La Argentina está frente a una oportunidad histórica. Las posibilidades de un país para dar un salto adelante dependen de una situación favorable en el escenario mundial
y de la capacidad de sus líderes de aprovecharla. |
Texto de una nota publicada el pasado jueves 22 de abril en el matutino La Nación.
La Argentina tiene un horizonte internacional extraordinariamente promisorio. Esta en marcha una nueva onda larga de expansión de la economía mundial, que tiene tres componentes fundamentales, orgánicamente vinculados. El primero es el salto fenomenal de productividad de la economía estadounidense, sumergida en la sociedad de la información. El segundo es la irrupción de los países del Asia Pacífico, encabezados por China, erigida en la gran fábrica mundial. Y el tercero es la demanda creciente de commodities agrícolas, energéticos y minerales, de todos al mismo tiempo.
Los tres factores están relacionados a través de un lazo de necesidad. La transformación de la economía estadounidense en una economía de la información está asociada con la revolución industrial que atraviesa China, erigida en la principal proveedora de manufacturas a los Estados Unidos y en su conversión, por eso mismo, en una economía de dimensión semejante a la norteamericana en lo que se refiere al consumo de commodities.
El sistema económico mundial se asemeja hoy a una tijera con dos filos. Uno es la economía norteamericana, volcada hacia los servicios de alta tecnología. El otro es China, especializada en la producción masiva de manufacturas industriales. Será cada vez más difícil para las demás naciones competir exitosamente en esas dos franjas. Cada país tendrá que encarar la búsqueda de nichos propios en el mercado mundial, que le permitan participar activamente de las corrientes de inversión y de comercio internacionales, so pena de acelerada marginación e irrelevancia.
Una consecuencia de esta situación es un fenomenal aumento de la demanda china de commodities agrícolas, energéticos y minerales. En el 2003, China dio cuenta del 27 % del consumo mundial de acero, el 30% del hierro, el 31% del carbón y el 40 % del cemento. El aumento extraordinario del precio internacional del petróleo es consecuencia directa de la demanda china de combustibles. El año pasado, China desplazó a Japón como segundo consumidor mundial de petróleo, luego de Estados Unidos.
En este cuadro, existe un aspecto crucial para la Argentina. El principal problema social de China es alimentar al 23% de la población mundial con solo el 7% de los recursos hídricos y de las tierras agrícolas del planeta.
Los datos indican inequívocamente la irrupción de una tendencia estructural a la revalorización de los recursos naturales. No es un fenómeno circunstancial. Goldman Sachs estima que, aún disminuyendo a la mitad su ritmo de crecimiento, alrededor del 2040 China superará al producto bruto de los Estados Unidos.
Lo que sucede en China ha contribuido a dinamizar a todas las economías del Asia Pacífico, incluido Japón. Pero este cambio histórico incluye otro fenómeno de singular trascendencia: la irrupción de India, una nación de más de 1.000 millones de habitantes, que inició hace diez años un proceso de apertura económica que le permitió alcanzar un crecimiento del 6% anual promedio. Goldman Sachs consigna que, en cincuenta años, India será la tercera economía del mundo.
Todo esto afecta directamente a la Argentina. Una estrategia que privilegie su especialización en la producción agroalimentaria, no implica la reprimarización de la economía. Al contrario: en las nuevas condiciones mundiales es la vía más apropiada para una reindustrialización internacionalmente competitiva de la Argentina.
En la nueva economía mundial globalizada, resulta cada vez más dificultoso desarrollar industrias que no sean inmediatamente competitivas a escala internacional. En la Argentina, esa regla exige el aprovechamiento de su extraordinaria dotación de recursos naturales, lo que implica el empleo intensivo de sus ventajas energéticas (particularmente gas), industria forestal, minería y también turismo, actividad derivada del aprovechamiento de los recursos naturales.
Esto supone una oportunidad estratégica para la Argentina. La creación de las condiciones políticas apropiadas para aprovecharla implica encarar la construcción de un bloque histórico, basado en una convergencia estratégica entre un poder político capaz de garantizar la gobernabilidad y las nuevas fuerzas sociales, económicas y culturales de avanzada.
La experiencia de la década del 90 reveló la insuficiencia política de un proceso de reformas estructurales centrado en la alianza entre el Estado y los grandes actores económicos transnacionales. Esta realidad, surgida mucho más de los hechos que de un modelo ideológico determinado, presentó dos serias limitaciones. En primer término, por su propia naturaleza, esos actores transnacionales no estaban representados en la Argentina por empresarios, sino por ejecutivos. En segundo lugar, por las características de la globalización, esos actores, frente a una crisis política como la que estalló en diciembre del 2001, tendieron a reducir sus niveles de exposición en el país, o incluso, salieron del escenario. Con un efecto adicional: al desatarse la crisis, su preeminencia incentivó en la opinión pública una actitud de rechazo a la apertura económica.
Previamente, la historia de la Argentina de la década del 80 ya había exhibido el fracaso de todo proyecto económico basado en el predominio de los sectores empresarios internacionalmente no competitivos, que solo podían sobrevivir merced a la protección del Estado.
Hoy las circunstancias han cambiado. Por primera vez, como una consecuencia combinada del vacío creado a partir del "default" por la virtual retirada política de los actores transnacionales, y de la maduración de las reformas de los 90, el país visualiza la presencia de una nueva burguesía nacional, que ya no es hija del proteccionismo estatal, sino de un arduo proceso de reconversión que la convirtieron en un sector internacionalmente competitivo.
Esta burguesía nacional internacionalmente competitiva, que emerge en la Argentina desde la década del 90, tiene su eje en el sector agroalimentario, pero lo excede. Incluye a los grupos empresarios que, durante ese período, concretaron una reconversión de sus negocios acorde con los cambios mundiales.
No se trata, por supuesto, de prescindir de los actores económicos transnacionales. Lo que importa es que esta nueva burguesía nacional, que no le tiene miedo al mundo porque es internacionalmente competitiva, asociada a un poder político capaz de asegurar la gobernabilidad y dotado de una adecuada visión estratégica, asuma la responsabilidad de motorizar la inserción productiva de la Argentina en este nuevo escenario mundial.
Se trata, en suma, de formular un proyecto nacional. De allí que la tarea de conformar este bloque histórico no demanda solo la articulación entre el poder político y esta nueva burguesía internacionalmente competitiva. Requiere la participación activa del mundo cultural, científico y tecnológico, base de la sociedad del conocimiento, en particular aquello que Antonio Gramsci caracterizara como "intelectualidad orgánica".
En todo esto, sobresale para la Argentina la necesidad de cumplir un presupuesto básico: su plena reintegración en el sistema mundial. Antes que nada, salir del "default". Otras dos precisiones adquieren importancia en el momento actual. La primera es que nada de esto se logrará mirando por el espejo retrovisor, sino a partir de la definición de un proyecto común, anclado en el presente y orientado hacia el porvenir. La segunda es que, lo contrario de una estrategia de confrontación, basada en un jacobinismo ideológico, no es un jacobinismo de signo ideológicamente contrario, sino una política de pacificación, de unidad y de integración nacional, volcada al mundo.
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Jorge Castro , 25/04/2004 |
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