Con un título particularmente acertado en función de lo ocurrido en torno al Congreso Nacional del Partido Justicialista, Jorge Raventos analiza la evolución de la situación política argentina. |
- Los barcos livianos navegan rápido,
pero los cascos mayores calan más hondo - .
William Shakespeare, Troilo y Cresida, Acto II, Escena II
Una fatal tendencia a la trivialización indujo a buena parte del periodismo a transformar los conflictos que se manifestaron en el congreso justicialista del viernes 26 en una colorida “pelea de mujeres”, a interpretar que “los poderosos del peronismo movieron sus damas” o a explicar los hechos en términos de “la astucia de Duhalde” o “la terquedad de Kirchner”. Hasta algunos días antes, argumentaciones no menos banales sostenían que no habría conflictos porque “Duhalde y Kirchner están de acuerdo en anestesiarlos, son socios y se necesitan mutuamente”: la física de la política era reemplazada por, digamos, una psicología de las intenciones o del carácter de los actores.
En los once meses transcurridos desde los comicios del 23 de abril de 2003 –cuando salió segundo, con el 22 por ciento de los votos, la mayor parte de ellos aportados por el aparato del PJ bonaerense-, Néstor Kirchner desplegó una política destinada a independizarse del peronismo y a apoyarse en la a menudo volátil opinión pública y en una fuerza militante “transversal”, constituida por un agregado de corrientes políticas del sedicente progresismo. Los ejes discursivos de esa política se asentaron en la reivindicación de los derechos humanos (tal como estos son definidos por “los organismos”, desde el CELS a la fracción de Madres de Plaza de Mayo que lidera Hebe de Bonafini) y en una verbalización confrontativa con las entidades financieras internacionales, las empresas privatizadas, los acreedores de la deuda pública y un amplio etcétera abarcado por la sospecha de haber sido “socio, beneficiario o cómplice” de la demonizada década del 90. Obviamente, en mayor o menor medida, todo el justicialismo - salvo que reciba la absolución total o parcial de la Casa Rosada-
cae bajo esa mirada suspicaz por la sencilla razón de que fue el peronismo el que gobernó la Argentina durante esos años.
Podría decirse que la cosmovisión que predomina alrededor del Presidente implica que, con su asunción el 25 de mayo de 2003, se debe cerrar definitivamente un largo paréntesis de treinta años de pecados, desvíos, crímenes y malos pasos abierto con la renuncia de Héctor Cámpora y con la elección de Juan Perón el 23 de septiembre de 1973, que ahora debe ser purgado para que la historia continúe donde nunca debió haber cambiado su rumbo. En ese sentido, el hecho de que los nombres de Juan y Eva Perón nunca sean evocados en los discursos presidenciales, que Kirchner haya eludido todo compromiso con el PJ o que la primera dama impugne al peronismo (tanto en su arenga del viernes como en sus dichos en voz baja, registrados por un micrófono indiscretamente abierto esa tarde) no son datos sin significación. La idea de que es posible borrar treinta años e imponer una mirada única sobre ellos (el Presidente reclamó el martes último a los gobernadores que se quejaron de haber sufrido discriminación en el acto de ESMA “empiecen a pensar lo que siempre debieron haber pensado”) puede parecer un arresto de ingenuidad, pero convertida en actos permanentes es una muestra de coherente voluntad de imposición.
Si bien se mira, hay un idéntico hilo conductor – el deseo de reescribir tres décadas de historia- en gestos de índole diversa del Presidente: desde el descolgado de cuadros hasta el silencio sobre Perón, la amnesia sobre capítulos del gobierno de Alfonsín o la vituperación sobre los diez años de gobierno justicialista que él mismo compartió como jefe del gobierno de Santa Cruz.
Hasta ahora, con un peronismo mayoritario pero semiparalizado y resignado a acompañarlo pese al maltrato, Kirchner, conciente de que su debilidad de origen sólo puede ser compensada por la seducción constante a la opinión pública, avanzó velozmente, quizás convencido de la agudeza de la frase que Shakespeare puso en boca de Agamenón: “un enano que se mueve vale más que un gigante dormido”.
Pero el viernes 26 el gigante pareció desperezarse y ese gesto alcanzó para recordar su existencia. No es importante verificar si las frases vertidas por Chiche Duhalde responden a una instrucción (o consultan el espíritu) de su esposo. La ovación que ella recibió cuando enfrentó a la primera dama (equivalente a los abucheos que ésta debió soportar) son el verdadero dato significativo, porque señalan –aún proviniendo de un congreso que se hizo con la intención original de servir a Kirchner y de mantener clausurado el expediente democrático de las elecciones internas- que el peronismo no está dispuesto a regalar su condición de movimiento mayoritario y las responsabilidades que emergen de esa circunstancia. Por la importancia y el número de las provincias que gobierna y por la cuota de representación legislativa que ostenta, es evidente que no se puede gobernar la Argentina sin tomar en cuenta al justicialismo.
Ausente Eduardo Duhalde del cónclave del viernes 26, fue el gobernador de Córdoba, José Manuel de la Sota, el que pareció encarnar el discurso central del gigante que despierta. No fue una intervención destinada a romper lanzas con la Casa Rosada, sino más bien, a advertirle a la sede del Poder Ejecutivo que no sería razonable que desde allí se avanzara en una confrontación con el justicialismo. Fue, asimismo, el inicio de una reivindicación de la memoria propia de los peronistas, subrayada con el recuerdo del asesinato de José Rucci a manos del terrorismo apenas unas horas después del triunfo electoral del General Perón en 1973.
En momentos en que debe afrontar aumentos explícitos (cigarrillos, taxis porteños, tarifas), encarar el racionamiento energético, lidiar con los litigios que derivarán del incumplimiento de contratos internacionales de exportación de energía a países limítrofes y encarar la fase culminante de la negociación con los acreedores de la deuda pública, el gobierno deberá reflexionar seriamente sobre las tormentas que ha desatado en el peronismo. Aunque, claro, los conflictos se rigen por una objetividad que la razón pura no controla.
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Jorge Raventos , 28/03/2004 |
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