Confrontaciones.

 


Jorge Raventos indaga acerca del significado de los más recientes acontecimientos políticos.
ANTONIO: …Calamidad, ya estás en marcha;
toma el rumbo que prefieras.

W. Shakespeare, Julio César

Antes aún de que los piqueteros de Luis D'Elia, mimados por el gobierno nacional, ocuparan durante varias horas de la madrugada del sábado una comisaría porteña, desalojaran a los efectivos y cortaran las líneas telefónicas del inmueble, el ministro de Defensa, José Pampuro, estimó con moderado realismo que la Argentina "se está transformando en un país violento".

Al emitir ese diagnóstico, el doctor Pampuro no estaba pensando en la inocultable violencia criminal que ha convertido el tema de la inseguridad ciudadana en la preocupación principal de la opinión pública (sólo en la ciudad de Buenos Aires se denuncian unos 250.000 delitos al año), se refería, más bien, a la creciente ofensiva de grupos piqueteros y de brigadas militantes. La reflexión de Pampuro estaba principalmente suscitada por la acción que el jueves 24 había desplegado el grupo Quebracho en el predio de la Jefatura de Estado Mayor del Ejército: desplazamiento de portones metálicos, bombas de estruendo, quema de banderas, agresiones verbales contra las Fuerzas Armadas.

En rigor, durante la semana habían ocurrido otros hechos que podían aportar a aquella definición: ocupación de locales comerciales, usurpación del control de autopistas, corte total durante una jornada del Puente Pueyrredón, toma de un tren de la línea Roca, toma de estaciones ferroviarias, agresión contra un inmueble de la SIDE, destrucción de un local bailable y quema de un patrullero de la policía bonaerense, ataques a efectivos policiales y a una comisaría en Hurlingham, sugerencia oficial a una empresa petrolera de que desocupara su sede central por la amenaza de nuevas incursiones piqueteros. En fin, un record semanal que justifica la impresión de Pampuro de que "estas expresiones generan miedo, incertidumbre interna y externa".

Probablemente contribuya a esa sensación el hecho de que la misma semana se hubiera inaugurado en Parque Norte el congreso de piqueteros convocado por D'Elía, con la figuración estelar de tres ministros del Poder Ejecutivo Nacional -uno de ellos, la hermana del Presidente. Ese cónclave fue, si bien se mira, la presentación en sociedad del ala, digamos, callejera de la transversalidad que se impulsa desde el gobierno. Representó también un nuevo capítulo de la confrontación iniciada desde Balcarce 50 contra la fuerza que posibilitó el acceso de Néstor Kirchner a la presidencia: el peronismo bonaerense. Los ataques verbales lanzados desde la tribuna oficialista-piquetera contra el justicialismo y contra Eduardo Duhalde comparten un aire de familia con agresiones similares (y con análogos destinatarios) propinadas el pasado 24 de marzo desde el palco principal del acto ante la ESMA, en presencia del Presidente.

Un hombre de confianza de Duhalde, Alfredo Atanasoff, hizo pública una conclusión que probablemente era anterior a la última evidencia: "El partido piquetero -dijo- está conducido desde la Casa de Gobierno".

La táctica de laissez faire que el gobierno instrumenta en su relación con los piqueteros podría -desde esa interpretación duhaldista- estar determinada por una decisión política: dar pista libre a un sector que el proyecto transversal imagina como su base callejera y su arma de hostigamiento a adversarios reales o imaginarios.

Sin embargo, es probable que en la ausencia de autoridad evidenciada ante las acciones piqueteras haya otros ingredientes. Uno, el miedo a ejercer la autoridad legal si ella supone la posibilidad de reprimir las transgresiones.

El gobierno mira con un ojo a la opinión pública, recordando la reacción de ésta frente a los acontecimientos que precedieron a la renuncia de Fernando De la Rúa, y con el otro a las vapuleadas fuerzas seguridad, de cuya obediencia en última instancia duda. En rigor, no todo el gabinete coincide en la actitud a adoptar: mientras el ministro del Interior, a dúo con el Jefe de Gabinete, insiste en que el gobierno no reprimirá las prácticas violentas de los piqueteros, porque "la represión se sabe dónde empieza pero no dónde termina", Pampuro expresa su inquietud en voz alta, Roberto Lavagna exhorta a "usar más activamente las leyes, no en cámara lenta" y el ministro de Justicia y Seguridad, Gustavo Béliz, sigue sumergido en el silencio. Esas diferencias, en la práctica, se traducen en la continuidad del "mirar, comentar y no actuar" que le ha hecho el campo orégano a las organizaciones piqueteras.

No cabe duda de que la inacción frente al fenómeno piquetero le ocasiona costos al gobierno. Hipnotizado por las encuestas de opinión pública, el oficialismo no puede ignorar los altísimos índices de censura que esa política genera tanto en las clases medias como en los sectores trabajadores más humildes. Si, contra lo que resulta habitual en él, el gobierno se muestra dispuesto a pagar esa factura en el campo de la imagen, es porque la considera el costo inevitable de una operación mayor: la batalla política por dotar al proyecto de transversalidad de una fuerza militante de la que de otro modo carece, para afrontar el choque que estima ineludible con el duhaldismo en particular y con el peronismo en general. La estrategia de esa confrontación es la que demanda la mayor atención de los cuadros del oficialismo, empezando por el número uno.

La visita de Duhalde a la Cámara de Diputados unos días atrás y las reuniones que el ex presidente mantuvo en ese ámbito con el titular de la Cámara, Eduardo Camaño, y con Alfredo Atanasoff, sembró de inquietud y curiosidad la Casa Rosada. La interpretación dominante (que Duhalde había exhibido su poder de fuego y de control en el Congreso) aceleró una reacción del oficialismo: el anuncio de que se conformaría un "sub-bloque" kirchnerista al que precipitadamente se le asignó una dotación de más de 50 diputados. Habrá que ver si la cifra es ajustada y, sobre todo, habrá que ver si la amenaza se lleva a la práctica.

Sería un caso de estudio para la ciencia política que un gobierno decida quebrar el bloque de cuyo respaldo depende para sacar leyes. La maniobra, precisamente por su equívoco sentido, es una prueba de que la lógica de la confrontación es la guía principal de la acción del oficialismo. El gobierno está más ansioso por construir un adversario al que derrotar ostensiblemente, que en generar las mejores condiciones de gobernabilidad del país. Así, se alimentan el "miedo y la incertidumbre interna y externa" que preocupan al ministro Pampero. Las calamidades suelen no venir solas.
Jorge Raventos , 27/06/2004

 

 

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