Roca, Bielsa y el peronismo.

 


Andrés Cisneros, ex vicecanciller de la Argentina y reconocido experto en asuntos internacionales analiza la evolución de la situación de la política exterior Argentina .
Muchos argentinos pensamos que Julio A. Roca fue un gran presidente. Muchos otros no, pero aceptan que, con sus más y con sus menos, como tantos compatriotas, hizo sus aportes al progreso del país. Otros, habitualmente identificados como partidarios del actual gobierno, invitados por intelectuales notorios, acaban de auto convocarse frente a su monumento para escupirlo.

En la misma semana, un ministro de la Nación pidió cárcel para la señora Carrió, dama probablemente nada entusiasta de Roca. Y el ministro de Relaciones Exteriores, Comercio Internacional y Culto adjudicó a las gestiones que lo precedieron la condición de “condescendiente, sumisa y genuflexa.” (Clarín, 20/5/04, pág. 14). Antes, ya había declarado que, en su materia, se recibió al país “atado de pies y manos.” (en Almorzando con Mitha Legrand, abril pasado)…..A falta de mayores precisiones, la cronología indica que sus precedentes más cercanos correspondieron a las presidencias de Duhalde, Rodríguez Saá, De la Rúa y Menem. La persistencia oficial en la deslegitimación del adversario, en todos los ámbitos, aumenta la extendida preocupación de que no terminen éstas siendo meras señales aisladas sino representativas de toda una forma de hacer política.

Si se repasa nuestra historia, comprobamos que nuestros ciclos de mayor decadencia correspondieron a aquellos en que los argentinos nos dedicamos a invalidar “al otro” negándole todo, en ocasiones, hasta el derecho mismo a vivir, extremo repugnante casi siempre facilitado por la extendida militancia en una conducta intolerante a todos los niveles.

Así como cuando se le desconoce al otro el carácter mismo de ser humano se generan las condiciones propicias para el crimen o el genocidio, en materia política negarle de raíz al otro la posibilidad de aportar al bien común, aunque uno lo considere equivocado, socava las bases mismas de la convivencia en sociedad que caracteriza a la democracia.

Cuando se lo hace desde el gobierno, el daño es enormemente mayor, pues clausura toda posibilidad de construir políticas de estado, aunque sean incipientes, sobre la base de aceptar lo bueno del pasado y continuar sumando lo que a partir de allí el funcionario pueda aportar. Mucho más cuando provienen del Canciller, cuyas expresiones son diariamente sopesadas tanto por sus conciudadanos como por las embajadas del mundo entero, que lo miran como el reflejo de todos nosotros, no de una parcialidad.

Las designaciones diplomáticas suelen denunciar la misma lógica: a los amigos y compañeros de trinchera se los convoca para la lucha política, pero a la hora de las representaciones ante el mundo, los finalmente designados deben expresar consensos generalizados antes que militancias de facción. Se trata de una patología de la entera clase política argentina: repartir destinos diplomáticos como premios consuelo a personas no siempre adecuadas para entender la importancia de nuestra vinculación con el mundo.

Lo malo de la diplomacia como destino residual de la política interna no reside tanto en los candidatos mismos como en el Ejecutivo que los designa: desnuda en ese acto una pobre comprensión de la herramienta externa de la política nacional, la más importante según Perón. Guido Di Tella escribió un trabajo notable sobre este tema, con datos y estadísticas respaldatorias. Pero tanto ése como otros aportes resultan ya imposibles de consultar: los discursos y documentos de los cancilleres anteriores han sido suprimidos de las páginas correspondientes del sitio oficial del Ministerio de Relaciones Exteriores en Internet. Al menos todavía no escupen la tumba de Di Tella.

Decía Borges que no hay libro tan malo que no tenga al menos una página que merezca ser leída. Igual pasa con las gestiones de gobierno: es condición del estadista aceptar que quienes lo precedieron no legaron solamente errores. Algo, aunque sea mínimo, deben haber hecho bien. Quien los condena in totum avanza peligrosamente en direcciones que nos alejan de la convivencia republicana. En momentos en que el primer deber del peronismo es trabajar por su unidad interna como condición indispensable de la gobernabilidad misma del país, estas actitudes no ayudan a ese proceso.
Andrés Cisneros , 23/05/2004

 

 

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