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Senderos que se bifurcan . |
Jorge Raventos analiza la evolución del panorama político argentino . |
- Después reflexioné que todas las cosas le suceden a uno
precisamente, precisamente ahora. Siglos de siglos y sólo en el presente ocurren los hechos..-
Jorge Luis Borges, El jardín de senderos que se bifurcan, 1941
Las discusiones sobre el pasado, próximo o remoto, sólo se llenan de pasión cuando están referidas al presente, cuando encubren, disfrazan o embellecen luchas actuales. La historia, así, no es un almacén de hechos muertos y acabados, sino una materia viva reciclada para alimentar o excusar decisiones que deben adoptarse precisamente ahora.
Un ejemplo: dos meses atrás, cuando se trataba de defender al gobierno de las consecuencias que la devaluación produjo sobre el salario de los trabajadores y los ingresos de los jubilados, el jefe de gabinete, Alberto Fernández, reivindicaba un pasado en el que el kirchnerismo había criticado la drástica medida dictada por Eduardo Duhalde y Jorge Remes Lenicov. Hoy, cuando el dólar amenaza caer algunos escalones de su larga equivalencia de 3 pesos, el Presidente reencarna en la práctica a su antecesor y reclama que el dólar se mantenga alto (o, lo que es lo mismo, que los pesos que cobran los argentinos sigan bajos), aún a riesgo de que la emisión que se requiere para sostener ese objetivo suponga incrementar riesgos inflacionarios.
Las pujas interpretativas sobre la década del 70 también están tejidas con hilos de la actualidad. El gobierno se constituyó con una magra fuerza electoral (salió segundo en abril de 2003 con 22 por ciento de los votos, mayormente prestados por el aparato justicialista bonaerense, y con una performance marcadamente débil en la Argentina interior, particularmente en las provincias mayores: Córdoba, Santa Fé, Mendoza, donde apenas obtuvo un cuarto, un quinto o un tercer puesto). Ante esa situación, el Presidente descartó la vía de asociarse al conjunto del justicialismo y eligió buscar respaldo en la opinión pública de las clases medias urbanas. Desconfiado del peronismo que le había dado la espalda (y suspicaz frente al que lo había votado a instancias de Eduardo Duhalde) Kirchner se lanzó a construir una fuerza propia (“transversal”) ajena (y en general hostil) al justicialismo, conformada centralmente por los sectores que se autodenominan “progresistas”, algunos provenientes de la izquierda y otros de algún paso temporario por el PJ en la década del 70. Es en función de esta construcción política que hay que entender el énfasis en la agitación de los derechos humanos tal como la practica el gobierno, con sus incoherencias y sus inconsistencias. Se trata, en rigor, de un poxipol político para cementar (“precisamente ahora”) la alianza con ese sedicente progresismo nativo amante de Fidel Castro y renuente al peronismo, de allí que de la reivindicación se excluya a los perseguidos cubanos o que la mera mención del asesinato de José Rucci, producida en el tan cercano y ya remoto congreso del PJ por el gobernador cordobés José Manuel De la Sota, sea demonizada. La memoria es selectiva y son las pujas de poder del presente las que guían la selección.
Pero si los senderos del gobierno y el peronismo ya habían comenzado a bifurcarse cuando el presidente privilegió la transversalidad, lo que comienza a manifestarse en las dos últimas semanas es el riesgo de bifurcación entre la “fuerza propia” que procura el oficialismo (la liga de los “progresistas”) y la base de maniobras en la que hasta ahora parecía moverse como pez en el agua: la opinión pública. En primer lugar, porque ésta, sacudida por la inseguridad ciudadana y movilizada tras la iniciativa de Juan Carlos Blumberg, está ganando autonomía y reclamando del poder efectividades conducentes, con un programa abierta u oblicuamente rechazado por los aliados de izquierda del gobierno (y, con cautelosa discreción, por el propio gobierno). En segundo término –pero no con menor énfasis- porque la opinión pública no comparte la mirada unilateral y confrontativa del oficialismo sobre los derechos humanos. Es que se trata de una mirada que indefectiblemente culmina –después de culpabilizar a militares, políticos y fuerzas de seguridad como “el único demonio”- en la culpabilización de todos los que no apoyaron, defendieron o se allanaron a la guerrilla y el terrorismo de los años 70. No se trata de intuir o adivinar ese final: la señora Hebe de Bonafini, a quien no se le puede negar su sincera frontalidad, lo plantea ya mismo. Es desde ese punto de vista que ella –con más franqueza que otros- golpeó contra la manifestación suscitada por el señor Blumberg y contra el petitorio que le dio continuidad a ese reclamo, ya suscripto por muchos cientos de miles de ciudadanos: no tienen derecho a hablar (o son instrumentos de la derecha o lisa y llanamente fascistas) los que callaron 30 años atrás, vino a decir la señora.
En fin, en la bifurcación que se insinúa entre la opinión pública y el curso central del gobierno hay que pintar, como telón de fondo, las dificultades que castigan a la masa de la clase media, más allá de la inseguridad: aumentos en los productos que consumen o solían consumir (arrastrados por la demanda de los sectores de más altos ingresos, que es el que está en aumento), presión impositiva, empeoramiento (y encarecimiento) de los servicios.
Este es, si se quiere, la atmósfera que describió el presidente de la Conferencia Episcopal, monseñor Eduardo Mirás: - Las Pascuas en la Argentina este año se viven en un clima de resurrección de la sociedad (…) un resurgir de la sociedad que se pone de pie y que deja bien en claro que quiere otra cosa - .
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Jorge Raventos , 11/04/2004 |
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