El desafío de la crisis.

 

Pascual Albanese, Jorge Bolívar, Jorge Raventos y Jorge Castro,en la Mesa de Análisis de Segundo Centenario del 7 de agosto de 2001, consideran que, en este momento de crisis no hay cosa más urgente que lo importante. Y que no se trata, como intenta el gobierno de la Alianza, de hacer de una necesidad virtud - y llamarla "déficit cero" - sino de recontruir desde las simientes el poder político, a través de una nueva relación con la sociedad, hacia adentro, y con el sistema mundial, hacia fuera.
Pascual Albanese:


Una de las características más importantes que tienen las crisis de fondo, como la que atraviesa actualmente la Argentina, es que terminan con una división tradicional de la agenda política, que es la división entre lo que se llama urgente y lo que se llama importante. Porque en épocas normales, de cierta estabilidad, de cierta tranquilidad, es bastante frecuente que lo importante no sea urgente y que lo urgente no sea demasiado importante. Cuando la crisis se ahonda, y cuando empieza a tener las características no catastróficas pero sí cuasi terminales que tiene la crisis política que vive hoy la Argentina, entonces resulta que no hay cosa más urgente que lo importante. Y desde ese punto de vista entramos en una etapa del debate y de la acción política, en la cual es absolutamente ineludible afrontar y resolver los temas de fondo de la Argentina, porque si no se asume esa responsabilidad no hay prácticamente ninguna otra cosa de la que valga la pena hablar.

Cuando hace pocas semanas, desde el gobierno nacional se adoptó la política que ha sido dada en llamar de "déficit cero", en realidad lo primero que cabe decir es que se ha institucionalizado un nuevo pico de la crisis estructural de la Argentina, que se viene agravando incesantemente desde marzo de este año hasta la fecha. Porque la palabra "déficit cero" quiere decir "default interno", quiere decir una cesación de pagos, que en este caso recae principalmente sobre las espaldas de los jubilados y de los trabajadores estatales. La Argentina ha entrado en una fase de "default" que no es el "default" tradicional a los pagos externos del país, pero que sí es una forma concreta, gráfica y muy tenebrosa de cesación de pagos. Esto hace pensar que la palabra "déficit cero" está usada como la forma de convertir la necesidad en virtud. Puesto que no ha sido el proyecto elaborado y la decisión política previamente tomada por el gobierno que asume esta política, sino una respuesta práctica y virtualmente ineludible e inevitable a una situación de hecho producida, precisamente, como lo reconoció el propio gobierno, por la clausura de toda vía de financiación externa para la economía argentina.

En realidad, esto de convertir la necesidad en virtud no está mal para poder legitimar una decisión política, aunque habría que decir que el verdadero liderazgo político, el liderazgo político en el sentido profundo del término, no es el que se encarga de convertir la necesidad en virtud, sino que es el que se encarga en convertir la virtud en necesidad. En este esquema en el cual estamos plantados en el mes de agosto de 2001, cabría decir que esta fase de la crisis, que se inicia con el denominado "déficit cero", no es más que otra fase de esto que comenzó a desatarse violenta e incesantemente desde marzo de este año. Es decir que probablemente tendrá un nuevo pico, impredecible en el tiempo, pero quizás no muy lejano. Basta echar un vistazo superficial sobre las cifras de la recaudación fiscal del Estado argentino desde julio de este año, y las estimaciones para agosto y los meses subsiguientes, para entender que estamos, en un lapso difícil de precisar pero seguramente muy próximo, en un nuevo cuello de botella del desarrollo de esta misma crisis.

De allí que lo urgente pasa a ser lo verdaderamente importante en Argentina y esto es cómo superar una crisis de gobernabilidad que está detrás de los acontecimientos económicos y que hace difícilmente encarable el rumbo de la economía argentina en las próximas semanas y en los próximos meses. Esa necesidad absolutamente ineludible de afianzamiento de la gobernabilidad de la Argentina, tan ineludible como fue el afianzamiento de la gobernabilidad a mediados de 1989 cuando el país vivía con hiperinflación y saqueos a supermercados, está íntimamente vinculada con las condiciones del mundo de hoy, con la defensa a ultranza de la estabilidad monetaria del país, que en realidad no es una cuestión económica sino estrictamente política, que hace precisamente al sostenimiento de la gobernabilidad del país en la era de la globalización.

Estas dos condiciones, gobernabilidad y defensa a ultranza de la estabilidad monetaria, que es por otra parte la conquista más importante de las transformaciones estructurales de la década del noventa en la Argentina, requieren básicamente dos elementos adicionales. El primero de ellos es la refundación del Estado, el segundo la reinserción internacional de la Argentina, que supere el estado de aislamiento externo en que se ha sumido al país en estos últimos veinte meses de gobierno. Estas cuatro cosas: gobernabilidad, defensa a ultranza de la estabilidad monetaria, refundación del Estado y reinserción internacional de la Argentina demandan una quinta condición fundamental, que es la preservación de la paz social del país, lo cual lleva a enderezar una situación de emergencia dramática. Estos son los cinco ejes fundamentales a partir de los cuales la Argentina se ve hoy ante la obligación imperiosa de plantearse un nuevo plan de gobierno para afrontar la crisis, para superar la situación y para salir adelante.


Jorge Bolívar:

Quisiera reflexionar sobre un hecho de naturaleza crucial. Perón solía decir: "No existe política nacional, sino política mundial". Lo dice en "La hora de los pueblos". Es evidente que, junto a los problemas que la Argentina está mostrando, están sucediendo en el mundo cuestiones de importancia en cuanto a lo que podemos llamar la política mundial para que podamos a partir de allí pensar en la política nacional.

Me parece que es muy importante hacer una comparación entre lo que fue la década del 90 con lo que está pasando ahora a partir del 2000, 2001. La década del 90 es una década signada por el derrumbe de la Unión Soviética, el fin de la Guerra Fría, la caída del Muro de Berlín. Lech Walesa dice que el nuevo orden mundial tiene dos columnas fundamentales: son la democracia representativa y el mercado libre. Y había países que habían vivido una época de estatismo muy grande, sobre todo en los países comunistas. Una gran expectativa al nuevo mundo: ejemplos como Alemania Federal, Canadá, Australia, eran vividos como posibilidades ciertas de ingreso al llamado primer mundo, el mundo de más calidad de vida que había producido el capitalismo hasta ese entonces. Entonces me parece importante marcar esta diferencia. El gobierno justicialista de los dos períodos del gobierno del doctor Carlos Menem que comienzan poco antes del noventa se inserta en un mundo donde hay una expectativa no poco utópica en las fuerzas generadoras de bienes y riquezas del mercado, mientras cae la utopía del "Estado de Bienestar". Ésta, como bien escribe Habermas, uno de los grandes defensores del "Estado de Bienestar", estuvo basada en la sociedad del trabajo y él mismo dice cuando aparece de pronto una sociedad del conocimiento donde ya el trabajo manual, el trabajo obrero, el trabajo práctico no es el factor más dinámico de la sociedad, aparecen factores dinámicos nuevos. Dice Habermas, "el Estado de Bienestar comienza a no tener respuestas en relación al futuro". Y en la década del 90 hay una perspectiva que coincide con las grandes transformaciones que se hacen en la Argentina, a comienzos de esa década, tratando de seguir este curso mundial sobre el que, reitero, había un cierto optimismo mundial. Además, también la locomotora norteamericana fue una fábrica de producir, y la revolución tecnológica elevó la productividad norteamericana y luego mundial, a niveles muy altos.

Pero hoy empezamos a observar signos diferentes. En realidad el clima de optimismo y de empuje que reinaba después de la caída del Muro de Berlín, y después con la idea de globalización y democracia y la economía de mercado, ha seguido a una posición en algunos casos mucho más conservadora y en otros casos mucho más crítica con relación a lo que está ocurriendo. Para mí el símbolo más evidente es que el G7 haya tenido que esconderse en un barco, cuando antes las reuniones del G7 se hacían públicamente en salones y eran recibidas con total interés por la población mundial. Las decisiones de ese grupo de países líderes del mundo era visto como un elemento positivo, como el gran motor de la sociedad en el nuevo orden mundial. Esto no ocurre ahora, ahora comienza a haber una instancia distinta, aparecen globalifóbicos por todos lados y no se sabe muy bien qué es lo que quieren, pero es evidente que empieza a haber un proceso de pérdida de empuje y de pérdida de iniciativa de la corriente que en los años 90 tuvo claramente el impulso mundial. La época actual es mucho más contradictoria. La incertidumbre empieza a ganar lentamente inclusive hasta en los países más desarrollados, donde las políticas se aplican pero lentamente la sombra de la recesión va ganando incluso a los Estados Unidos, a la gran locomotora de este proceso de la tercera ola del capitalismo mundial.

He escrito un trabajo para unos amigos y comienzo diciendo: "La sociedad del conocimiento es también la de la selva del conocimiento, la de la complejidad cultural infinita. La relación mundo-hombre está cada vez más sobrepasada por el aumento constante de la población. Más de seis mil millones de seres humanos hacen casi sobrehumana su gobernabilidad. Decenas de Naciones, de Estados, de mercados, de intercambios, de culturas, apenas alcanzan a señalar superficialmente el cuerpo orgánico que de alguna manera los engloba. Creo que equívocamente, por lo menos en la Argentina esto se ha tratado de reflejar como si hubiera una quiebra entre lo político y lo económico. Se habla de los mercados contra los Estados. Cuando la unidad de lo político y lo económico es fortísima, muy difícil de eludir, y cuando uno intenta eludirla es cuando comete los errores más graves. En función de esto me parece que lo que hoy está marcando el mundo actual es, reitero, incertidumbre, la impresión que el impulso inicial del nuevo orden de democracia y libre mercado está en una etapa donde sigue avanzando pero con un costo mayor, donde empiezan a haber críticas crecientes, inclusive a la democracia.

Una encuesta latinoamericana de los últimos tiempos dice que sólo el 40% de los entrevistados cree que el sistema democrático tiene respuestas a la situación actual de América del Sur. El 60% cree que ya no las tiene. En ese contexto, el problema de la gobernabilidad se convierte en un problema fundamental. Los peronistas podemos sentir que si no hacemos nada el poder vendrá a nuestras manos casi inexorablemente, no haciendo nada. Sin embargo, creo que el desafío nuestro es mucho mayor, porque el problema escapa a los partidos, en el sentido que no hay ningún partido que por sí pueda dar respuestas a los problemas de gobernabilidad de la Argentina.

Considero lo que podemos denominar poderes y fuerzas sociales organizados comunitariamente: es desde ahí desde donde hay que pensar. Esto es bastante peronista, porque sabemos que Perón no pensaba mucho en términos de Estado siendo un hombre de la época de los años 40, 50 donde el Estado fue el centro, el sujeto de la historia. Él pensaba más en la comunidad organizada que en el Estado. No es que despreciara el tema del Estado sino que pensó en términos de la comunidad y él decía: "Gobernar es administrar el presupuesto público, conducir se conducen pueblos". Es un suceso de naturaleza espiritual más que material. Estamos en una época en que la palabra espiritual pierde toda significación y casi no se escucha, no se usa.

En las grandes crisis es cuando uno tiene que darse cuenta que si no se apela a la fuerzas espirituales de los pueblos es muy difícil que la Argentina pueda salir de la crisis o de su forma reiterada de caer en situaciones de crisis que parecen terminales. Aunque terminal nunca hay nada porque los pueblos no se suicidan. En ese contexto del pensamiento, desde el cual pensar una comunidad, no sólo la política, no sólo la interna de un partido, no sólo los candidatos de un partido, sino un contexto más global de lo que está pasando en la sociedad. Tenemos el fenómeno de los piquetes, de interés importante, que no tiene una naturaleza originariamente política. También son hechos políticos la forma en que las ONG procuran, a través de medidas solidarias, paliar la crisis social, es decir, crecen como hongos los grupos solidarios para dar de comer, para introducir ayuda o alimentos. El caso de la Iglesia es notorio: Cáritas ha crecido muchísimo y es muy positivo. También las Iglesias Evangélicas realizan una tarea de ayuda. Yo, que vivo en el Gran Buenos Aires, veo cómo estos grupos dan alimentos y ropa a la gente que lo necesita. Es decir, los mismos vecinos, donde yo vivo, a instancias del Párroco del lugar, han resuelto colaborar con los comedores que él hace. Hay todo un mundo de solidaridad ajeno al mundo social del Estado, donde el 70 % de lo que se dedica a ayuda social es burocracia. Quiere decir que sólo el 30 % va a parar a manos de aquellos que lo necesitan. El 70 % es burocracia.

Para finalizar, yo quisiera hacer una reflexión que me parece importante. Que es una reflexión que es con la que de alguna manera termino el artículo que les contaba. Creo que estamos en un horizonte social revolucionario. ¿Porqué digo revolucionario? No porque haya fuerzas revolucionarias que se vean claramente, como pasa en algunos países o, digamos, factores de cambio que uno vea claramente inclinados ya a producir el cambio. Eso no existe. Lo que existen son factores de resistencia. Acá hay como un gran caldero donde todos los poderes, desde los más institucionales a los menos, todo hierve en un caldero y acá se está juzgando la resistencia de los sectores, la resistencia de los líderes. Porque, por otro lado, desde el exterior se pide un cierto liderazgo en la Argentina, liderazgo que tiene que sustentarse en programas totalmente antipopulares. Es casi imposible, es una contradicción irracional pedir liderazgos con programas antipopulares. Es decir que hoy hay un proceso más que de maduración, de cocina, de hervor, para el pueblo mismo, sobre todo en estas crisis. El pueblo se va afirmando en conocimientos nuevos con relación al estado real de la Argentina y a lo que pasa en el mundo.

Con relación a este horizonte social revolucionario me parece que algunas tareas, por necesidad, son insoslayables. Una ya la he dicho. Una cosa es gobernar y otra cosa es conducir, decía Perón. Se gobiernan administraciones, se conducen pueblos. Necesitamos encontrar en nuestro juego de voluntad de poder conductores de pueblos, es decir, hombres que puedan organizar lo material, que es muy importante, pero también ordenar lo espiritual y hacer visible un proyecto de inserción en el mundo querido por los argentinos. Eso es fundamental. No hay proyecto de inserción en el mundo en contra de la voluntad de los argentinos. Hasta que no logremos este proceso de que el pueblo quiera la inserción en el mundo de alguna manera, esto no va a ocurrir. Y hasta que este proyecto no esté maduro no se podrá llamar y hablar de la necesaria unidad nacional con algún fundamento. Utilizaremos las palabras unión nacional, pero no tendrá poder. Y para lo político hay que advertir dos cuestiones que son altamente desvalorizadoras y que conviene tenerlas en cuenta: por un lado la tendencia de todos los partidos políticos, incluido el peronismo, de cerrarse sobre sí mismos y hacer de un oportunista y asfixiante clientelismo su única razón de ser.

Y vale aquí retomar las enseñanzas históricas de Perón respecto a lo sucedido antes de 1943. Porque antes de 1943 Perón también vivió una sociedad con un piso revolucionario. Dice Perón: "¿Qué es lo que pasó con la democracia argentina? Los primeros que surgieron de las elecciones primarias representaban al pueblo y a sus necesidades y fueron hacia un horizonte político, de proyecto político. Después armaron la famosa trenza, y una vez que ellos fueron elegidos formaron los círculos áulicos de la política. Allí el pueblo ya no eligió más, porque los que se elegían eran ellos. Pero, como no conformaban, fueron distanciándose paulatinamente del verdadero pueblo. Cuando se distanciaron lo suficiente y no tuvieron un solo representante ni amigo pasaron a ser, lentamente, enemigos del pueblo". De manera que cuando digo que el 40% está viendo que la democracia no trae soluciones es también porque los partidos de la democracia han empezado a dejar de representar proyectos nacionales verdaderamente posibles y, además, queridos por el pueblo.

La otra cuestión más compleja es la reforma del Estado. Nosotros usamos más bien las palabras "la reinvención del Estado". Reformar el Estado es una cosa difícilisima porque es como operarse el cerebro, es complicadísimo. Realmente el "déficit cero" si alguna virtud tiene es que va a obligar a que se analice la tarea del Estado de una forma profunda. Yo he trabajado en el Senado y también en el Ministerio del Interior como funcionario en la época del último gobierno de Perón, y lo que más me llamaba la atención siempre era la cantidad de gente valiosa que no hacía nada, lo que se llama ñoquis. Pero gran parte de esos ñoquis son tipos que en un lugar con posibilidades de hacer algo serían utilísimos. Lo más terrible es dilapidar los recursos humanos. El Estado argentino dilapida recursos humanos. Nosotros tenemos un problema. Se habla que la recaudación es muy baja en función de la recaudación posible. Algunos plantean, como hizo De la Sota, privatizar ciertos resortes del cobro de los impuestos. Pero yo escuchaba un funcionario de Impositiva decir: "Si a nosotros nos dieran gente, nosotros sabemos ir a buscar la plata que se evade, si nos dieran la iniciativa y gente para acompañarnos, porque muchas inspecciones tenemos que hacerlas por teléfono porque no tenemos recursos". Entonces un Estado que dedica tantos recursos a ñoquis y que dedica tan pocos recursos a tener una Dirección Impositiva que pueda recaudar, está revelando una esquizofrenia en cuanto al rasgo de su accionar. Y esto es un dato. Y el otro dato es con relación a lo social, que es el problema que el 70% es costo burocrático y el otro 30% es asistencia. Es decir, está fallando toda nuestra concepción del Estado en temas esenciales.


Jorge Raventos:

Alguien que había estudiado desde adentro las grandes transformaciones sociales dijo que una época es revolucionaria cuando ningún sector de la sociedad, ni los pobres ni los desposeídos, soporta seguir viviendo en las condiciones vigentes. Ësta es, si bien se mira, una característica de la Argentina actual. Poseedores y desposeídos están sofocados por una situación que los agita en una inmovilidad frenética, los estimula a un movimiento que no lleva a ninguna parte porque el motor del movimiento no son los propios actores sino la lógica y la mecánica de la crisis.

Estamos en una situación de centrifugación del poder donde la expectativa que algunos abrigan - esperar a que la crisis termine de liquidar a un gobierno para que el poder caiga como pera madura en las manos de la oposición - es verdaderamente una ilusión si previamente la oposición no es capaz de responder con audacia y profundidad a las demandas que revela la crisis. Porque si no cumple con esa tarea, lo que va a llegar no es el poder sino el proceso de licuación del poder. Y cuando ese proceso de licuación de poder llegue a manos de los que están en este momento fuera de la situación de gobierno, lo que va a ocurrir es una continuación del proceso de centrifugación si no hay previamente una decisión de ponerse en el centro de los acontecimientos para tratar de gobernarlos y para, utilizando la feliz frase de Pascual del principio, "para pasar de la situación de hacer virtud de la necesidad a hacer necesidad de la virtud".

La Argentina está en una crisis que, se podría decir, es la crisis del espíritu rentístico, que se fundamentó durante los años gloriosos en los que se constituyeron las mayorías de las clases sociales argentinas modernas. Sobre la plataforma de abundancia proporcionada por una renta que provenía de la feracidad de las pampas, que permitió una etapa de enorme bienestar, primero para unos, y luego, con los sucesivos procesos de democratización protagonizados por el yrigoyenismo y el peronismo, para sectores cada vez más amplios. Cuando ese proceso de rentabilidad natural y de competitividad natural se fue agotando, lo reemplazamos por el mecanismo de la inflación. Y cuando el mecanismo de la inflación reventó, tuvimos la oportunidad de favorecernos con una etapa en que los capitales fluían hacia los países emergentes y pudimos compensar el insuficiente incremento de nuestra productividad con deuda externa.

Ahora hemos llegado al límite: se encogió la rentabilidad natural de las pampas, llegó al límite el recurso de la inflación y ahora se acabó la posibilidad del endeudamiento y es necesario, a partir de esta constatación, establecer un proyecto que nos permita salir como comunidad y recuperar nuestro destino en el mundo.

El gobierno está perplejo frente a los hechos. Frente al corte del financiamiento internacional está simplemente traduciendo en normas la imposición de la realidad. Pero esta traducción, orientada más por la taquigrafía que por el pensamiento, da lugar a arbitrariedades y a mecanismos de escaso refinamiento en el recorte del Estado.

No se trata de recortar el Estado sino de reinventarlo. No se trata de achicar el costo del Estado cortando por igual lo eficiente y lo ineficiente, mientras subsisten situaciones que claman al cielo: universidades con muy baja eficiencia productiva, en cuanto a capacidad de generar graduados, con alumnos pudientes subsidiados por argentinos que apenas tienen para sus necesidades básicas. Tenemos ministerios que han dejado de cumplir funciones, como el Ministerio de Educación, que ya no conduce escuelas, o el Ministerio de Salud, que ya no conduce hospitales. Hay cosas que se pueden y deben hacer para reestructurar el Estado más allá del recorte de salarios a los empleados públicos o el recorte de ingresos a los jubilados. Se espera de los egresados de Harvard un poquito más de refinamiento en los instrumentos.

Se trata de construir un Estado que sea a la vez económico y vigoroso en el cumplimiento de su tarea estratégica, un Estado adecuado a las transformaciones ya realizadas en la década del 90 y a las que tenemos por delante. La cuestión no es sólo, ni principalmente, de orden contable.

Jorge Bolívar planteaba con acierto que de lo que se trata es de conseguir que el pueblo argentino asuma como propia la voluntad de rehacer el Estado y rehacer la comunidad argentina para reinstalarnos en el mundo. Se trata de esto nada menos. Y esto es mucho más que intentar un buen resultado electoral en octubre e imaginar una perspectiva electoral para el 2003. Se trata de pensar las necesidades inmediatas con la perspectiva de la generación de esperanza y de un proyecto sugestivo que pueda reagrupar a la comunidad argentina.

Tenemos una crisis social, tenemos una crisis financiera y fiscal, tenemos una crisis de gobernabilidad y no vemos, salvo excepciones, que desde las fuerzas políticas emerja la intención, la búsqueda de un programa de acción que se ponga por delante y en el centro de los acontecimientos, piense la crisis desde más allá de las situaciones locales y trate de generar algo más que recortes. Que formule el planteo de un nuevo Estado, que nutra y no sofoque con su peso la vitalidad del pueblo argentino, que se nutra de esa vitalidad, que permita que las decisiones puedan ser tomadas lo más cerca posible de donde están las bases de la sociedad argentina.

Creo que el gran desafío es pensar el presente con una perspectiva que vaya más allá de las elecciones de octubre. Las elecciones de octubre, vistas a la luz de la necesidad de una gran reforma constitucional y una regeneración del Estado argentino son, si bien se mira, la elección de personal de organismos que, en muchos casos, tendremos que disolver. Son la elección de personal político para Cámaras que, seguramente, cuando nos planteemos una reforma a fondo, tendremos que reducir, achicar o, en algunos casos, eliminar; comunas que tendremos que volver más vitales con nuevas funciones; regiones que todavía no tenemos en existencia.

Tenemos que plantearnos como objetivo, como misión, esa gran reforma del Estado argentino, esa reconstitución del Estado argentino y entonces elegir el personal para ese Estado.

Por supuesto, las elecciones se van a hacer de todos modos y las elecciones marcarán, seguramente, una derrota del gobierno y una victoria del peronismo. Esto hace más acuciante la necesidad de que el peronismo asuma las tareas que hay que asumir en este momento, que son mucho más que las tareas normales de los ciclos políticos relativamente normales. La tarea del peronismo es regenerar la esperanza, fortalecer la idea de la revolución política y del protagonismo popular, reconstruir el orgullo nacional y la inserción argentina en el mundo, uniendo férreamente el realismo y la voluntad. Esta es la tarea que, creo, tenemos que pensar todos nosotros.


Jorge Castro:

Siguiendo esta reflexión de a cuatro sobre el único tema que verdaderamente nos apasiona sin límite ni medida que es la Argentina, lo primero que haría sería transmitir una sospecha y es que la crisis política argentina tiene una profundidad y una envergadura que va más allá de todas las previsiones. Y esto está relacionado, muy probablemente, con el hecho de que el mundo vive un momento de cambio de época.

No hay tentación mayor para los intelectuales que señalar en qué momento nace una época y en que momento termina, porque los coloca muy cerca del papel que más aman, que es el de intérpretes de la providencia, de modo que les permite establecer marcos temporales para que el espíritu del mundo se desarrolle. Pero hecha esta salvedad, que es una advertencia, en el sentido de someter siempre, siguiendo el consejo de Chesterton, el pensamiento de los especialistas al cedazo del sentido común, diría que hay varios elementos en el momento actual, 2001, que tienen un carácter de anomalía y, por lo tanto, quizá, estén revelando la emergencia de algo nuevo. Cuando los cielos de China se llenaban con un número mayor al usual de estrellas fugaces era lo que se sospechaba adelantaba al cambio de una dinastía.

Por ejemplo, anomalía 1: la Reserva Federal norteamericana este año ha recortado por seis veces consecutivas la tasa de interés y la ha llevado a su menor nivel de los últimos doce años. Es una inyección fenomenal de liquidez, que se ha incorporado a la economía de los Estados Unidos y por extensión a la economía mundial. A comienzos de la década del 90, cuando la Reserva Federal de los Estados Unidos llevó a cabo una política semejante de baja sistemática de las tasas de interés, el resultado fue un aluvión de capitales para los países emergentes, entre ellos, y en primer lugar, a los que abrían más oportunidades de inversión a través del proceso de reformas estructurales. Lo que significó, esencialmente, entre otros, la Argentina. Este año, después de seis recortes consecutivos de la tasa de interés en los Estados Unidos y de la formidable inyección de liquidez, no sólo no hay más capitales para los países emergentes sino que hay una caída significativa respecto al año pasado. Esto indica que esta primera anomalía se ha realizado. Los hechos tienen su propia doctrina, nadie puede ser más inteligente que los hechos.

Lo segundo que aparece es que la economía norteamericana, que es el país donde se despliega con mayor fuerza la revolución tecnológica, que es el elemento central de la historia contemporánea en los últimos diez años, después de haber crecido cinco años consecutivos a partir de 1995 a una tasa superior al 4 por ciento anual, después de haber tenido un crecimiento en el año 2000 del 5% anual - en el año 2000 creció igual que la economía mundial que, a su vez, con un crecimiento del 5 por ciento en el año, tuvo la tasa de crecimiento más alta de la historia de la economía mundial en dieciséis años. Esta misma economía norteamericana, que el año pasado creció 5 por ciento anual, este año va a crecer 1,5 por ciento. Es la distancia entre el techo y el piso de un ciclo norteamericano más extensa de la historia de los Estados Unidos desde la Segunda Guerra Mundial, incluso comparándola con cualquiera de los nueve ciclos recesivos que ha tenido Estados Unidos desde 1945. No hay recesión en Estados Unidos, continúa el crecimiento de la economía norteamericana, pero la distancia entre el techo y el piso es mayor que en cualquier ciclo de recesión. Y, sin embargo, este es el mismo país que a partir de 1995 experimenta una auténtica explosión de productividad.

El tercer elemento que aparece se refiere a la Argentina. Y esta es una anomalía que lleva necesariamente a una reflexión. Porque, hasta este momento, durante los diez años de convertibilidad y de reformas estructurales que tuvo el país a partir de 1989-1991, había una regla inequívoca de la relación de la Argentina con el mundo. O, dicho de otra manera, había una regla inequívoca de inserción de la Argentina en la nueva estructura socio-económica-tecnológica emergida de la globalización de la economía mundial a partir de la década del 90. Esa regla inequívoca era que, en la medida que la economía mundial crecía, se expandía, las reformas estructurales hechas por la Argentina en el transcurso de la década del 90 y la estabilidad conseguida, de tipo monetario, a través de la regla monetaria de la convertibilidad, le permitía crecer por encima del promedio mundial. Y cuando la economía mundial experimentaba algún tipo de shock financiero internacional, el resultado es que la Argentina, con sus reformas estructurales y con su régimen de convertibilidad, se hundía en la recesión. Por eso es que el mundo crece entre el 91 y el 94 y la Argentina crece por encima del promedio mundial. El mundo experimenta el comienzo de la serie de shocks financieros internacionales que van a tener lugar cada año y medio, dos años, desde 1995 hasta el actual, que es el caso argentino, y la Argentina se sumerge en la recesión. Esa era la regla de diez años de convertibilidad.

Lo que ocurre es que el año pasado se produjo una anomalía y las anomalías son el camino para que avance el conocimiento político, que no tiene carácter incremental sino tratando de comprender lo que el pensamiento tradicional no logra hacer. Porque el año pasado lo que sucedió fue que la economía mundial creció 5 por ciento en el año, la tasa de crecimiento más amplia de la historia de la economía internacional en dieciséis años. Al mismo tiempo, la tasa de crecimiento del comercio internacional se duplicó en un año, pasó del 6 al 13 por ciento desde 1999 al 2000. En ese mismo año, la economía de toda América Latina creció por encima del 4 por ciento. En ese mismo año los vecinos de la Argentina crecieron: Brasil, más del 4 por ciento, Chile creció 6, México 7 por ciento y la Argentina, sin embargo, fue el único de los países emergentes que en el año 2000 no creció. Entre enero y diciembre del año pasado, hubo una contracción del 2 por ciento del producto en la Argentina. Por encima de la Argentina crecieron Bolivia, las Guyanas, Colombia, Perú. Por encima de la Argentina crecieron todos los emergentes, por ejemplo, creció Rusia, crecieron todos los países asiáticos, después de haber experimentado la terrible crisis de los años 1997-99 y, sin embargo, la Argentina no creció. De modo que la regla de los diez años de convertibilidad el año pasado no funcionó. Esta es una anomalía que exige reflexión.

Sugiero que es probable que estos acontecimientos estén vinculados. Por ejemplo, desde 1995 en adelante se produce, cada año y medio, dos años, la crisis de un país emergente, o de un grupo de países emergentes, que chocan con el sistema financiero internacional e ingresan en una etapa de crisis que, en algunos casos, está a punto de derrumbarlos. Es el caso de México del 95, del sudeste asiático en el 97, de Rusia en el 98, Brasil en el 99, a partir del último trimestre del 2000 es Turquía y la Argentina y en esta etapa del 2001, es la Argentina, que es hoy el país emergente en crisis que tiene un significado de riesgo para el conjunto del sistema, en primer lugar, para los emergentes y potencialmente para el sistema financiero internacional.

El actual sistema financiero internacional es distinto a cualquier otro que se haya conocido. Por ejemplo, un dato que conviene tomar en cuenta: los inversores institucionales en el mundo de hoy tienen un total de activos financieros que equivale a 35 trillones de dólares, esto es, son activos financieros superiores al total del producto bruto mundial, entre tres veces y tres veces y media superiores al producto bruto norteamericano. Estos activos financieros, que ahora son del orden de los 35 trillones de dólares, al comienzo de la década del 90 eran poco más de 20 trillones de dólares. Al comienzo de la década del 90, Estados Unidos tenía, de este conjunto de inversores institucionales, el 34 por ciento. Ahora tiene el 64 por ciento. A comienzos de la década del 90, en este sistema financiero internacional los bancos tenían gran importancia. Hoy prácticamente no la tienen. Hay un fenómeno de descentralización, que hace que esta realidad que es el centro de los acontecimientos mundiales haya escapado a toda regulación por un Banco Central o grupo de bancos centrales, ni siquiera por la Reserva Federal. Los dos tercios de los billetes norteamericanos que se emiten salen inmediatamente de emitidos de los Estados Unidos, escapan de su control. Ahora, a partir en que esto ocurre en los países emergentes, es el momento en que la economía norteamericana empieza a experimentar una verdadera explosión de productividad. Crisis de los países emergentes y explosión de la productividad norteamericana es el mismo fenómeno, con carácter paralelo, quizá mediado, pero difícil de establecer las mediaciones, que se produce desde 1995 en adelante.

¿Cómo llega esto a la Argentina? Lo que aparece es que en estas condiciones el problema fundamental que se experimenta en los países emergentes es el problema de la gobernabilidad, lo planteaba Bolívar. Una gobernabilidad que es la capacidad del ejercicio efectivo del poder político, en donde la parálisis del sistema de decisiones no implica que aparezca una alternativa de carácter autoritario capaz de suplantarla. Si hay algo que está alejado de la capacidad de constituirse en este mundo es un régimen militar estable, precisamente porque la característica de integración acelerada de la economía mundial, de creación de un espacio cibernético integrado, que éste es el sistema financiero de nuestra época, más el debilitamiento de toda opción de carácter burocrático y centralizado, impide que frente al debilitamiento de la democracia como capacidad de decisión aparezca la opción de un retorno de tipo autoritario. Si esta es la característica del mundo de hoy, si el problema fundamental que tienen todos los países de América Latina, todos los países emergentes, es cuánto poder político tienen para mantener la cohesión de sus sociedades y la continuidad de la acción de su Estado en este contexto de aceleración de los acontecimientos, el problema que se le presenta a la Argentina es que esta crisis del poder político que experimenta hoy el país no es simplemente la consecuencia de la descomposición del poder político de la alianza gobernante.

Es probablemente un fenómeno que ciertamente tiene su primera manifestación en la desagregación absoluta de esto que apareció como un intento de ir más allá históricamente del régimen del gobierno peronista de la década del 90 pero es, al mismo tiempo, algo que va mucho más allá de la actual descomposición. Es una crisis del poder político de todos los países emergentes, que se expresa con especial fuerza y gravedad en algunos de ellos. En este momento, el país que experimenta con mayor fuerza esta crisis orgánica del poder político de los países emergentes es la Argentina y esto tiene que ver probablemente con este cambio de época, cambio de condiciones mundiales. Lo que está claro es lo que está terminado, lo que no está claro es lo que viene. Parece haber una cierta sospecha de que esto que viene va a ser nuevo comparado con lo anterior. Parece haber cierta sospecha de que la post Guerra Fría, la emergencia de la globalización, las consecuencias de la desaparición de la Unión Soviética y del impacto de los Estados Unidos como super potencia, que esto fue la década del 90, han llegado, probablemente, a su fin. El poderío norteamericano carece casi de consideración en términos estratégicos o militares. La distancia entre ese poderío militar estratégico y cualquier otro poderío del mundo es de una dimensión tal que en realidad dejó de ser comparable. El punto fundamental es que parece estar emergiendo una sociedad mundial, que se expresa con mayor fuerza en los Estados Unidos pero que va mucho más allá de los Estados Unidos, que tiene un Estado de reestructuración y que exige un grado de reestructuración de la totalidad de las instituciones de una magnitud hasta ahora nunca vista. Y frente a la cual quedan con retraso todos los países del mundo, todos los sistemas institucionales y políticos y, en primer lugar, todos los sistemas institucionales y políticos de los países emergentes, sobre todo los más débiles en el aspecto político institucional, cuyo contenido es esencialmente fiscal y monetario, como es el caso de la Argentina.

Si esta aproximación no es demasiado esquemática y escapa a la tentación ideológica y describe de una manera aproximada la lógica de los hechos, que es la única que verdaderamente importa, en ese caso, el elemento que surge de una constatación de física del poder se formula de la siguiente manera: la descomposición de la alianza gobernante en la Argentina, que gobierna desde el 10 de diciembre de 1999, tiene un carácter absolutamente irreversible y cada vez más acelerado. Es un proceso de desagregación que se manifiesta no sólo internamente sino en su incapacidad para controlar los resortes institucionales que le fueran entregados por el triunfo en las elecciones de octubre del 99. Pero el problema que está debajo de esta descomposición de la alianza gobernante es una crisis del poder político de carácter orgánico y que se refiere a la situación de los países emergentes, en lo que parece ser el cambio de época o una nueva época. En ese caso, el razonamiento de física política que dice que a la descomposición de la alianza gobernante sigue inexorablemente el triunfo del justicialismo, en primer lugar, en las elecciones del mes de octubre, y luego en el 2003, ya sea que el 2003 ocurra ese año o antes, es una constatación de física del poder político incompleta y que, como tal, si no se la reformula, es simiente de una derrota política, no sólo para el justicialismo sino también para la Argentina como Nación, salvo que se reconstruya el poder político en sus simientes a través de una vinculación de nuevo tipo con la sociedad, hacia adentro y con el sistema mundial hacia fuera. En caso contrario, la descomposición del actual poder político también puede arrastrar, y es muy probable que arrastre, a un próximo gobierno justicialista.
Agenda Estratégica , 07/08/2001

 

 

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