|
El país de las conspiraciones seriales . |
Andrés Cisneros analiza ciertas particularidades de la actual política exterior argentina.
|
El hombre vulgar
no atribuye ni daño ni beneficio alguno
a sus propias acciones,
sino a fuerzas exteriores a él
Epicteto
La semana exterior podría rescatarse como una relectura de Epicteto: los acontecimientos que más afectaron el Gobierno se produjeron sin su intervención. La asombrosa denuncia de una conspiración para subvertir el orden constitucional, a dos décadas de la restauración de una democracia de la cual ningún sector político hoy abjura, pudo parecer insólita solo para quien no repare en la observación del filósofo liberto. Pero para una administración que sostiene su bonanza económica en externalidades como los precios excepcionales de la soja, el anacrónico impuesto al cheque y dos años de no pagar deuda, resulta enteramente lógico que, cuando le va mal, también descarte su propia responsabilidad y atribuya el origen a conspiraciones por todas partes.
Veamos los datos.
La ausencia en la boda real española solo podía empeorarse con las explicaciones que después se intentaran.. En tal sentido, oficialmente se alegaron problemas de agenda y la embajada peninsular debe haberse visto en figurillas cuando seguramente debió informar a su cancillería las actividades relativamente rutinarias que la pareja presidencial desarrolló en esos días. Mucho más cuanto, ante una invitación personal, ni siquiera se tomó el teléfono para explicarlo directamente a los monarcas. Y, para confirmar la ley de Murphy, los argumentos de la prensa alineada terminaron agravando el desplante: fundamentar la ausencia en que se trataba de un acontecimiento frívolo y/o vinculado a una ex potencia colonial que nos sometiera, cometiendo, además, genocidios en todo el continente, puede, otra vez, sonar absurdo. Excepto que tomemos en cuenta la constante oficial de sacrificar todo, incluyendo el prestigio internacional, a la obtención de mayores apoyos internos en el electorado de izquierda contestataria.
Identificar a la realeza europea con la frivolidad corresponde a criterios de rating televisivo, ajenos al cometido que se espera de nuestros más altos mandatarios, muy especialmente de quienes se encuentran a cargo del Palacio San Martín. Supone ignorar que desde hace veinte años España viene convirtiéndose en la puerta de entrada y el abogado de Hispanoamérica en la Unión Europea y que los sucesivos gobiernos españoles –del PSOE tanto como del PP- contaron con la activísima participación personal del rey Juan Carlos, que comprometió todo ese tiempo su presencia, su figura y su peso nada menor en ese emprendimiento mutuamente beneficioso. Ignora, también, que en esa operación de dimensión continental - la más importante de la política exterior de España después de su relación con la UE- ha tenido hasta ahora, por decisión de Madrid, como interlocutor privilegiado a la Argentina, no a otros países.
Ahora, después del destrato a las empresas peninsulares, la comedia de enredos en el cambio de embajador argentino y el faltazo a la boda, la estrategia española –que tiene una cancillería profesional, que atiende el largo plazo- seguramente no cambiará: su decisión de asociarse con Argentina, que es estratégica, no pasajera. Pero las relaciones se construyen con conductas, las conductas con gestos, y los que hoy comentamos no ayudarán a incrementar la cercanía.
Va a resultar interesante observar las acciones de Itamaraty. Brasil, con sus aspiraciones de gran actor internacional, cuenta en Europa con el anclaje de Portugal, un socio cercano a sus afectos pero mucho menor que España y esta sucesión de boutades argentinas puede predisponer al Palacio de Santa Cruz a considerar a interlocutores sudamericanos más sensatos.
La diplomacia del plantón se repitió a los pocos días en Monterrey donde, entre otras cosas, se anunció muy promocionadamente su flamante condición mejicana de Estado Asociado al Mercosur. No se trata, básicamente, de otra cosa que de una nueva disminución de excepciones y aranceles, de un escalón más, ya pautado desde la década de los noventa, cuando se firmaron los preacuerdos. Pero es importante. Mucho. Por aquél entonces, Argentina llegó a la firma con Méjico mucho antes que Brasil, ampliando el espacio de maniobra frente a nuestro problemático socio y amigo en el cono sur. Ahora, en la semana que pasó, en el anuncio triunfal de la asociación de Méjico al Mercosur, los que aparecieron en la foto fueron Fox y Lula, no Kirchner: oficialmente engripado, aparentemente dedicó esas horas a visitar un geriátrico y atender cuestiones de despacho.
Al cierre de esta semana, se estaba votando afirmativamente el envío de militares a Haití. De haberse decidido antes, por ejemplo cuando lo hizo Brasil, habríamos dado un paso fructífero en la dirección correcta: fortalecer las decisiones de Naciones Unidas en un mundo indignado con el unilateralismo de Washington. Ahora, tardíos y en el montón, el gesto pierde peso y la supervisión de las tropas será, por supuesto, brasileña y no argentina. En la década de los noventa era exactamente al revés: Argentina ostentaba un record mundial ampliamente reconocido que redundó en enormes beneficios para nuestro peso en Naciones Unidas y el escenario internacional.
Finalmente, la inminencia de un avance significativo en un acuerdo directo de EE.UU. con el Uruguay denuncia el estado cataléptico del Mercosur: Brasil prefiere claramente su expansión individual (acuerdos con India, China y Sudáfrica, abierta campaña por un asiento permanente en el Consejo de Seguridad) y Argentina, ensimismada en la construcción de poder interno para el oficialismo, no pueden impedir semejante cuña en el centro mismo de nuestro ámbito regional de influencia. Epicteto la tenía clara.
|
Andrés Cisneros , 06/06/2004 |
|
|