El complot imperceptible.

 


Jorge Raventos examina las idas y vueltas de la detonante denuncia disparada por el gobierno nacional.
- En principio el complot supone
una conjura y es ilegal
porque es secreto; su punto
de ilegalidad no debe atribuirse
a la simple peligrosidad
de sus métodos sino al
carácter clandestino de
su organización -

Ricardo Piglia, Teoría del complot


La denuncia de conjuras destinadas a desestabilizar al gobierno de Néstor Kirchner se intensificó durante los primeros días de junio y fue inclusive prestigiada por las voces del propio Presidente, de su Jefe de Gabinete y de su ministro político.

El dibujo del complot venía insinuándose desde dos meses antes, exactamente desde principios de abril, es decir, inmediatamente después de la secuencia de episodios (ESMA, Congreso justicialista de Parque Norte, primera manifestación organizada por Juan Carlos Blumberg) que marcaron el inicio de una nueva etapa en las relaciones del gobierno con la opinión pública y con el peronismo. Por aquellos días, un hombre muy próximo al Presidente, el diputado transversal Miguel Bonasso, declaró en el recinto de la Cámara Baja que había “una conspiración” destinada a “limar al Presidente” inspirada por “la derecha salvaje” y sectores de la prensa, entre los que mencionó al periodista Mariano Grondona y al diario La Nación. Por esos días muy pocos se atrevían a rozar el nombre de Juan Carlos Blumberg, que gozaban de una amplísima popularidad, pero en los círculos oficialistas se lo caracterizaba como “manipulado por la derecha” (dos meses después el enfrentamiento transversal con Blumberg se ha transparentado: los órganos oficialistas de esa tendencia no dudan en llamarlo “fascista” o en condenarlo por el abogado penalista que contrata).

Aquella denuncia de Bonasso, vista retrospectivamente, fue el primer globo de ensayo de la interpretación conspirativa y respondió a una matriz que en estos días se ha repetido. Inmediatamente después de lanzar el disparo, el diputado transversal se rectificó a medias: señaló que con sus palabras no se estaba refiriendo a un "complot para un inminente golpe de Estado", pero evocó los saqueos del 19 y 20 de diciembre de 2001 que precedieron la caída de Fernando de la Rúa y el "golpe económico contra Raúl Alfonsín".

La segunda aplicación práctica de la teoría del complot ocurrió dos semanas atrás, cuando otros periodistas y colaboradores cercanos del Presidente describieron en Página 12 un locro celebrativo del 25 de mayo como una sospechosa reunión de conjurados. Anoticiado por estos vigías de ese encuentro, el doctor Kirchner envió a su ministro de Defensa a investigar in situ. José Pampero recogió pocos datos, pero todos ellos tendieron a confirmar las preocupaciones oficiales. Había presentes varias decenas de personas, civiles y militares; muchas de ellas no comparten las políticas oficiales; el jefe de Estado Mayor, general Bendini había sido notificado con anticipación e invitado al locro (que efectivamente se sirvió). Este último detalle era, quizás, la más clara confirmación de la perfidia de los conspiradores: ¿qué mejor cobertura para una intriga que ocultarla tras una excusa normal, una comida normal, una invitación normal a la máxima autoridad del Ejército?

Lo inexpugnable de las teorías conspirativas reside en su propia naturaleza: puesto que la clandestinidad y el secreto son, por definición, la esencia de los complots, cuanto más invisibles sean las conjuras más evidentes son para quienes las imaginan; desde esa hermenéutica, la imperceptibilidad es una demostración extraordinaria de la eficacia operativa de los conjurados. Cuanto más inocentes parezcan estos, tanto más sospechosos se vuelven: ¿qué mejor disfraz que la inocencia, que mayor rasgo de culpabilidad que ese disfraz?

Ahora bien, hay una diferencia cualitativa entre imaginar o sospechar una conspiración y denunciarla públicamente. Es una diferencia de la misma naturaleza que la que existe entre los malos pensamientos y su realización práctica. Una denuncia no es una idea que vive en la intimidad, una agitación del alma: es un acto y como tal genera consecuencias en la realidad. Muy particularmente si quien lo produce ejerce funciones de responsabilidad.

Durante la primera semana de junio hubo una escalada desde la imaginación al acto, desde el artículo periodístico a la denuncia oficial. La interpretación pública del gobierno enlazó nombres y circunstancias y los dispuso, como dice el tango, “en el mismo lodo, todos manosea’os”; tras el presunto objetivo de dañar o acortar la gestión del Presidente se tejió una red con un incendio provocado, el incremento del delito y su reflejo en los medios de comunicación, las opiniones de políticos opositores, los juicios de economistas profesionales, indefinidas presiones de empresas privatizadas, el cuestionamiento al manejo de la crisis energética; en la volteada cayeron, entre otros, Ricardo López Murphy, el politólogo Rosendo Fraga, Mauricio Macri, la periodista Nancy Pazos, el fiscal federal Carlos Stornelli.

Al comentar en esta misma página, una semana atrás, la algarabía provocada por la presunta “conspiración del locro”, señalábamos algo que ahora parece confirmarse y acentuarse: “Todo el episodio revela, probablemente, que en un segmento amplio del oficialismo se ha despertado un cierto nerviosismo ante la situación y se comienza a diseñar el perfil de un Enemigo (conspiradores, criptogolpistas, neoliberales) apto para agitar como señuelo ante eventuales agravamientos del clima político y social”.

Ese agravamiento comienza a estar a la vista: agitación piquetera y sindical en pugna por aumentos (de subsidios o de salarios, especialmente en el sector público), obstáculos en la gestación de un nuevo régimen de coparticipación federal, dificultades para explicar los cambios ya producidos en la hasta hace días “inmodificable” oferta de Dubai a los acreedores de la deuda defaulteada, paráte de la producción industrial a partir de abril, cambio de las condiciones internacionales (caída del precio de la salvadora soja), reticencias parlamentarias ante los proyectos del Ejecutivo. Y, principalmente, señales de caída de la imagen del gobierno en la opinión pública. La denuncia de conspiraciones puede aparecer como un expediente rápido y práctico para desviar la atención y también como una renovada táctica polarizador apara diseñar un Eje del Mal como adversario. Sin embargo, las tácticas que unos meses atrás ofrecían réditos casi inmediatos ahora parecen haber sufrido una suerte de fatiga de los materiales. Tanta confrontación, si bien en principio abroquela el frente propio, también desgasta. Tanto discurso tronante, termina inquietando. Y además, la palabra también se desgasta enfrentada a sus consecuencias: tan pronto el juez Galeano decidió investigar las denuncias oficiales e indicó que convocaría a testimoniar al Presidente y sus ministros, ellos comenzaron a relativizar sus dichos anteriores. Kirchner se quejó de que “se judicialice la política”.

Al analizar el complot en un contexto literario, el escritor argentino Ricardo Piglia habla de personajes que “se sienten manipulados por unas fuerzas a las que atribuyen las características de una conspiración destinada a controlarlos”. Tal vez allí este el secreto de la conspiración imperceptible: en una conjura de los hechos, un maquiavelismo de las cosas.
Jorge Raventos , 06/06/2004

 

 

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