Jorge Raventos analiza la evolución de la situación política argentina. |
Al cumplir un año de gestión, el gobierno de Néstor Kirchner debe soportar, a guisa de regalo, que medios, analistas, oficialistas y opositores tracen un balance parcial de su tarea.
Al hacer las cuentas, resulta indispensable recordar que el capital inicial de este gobierno no era abundante: Néstor Kirchner había juntado en abril de 2003 un 22 por ciento de sufragios en un comicio en el que llegó segundo, y le debía las dos terceras partes de ese capital al aporte de un socio poderoso, el aparato del justicialismo bonaerense que responde a Eduardo Duhalde.
Desde ese inicio modesto, Kirchner consiguió en poco tiempo trepar a una situación prominente merced al respaldo de opinión pública evidenciado sostenidamente por las encuestas (que el gobierno consume con hábitos de adicto). Podía preverse que ese apoyo era una reiteración del que todos los presidentes recogen en los primeros meses de sus gobierno, pero Kirchner consiguió mantenerlo por más tiempo que sus predecesores. Y, por cierto, se dedicó a cultivarlo con fervor, convencido de que allí se encontraba (se encuentra) la clave de sus posibilidades.
Dispuesto a no compartir el poder ni con el justicialismo en general, ni siquiera con el destacamento que más votos le había aportado en abril de 2003, Kirchner dedicó sus mayores esfuerzos a confrontar con todos los sectores en los que observa o imagina capacidad para condicionar sus movimientos y a estructurar una fuerza política “propia”, apoyándose en el ambiguo concepto de “transversalidad”. Su objetivo central durante los primeros doce meses fue acumular poder.
La atmósfera ideológica que rodeó la gestión del gobierno ha sido definida como setentista, una referencia al sedicente progresismo que inspiraba tres décadas atrás a algunas corrientes de la izquierda y de sectores entonces recién llegados al (y muchos de ellos rápidamente eyectados del) peronismo: retorno a formas de regulación y estatismo, nostalgia por las políticas de industria tutelada y sustitución de importaciones, admiración retroactiva por la militancia armada de los años setenta y vinculación presente con la proyección política actual de aquellas formas, anclaje en la revisión militante de enfrentamientos del pasado.
El acompañamiento de la opinión pública al gobierno durante la primera etapa estuvo, sin embargo, menos vinculado a esos arrestos ideológicos que a una bonanza económica sostenida en dos factores: las condiciones internacionales –exportaciones agroindustriales y buenos precios mediante- permitieron ese ascenso después de varios años de caída y nutrieron –vía retenciones- las arcas del Estado; y una relativa estabilidad de precios, que se articuló reprimiendo aumentos (tarifas congeladas) y con una administración monetaria cautelosa.
A partir de marzo, la maquinaria oficial comenzó a mostrar signos de fatiga. Ese mes estaba previsto en la estrategia del gobierno como el tiempo de una gran ofensiva política centrada en tres actos públicos: uno al inaugurarse las sesiones ordinarias del Congreso, otro –lanzamiento político del kirchnerismo transversal- el 11 de marzo en homenaje al acceso a la presidencia de Héctor Cámpora en 1973, y el tercero, el lanzamiento del llamado Museo de la Memoria, en los terrenos que ocupara la ESMA.
Si los dos primeros se tradujeron en fiascos (poca gente, poco fervor, pocas consecuencias), el acto a las puertas de la ESMA se transformó, si se quiere, en un punto de inflexión, pues a partir de allí empezó a manifestarse más abiertamente el conflicto entre la Casa Rosada y el justicialismo. La “proscripción” de la presencia de algunos gobernadores y dirigentes del PJ en ese acto, tanto como los ataques lanzados desde el estrado y el presencia de Kirchner, contra otras figuras del peronismo, abrieron una brecha que se ensanchó en el Congreso del PJ de Parque Norte y que está lejos de haberse cerrado.
Una semana después del acto de la ESMA, la manifestación cívica convocada por el señor Juan Carlos Blumberg en reclamo de mayor seguridad ciudadana marcó otro giro: esa demostración encontraba a un gobierno perplejo (y fastidiado) ante una expresión autónoma de esa opinión pública que ha tratado empeñosamente de cultivar y canalizar.
Entretanto, han comenzado a manifestarse problemas que venían siendo postergados o sofocados (presión por alza de tarifas, escasez energética) mientras se acerca el momento de cerrar la demorada negociación de la deuda pública. En abril, por primera vez, la producción industrial experimentó una fuerte caída (3,9 por ciento) y el crecimiento –cuya desaceleración estaba prevista por los analistas recién para el segundo semestre- se frenó.
Kirchner llega así al primer aniversario de su presidencia con más poder que el que tenía al ingresar a la Casa Rosada, pero con menos que el que exhibía al transcurrir la primera mitad de este período, con frentes abiertos durante estos meses de exposición y con exigencias de gestión que –un año después- tienen niveles de urgencia más altos. Las encuestas de opinión ya no lo muestran subiendo diairiamente la cuesta, sino más bien descendiendo, aunque todavía en niveles altos (según el estudio que se consulte, entre 70 y 50 por ciento de simpatía con su figura y guarismos menores con la gestión oficial). El apoyo del peronismo no ha cesado, pero se vuelve cada día más trabajoso. No se registran por el momento problemas de gobernabilidad, pero quizás pueden adivinarse en el futuro si las condiciones se agravan. El tiempo pasa.
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Jorge Raventos , 23/05/2004 |
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