Jorge Raventos analiza la evoluciónde la situación política argentina |
Entre la última semana de marzo y la primera de abril (acto en la ESMA / Congreso peronista de Parque Norte / primera manifestación Blumberg) puede ubicarse un punto de inflexión en las relaciones del gobierno con la opinión pública y con el partido Justicialista. Ese momento político coincidió con una enfermedad que mantuvo a Néstor Kirchner apartado del escenario por una semana larga.
Postrado ahora nuevamente –esta vez por la acción de una gripe-, ¿hay a la vista otros hechos que permitan leer algún síntoma político en la enfermedad presidencial?
En rigor, cruzada apenas la línea del primer año de gestión, el gobierno parece detectar o imaginar signos de renuencia donde un año atrás encontraba optimismo y entusiasmo y señales de resistencia y oposición donde hasta hace pocos meses reinaban la cautela, la resignación y el silencio.
Un dato: los actos porteños del 25 de mayo, en que se confundían el festejo patrio y la celebración del primer aniversario de la administración Kirchner, no dieron satisfacción –ni mucho menos- a las expectativas del oficialismo. Con la colaboración de una amplia legión de cotizados artistas locales y foráneos, sumada a la disposición de transportes gratuitos y a la motivación histórica, la Plaza de Mayo congregó, según fuentes policiales, 100.000 personas, muchas de las cuales dieron claras muestras de que repudiarían sonoramente cualquier intento de capitalizar políticamente los circunstancias con, por ejemplo, discursos desde el balcón de la Casa Rosada (un sueño que debió archivarse). A la luz de los recursos empleados y el resultado obtenido, quedó subrayada la magnitud e importancia de las demostraciones convocadas por Juan Carlos Blumberg con objetivos explícitos y sin aquel despliegue.
Fue ese mismo 25 de mayo cuando la gripe comenzó a abatir al Presidente, que abandonó la sede del gobierno y descansó en Olivos.
El miércoles 26 Kirchner se recuperó parcialmente y visitó un geriátrico, pero adelantó que probablemente no viajaría a Guadalajara a la reunión de presidentes de la Unión Europea y América Latina, como en definitiva ocurrió. En la trastienda oficial discurría una discusión nada tranquila acerca de la oferta que el gobierno se apresta a presentar a los acreedores de la deuda defaulteada y que los representantes argentinos adelantarían en México a las máximas autoridades europeas presentes (lo que, según el Canciller Rafael Bielsa, que sí viajó a la cumbre mexicana, efectivamente sucedió). El debate interno que agita al gobierno (e incluye a los bancos internacionales que lo asesoran en la negociación) se centra en la “flexibilización” de la llamada “propuesta de Dubai”, que el oficialismo calificó reiteradamente de “inmodificable”, y en la forma más adecuada de presentar los cambios ante la opinión pública nacional. Con esa discusión sin zanjar en todos sus detalles, la ausencia de Kirchner en la cumbre seguramente le evitó la necesidad de responder a preguntas incómodas, con lo que la gripe terminó ofreciendo sus beneficios. La enfermedad, en todo caso, también lo forzó a mantenerse en la Residencia de Olivos el sábado 29, durante la celebración del Día del Ejército en calles del partido de La Matanza. Ese día fue reemplazado por el vicepresidente Daniel Scioli.
Algunos amigos del Presidente, unos días antes, habían conseguido convencerlo de que una reunión de civiles y militares (retirados y en actividad) que tendría lugar el jueves 20 por la noche en la sede del Regimiento de Patricios era sospechosa de “actividades conspirativas”. Se trataba, en rigor, de una celebración anticipada del 25 de mayo y de un encuentro que, con características análogas, se viene realizando desde hace más de tres lustros.
Kirchner instruyó a su ministro de Defensa para que apareciera por sorpresa en la comida y viera de qué se trataba. Un diario oficialista, con la firma de un asesor presidencial, publicó el domingo 23 una crónica sesgada de lo ocurrido (y también de lo no ocurrido, ya que el relato pecaba de un exceso de imaginación), definiendo el encuentro cívico-militar en términos que coincidían con las sospechas del Presidente. El diario insistió en la denuncia durante varios días, convocando a una actitud vigilante porque –se señalaba- “no hay enemigo pequeño”. Todo el episodio revela, probablemente, que en un segmento amplio del oficialismo se ha despertado un cierto nerviosismo ante la situación y se comienza a diseñar el perfil de un Enemigo (conspiradores, criptogolpistas, neoliberales) apto para agitar como señuelo ante eventuales agravamientos del clima político y social.
Esta semana se conocieron, por otra parte, dos encuestas de opinión pública que contradicen las de otras consultoras preferidas por el gobierno. En ambas –con datos recogidos durante la segunda quincena de mayo- se acredita al presidente una alta imagen positiva (46 por ciento en el estudio de Carlos Fara, 49 por ciento en el de Jorge Giacobbe), pero marcadamente inferior a los 60 y 70 puntos que la propaganda oficial suele invocar y a los puntajes que estos investigadores registraron en pesquisas anteriores (70 % en agosto y en octubre de 2003, en el caso de Fara). La caída parece indicar que la popularidad del Presidente ha encontrado un nuevo piso, más bajo, y refleja probablemente la inquietud ante temas no resueltos (inseguridad ciudadana, desorden, dificultades energéticas, desempleo) y la creciente preocupación por otros que se insinúan (persistente caída del poder adquisitivo, aumento de los precios de la canasta básica, etc.).
La medicina seguramente ayudará a curar el cuerpo engripado del Presidente. Sólo la política lo puede ayudar a que el mercurio de la popularidad no siga descendiendo.
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Jorge Raventos , 31/05/2004 |
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