Opinión pública y terror

 


Jorge Raventos examina un tema político de candente actualidad mundial a partir de las obvias vinculaciones detectadas entre el atentado terrorista de Madrid, los cambios en la opinión pública y el resultado de las elecciones en España.
Los brutales atentados simultáneos ocurridos en Madrid diez días atrás y sus efectos sobre los comicios españoles del domingo último no dejan de suscitar reflexiones de políticos y pensadores de todo el mundo. La mayoría se pregunta hasta qué punto el terror es capaz de condicionar las reacciones de la opinión pública y de determinar movimientos y reacciones que afecten la lógica de los sistemas políticos.

El caso español, dramáticamente, presenta un ejemplo ilustrativo. Hasta un minuto antes de los estallidos criminales en tres trenes de cercanías atestados de pasajeros, todos los datos demoscópicos indicaban que el Partido Popular conducido por José María Aznar conseguiría el triunfo electoral y convertiría a Mariano Rajoy en nuevo presidente del gobierno. La primera consecuencia política del atentado fue transformar radicalmente ese escenario y volcar las urnas en beneficio del Partido Socialista Obrero Español y de su candidato, José Luis Rodríguez Zapatero.

Este no dejó dudas sobre su propia interpretación del fenómeno de opinión pública, pues apenas conocida su victoria anunció que retiraría de Irak las tropas españolas que cooperaron en la coalición que terminó con el régimen de Saddam Hussein. Evidentemente, el futuro jefe de gobierno de España intentaba así satisfacer el reflejo defensivo de la opinión pública de su país que culpaba a Aznar de haber provocado los atentados por su participación en la alianza antiterrorista que encabeza Estados Unidos.

Por cierto, está por verse aún si Rodríguez Zapatero retirará efectivamente las tropas españolas: ha postergado esa decisión hasta junio y los observadores recuerdan el antecedente de otro socialista, Felipe González, que llegó al gobierno cuestionando cualquier relación estrecha con la Organización del Tratado del Atlántico Norte y poco tiempo después fue el encargado de introducir a España en la OTAN, medida que sin duda amplió decisivamente las perespectivas estratégicas y el protagonismo mundial de su país.

Pero más allá de lo que en definitiva haga Rodríguez Zapatero, su primera acción reside en sus promesas y estas no carecen de significado: suenan, en primera instancia, como una retirada destinada a comprar inmunidad frente a la posibilidad de nuevos ataques del terrorismo en suelo español. "Esta lógica aislacionista, que considera que puede comprarse la invulnerabilidad quedándose callado, no sólo trae vergüenza sobre las víctimas –editorializó el prestigioso diario alemán Frankfurter Allgemeine- . Tampoco advierte que la ira ciega del terror (…) puede alcanzar a todo Occidente y no puede ablandarse con una política de conciliación." La crítica del matutino no aludía sólo a la promesa formulada por Zapatero, sino a los reflejos aislacionistas de la opinión pública española y europea.

El democristiano alemán Friedbert Pflüger advirtió: "Abandonar unilateralmente Irak sería una señal terrible. El mensaje a Bin Ladden sería que las bombas y los asesinatos dan resultado. Irse de Irak ahora, donde hay un intento de construir la paz, donde no hay guerra, es muy ingenuo, y es apaciguamiento en su peor versión."

Desde Francia, el filósofo André Glucksmann discurrió con una óptica similar: "En tres días –dijo–, los asesinos hicieron dar vuelta la opinión pública. ¿Cómo pueden no llegar a la conclusión de que el terrorismo es más fuerte que la democracia? Si los socialistas mantienen su promesa de retirarse de Irak, estarán fortaleciendo la convicción más profunda de los terroristas: que el crimen da resultado y cuanto mayor el horror, más efectivo es. Temerosa de castigar al verdadero responsable, España apuntó en cambio a la responsabilidad virtual y Aznar reemplazó a Bin Ladden."

El ensayista estadounidense Edward Luttwack, un crítico de la guerra contra Irak, también censuró lo ocurrido: “Hay que decirlo. Los votantes españoles han permitido a una pequeña banda de terroristas dictar el desenlace de sus elecciones nacionales. Es una decadencia vergonzosa y muy sorprendente: este no es el modo en que las democracias reaccionan cuando son atacadas por fanáticos”. Y agregó Luttwack: “Incluso aquellos que vemos la guerra con Irak como un error estratégico de Estados Unidos, no podemos tomarnos en serio a los Zapatero de Europa, que parecen empecinados en confirmar las caricaturas más burdas de la decadencia más cobarde de la Vieja Europa”.

En la misma línea, hasta el rival electoral de George W. Bush, el demócrata John Kerry, exhortó a Rodríguez Zapatero a no retirar sus tropas de Irak. Obviamente, el presidente de los Estados Unidos hizo lo propio con palabras más fuertes: “En momentos en que España está enterrando a sus muertos no puede haber una paz por separado con el enemigo terrorista. Cualquier signo de debilidad o una retirada sólo justifica la violencia del terrorismo”. El secretario de Estado Colin Powell, un hombre al que el periodismo insiste en pintar como representativo de “las palomas” (línea blanda) de Washington, disparó desde Bagdad: “Es el momento de duplicar nuestros esfuerzos, no es el momento de escapar y esconderse”.

Los hechos españoles probablemente reflejan la dificultad de la opinión pública para comprender la naturaleza de la amenaza global que implica el terrorismo y las características de la guerra que éste impone a la sociedad mundial. Naturalmente, los pueblos prefieren la paz antes que la guerra, pero la pregunta a hacerse, ante la agresión de las redes globales del terror es si puede alcanzarse la paz sin derrotar previamente a esa amenaza que crece.
Jorge Raventos , 20/03/2004

 

 

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