Haití: Brasil pra frente y Argentina en el montón

 


Andrés Cisners examina el retroceso experimentado por la Argentina en materia de protagonismo internacional.
Argentina está eligiendo hacer un pobre papel en el tema de Haití. Pero el gobierno del doctor Kirchner -quizá por primera vez en lo que a relaciones exteriores se refiere- optó por intentar lo que creyó más beneficioso al interés nacional aunque el grueso de sus seguidores estuvieran en contra. Ese es el rasgo que distingue a un estadista de un mero gobernante y, de convertirse en una constante, permitiría abrigar esperanzas en un cambio cualitativo en su gestión externa.

En efecto, buena parte de la población argentina se manifestó reacia a enviar tropas a Haití. Una encuesta del diario La Nación entre sus lectores arrojó un 60% de rechazo. Y eran lectores de La Nación, no de Página 12. Es lícito suponer que el sector de centroizquierda que habitualmente apoya al presidente registraría guarismos todavía mayores.

Los debates en el Congreso evidenciaron lo mismo: los bloques de franca izquierda (Walsh, Zamora, Alicia Castro, algunos de los seguidores de Bonasso) votaron en contra, incluso varios "transversales." Hicieron falta los sufragios del grueso del PJ y algunas otras agrupaciones para obtener una trabajosa mayoría.

Semejante sacrificio presidencial de los propios apoyos, desgraciadamente, llegó tarde para permitir que toda esa inversión de capital político interno se convirtiera en un crecimiento significativo de la increíblemente alicaída presencia de Argentina en el escenario internacional. De hecho, se llegó tarde y con aporte modesto.

Prácticamente todos los estados latinoamericanos que decidieron concurrir lo efectivizaron mucho antes y con presencias más importantes, en especial nuestros vecinos Brasil y Chile.

La Minustah (Misión Estabilizadora de las Naciones Unidas para Haití) creada por el Consejo de Seguridad mediante la resolución 1542, lleva fecha del 30 de abril. Las vacilaciones hamletianas en el Ejecutivo argentino demoraron el envío del mensaje al Legislativo solicitando intervención hasta el 21 de mayo. Para esa fecha, Brasil no solo había enviado hacía tiempo ese mismo mensaje, sino también obtenido la aprobación parlamentaria y se encontraba ya embarcando sus tropas, que llegaron el 1° de junio. Sobre un total de 6700 soldados y 1622 policías, Brasil aporta 1300 efectivos, más del doble de los argentinos, que todavía no tienen asignada ni la fecha de partida. Ínterin, arribaron o se aprestan a arribar contingentes de Chile, Uruguay, Canadá, Ruanda, Nepal, Perú y Ecuador.

Naturalmente, el comando global de esas tropas, las de todas las nacionalidades, será brasileño, no argentino. Un paso más de Itamaraty para convertir a su país en el interlocutor "natural" de la región con el mundo y, consecuentemente, "lógico" candidato a un asiento permanente en el Consejo de Seguridad próximo a reformarse. Al despedir a sus tropas, Lula las calificó, literalmente, como enviados de la potencia estabilizadora de la región. Brasil, claro.

Hace unos años, Argentina comandaba las tropas de todo el contingente multinacional en Chipre y ejerció la subcomandancia en Kuwait, destinos ambos en que nuestras fuerzas armadas acreditaron un desempeño reconocido por todo el mundo. Pero, claro, eso ocurría durante la Década Oprobiosa.

Nunca Argentina utilizó sus contribuciones a la paz internacional para obtener efímeras ventajas de preeminencia, aún siendo, entonces, efectivamente el líder en cuestiones de paz y seguridad en América Latina Latina.

La demora en el muy Honorable Congreso Nacional también resultó perjudicial: recién en la madrugada del 18 de junio se obtuvo votación favorable. El trajinado desarrollo del debate llevó al propio diario La Nación, en un editorial de cuarenta y ocho horas antes, a advertir a sus lectores que, ante un asunto de interés nacional en el exterior, "insólito sería que la votación de esta propuesta estuviera influida por el conflicto … de los fondos coparticipables entre los gobiernos nacional y bonaerense."

La notable demora generaba naturales suspicacias que la votación del bloque de esa provincia finalmente aventó. Mas no la generalizada sospecha de que, una vez más, la clase política argentina perjudicaba la situación internacional del país en beneficio de una disputa interna por motivos absolutamente ajenos al tema en tratamiento.

De todas formas, la decisión final apunta en la correcta dirección: respaldar a la democracia en el Continente y hacerlo a través de los organismos internacionales (ONU y OEA), tal y como se hizo en el pasado y en clara diferenciación con el unilateralismo de la administración Bush.

Desgraciadamente, nuestra participación es demasiado modesta y desganada para un país de los antecedentes y el lugar histórico que Argentina tiene en la región. Es como ir, pero de compromiso, para cumplir, nomás.

Por si resultara necesario empeorarlo más, como esos humoristas que se sienten en la necesidad de explicar sus propios chistes, el ministro Pampuro salió a aclarar que "no lo hacemos para compensar con Estados Unidos."

En la anterior acción de las Naciones Unidas, en 1994, Brasil no concurrió en Haití: todavía justificaba sus acciones con una interpretación monolítica del principio de no ingerencia, hoy ya superada y solo encontrable en los textos de arqueología política o en los discursos de actualidad en la bancada radical.

En esta oportunidad, Brasil concurre y, además, encabeza. En aquella oportunidad, el liderazgo correspondió a Argentina que comandó la misión no solo en los uniformados: los delegados directos del Secretario General de las Naciones Unidas fueron dos argentinos, Dante Caputo y Leandro Despuoy, conspicuos militantes del partido Radical, y públicos opositores a la política exterior del justicialismo, que sin embargo fueron designados con la expresa e inmediata aprobación del gobierno argentino.

La oposición también fue invitada y participó en las misiones defensa de la democracia en Paraguay y el Perú de Fujimori. Epoca abominable y por suerte ya muy superada en que las políticas de Estado se practicaban, no solo se declamaban.
Andrés Cisneros , 21/06/2004

 

 

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