El peronismo y la crisis política argentina.

 

Jorge Raventos, Jorge Bolívar y Pascual Albanese exponen el 5 de junio de 2001 sobre la crisis de gobernabilidad que enfrenta la Nación después de casi un año y medio de gobierno de la Alianza.
Jorge Raventos:


¿De qué hablamos cuando nombramos la crisis argentina? Los diarios y buena parte de la opinión parecen creer que estamos hablando de una crisis estrictamente económica e, indudablemente, hay signos que parecen confirmar esa primera idea. Tenemos una recesión que ya dura tres años, un déficit fiscal que complica tanto por el lado del gasto como por el costado de los ingresos.

Aunque hay datos que muestran que la situación económica no es tan catastrófica (el año pasado, en medio de esta recesión, tuvimos un aumento de las exportaciones; hay solidez del sistema bancario) la crisis fiscal está a la vista y de ella derivan efectos en el campo de la inversión, la producción y el empleo.

Pero esa crisis tiene a su vez un motor político. Cuando escuchamos lo que dicen los observadores extranjeros, los analistas de riesgo, ellos nos advierten que en realidad más que económica la crisis tiene características políticas, porque lo que se ve desde el exterior y algunos lo ven desde la Argentina misma, es la dificultad del poder para generar aquellas medidas que pueden hacer que la Argentina se reactive, crezca y se vuelva solvente a largo plazo. La ausencia de estos datos es la que mide el índice de riesgo. Entonces, estamos ante una crisis económica de raíz política.

¿Y cómo se manifiesta esta crisis? Se manifiesta en principio por la licuación del poder nacional; esta centrifugación del poder impide que las medidas necesarias vayan para adelante, y el propio sistema político - todo lo que hay detrás del gobierno y detrás del Estado, el tejido que vincula el sistema de valores, de normas, de instituciones, y de dispositivos que vinculan a la sociedad con las decisiones más importantes - aparece roto, fragmentado y aparecen distintos mecanismos de poderes localizados, poderes provinciales, poderes de facto, poderes sindicales. Muchos poderes que no terminan de concentrar poder nacional, sino que lo están dispersando hacia todas las direcciones, como si fuera una especie de "Big Bang" del poder nacional.

Estamos ante una crisis del sistema político, una crisis del Estado muy notoria por la falta de capilaridad entre la toma de decisiones y la participación de la gente, la falta de identificación de la gente con esos sistemas de toma de decisión. Y esta crisis del Estado no está siendo abordada en lo profundo sino que se está sometiendo al Estado a recortes y parches que están pensados no de acuerdo a una estrategia del país, sino en términos puramente contables. El debate sobre la refundación del Estado y no sobre su recauchutaje, es un debate que el país se debe.

Hace poco el ex-presidente Menem escribió un artículo para "La Nación" donde empezó a plantear formas de reorganización del Estado - la regionalización, la creación de órganos de gobierno de las regiones, el achicamiento de los sistemas parlamentarios -, que son aspectos fundamentales de una reorganización del Estado Nacional. No son, por supuesto, los únicos. En estas reuniones hemos hablado de otros aspectos: la descentralización, el acercamiento de las decisiones para que se tomen lo más cerca que sea posible del lugar donde la gente está y puede participar del poder.

Tenemos una crisis del Estado y también una crisis de los partidos, porque todos están surcados por diferencias radicales, divergencias sobre cuestiones básicas: posicionamiento de Argentina frente a la globalización, que es el vector de la época, posicionamiento de la Argentina en relación a la región y el mundo, posicionamiento ante las transformaciones de la década del 90, en realidad un posicionamiento no sólo ante el pasado, sino sobre lo que hay que hacer a partir de las transformaciones de los años 90.

Y el peronismo también está en esta situación de crisis, lo que comienza a manifestarse en un debate que estuvo asordinado en la década del 90 y que ahora se abre, como es natural, porque el debate del peronismo no se hace a puertas cerradas, sino que se hace en la sociedad misma.

Se da en el peronismo una situación de horizontalización, producto del debate y de la búsqueda o reafirmación de liderazgos, y el desarrollo de este proceso aún no resuelto, en este instante de crisis política, pone al peronismo también del lado del problema y no, como en otros momentos, cuando estaba nítidamente del lado de la solución. La ausencia de un peronismo con estos problemas resueltos, con liderazgos legitimados y unificados en un sistema de valores propios y compartidos por el conjunto, hace que la crisis se manifieste de una manera más dramática, porque no hay frente a la crisis que tiene el Estado y los problemas que tiene el Gobierno una vía clara y legítima de salida, como sí hubo en la crisis de 1989, cuando, frente a la explosión de la hiperinflación, los asaltos a los supermercados y esa situación casi anárquica que el gobierno del Dr. Alfonsín no pudo o no supo manejar, había ya afortunadamente un peronismo que tenía su liderazgo propio legitimado y que además había legitimado su liderazgo nacional a través de las elecciones presidenciales. De modo que la crisis presentaba entonces un camino claro para salir de ella.

Lo que complica la salida de la crisis, cuando la Alianza que llegó al gobierno en diciembre de 1999 se ha disuelto en menos de año y medio, es esta situación que atraviesa el peronismo, con el presidente del partido, Carlos Menem, amenazado de detención con el absurdo argumento de que su gobierno fue una "asociación ilícita", y con enfrentamientos internos en los que se debate, en rigor, la identidad del peronismo.

Esquematizando, la identidad para algunos se presenta como la reivindicación de ciertos rasgos que pertenecieron a la época del nacimiento del peronismo y a las primeras presidencias de Perón, a los que se atribuye carácter de esencias permanentes. Del otro lado se piensa, en cambio, que la identidad del peronismo está vinculada con su capacidad para armar las monturas que cada época exige para cabalgar mejor las transformaciones y para hacerlo con los instrumentos de cada tiempo, de modo de afrontar las crisis y los problemas de cada época. Al peronismo le ha tocado afrontar crisis y afrontar crisis sistémicas y resolverlas con revoluciones. Así pasó en 1945, con la primera revolución peronista, en 1989, y da la impresión que la crisis actual está convocando al peronismo a resolver su etapa de horizontalidad y achatamiento, encontrar la forma de legitimar el liderazgo por que lo que hay en frente es una necesidad de lograr una tercera revolución. Muchas Gracias.


Jorge Bolívar:

Quisiera partir subrayando un hecho que me parece esencial: la falta de gobernabilidad del actual momento. Creo que la crisis política es una evidencia de suyo, es algo muy difícil de eludir, aunque uno no lea los diarios, no vea la televisión y no escuche radio. Pero quiero marcar un hecho que me parece de significación, no sólo a nivel nacional, sino también internacional. La crisis de gobernabilidad está unida a factores estructurales que impiden hacer crecer en forma sostenida a la Argentina.

Se está viendo una crisis de modelo, no sólo nacional, sino internacional, para ciertos países emergentes y no se advierten modelos de sustitución, salvo en el plano del aislamiento y la falta de inserción en el mundo. Lo que sería una Argentina devaluada y cerrada. Entonces el problema de la gobernabilidad no es sólo un problema de la incapacidad de una clase política ni de un sistema de partidos, sino que aparece en un momento en el que se le exige a esa dirigencia política un poder superior al que tiene para enfrentar la coyuntura crítica. Por eso, separar la política de la economía es un error.

En la Argentina hay una crisis política, pero esta crisis está surcada por problemas de naturaleza económica difíciles de resolver y, con ellos, por problemas sociales, con personas desocupadas y excluidas que empiezan a tener conciencia política de su unidad, lo que actúa como un factor de presión más sobre la gobernabilidad. Yo vivo en La Matanza, el último corte de la ruta 3 no es por factores propios, todo lo que ellos pidieron en el anterior corte les fue dado: planes "Trabajar", alimentos. ¿Por qué salen a la calle? Porque en Jujuy hubo una represión a los piqueteros. Es decir, ya hay una organización nacional que moviliza a la gente, no sólo en función de necesidades particulares. Va tomando un andamiaje político, no es únicamente un problema social. El problema no sólo es con la necesidad, sino con las organizaciones políticas que se van montando en esta necesidad.

Tenemos una gobernabilidad cruzada y jugada por una crisis económica que tiene una doble vertiente. Por un lado, riesgo de cesación de pagos, con lo que se producen pocas inversiones; por el otro, un déficit fiscal: recaudación insuficiente o gasto excesivo, o las dos cosas a la vez. Achicar los gastos o aumentar los impuestos significa disminuir el consumo. Menos inversiones, menor consumo, significa falta de crecimiento. De manera que observemos que la gobernabilidad no se da en cualquier coyuntura. Falta de gobernabilidad hay en varios países. Italia no es un país muy gobernable en general, lo que pasa es que la estructura de inserción del modelo de Italia en el mundo es económicamente viable y socialmente está bastante integrada, a pesar de las diferencias entre el Norte y el Sur. Entonces creo que sería falta de perspicacia de nuestra parte si viéramos el problema político en forma aislada.

El problema político que se revela en la falta de poder es una crisis de magnitud excepcional. Si la Argentina no crece en los meses o en los años futuros, la deuda se volverá impagable y se convertirá en un cerco prácticamente insuperable para los argentinos. Entonces, a partir de este reconocimiento, el problema del rumbo estratégico de la Argentina es el fondo de la existencia de un poder político. Lo que más se advierte hoy en todas las clases sociales es que nadie sabe hacia adónde vamos, cómo "terminamos". Falta el proyecto nacional. No podemos decir que este es un problema que se arregla arreglando la Alianza o uniendo el Partido Peronista para que un gobernador sea el candidato a presidente. Es un problema más complejo.

Una nota muy interesante, publicada este domingo en "La Nación", muestra lo que pasa en el exterior con respecto a la Argentina. Hace unos días se realizó en Hong Kong la reunión del Instituto Internacional de Finanzas, que es la máxima reunión de banqueros del mundo. La preside el presidente del HSBC y están los bancos más importantes. Ellos, reunidos, estudian financieramente al mundo. El único argentino que fue a esta reunión fue Arnaldo Musich, un hombre mayor, ex-presidente de FIEL. Contó que la Argentina fue la gran incógnita del cónclave. Todos los grandes grupos de naciones preguntaban lo mismo de Argentina. Querían saber: Primero, ¿cómo estaba el ánimo del presidente Fernando De la Rúa para gobernar? Una sutileza de embajadores. Lo que querían saber era cuál era el liderazgo de quien ejerce el Poder Ejecutivo en la Argentina. La segunda pregunta era cómo está desenvolviéndose políticamente el ministro Cavallo, ¿qué está tramando? ¿Está haciendo todo esto para arreglar el país o porque quiere ser Presidente? La tercera pregunta era: ¿Cuál es el plan económico de Cavallo, más allá de lo que explícitamente dice que está haciendo? Porque se ignora adónde quiere llegar. Como verán aún la pregunta económica es profundamente política, tiene que ver con el proyecto económico que va a tener quien maneja nuestras finanzas y, como dice Alfonsín, por "error", quien es hoy el Presidente de la República. La cuarta pregunta: ¿Después de la Alianza que llegó al gobierno, se harán otras alianzas? ¿Qué alianzas? ¿Cómo se sostendrá políticamente este Ejecutivo? ¿De dónde sacará diputados que le aprueben sus proyectos? ¿Dónde conseguirá senadores y gobernadores que lo apoyen? Observen ustedes que esto sucedió en Hong Kong donde la Argentina fue estrella.

Afuera se ve sobre todo que el problema político es de enorme importancia. Frente a esto aparece la responsabilidad del peronismo. Yo creo que el peronismo actualmente no sobresale de la situación crítica. Todos los partidos políticos están en una situación crítica. La cuestión del costo de la política es importante pero no fundamental. Igualmente hay que trabajar en ella. En las legislaturas sobra gente bien paga. Yo fui Director de Provincias del Ministerio del Interior durante el gobierno de Perón. Recuerdo a Perón recorriendo junto a Llambí y con nosotros la casa y preguntando: "¿Cuántos funcionarios tiene ahora Interior?" Llambí contestó: Hay un ministro,dos subsecretarios, siete directores generales y mil empleados. Y Perón dijo: "Uyyy!!!, ¿para qué tantos funcionarios". Bueno ahora les digo: hay un ministro, varios secretarios, hay decenas de subsecretarios y directores y miles de empleados. La inflación clientelística de la política se ha producido en el Estado. Perón siempre nos pedía que no confundiéramos Gobierno con Estado. La gente piensa hoy que Gobierno y Estado son la misma cosa, que es lo peor que puede ocurrirle al Estado. Perón decía: "El Estado debe ser la máquina más perfecta". Debe ser algo sobre lo cual los argentinos no discutan, reconozcan su presencia como tal. Creo que este costo de la política no es lo esencial. Si se disminuyera el gasto en la política ayudaría a disminuir el déficit. Estoy a favor de que ello ocurra. Pero el problema de la política es el problema de la representatividad profunda. Ocurre en la Argentina y está ocurriendo en el mundo, en Inglaterra, en Perú.

El sistema democrático, frente al avance de la globalización, se está volviendo no representativo. ¿Por qué? Porque no tiene verdaderas alternativas a las variantes únicas que son las que suministra el mercado global. Al no tener alternativas reales tiene que cabalgar la montura, como diría Perón, de ese proceso. Como puede, pero con un enorme riesgo: perder prestigio frente al votante. Al electorado comienza a darle lo mismo votar a Pérez o a Juan, total van hacer lo mismo. Esta idea de que todos hacen lo mismo empieza a gobernar al mundo, no sólo a la Argentina.

En esta crisis el peronismo se inscribe también como partido y le cabe las generales de la ley, es parte de la crisis política, no está afuera y no puede actuar desde afuera. Sin embargo, hay un fenómeno llamativo, los gobernadores del peronismo se sienten menos afectados que el gobierno nacional. No se cuál es la causa del fenómeno, pero el hecho se produce. Por eso también es muy probable que el peronismo gane las elecciones de octubre y gane las elecciones del 2003, a pesar de estar inmerso también en la crisis de representatividad. Por alguna razón está menos deteriorado por esta crisis de gobernabilidad que ofrece el gobierno de la Alianza.

En un momento de horizontalidad del poder, como dijo Raventos, porque este es el efecto que produce la crisis, es muy difícil actuar sobre ella. Ningún sector, ningún partido, ningún líder tiene poder suficiente como para construir el nuevo Estado o como para enfrentar la tarea de crecimiento. Este es un dato importante. Pero a mí me parece que la cuestión del peronismo tiene importancia porque, con relación a su identidad nacional y a su responsabilidad histórica, el peronismo ha sido, como bien dijo Raventos, la fuerza que, en los momentos en que parecía que la Argentina no tenía salida, encontró salidas y dio respuestas, mejores, peores, pero dio respuestas. Entonces hay como un trasfondo cultural que le da al peronismo no un una responsabilidad política sino una responsabilidad histórica frente a la crisis. Creo que el peronismo hoy puede contribuir a la gobernabilidad sin confundir sus roles, porque eso lo afectaría. Creo que también es necesario que comience a construir una alternativa de poder. Una alternativa de poder que no es lo mismo que una alternativa electoral. Porque la alternativa electoral está como media regalada. Será cuestión de no dividirnos, de no fraccionarnos.

Ha aparecido una revista que se llama "Máscaras", que se ha editado estos días por algunos compañeros y amigos nuestros. Algunos han escrito sobre la reconstrucción del peronismo. Por ejemplo, Mario Bertelotti dice que hay que reconstruir la unidad de concepción del justicialismo que tendrá que vencer al pensamiento único creado en el hemisferio norte y que hoy domina la globalización. Esta es la tarea fundamental. Yo difiero en parte con esta tesis. Me parece que sería muy bueno que tuviéramos más unidad de concepción después de todo lo que ha pasado en la Argentina y de lo que está pasando; pero me parece una visión muy idealista, de un platonismo recalentado. En el mundo, en general, son relaciones de fuerzas, relaciones de poder. Relaciones de poder que tienen ideas; pero las ideas no manejan el mundo. Volver a creer que el mundo se mueve atrás de ideas es una visión limitada, realmente limitada.

Después, otro compañero, el compañero Ghilini, dice que el peronismo puede superar su crisis y ayudar a la situación actual si abandona su postura partidocrática y se vuelve nuevamente movimientista. Ese es el lugar desde el cual debe pensarse el peronismo en forma pluripartidista y frentista. A mí esto me parece bien, pero el problema es cómo pasamos del partido al movimiento. O más, cómo creamos un movimiento abierto. Porque si el movimiento empieza y termina en el peronismo tampoco sirve. La crisis abarca toda la Argentina. Esto me recuerda a Perón diciendo: "Para un argentino no hay nada mejor que otro argentino". Estaba diciendo a los peronistas, que veían venir el poder, señores, esto no es sólo para ustedes, esto es para todos, o lo arreglamos entre todos o no lo arregla nadie. Hoy diría: ¿dónde hay algo de poder? ¿En esta visión de horizontalidad?

Hay pequeñas montañitas de poder. Creo que hay poder en Cavallo porque Cavallo, a pesar de su soledad, tiene más poder fáctico que el peronismo como partido. En parte porque está gobernando la crisis y en parte porque políticamente tiene varios juegos. Es una figura que tiene un plus de poder. Lo que pasa es que está en juego directo en esta coyuntura demoledora. Si el crecimiento no lo acompaña en los próximos meses Cavallo desaparece, como desapareció Machinea. Después creo que hay poder en algunos gobernadores justicialistas. Ya he dicho que es bastante misterioso esto que algunos gobernadores peronistas conserven imagen en una época donde todas las imágenes se achatan. Creo que hay poder en el aparato político de la provincia de Buenos Aires. La provincia de Buenos Aires es el 40% del electorado y lo que gobierna Duhalde es un aparato político de real significación. Creo también que hay poder en algunos integrantes del menemismo que podrían ayudar a consolidar, aunque sea en forma circunstancial, algunas alianzas estratégicas para coyunturas determinadas. Es decir, son como montañitas de poder que es lo que hay hoy. En el futuro, y ya para terminar, digo que lo que más se advierte es la ausencia de un liderazgo, de una fuerza política que proyecte un proyecto nacional que no sea cerrado, que no sea chauvinista, sino que acepte el juego de la globalización y se inserte en el mundo. Me parece importante agregar que las montañitas de poder que vemos pertenecen más a peronistas que al peronismo, de manera que estimo que el tema de la construcción de poder alrededor del peronismo es un tema sobre el que tenemos que pensar y, sobre todo, sobre el que tenemos que actuar.


PASCUAL ALBANESE:

La Argentina atraviesa hoy una profunda crisis de legitimidad que afecta fuertemente su poder político. Estamos en realidad frente a una formidable crisis de confianza, tanto interna como externa. En algunos de sus picos más críticos de las últimas semanas, en aquellos momentos en que la tasa riesgo país llegó a los 1300 puntos, la opinión pública tanto nacional como internacional llegó a plantearse dudas, casi de naturaleza metafísica, acerca de la viabilidad de la Argentina como nación.

Puede decirse que el gobierno de la Alianza tardó exactamente quince meses, en marzo de este año, para llegar al borde de una crisis de gobernabilidad de características distintas pero semejantes a las que atravesó la Argentina en 1989. En esta oportunidad hubo dos diferencias importantes. La primera es que esa crisis que en el 89 llevó a una transferencia anticipada del poder no se produjo con seis meses de anticipación. Ocurrió quince meses después de asumir el gobierno y treinta y tres meses antes del plazo previsto para su entrega. La segunda diferencia, derivada de la anterior, es que no hubo entonces una entrega "de jure" a un mandatario constitucional elegido por el pueblo. Hubo si una cesión de facto del poder, hacia el candidato que diecisiete meses atrás había salido tercero, con el 10% de los votos, en las elecciones de octubre de 1999.

En este corto plazo, que por su inusitada brevedad casi habría que llamar interregno, del gobierno de la Alianza quedó demostrado que la coalición gobernante, que había resultado sumamente exitosa en el terreno de la batalla electoral, era estructuralmente incapaz de gobernar la Argentina. Lo poco que todavía queda en pie de todo aquello tiene las características propias de lo que podría caracterizarse como una suerte de "gobierno provisional", que asume con carácter de emergencia, interino, empeñado en evitar el colapso económico y social, ganar tiempo y lograr así que Fernando De la Rúa culmine su mandato presidencial el 10 de diciembre de 2003.

Demás está decir que este fracaso del ensayo originario de la Alianza no fue nada parecido al resultado triunfante de una oposición política empeñada en conseguirlo. Todo lo contrario: fue lo que puede caracterizarse más bien como una crisis de implosión. Si se me permite la analogía, algo similar a lo que pasó con la Unión Soviética al fin de la Guerra Fría: se disolvió. La comparación puede parecer tirada de los pelos, pero no lo es tanto. Nuestro común amigo Jorge Castro dice que la política mundial es pródiga en fracasos, pero escasa en confesiones. En este caso, es pródiga en fracasos y pródiga en confesiones. Y con la Alianza pasó lo mismo: no hay otra forma de interpretar lo que dijo el ex-vicepresidente Chacho Alvarez, que con su renuncia en octubre del año pasado ya se había adelantado cinco meses a esa cesión de poder de facto.

El Frepaso volvió a demostrar que su habilidad para utilizar electoralmente las expectativas de cambio de la población argentina es inversamente proporcional a su capacidad para satisfacerla. Desde la renuncia de Alvarez, y por casi cinco meses, en octubre del año pasado, la responsabilidad del gobierno quedó en manos casi exclusivamente del radicalismo. Las consecuencias están a la vista y esto culmina con la designación de Domingo Cavallo en marzo de este año.

Lo que está claro es que, luego de la desaparición de la Alianza como forma de gobierno, la Argentina tiene un vacío que es un vacío de gobernabilidad, eso que puede caracterizarse en términos políticos como el ejercicio continuado del poder político democrático, que es aquello que permite tomar medidas drásticas, incluso extremas, en momentos de crisis como los que actualmente vive la Argentina.

Si hubiera que rescatar un solo elemento de lo que ocurrió en la Argentina en la década del 90, mucho más que las reformas económicas y que la reinserción internacional habría que ubicar en primer término a la superación de la crisis de gobernabilidad que agobiaba al país desde septiembre de 1955. Porque, en realidad, el estallido inflacionario de 1989 no fue precisamente un rayo que cayó en una noche estrellada. Fue la consecuencia inevitable de un largo proceso de años de desintegración progresiva del poder político en Argentina.

Desde esta perspectiva, no es difícil definir que la Argentina pasa por un período de crisis de gobernabilidad, cuya raíz radica en la insuficiencia del poder político. Falta un poder político capaz de enfrentar y resolver los desafíos políticos que el país tiene por delante.

Si esta crisis política se limitara a reflejar el agotamiento de la Alianza como opción de poder en la Argentina, sería de muy fácil y rápida resolución. Pero la crisis política incluye también al peronismo, sumido en una amplia horizontalidad política debido a la derrota en las elecciones de 1999, acentuada hoy por la situación judicial de Carlos Menem. Pero la política, como la naturaleza, también aborrece el vacío. Frente a un gobierno agotado, el peronismo aparece, en un horizonte más o menos cercano, como la única alternativa de poder viable en la Argentina de hoy, hasta el punto de que son cada vez menos los que dudan seriamente en el triunfo electoral de octubre de este año y en el triunfo en las elecciones presidenciales del 2003.

De aquí en más, el ritmo de superación de la crisis política argentina estará entonces determinado por la recomposición del peronismo como opción del poder. Esa recomposición no será el simple producto de una lucha democrática entre distintos precandidatos presidenciales. Requiere una reformulación política de fondo, que le permita al peronismo enfrentar y resolver los desafíos del presente argentino.

Una reformulación de este tipo no es entonces una cuestión de marketing electoral. No se trata de elaborar un discurso más o menos atractivo. Se trata de algo más difícil, y más profundo también, que es tener una idea clara de lo que hay que hacer con la Argentina. Porque si hay algo que la sociedad reconoce al peronismo es precisamente su capacidad transformadora. Históricamente, el peronismo no expresa ni expresó nunca el "partido del decir". En la Argentina moderna ese papel fue desempeñado históricamente por el radicalismo y ,últimamente, por el Frepaso. El peronismo expresa y expresó siempre el "partido del hacer". Por eso, aquel recordado axioma de Perón que dice "mejor que decir es hacer y que prometer, realizar" es tal vez el mayor rasgo distintivo que aporta el peronismo a la cultura política argentina.

Esta no es una visión ideológica. Surge inequívocamente de la duda de los hechos. El peronismo fue el protagonista indiscutido de las dos revoluciones de la Argentina moderna. La primera fue una revolución social, liderada por Perón y Eva Perón, desde 1945 a 1955. La segunda fue la transformación económica y la reinserción internacional de Argentina en la década del 90. En ambos casos, sobre todo en el último, aún puede discutirse sobre aciertos, sobre errores, inclusive sobre horrores, pero en ambos casos no puede discutirse que fueron las únicas etapas de cambio estructural que vivió la Argentina en el ultimo medio siglo. Ni tampoco que, salvo contadas y efímeras ocasiones, entre esas dos grandes transformaciones sólo hubo innumeradas crisis de gobernabilidad, crisis políticas y decadencia económica, algo en ese sentido parecido a lo acontece en el país actualmente.

Tanto en 1945 como en 1989, el peronismo pudo enfrentar lo que era en ese momento el principal desafío de la hora. En el 45, el desafío era la cuestión social. En el 89, el desafío impostergable era la reconstrucción de un país desvastado. En las dos oportunidades, el peronismo afrontó los desafíos que tenía por delante. Para conseguirlo, fabricó en cada caso lo que Perón definía como "la montura propia para cabalgar la evolución", esto es, las respuestas adecuadas para la inserción de la Argentina en una época histórica determinada. En 1945, lo hizo en el escenario internacional diseñado en los tratados de Yalta, establecido por las potencias vencedoras de la Segunda Guerra Mundial. A fines de la década del 70, Perón la adaptó a las circunstancias internacionales derivadas de la Guerra de Vietnam, al proceso de descolonización del Tercer Mundo y al avance de la Unión Soviética. En 1989, el peronismo volvió a adecuarse a la nueva configuración mundial signada por el fin de la Guerra Fría, por la desaparición de la Unión Soviética y por el comienzo de la globalización de la economía mundial.

En ninguno de estos casos, esa adecuación a las cambiantes circunstancias históricas hizo que perdiera su identidad. Ni fue fascista en la década del 40, ni fue socialista en la década del 60, ni fue neoliberal en la década del 90. En abril de 1974 Perón señalaba: "No pensamos que las doctrinas sean permanentes, porque lo único permanente es la evolución, y las doctrinas no son sino las monturas por donde abalgamos esa evolución, sin caernos".

Porque en realidad la identidad política del peronismo surge de dos factores fundamentales que, en el fondo, han permanecido inalterables desde su nacimiento hasta hoy. En primer lugar, sus raíces sociales como movimiento popular, cuya presencia política es mayor a medida en que se desciende en la escala social y a la inversa. Por eso, John William Cooke decía que "el peronismo es raíz, no programa". En segundo lugar, su instinto revolucionario, es decir, su permanente vocación transformadora. Por eso, Eva Perón decía: "el peronismo será revolucionario o no será".

Los adversarios políticos del peronismo, aquellos que más encarnizadamente se opusieron a las transformaciones que realizaba, terminaron, más tarde o más temprano, por admitir su carácter irreversible. Fue así que, después de 1955, la justicia social pasó a ser una bandera social enarbolada por todas las banderías políticas. Es así también que, después de quince meses de gobierno, los partidos de la Alianza, tanto el radicalismo como el Frepaso, terminaron por expresar, a través del apoyo que dieron a Cavallo en su nombramiento como Ministro de Economía, un acto de reconocimiento forzoso, no por involuntario menos elocuente, al carácter irreversible de las reformas estructurales realizadas en la Argentina en la década del 90.

En términos de reconocimiento histórico, más vale tarde que nunca. Se trata de una actitud encomiable. Pero, en términos políticos, cabe decir que no sirve llegar tarde a lo que nunca pasa nada. Porque el mundo globalizado no premia la lucidez tardía. Porque, además, así como la Argentina de 1989 demandaba respuestas distintas a la de 1945, la Argentina de hoy, también exige respuestas diferentes a las de 1989. Porque el país ha cambiado y el mundo ha cambiado en estos últimos años. Lo que la Argentina requiere ahora, y aquí reside la enorme responsabilidad política del peronismo, es fabricar otra vez la "montura" propia para cabalgar la evolución en esta nueva época y, de esta manera, responder a los desafíos nuevos que plantea la realidad. Frente a una crisis de poder como la que atraviesa la Argentina de hoy la respuesta es construir poder, el poder suficiente para hacer lo que hay que hacer. Y en las condiciones del mundo económico globalizado, construir poder es una tarea que tiene una doble dimensión simultánea: interna y externa. En un solo y mismo movimiento, la Argentina necesita construir poder hacia afuera y construir poder hacia adentro, para poder hacer lo que hay que hacer. Para afuera, en términos estratégicos, la tarea de construcción de poder que la Argentina tiene por delante al iniciarse el siglo XXI, pasa por convertirse en parte activa, no pasiva, del mundo que viene. En otros términos, el país está obligado a encarar su inserción política y económica como nación, o sea como comunidad de destino, en la construcción del sistema de poder y de la escala de valores de esta nueva sociedad mundial que emerge hoy a escala planetaria, al ritmo acelerado que impone hoy tanto la revolución tecnológica como su consecuencia, la creciente globalización del sistema productivo.

Perón decía que el advenimiento de la fase histórica del universalismo, aquello que estamos viendo hoy, era inexorable, que lo único que había que definir en 1974, nada más y nada menos, era si esa nueva etapa histórica iba a ser dirigida por los imperialismos o consultaría el interés de los pueblos. En el escenario internacional de hoy, esta sociedad mundial que emerge tiene, como cualquier sociedad, un sistema de poder y un sistema de valores que responden a una determinada relación de fuerzas, no a una determinada ideología sino a una relación de fuerzas. Como tal, está fundada en el predominio de los más poderosos. Su eje principal es por eso el liderazgo estadounidense. Puede afirmarse que, así como la primera Revolución Industrial tuvo en su comienzo un signo británico y después se expandió paulatinamente a los Estados Unidos, más tardíamente al resto del mundo, la Revolución Tecnológica, que actúa hoy como impulso de la globalización, tiene un signo evidentemente norteamericano.

En ese sentido, puede decirse que el desafio principal que se plantea es el de la democratización de ese sistema de poder. Y esto sólo es posible en la medida en que vayan surgiendo nuevos protagonistas de la política mundial, que adquieran las condiciones de poder suficientes como para poder intervenir directamente en la formulación de sus reglas de juego. Porque no hay causa, ninguna, por justa que sea, que tenga relevancia en términos políticos sin una estructura de poder capaz de sustentarla. Y como es imposible construir poder al margen de las tendencias fundamentales de una época histórica determinada, esta estructura de poder sólo puede generarse a través de la activa participación de todos los países en el proceso de globalización económica, de revolución tecnológica, de integración política que caracteriza al mundo de hoy. Ese es en realidad el único camino históricamente viable para realizar lo que el Papa Juan Pablo II llama y define como la "globalización de la solidaridad".

Si se me permite el ejemplo, China es un caso paradigmático y altamente revelador de inserción exitosa de un país emergente en un mundo globalizado. Un país milenario, que tiene 1.250 millones de habitantes, dirigidos hace más de medio siglo por el Partido Comunista, crece desde hace 20 años a una tasa promedio cercana al 10% anual acumulativo. Ha más que triplicado en ese lapso el ingreso per capita de su población. Es el segundo país receptor de inversión extranjera directa en todo el mundo, el primero es Estados Unidos, y avanza decididamente hacia convertirse en la segunda potencia política y económica del planeta.

Este necesario protagonismo de las naciones emergentes en la construcción de la sociedad mundial no puede ser un protagonismo solitario. Es, y no puede ser de otra manera, un protagonismo solidario. Demanda permanentemente una cultura de la asociación, regida siempre por la defensa del más legítimo interés nacional.

En el mundo de hoy, que es un mundo de redes, el poder es un fenómeno asociativo. En el caso concreto de la Argentina, esta característica impone en el plano internacional un replanteo de los dos pilares en que se basó la inserción mundial de la Argentina en la década del 90. Esto implica una reformulación de la alianza estratégica con Brasil y un nuevo acuerdo económico con los Estados Unidos. La reformulación trasciende de lejos el intercambio comercial bilateral, incluso la propia integración económica. Exige, en primer lugar, la profundización de la dimensión política del bloque regional. Ello supone, particularmente, la asunción compartida de responsabilidades conjuntas en cuestiones de seguridad en todo el Cono Sur de América, sobre todo en situaciones criticas, como la que se plantea en Colombia. Requiere también el avance hacia una infraestructura común, una iniciativa de extraordinaria envergadura estratégica que ya planteó públicamente el presidente Fernando Henrique Cardoso, potenciada en cuanto a su urgencia por la crisis energética que sufre ahora nuestro socio del MerCoSur.

Pero este replanteo global del bloque regional latinoamericano demanda también una perspectiva bioceánica. Incluye necesariamente a Chile, independientemente, o concordantemente, con sus negociaciones bilaterales con los Estados Unidos. Para la Argentina, la construcción del MerCoSur estuvo siempre indisolublemente unida a la asociación estratégica con Chile. Esa y no otra línea de configuración fue la planteada por Perón a principios de la década del 50. Chile, además, significa hoy también para la Argentina y para Brasil la vía de acceso más directa a los mercados de Asia-Pacifico, que constituyen la región de mayor potencial de desarrollo económico de las próximas décadas. La negociación con Estados Unidos se inscribe en una tendencia en marcha hacia la integración económica de todo el continente americano. Requiere garantizar el libre acceso de los productos argentinos al mayor mercado del mundo, que es precisamente el mercado norteamericano. Estados Unidos solo, sin Canadá y México, representa el 23% del producto bruto mundial. Para comprender esa oportunidad para el incremento de las exportaciones argentinas basta señalar que la capacidad de compra de los países del NAFTA es aproximadamente dieciséis veces mayor que la del conjunto de los países del MerCoSur.

En este contexto, la Argentina puede y debe aprovechar la oportunidad política que brinda el énfasis puesto en la integración americana por la nueva administración republicana de Washington, que se refleja en la aceleración en las negociaciones tendientes a la configuración del ALCA, para plantear un nuevo acuerdo entre nuestros dos países.

No hay que descartar, incluso, que dentro de esta oleada de integración, y en función de esta perspectiva de acuerdos políticos, sea posible plantear, en un lapso históricamente no tan largo, un replanteo integral a la cuestión de la deuda externa argentina. Conviene tener en cuenta en la historia que desde Washington se escuchan algunas voces importantes con alternativas novedosas, enderezadas hacia un rediseño de los organismos financieros internacionales y de su función en el mundo de hoy. Por ejemplo, no está demás recordar que un economista como Alan Meltzer, que es uno de los más influyentes de la administración republicana, acaba de formular públicamente una propuesta mediante la cual el Fondo Monetario Internacional se haría cargo del total de la deuda externa argentina al 60 ó al 70 % de su valor, lo que equivaldría para los acreedores una quita de 30 ó 40 mil millones de dólares.

La integración económica con Estados Unidos no implica en absoluto descartar ni la alianza estratégica con Brasil, por supuesto, ni tampoco la profundización de los vínculos bilaterales con países de la Unión Europea, en particular con Italia y con España, que son las dos naciones del viejo continente que histórica y culturalmente están más cerca de la argentina. España es hoy el segundo país inversor en la Argentina, después de los Estados Unidos. En estos dos casos, las condiciones políticas, tanto con respecto a Italia como con respecto a España, son particularmente propicias, porque tanto el gobierno de Aznar como el gobierno que se insinúa con Berlusconi en Italia tienden a converger, en sus términos más fundamentales, con la política impulsada desde Washington por George Bush.

Esto facilita en realidad desde el punto de vista político, para la Argentina y también para el peronismo, la viabilidad de una política de aproximación simultánea en ambas direcciones. Sin todos estos condicionamientos, esto ya lo había demostrado México, que a través del NAFTA está plenamente incorporado al mercado norteamericano pero que acaba de sellar también un acuerdo comercial con la Unión Europea.

Un país emergente como la Argentina, que consolida con Brasil y Chile un bloque político sudamericano, un país que avanza con la integración económica con los países del NAFTA, principalmente con los Estados Unidos, un país que reanuda relaciones especiales con Italia y con España, un país que articula una activa relación comercial con China y los países del Asia-Pacifico, es un país con inserción internacional lo suficientemente fuerte a nivel mundial como para hacer valer su influencia en el plano internacional. Esto es lo que queremos señalar cuando decimos que hay que construir poder hacia afuera. Pero esa construcción de poder hacia afuera es inseparable, porque sino sería una burbuja, de la construcción de poder hacia adentro. Esto significa cómo recrear las bases de sustentación del sistema político argentino. Desde ese punto de vista, construir poder hacia adentro implica,ante todo, avanzar a lo que en términos de Perón podríamos denominar como la construcción de la comunidad organizada del siglo XXI. Más que una "reforma política", esto requiere una revolución política, basada en la profundización de la democracia restaurada para siempre en la Argentina desde 1983, a través de la puesta en marcha de un vasto proceso de descentralización política que supone una constante transferencia de poder, esto es, de responsabilidades acompañadas en todos los casos de sus correspondientes recursos, desde el Estado nacional hacia las regiones, hacia las provincias, hacia los municipios y, muy especialmente, hacia las propias organizaciones sociales, aquellas que Perón definiera hace muchos años como las organizaciones libres del pueblo.

Vale la pena aquí recordar la reciente homilía pronunciada por el Cardenal Bergoglio en la Catedral metropolitana, cuando señala el rol decisivo del tejido social, de las organizaciones comunitarias, en la superación de la crisis política argentina. Por eso, la descentralización es importante. La justicia social pasa por la distribución de poder. Se trata de colocar siempre lo más cerca de la base el poder de decisión en los asuntos concernientes a cada actor social y a cada comunidad local. Siempre será más fácil la solución cuando el poder de decisión esté más cerca del problema. Por eso es que la reinvención del Estado y el protagonismo de la sociedad civil son, en realidad, los dos ejes fundamentales de la reconstrucción del poder político en la Argentina.

Un país integrado hacia adentro y proyectado hacia afuera, esta articulación entre la construcción de poder hacia adentro y la construcción de poder hacia fuera es la única respuesta posible a la evaporación del poder político y esta crisis de gobernabilidad que afecta hoy a la Argentina y que tenderá a agravarse en los próximos meses.

Conviene dejar siempre de lado las versiones catastróficas. Las crisis son las únicas formas posibles para avanzar en el camino de las transformaciones necesarias. Más que limitarse a tenerlas, resulta preferible entonces munirse de la lucidez necesaria para prevenir su irrupción, comprender su naturaleza, para poder enfrentarlas como desafío y lucharlas como oportunidad. Esta es la responsabilidad política que afrontamos hoy todos los peronistas. Muchas Gracias.
Agenda Estratégica , 05/06/2001

 

 

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