayoritario en la propia Argentina.
De todas maneras, la desbalanceada reacción del canciller argentino parece repetir un mecanismo de verificación casi diaria en esta administración: producir hechos o declaraciones más bien orientadas al consumo interno de su parcialidad electoral que para el beneficio del conjunto.
Como fuere, el entredicho confirma un axioma tan viejo como la diplomacia: la gran mayoría de las desinteligencias se producen cuando los países, como las personas, no ejercen una interlocución activa.
No existe escuela diplomática alguna que aconseje no mantener los canales abiertos y el contacto permanente, muy en especial con aquellos Estados con los que no nos llevamos naturalmente bien o cuyas políticas no nos entusiasman.
Es por ello que las declaraciones del doctor Bielsa - "Noriega ya me tiene podrido opinando sobre nosotros.."- solo sorprenden si no se toman en cuenta algunas anteriores. Así, pocos días antes de embarcarse hacia Beijing, en la revista Debate, se manifestó relajado por no haberse aún entrevistado con su par norteamericano.
Textual: " No voy a tomar ninguna iniciativa diplomática para generar una visita oficial del Canciller a Estados Unidos; si ellos me quieren invitar ... (pero hasta ahora) no me invitaron. Pero ¿Por qué razón tenemos nosotros que estar haciéndonos los importantes? Nosotros a los Estados Unidos le importamos muy poco, gracias a Dios." (sic de la entrevista).
Es el desprecio por la interlocución con el poderoso imperial y el efecto admirativo que tales posturas provocan en algunos compatriotas lo que probablemente lleva a nuestro canciller a anunciar que prepara su segundo viaje a La Habana mientras lleva catorce meses de gestión sin visitar a Washington y exhibir tal situación como un motivo de orgullo.
Ya rodando el siglo veintiuno, se sabe que el peligro para países como el nuestro no acecha más en la dominación o el vasallaje decimonónico sino pura y simplemente en la marginación y la salida de la esfera de interés de quienes pesan en el mundo. Ya no es "unidos o dominados," es unidos o marginados.
Se sabe, también, que en la relación entre un país grande y otro más chico, es el más chico el que carga con las consecuencias de los errores que comete él mismo y, además, de los que comete el más grande. Una sana administración de nuestros intereses nacionales en el mundo aconsejaría no sumar errores propios e innecesarios a los que constantemente nos propina un Departamento de Estado con muy malas políticas para la región.
Discurría Borges que la representación circular del infierno, consagrada por Dante, no limitaba su acierto a la descripción misma de lo insondable sino que constituía la expresión cierta de su naturaleza interminable: los castigos no son tan terribles como su condición circular infinita.
La ceguera de buena parte de la clase política nacional ante las realidades del mundo parecen compartir ese destino de eterna repetición: lo que hoy advertimos sobre China lo hacíamos ya en la década del setenta respecto de realidades semejantes.
En esa época, teníamos unos u$s 3.400 de ingreso per cápita, superior al de Chile, España, Irlanda, Nueva Zelanda, Corea del Sur y los tigres asiáticos.
Ya entonces advertíamos lo que nuestros gobernantes no parecen haber detectado hoy en China: existe un solo camino, conocido, probado y completamente compatible con nuestras instituciones y nuestra cultura. Decenas de países semejantes al nuestro lo estaban adoptando, con resultados excelentes a la vista de cualquiera.
Envueltos en una atmósfera de ideologismo intoxicante, en los setenta no hicimos caso y preferimos "hacer la nuestra." Hoy, apenas treinta años después seguimos teniendo casi el mismo ingreso per cápita que en los setenta, mientras España lo ha multiplicado seis veces y todos los demás antes nombrados nos han sobrepasado con guarismos apabullantes. En este aspecto, no hace falta que nos retrotraigan a los setenta: estamos en los setenta.
El sector económico y comercial de la Cancillería y algunas áreas de Economía están haciendo un trabajo sobresaliente en China y en otras partes. Sorprende que nunca rescaten lo hecho bien por quienes los precedieron, pero eso parece formar parte inevitable del carácter nacional: inventar la rueda y empezar de cero en cada gobierno.
Pero las buenas tareas sectoriales no resultan suficientes: cuando en China o en el resto del mundo miran nuestra realidad política y social, lo que se avanza con gestión, calidad y buenos precios retrocede porque nadie se decide a invertir en semejante tembladeral político e institucional, con una vida política caníbal y vengativa que envenena al entero sistema de relaciones institucionales.
Los países no se desarrollan solo en base al comercio. Lo usan como primer escalón para emprendimientos estratégicos mutuamente articulados que requieren inversiones y previsibilidad a largo plazo. Lula, por ejemplo, viajó también a China hace pocos meses, y se vino con bastante más que nuevas órdenes de compra de soja. Entre ellas, una acería completa con capitales mixtos y tecnología China que los distanciará aún más de una Argentina que no recibe, porque no lo merece, un trato semejante.
Sería bueno que dentro de otros treinta años, cuando alguien analice una gira de otra comitiva presidencial a China, la crónica registre que conseguimos algo más que venderles un poco más de soja a ver si podemos zafar hasta la próxima cosecha. Marco Polo no viajó solo para descubrir los tallarines.
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Andrés Cisneros , 07/05/2004 |
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