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El peronismo como opción de poder. |
Jorge Bolívar, Jorge Raventos, Pascual Albanese y Jorge Castro revisan las opciones del peronismo a la luz de los resultados de las recientes elecciones en la Mesa de Análisis de Segundo Centenario, el 6 de noviembre de 2001. |
Jorge Bolívar:
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Para comenzar, quisiera hacer una aclaración sobre el símbolo poder. El poder, como el ser, es un pilar ontológico. O para decirlo más fácil, es una categoría fundamental del pensamiento occidental y humano. Y en esa dimensión es enigmático e inabarcable, referido más bien a una situación móvil, a una carta estratégica muy compleja de fuerzas, a una sociedad abierta más que a una autoridad cerrada. Pero en general, en una reducción que se acepta en política cuando se habla de poder, más que de voluntad de poder se piensa en voluntad de dominio. Se piensa en dominio, en voluntad de control, en voluntad de conducción de una situación determinada. En voluntad de iniciativa. Es en este segundo sentido más específico y determinado que me voy a referir al peronismo como opción de poder.
En ese sentido, en el sentido político, el problema que nos acucia hoy, es justamente el del dominio, el papel del control de una situación dada. Por eso es que el problema político tiene en la Argentina una dimensión enorme. Porque el problema fundamental de la Argentina en términos políticos es la gobernabilidad. No tanto la crisis económica. Esta existe, pero para ella hay remedios técnicos. Lo que no se ha conseguido son fuerzas políticas dispuestas a asumir, a cargar en forma plena e indisimulada con esos remedios. Este es un problema político más que económico. Remedios que incluyen, en un país que está hace más de cuatro años en recesión, ajustes fiscales insoslayables.
Y en cuanto al discurso cotidiano, sobre todo el que escuchamos en los medios, a través inclusive de los propios políticos, existe lo que llamamos un progresismo generalizado. El progresismo en la Argentina, en realidad, ha adoptado la figura de oponerse a todo ajuste, de creer que la solución económica de la Argentina es un problema relativamente fácil si uno tiene decisión de enfrentar a los "poderosos". De manera que este discurso y esta actitud política de enfrentar una situación económica tan compleja como la argentina que, repito, tiene soluciones técnicas, lo que pasa es que hay que asumirlas políticamente, y eso es lo que no ocurre.
Esto de que no se asuma la problemática argentina ha llevado a que la Argentina, cada vez más, pierda la credibilidad. No existe credibilidad acerca de que la Argentina supere sus problemas estructurales, y empieza después ya a haber una creencia que la Argentina no "existe" como país. De manera que gobernabilidad y credibilidad me parecen hoy como las dos caras de una misma moneda, en este escenario es donde se plantea la cuestión fundamental del peronismo como opción de poder.
Cuando decimos esto estamos marcando que el peronismo no ha sido hasta ahora una opción de poder, aunque muchas cosas en la actualidad son gobernadas en su nombre. Ya en la actualidad el peronismo tenía el Senado, tenía los gobernadores de las principales provincias, una dosis importante de diputados que jugaban en el juego global. Sin embargo, nosotros en estos últimos meses no hablábamos todavía de opción de poder, por que parece que el peronismo es una opción de poder más allá de las decisiones de sus dirigentes. Es decir, la situación se ha planteado de semejante manera que el peronismo se ha convertido en una opción de poder ineludible.
Los mismos dirigentes peronistas no pueden eludir esta cuestión. Hasta ahora habían manejado la cosa como una oposición constructiva, para decirlo de alguna manera, pero no se habían planteado como opción de poder. Hoy me parece que esto ya es muy difícil. Y esto ocurre justo con las elecciones, en un momento en que la conducción política de un gobierno tan ineficaz hasta ahora como ha sido el de De la Rúa, plantea una iniciativa importante a partir de las últimas medidas cuyo centro es la renegociación voluntaria de la deuda. De manera que, el tandem Cavallo-De la Rúa asume la iniciativa política en un marco de acentuada soledad y debilidad política: Parlamento en contra, gobernadores críticos, y digamos dificultades, abandono prácticamente de casi todos los legisladores que apoyaban al delarruismo en la etapa anterior. De manera que la situación es de gran debilidad política pero la iniciativa estratégica, por que así podemos llamarla, del tandem Cavallo-De la Rúa es una iniciativa estratégica importante, significativa para la Argentina. Lo que pasa es que aparte de las medidas anunciadas, que yo diría, es como la parte simpática del anuncio, falta un capítulo esencial que es la aprobación de un presupuesto 2002 que contemple la exigencia del "déficit cero" o de algo parecido.
La tarea hoy más difícil a favor de una gobernabilidad posible es el presupuesto 2002, no es tanto la renegociación de la deuda, siendo ésta muy compleja. Pero, además, me parece que es muy difícil que haya renegociación de la deuda sobre todo en el sector externo si no hay gobernabilidad y ajuste en el presupuesto 2002.
De manera que para sintetizar diría que el peronismo es una opción de poder de por sí y a esta opción de poder se le presentan, a mi modo de ver, tres caminos. Uno es voltear o reemplazar al eje Cavallo-De la Rúa en el manejo de la iniciativa y del control político intentando una nueva gobernabilidad-confianza. El segundo camino es cogestionar la iniciativa Cavallo-De la Rúa en una suerte de gobierno de coalición peronista radical delarruista. La ingeniería de esta cogestión es muy variada: podría pasar desde un acuerdo concreto sobre políticas de Estado definidas, hasta un Primer Ministro peronista. El tercer camino es el más parecido al que el peronismo tuvo en los últimos dos años: adoptar un papel crítico general de la iniciativa gubernamental pero sin oponerse realmente. Ayer lo escuchaba a Eduardo Menem hablar de que él no desearía ser gobierno. Me parece que eso destruiría lo que para él es más importante que es la imagen que existe o la diferencia que existiría entre el gobierno y oposición. De manera que lo que él veía como más probable e interesante era la aceptación, el apoyo de las medidas positivas y la crítica a las medidas negativas.
Yo voy a decir de los tres caminos el que a mí me parece mejor.
El primero me parece muy riesgoso porque por muy rápido que sea el tránsito entre De la Rúa y alguien que lo reemplace, un mes, dos meses, creo que la situación actual se haría de tal nivel crítico que prácticamente los bancos quedarían vaciados. Es decir, no se si caerían los bancos, pero quedarían vacíos. Después, el tercer camino también me parece débil en el sentido de que no termina de cerrar el problema del déficit mayor que es el problema de la gobernabilidad y el problema de la credibilidad. Porque siempre está ese peronismo acechando. Hoy hubo una reunión del Presidente de la bancada justicialista, el Diputado Roggero, con De la Rúa, y por esa razón no sesionó la Cámara que iba a tratar de quitar los poderes especiales al gobierno. Siempre va a haber una sensación de que la Cámara de Senadores o la Cámara de Diputados, en cualquier momento o por cualquier cortocircuito, patea el tablero y deja el gobierno sin sustentabilidad. El camino más jugado es probablemente el segundo camino, donde hay más que perder, pero es el camino más argentino. Yo diría, es el camino más peronista, que tiene que ver más con la idea de la unión nacional.
Recuerdo cuando Perón vuelve en el 73 y le preguntaban: Bueno, ganamos por votos en el 74, no necesitamos la ayuda de los radicales ni necesitamos la ayuda de los liberales, apenas si necesitamos de la ayuda de los aliados específicos del peronismo. Él siempre estaba buscando apoyos, porque la idea es que un país como la Argentina necesitaba una unión nacional más fuerte. Y a una pregunta me acuerdo que le dijeron: "Bueno, usted general, prácticamente ha desarrollado en su vida todas las cosas que quiso". "Todas menos una - dijo él -, lo que es una ironía. Yo la cosa que quise hacer de entrada fue la unión nacional". Y el día que estaba diciendo eso fue el día que habían matado a Rucci. Decía: "Tengo un destino que cuando logro una unidad nacional en un sentido, se me desarma en el otro".
De manera que éste camino es el más riesgoso pero el más peronista. Porque es la iniciativa que posibilita mayor gobernabilidad y confianza y además me parece que está en la línea de lo que el pueblo quiere. Y con esto voy a terminar. Los argentinos han votado. Las elecciones a mi juicio tuvieron tres elementos fundamentales. Uno fue la presencia de un voto crítico, de un "voto bronca" muy grande que inclusive ganó en la Capital y en algunas provincias como la de Santa Fe. Después el peronismo fue de todos los partidos el que menos votos perdió y es que se reveló como aquella fuerza que la gente sigue viendo como la mayor expresión de gobernabilidad que hay en la Argentina. Tercero, creo que el progresismo, ese progresismo que protesta contra los ajustes y contra las situaciones de reordenamiento fiscal de la Argentina sacó pocos votos. Si contabilizamos los votos de Moreau, de Carrió, de Terragno, realmente, son pocos votos. Quiere decir que más allá de las encuestas que le preguntan a la gente: "¿Usted está a favor del modelo o en contra del modelo? ¿Usted está a favor de los ajustes o en contra de los ajustes? ¿Usted está en contra del gasto político o a favor del gasto político?".
Todas esas encuestas, que para mí no tienen mucho sentido, lo que el pueblo argentino quiere es la unidad nacional de los dirigentes alrededor de un programa que afronte los problemas económicos del ahora. Cuyo problema esencial no es, en principio, la salida o el crecimiento vertiginoso sino es parar la caída. Primero tenemos que parar la caída, como en los ciclos de Leontiev. Primero hay que parar la caída y después que uno para la caída puede empezar a ver como puede hacer para subir. La gente tiene el convencimiento muy claro de que la Argentina está cayendo, que está cada vez peor, y está con una preocupación insostenible. Entonces, lo que le demanda a la clase política en cuanto a opción de poder es: Eviten que la Argentina se siga autodestruyendo, primero, y después, crezcamos, recuperemos lo que alguna vez tuvimos. Entonces, en ese sentido, vuelvo a decir, me parece que de todos los caminos que tiene el peronismo como opción de poder quizás el más riesgoso y el menos lustroso es el que a mí me parece el más peronista.
Jorge Raventos:
Retomando un poco esta última parte que planteaba Jorge, voy a interpretar las elecciones del 99 y las del 2001 como dos intentos del electorado por generar las condiciones de una unión nacional. En diciembre de 1999 la sociedad argentina dibujó con su voto un paisaje político intrincado. Eligió un presidente radical, sostenido por una alianza heterogénea, para que gobernara un país en la mayoría de cuyas provincias, también con el sufragio, impuso gobernadores peronistas.
Aunque quizás sea forzado reducir a un único mensaje el resultado de aquellos comicios, es plausible interpretar que incluía el reclamo de la ciudadanía de que el Ejecutivo nacional y el peronismo, que controlaba el Senado y la mayor parte de las provincias, encontraran las vías de colaborar para ir más allá del punto al que la Argentina había arribado con las transformaciones de los años 90.
La Alianza no leyó así aquellos resultados. Los partidos que la constituían empujaron en el sentido de abandonar aquel rumbo (al que quisieron demonizar bautizándolo despectivamente como "herencia recibida") y hasta obstaculizaron al Presidente cuando éste, así fuera morosamente, era empujado por la realidad a coincidir con algunos tramos de aquella herencia o a buscar la colaboración con las provincias justicialistas. En los hechos, durante los dos primeros años de esta administración, el peronismo contribuyó más que la Alianza a sostener la gobernabilidad del país.
Los recientes comicios de octubre - aunque éste no haya sido su único mensaje - parecieron una reafirmación ampliada del enviado en 1999. La sociedad incrementó la representación provincial del peronismo (que alcanzó el triunfo en tres provincias gobernadas por el aliancismo: Mendoza, San Juan y Entre Ríos), liquidó con su voto a la Alianza y le entregó una limosna de votos a figuras como Rodolfo Terragno, Raúl Alfonsín o Leopoldo Moreau, limpiando así lo que parecían obstáculos para un encuentro constructivo entre fragmentos de poder real: la legitimidad del Ejecutivo Nacional y la fuerza interior representada por el PJ. El voto ciudadano derrotó (hizo desaparecer) al Frepaso, le dio muy escasa representación a los sectores llamados progresistas y, en la provincia de Buenos Aires y en la Capital Federal, le dio al radicalismo más opositor registros comparables con los catastróficos que en su momento consiguió Masaccessi o al magro veintipico por ciento con que en 1963 llegó a la presidencia Arturo Íllia. Es como si el electorado hubiera dicho: "Bueno, estaba este obstáculo y lo sacamos; ahora entiéndanse con el peronismo".
Al minimizarse la carga de los políticos de la Alianza que obstruían al Ejecutivo, el voto ciudadano otorgó al Presidente unos cuantos grados de libertad para gobernar, si bien que los adquiera no necesariamente quiere decir que los use. Depende de él. Depende también del peronismo, que surge como el gran vencedor de los comicios. La fuerza provincial del justicialismo por el momento se ha concentrado en la defensa de los intereses de cada distrito, particularmente en la reivindicación de los recursos de la coparticipación federal retenidos por el Estado Nacional. Pero la densidad de la crisis y la responsabilidad nacional que el electorado ha depositado sobre las espaldas del peronismo le exige a éste la elaboración de una propuesta que vaya más allá de una suma de visiones distritales. Este peronismo recibe un mandato de unidad desde afuera, desde la ciudadanía, pero todavía no ha generado un mandato de unidad desde adentro, porque hoy se presenta más que nada como una federación de fuerzas provinciales, de liderazgos provinciales peronistas que todavía no llegan a consolidar una posición nacional frente a una crisis de la profundidad que tiene la actual.
Porque esta crisis es el gran protagonista de la política nacional hoy. Y esto aparece aún como una asignatura pendiente en un PJ que debe atravesar el proceso del debate interno y la legitimación de un liderazgo interno.
La crisis tiene fundamentos políticos y económicos. El principal fundamento político reside en la necesidad que la Argentina tiene de reconstruir su poder como país, de ubicarse en el mundo y establecerse en un sistema de alianzas que fortalezca ese poder nacional. En cuanto al fundamento económico, su aspecto básico es la crisis de la deuda, que antes del episodio de las Torres Gemelas parecía estar orientándose, a partir de las posiciones que pasaron a ser posiciones dominantes en los Estados Unidos, las de los economistas republicanos Calomiris, Meltzer y Lerrick y las del secretario del Tesoro O'Neill. Ellos planteaban sintéticamente, por un lado, una crítica a los modelos tradicionales de salvataje del Fondo Monetario Internacional que tendían a salvar fundamentalmente a los acreedores que habían cobrado altas tasas de riesgo y no tenían riesgo porque el Fondo Monetario Internacional les servía de red. Y como manera de solucionar casos como el de Argentina, que pasó a ser un caso piloto, proponían, en lugar de un salvataje, la declaración argentina de default, de cesación de pago, de modo que, tras esa "cesación de pago sin perturbaciones", como ellos la bautizaron, el Fondo Monetario pueda comprar la deuda en el piso y establecer una quita al país deudor, en este caso la Argentina.
Un procedimiento como el sugerido por los economistas republicanos supone, como precio para la reducción de la carga de la deuda, la declaración de quiebra por parte del país. Un precio alto, que quizás llegue a ser inevitable.
La tarea que se ha propuesto Domingo Cavallo, al borde del precipicio y apoyándose en el débil poder del país y el debilísimo de este gobierno, reside en conseguir los resultados sugeridos por aquellos economistas evitando la declaración unilateral de suspensión de pagos. En los hechos, los niveles de riesgo-país alcanzados por Argentina juegan hoy, si bien se mira, en respaldo de la posición del ministro: demuestran acabadamente que los bonos de la deuda argentina son papeles vaciados de valor, carecen de mercado, nadie quiere comprarlos pese a su derrumbe.
También es funcional a ese planteo el hecho de que ni el FMI ni el Banco Mundial ni, por cierto, el Tesoro norteamericano hayan ofrecido hasta el momento otra cosa que señales verbales de alegría por la propuesta argentina, y se hayan abstenido completamente de sugerir siquiera que el país vaya a recibir fondos de ayuda. Si tal perspectiva existe en el futuro - y por cierto Cavallo imagina que sí -, un anuncio prematuro no haría otra cosa que fortalecer la posición negociadora de los acreedores. Y este experimento sólo puede funcionar - si funciona - merced a la presión oscura de la realidad. Sólo la percepción de que el canje de papeles que propone Cavallo implica cambiar valores nominales altos (pero inseguros e irrealizables) por otros de rendimiento menor pero bien garantizados puede convencer a los acreedores de resignarse a la renegociación.
Para convencer a los acreedores del exterior habrá que obtener, en su momento, una garantía internacional sólida (la del FMI o la del propio Tesoro estadounidense, quizás).
Pero antes de llegar a esa etapa culminante de la pruebita de Cavallo, es preciso que los acreedores locales adhieran al canje. El gobierno les ofrece, en primera instancia, la garantía de la afectación directa de los recursos que provienen del impuesto al cheque. Y les deja abierta la posibilidad (a quienes adhieran a este tramo) de volver a canjear los títulos en el futuro por aquellos que se emitan cuando exista (o, si se quiere, si existe) la más confiable garantía internacional. La oferta entraña una fuerte presión sobre los bancos locales y las AFJP, que se revuelven de inquietud ante ese "ofrecimiento que no podrán rechazar", para decirlo en las ya clásicas palabras de Vito Corleone.
La clave del operativo, sin embargo, reside en la política. Los últimos comicios pusieron en el peronismo el peso de la gobernabilidad de la Argentina. Y el peronismo es básicamente, hoy, un sistema de gobernadores que en principio observan la realidad desde la perspectiva de sus respectivos distritos y que saben que el poder se les viene encima en fecha más o menos fija. En nombre de la defensa de las finanzas provincianas, los gobernadores no están reclamando la autonomía fiscal (es decir, la recuperación de un sistema impositivo en el que cada distrito maneje su política impositiva y recaude), sino que la Nación cumpla con acuerdos firmados en tiempos en que Machinea era gobierno. Como arma de presión exhiben la posibilidad de que el Congreso le retire a la caja nacional su monopolio sobre el impuesto al cheque y, así, pierda el instrumento con el que quiere garantizar el canje a los acreedores locales. Sin resolver ese intríngulis, Cavallo no puede avanzar en su equilibrio sobre el vacío.
No será ese el último desafío a resolver para exhibir gobernabilidad. Está por delante (y muy cerca) la discusión del presupuesto del año próximo. Que deberá mostrar, sin dibujos contables excesivos, con qué recortes Argentina garantizará el cumplimiento del déficit cero.
Las condiciones que la realidad impone para alcanzar la reestructuración de la deuda incluyen otros aspectos, igualmente ligados a la política: el secretario del Tesoro aspira a que se garantice una sustentabilidad económica al país, por ejemplo. Y, en ese sentido, desde los Estados Unidos se abre para la Argentina la posibilidad de una apertura del mercado norteamericano a través de un acuerdo de libre comercio, directo o a través del sistema "cuatro más uno" con los otros países del MerCoSur.
Esto exige decisiones políticas. No menos que otro hecho: estamos parados sobre una guerra global contra el terrorismo, encabezada por la potencia de la que esperamos una ayuda importante. ¿Qué grado de compromiso asumiremos ante esa guerra? Esto también reclama decisión política. La exige del gobierno, pero también del peronismo. Lo que vuelve a plantear la responsabilidad que el peronismo, su sistema de gobernadores, tiene ahora entre sus manos.
Yo no sé si la forma de resolver ese sistema de gobernabilidad que garantice las decisiones que Argentina necesita se dará a través de una de las variantes que planteaba Jorge Bolívar, o por alguna otra, no expuesta ni entrevista todavía. Lo que parece evidente es que sin encontrar fórmulas de gobernabilidad en el período inmediato, la situación de crisis de la Argentina no puede más que profundizarse, en cuyo caso todos los deseos de que el sistema institucional se mantenga con su propia lógica hasta el año 2003 puede tropezar con la roca de la realidad. En la década del 60, cuando Juan Carlos Onganía dividía en tres tiempos sucesivos los objetivos de su gobierno militar (el tiempo económico, el tiempo social y el tiempo político), el querido Colorado, Jorge Abelardo Ramos, comentó que los verdaderos tres tiempos de los golpes militares eran las vísperas, el día después y el día menos pensado.
Si no resolvemos todos estos problemas - y el peronismo asume gran responsabilidad en ello - el 2003 puede ocurrir el día menos pensado.
Pascual Albanese:
Si el título de la exposición de hoy es "El peronismo como opción de poder", me da la impresión que el subtítulo es "Variaciones sobre el mismo tema" y ésta es otra más. Un poco empezando en el sentido de esa definición que hacía nuestro amigo Bolívar, de tipo conceptual, sobre la naturaleza del poder político, habría que continuar tal vez diciendo algo que decía Perón cuando hablaba de la doctrina social de la Iglesia. Perón decía: "La doctrina social de la Iglesia (a la cual él calificaba como fuente principal del pensamiento justicialista ) es verdadera pero parcial. Le falta, decía Perón, una concepción acabada del ejercicio efectivo del poder político". De alguna forma podría decirse que Perón, en el momento de plantear la especial originalidad del peronismo y de su pensamiento estratégico en relación a las corrientes ideológicas contemporáneas, hacía específicamente hincapié en la correlación entre el pensamiento justicialista, su pensamiento, y una concepción acabada del ejercicio efectivo del poder político.
Por eso es que, cuando se plantea la cuestión del peronismo como opción de poder, habría que decir, en primer término, que independientemente de las obvias limitaciones que surgen de la situación del país, y de la propia situación interna del peronismo, hablar del peronismo como opción de poder es, en realidad, hablar de la única forma como Perón concebía al peronismo, es decir, aquello que hacía a su verdadera razón de ser.
Hace pocos días, en un momento en que parecía quebrarse una vez más la negociación política entre el gobierno nacional y los gobernadores de las veintitrés provincias argentinas (no sólo de las catorce administradas por el justicialismo), el gobernador del Chaco Angel Rozas y otros gobernadores de la Alianza, más particularmente del radicalismo, estaban esa noche, recuerdo, atrincherados, por así decirlo, en la Casa de la Provincia de Chubut, habiéndose retirado de una tempestuosa reunión con el Ministro de Economía. Se quejaba Rozas, en este caso amargamente, del hecho aparentemente paradójico de que el gobierno nacional, según sostenía el gobernador del Chaco, había privilegiado en la negociación política, hasta ese día, al gobernador de la provincia de Buenos Aires y al gobernador de la provincia de Córdoba, entregándole, en el caso del gobierno de la Provincia de Buenos Aires, un adelanto, que en realidad era un préstamo, de 65 millones de pesos, que servía para que al día siguiente la provincia de Buenos Aires, la principal provincia argentina, no entrara en "default", con lo que ello suponía, en términos de impacto internacional, para la Argentina en su conjunto. La paradoja, entonces, de la cual se quejaban Rozas y otros gobernadores de la Alianza era que el gobierno privilegiaba a la oposición en detrimento del oficialismo.
Lo curioso es que esa disputa ignoraba la realidad que se desprende inevitablemente, y más allá de la voluntad personal de los dirigentes políticos, de los propios resultados electorales que habían tenido lugar el domingo 14 de octubre. Porque uno puede hacer muchas interpretaciones de esos resultados electorales pero, sin ninguna duda, la que sobresale, además de la victoria del peronismo, y habría que decir más aún que la propia victoria del peronismo, ha sido precisamente la derrota de la Alianza como opción política en la Argentina y, por lo tanto, simultáneamente la desaparición virtual de la Alianza como posible eje de sustentación política del gobierno del presidente De la Rúa. Y si algo emergía entonces, como consecuencia también de ese mismo resultado electoral, era que, para bien o para mal, el peronismo, por decisión de la mayoría del pueblo argentino, había pasado a convertirse en el único eje posible de sustentabilidad política del gobierno del presidente De la Rúa. De allí que esta cuestión del oficialismo o de la oposición no aludía estrictamente a una aparente paradoja, sino a un deslizamiento fáctico de poder, que había surgido en la Argentina a partir del domingo 14 de octubre. Esa derrota monumental que sufrió la Alianza en las urnas, y a las cuales se refería particularmente Bolívar cuando hablaba de las cifras obtenidas por la Alianza y, en particular, por el radicalismo en la provincia de Buenos Aires y en la propia ciudad de Buenos Aires, donde supuestamente ganó con aproximadamente el 23 ó 24 % de los votos, sumada, inmediatamente después, a la virtual desaparición del FREPASO como entidad política, lleva precisamente al hecho de que, hoy por hoy, que alguien pueda imaginar que la Alianza pueda convertirse en sustento político del gobierno de De la Rúa de aquí en más parece casi virtualmente ridículo.
Es en este contexto en que se plantea lo que tanto Bolívar como Raventos definieron acertadamente como esta iniciativa importante del gobierno, tanto de De la Rúa como de Cavallo, y que tiene como eje público y principal, pero no único ni excluyente, la cuestión de la denominada reestructuración de la deuda externa, que en términos prácticos, y creo que lo explicó bastante bien Raventos, se diferencia de lo que en términos jurídicos empresarios sería una quiebra, porque se trata del paso previo a la quiebra, que es precisamente una convocatoria de acreedores. Que es lo que efectivamente han desarrollado en este caso De la Rúa y Cavallo en relación a la economía argentina y a los acreedores tanto internos como externos de nuestro país.
En esta convocatoria de acreedores impulsada por el Presidente y por el Ministro de Economía hay, como surge de la simple lectura de los diarios, una respuesta más forzada de parte de los denominados acreedores internos, o sea, AFJPs y bancos locales, y más incierta en relación a los denominados acreedores externos.
En el caso de los acreedores, más por supuesto los externos que los internos, la principal duda o las dos principales dudas, que podrían fusionarse en una sola, son una de carácter económico y una de carácter político. La de carácter económico es si efectivamente hay chances de crecimiento económico para la Argentina en este contexto. El requisito político, que en realidad a su vez es la obvia condición de viabilidad del anterior, o sea, del requisito económico, es si hay poder político en la Argentina en condiciones de recrear el círculo de confianza que genere inversión, consumo y crecimiento económico. Por eso es que en este salto sin red que han ejecutado De la Rúa y Cavallo el jueves pasado a la noche, por cadena nacional de radio y televisión, lo que sobresale es que faltan dos cosas. Que faltan quiere decir que no están hoy, no necesariamente quiere decir que no vayan a existir en el futuro, pero que hoy no están. Una, de tipo interno, por así decirlo, que es el acuerdo político con el peronismo que en términos institucionales se grafica en relación a la negociación con los gobernadores y con las provincias. La otra cosa que falta es el acuerdo explícito del Tesoro norteamericano, capaz de activar al Fondo Monetario Internacional y a los demás organismos multilaterales de crédito para que puedan poner en ejecución lo que sería el caso piloto de lo que en la explicación que nos hacía ante Jorge Raventos cabría calificar como la "Doctrina O'Neill" en cuanto a la reestructuración de la deuda de países emergentes con eje en este caso, el más comprometido de los países emergentes hoy, que es la Argentina. Esto quiere decir que acá hay un salto sin red inevitable, necesario, audaz y, habría que decir, como señala Bolívar, indudablemente positivo en función de la situación en la cual se encuentra el país. Y a ese salto sin red va a tener que dar respuesta en la Argentina, en primer lugar, la fuerza política que ha resultado ganadora de las elecciones del 14 de octubre, esto es el peronismo. Porque en esa fuerza política, más allá de la voluntad de sus dirigentes, como acá también se dijo, reside hoy la posibilidad de gobernabilidad de nuestro país.
Hace treinta días acá, hablando sobre la cuestión de la Argentina después del 14 de octubre, leíamos el texto de una nota que habíamos firmado colectivamente los integrantes del centro de reflexión para la acción política Segundo Centenario, nosotros cuatro más Enrique N'Haux, que está en Córdoba, en la cual precisamente planteábamos el hecho de que el 14 de octubre iba a marcar un nuevo punto de inflexión en la política argentina. Que ese nuevo punto de inflexión estaba dado precisamente por el hecho de que el peronismo ya no podría refugiarse en el cómodo, operativamente cómodo, papel de oposición, sino que iba a tener que asumir la responsabilidad que se desprendía de lo que iba a ser su triunfo en las urnas. Al mismo tiempo, decíamos que desde el contexto actual de la crisis argentina, en el marco del actual escenario internacional, hacerse cargo de la responsabilidad de afrontar la crisis política y económica de nuestro país suponía, en primer lugar, establecer la forma concreta de interlocución con el poder político del principal país del mundo, esto es Estados Unidos, esto es con el gobierno republicano de George Bush, en tanto y en cuanto esto era lo que podía dar espacio político a lo que hoy está intentando el gobierno de De la Rúa y Cavallo en lo que hace precisamente a la cuestión del reordenamiento voluntario, hasta ahora, de la deuda externa argentina.
En este punto de cómo es la interlocución política entre la Argentina y el gobierno de los Estados Unidos reside una parte absolutamente fundamental de las posibilidades de éxito o de fracaso que tenga el salto sin red realizado por la cadena nacional de radio y televisión por el Presidente de la República y el Ministro de Economía el jueves pasado.
Un acuerdo de estas características no es solamente, y querría decir ni siquiera principalmente, un acuerdo de tipo económico. Es un acuerdo de tipo político y estratégico que haga precisamente a la razón de ser de la relación bilateral entre la Argentina y Estados Unidos, no para esta coyuntura sino para esta década. Desde ese punto de vista, no puede eludir la cuestión de la participación y el protagonismo de la Argentina en el actual escenario internacional de conflicto por el terrorismo internacional, en tanto y en cuanto esto supone una clara delimitación de aguas desde el punto de vista de la política exterior norteamericana, no en relación a la Argentina sino en relación al mundo entero.
Esta mañana había en el diario "La Nación" una nota de Andrés Openheimer, en la que el autor, que es un argentino que hace años reside en Estados Unidos, precisamente aludía al hecho de que en la opinión pública norteamericana, que tiene un peso fundamental en el sistema de decisiones políticas de los Estados Unidos, había una visión muy, pero muy, desdibujada de lo que había sido hasta el momento el compromiso de América Latina en su conjunto en lo que hace al conflicto con el terrorismo internacional. En esa visión desdibujada de la opinión pública norteamericana, y esto no lo dice Openheimer, lo decimos nosotros, sobresale precisamente la ausencia de la Argentina.
El otro elemento, que también ha citado Jorge Raventos, fundamental desde el punto de vista de lo que es un acuerdo político-estratégico entre la Argentina y los Estados Unidos, absolutamente fundamental para poder conseguir el respaldo externo que permita, reitero, hacer menos peligroso este salto sin red, es, sin ninguna duda, el avance en la negociación del "cuatro más uno" y, en general, de todo lo que tenga que ver con la generación de las condiciones de un acuerdo bilateral de comercio entre la Argentina y Estados Unidos, en el camino de la construcción del ALCA.
Este contexto de cómo se define la interlocución política entre la Argentina y los Estados Unidos después del 14 de octubre involucra, en primer lugar, en segundo, en tercer lugar, y si hay diez lugares, en décimo lugar también, al comportamiento del peronismo. Sólo desde ahí, que en cualquiera de las variantes enunciadas al principio, por nuestro amigo Bolívar o como dice Jorge Raventos, en cualquier otra, puede encararse la negociación política que permita avanzar en la ejecución de lo que el Presidente de la República y el Ministro de Economía plantearan al país el jueves de la semana pasada.
En ese contexto, es inequívoco reconocer y tener en cuenta que en la actual situación el peronismo no está todavía en condiciones de asumir esa responsabilidad y, precisamente, en esa brecha entre esa exigencia de la realidad, por un lado, y esa situación del peronismo, por el otro, reside el 99 por ciento del problema político y económico de la Argentina. Cuando decimos que el peronismo no está todavía en condiciones de asumir de inmediato esa responsabilidad, no lo estamos diciendo de ninguna manera como una expresión de deseos ni como una propuesta política que tiende a restarle al peronismo la responsabilidad del protagonismo que le cabe inevitablemente en el escenario de crisis. Estamos describiendo un hecho y es el hecho de esta suerte de horizontalización política, a la cual se refería antes, en particular, Raventos, de proliferación de liderazgos regionales, de tipo territorial, que de alguna manera conspiran contra la inevitable necesidad que se plantea de una política nacional, transversal a esos liderazgos territoriales y englobante de esos liderazgos territoriales, para, precisamente, colocar al peronismo en condición de enfrentar la crisis.
Desde ese punto de vista, en esta horizontalización lo más importante que hay que tener en cuenta es que es una horizontalización que abarca a la dirigencia peronista, abarca seguramente a una proporción relativamente significativa de los cuadros políticos del peronismo, pero no abarca en absoluto, en primer lugar, a la inmensa mayoría del sistema de cuadros políticos del peronismo, que se resisten a quedar encorsetados en ese esquema de feudalización territorial y, en segundo lugar, y esto es mucho más importante que lo relativo al sistema de cuadros políticos del peronismo, no abarca tampoco a la proporción mayoritaria de la sociedad argentina que el 14 de octubre pasado depositó en el peronismo la responsabilidad de afrontar la crisis del país, más allá del carácter legislativo que tuvo aquella elección parcial.
Por eso que en una situación como ésta, en la cual la responsabilidad del peronismo es más que enorme, es mayúscula, cuando no se trata solamente de reclamar a los dirigentes políticos del peronismo que hagan lo que otros, lo que nosotros quisiéramos que hagan, es fundamental en una reunión como ésta asumir la responsabilidad que a cada uno de nosotros, individual y colectivamente, nos corresponde como parte de este fenómeno nacional que es el peronismo para generar en conjunto las condiciones políticas aptas para que el peronismo tenga una política nacional que le permita convertirse en interlocutor necesario para la solución de la crisis del país.
Jorge Castro:
La característica fundamental que tiene la Argentina de hoy es la falta de poder político. Es el país de la región que, debido a un blindaje financiero internacional otorgado por el Fondo Monetario Internacional en diciembre del año pasado, más la negociación realizada por el megacanje de la deuda pública del mes de julio, tiene asegurados la totalidad de los pagos de los intereses de la deuda pública argentina hasta septiembre del 2002. Es una situación que, por ejemplo, no tiene Brasil, es una situación que tiene México pero sólo hasta mitad del año que viene. La Argentina, en lo que se refiere a la garantía internacional del pago de la deuda, es en teoría el país más seguro entre los países deudores de América Latina y, al mismo tiempo, es un país que en el mes de agosto resolvió, a través de la utilización plena de su sistema político, votar una ley que establece el principio de que el gasto público en la Argentina no tiene otro financiamiento más que el proveniente de los ingresos tributarios y aduaneros. Esta es una regla de una drasticidad que no ofrece parangón en este momento en el mundo, salvo los intentos de algunos estados norteamericanos de establecer por enmienda constitucional la prohibición de tener déficit fiscal.
Y, sin embargo, con estas condiciones, la tasa riesgo-país de la Argentina está en el orden de los 2400-2500 puntos básicos y hemos superado largamente a ese competidor afanoso en esta materia que es Nigeria.
Pero además esto ocurre cuando la condición que muestra el poder político en la Argentina es la de ser un poder político que dispone de los atributos de gobierno más amplios, irrestrictos, sin condiciones que ha tenido cualquier gobierno en la Argentina desde la restauración de la democracia en 1983. Un simple análisis enumerativo de lo que implica la delegación de atribuciones realizada por el Congreso de la Nación, en el mes de julio de este año, al Poder Ejecutivo Nacional muestra que, al lado de esta delegación de atribuciones - que le permite gobernar por decreto, no por decreto de necesidad y urgencia que pueda ser discutido en sede judicial, sino por decreto, que impide su discusión en sede judicial en la totalidad de las acciones del Estado salvo en cuatro - en comparación la dos delegaciones realizadas por el Congreso al Poder Ejecutivo en 1989, que fueron la base de la transformación de la Argentina en esa década, esto es la Ley de Reforma del Estado y la Ley de Emergencia Económica, quedan como simples esbozos, que no tienen forma de parangonarse a esta cesión directa de atribuciones que ha hecho el Congreso al Ejecutivo este año. Y, sin embargo, hoy, martes 6 de noviembre, la tasa riesgo-país de la Argentina está en el orden de los 2400-2500 puntos básicos, 500 puntos por encima de Nigeria.
Quiere decir, entonces, salvo que esté sacando una conclusión demasiado apresurada, que el problema de la Argentina no es el pago de la deuda pública, tampoco la imposibilidad de conseguir el déficit cero, de conseguir el presupuesto cero, ni la limitación de atribuciones que tiene el Poder Ejecutivo como expresión de poder político. Sin embargo, hacia afuera y hacia dentro, los acreedores locales e internacionales, la opinión pública, el sistema internacional y los medios de comunicación coinciden con un extraordinario consenso en señalar que la Argentina se caracteriza, al finalizar el año 2001, por un excepcional, difícil de comparar en términos internacionales, vacío de poder.
Si éste es el problema, quiere decir que en la Argentina el vacío de poder no se refiere a lo institucional. Lo que hay es una extraordinaria pérdida de confianza en la capacidad del poder político en la Argentina para asumir responsabilidades y cumplirlas. Lo que hay es una asombrosa, en términos comparativos históricos, crisis de credibilidad. Los fenómenos políticos casi no tienen ningún elemento común con la psicología. Por eso que el análisis político, económico, social nada tiene en común con el psicoanálisis. Debe haber otro problema en la Argentina que no es ni institucional, no es psicológico, no se refiere a la imposibilidad del pago de los intereses de la deuda pública. Debe haber algún otro problema que está en otro lado. ¿En dónde está? Es probable que la respuesta a esta pregunta, al menos de manera tentativa, lleve a elucidar las características del sistema político argentino. Esto es, de la estructura de decisiones que tiene la Argentina creada por su historia, por su realidad socio-económica, por su cultura que hace que algunos elementos de ese sistema sean decisivos y otros no lo sean. En todo sistema hay algo que es esencial y luego hay elementos accesorios. ¿Qué es lo esencial del sistema político argentino como mecanismo, no solo de decisiones sino también de representación, que es lo esencial de este sistema de decisiones y de representación que vincula el poder político institucional con la estructura de relaciones de fuerza de la vida social, económica, política, nacional e internacional? Diría, con carácter aproximativo, que lo esencial del sistema político argentino está en la Presidencia de la Nación.
La idea de que el sistema político argentino se basa en la división de los poderes es un error de información. Este es un sistema político que en lo esencial fue formulado por Alberdi, en donde la característica principal de la preocupación de Alberdi fue la de consolidar el escaso poder político que había en la Argentina para enfrentar el desafío de la anarquía. Por eso, Alberdi, cuando elabora las instituciones del sistema político argentino de aquella época, lo que tiene ante la vista como ejemplo no es el sistema federal ni las instituciones de la democracia local norteamericana, aunque cita a los constitucionalistas norteamericanos, sino que tiene como ejemplo el único sistema político sudamericano que pudo salir adelante manteniendo las instituciones mientras aplastaba la anarquía, que era Chile. Por eso, dice Alberdi, la presidencia de la Nación es la clave del sistema. Y el derecho de intervención a las provincias aparece como el resorte fundamental para enfrentar el riesgo importante de la reaparición de los brotes de anarquía. Debe ser, dice Alberdi, "un monarca que dure seis años".
Pero todo esto es en el siglo anterior al pasado, previo a que apareciera la sociedad de masas, el crecimiento industrial, antes de que se cumpliera el objetivo estratégico de Alberdi, que era poblar un país despoblado, a través de la más grande corriente inmigratoria en relación a la población original que ha tenido ningún país del mundo, ni siquiera los Estados Unidos. En la Argentina de este siglo XXI, que es una sociedad de masas, compleja, intensamente vinculada al sistema internacional, en este sistema político, en su doble dimensión de sistema de decisiones y sistema de representación, cuyo eje es la Presidencia de la Nación, la Presidencia nada puede, la Presidencia nada es si no tiene, a su vez, para fundarse en materia de decisiones, una estructura política de carácter partidario que la vincule, fuera del sistema de instituciones, con la sociedad.
Por eso, la Presidencia de la Nación, eje del sistema, nada puede si no tiene un sustento político fuera de lo institucional. Dicho de otra manera, si el presidente De la Rúa fuera una mezcla de Nicolás Machiavelo, Bismarck, Julio Argentino Roca, más la asesoría intelectual de Max Weber, aún así tendría severas dificultades para gobernar si el partido oficialista es el principal crítico de su administración y el socio menor de la Alianza que lo llevó al gobierno se encuentra en pleno proceso de desaparición. Quizá, para tratar de comprender mejor este fenómeno de una Argentina que no crece en el año de mayor expansión de la economía mundial que fue el año pasado, de una Argentina que se encuentra en "default" a pesar de que tiene virtualmente garantizada la totalidad del pago de la deuda pública hasta el último trimestre del próximo año, tal vez lo que habría que decir es que, en realidad, esta descomposición del sistema de poder político de la Alianza, en la que el partido oficialista se transforma en el principal crítico del gobierno del cual surgió y, a su vez, el socio menor se descompone, más que la expresión de un fenómeno propio de la Alianza radical Frepaso, es un rasgo estructural de la Argentina.
La Argentina es un país profundamente débil desde el punto de vista institucional. Es un país, además, carente de poder militar en el aspecto no sólo de aptitud bélica sino de fortaleza institucional. Y, sin embargo, este país débil institucionalmente, carente de poder militar, es el único país de América Latina que en la década del 90 completó la etapa inicial del proceso de reforma dentro de la democracia y utilizando exclusivamente las armas de la democracia a lo largo de la década del 90. Los otros casos de experiencias de transformación estructural, de fondo, se hicieron fuera de la democracia o violándola. Es el caso de lo que ocurrió en Chile, o en México, o en Perú. Sólo la Argentina logró hacer la transformación estructural más rápida, más efectiva, más ambiciosa, más drástica de América Latina sin un día de estado de sitio, sin presos políticos, con plena libertad de prensa.
Ahora, ¿cómo logró esta especie de milagro un sistema que carece de instituciones fuertes en ningún aspecto? Quizá la respuesta a esta pregunta nos permita encontrar algunos elementos para tratar de comprender el drama de los actuales gobernantes argentinos. Porque, en realidad, lo que sucedió en la década del 90 fue que el peronismo previamente resolvió su conflicto interno, unificó su liderazgo y se presentó en condiciones, entonces, de otorgarle poder político a un sistema que institucionalmente es incapaz de darlo. Por eso, en términos históricos, más importante que la elección de mayo de 1989, en la que el peronismo le gana la elección al representante de un gobierno agónico, que no obstante ello hizo una elección más que honorable, quizá lo decisivo, en términos políticos en la relación construcción de poder político en la Argentina, haya ocurrido un año antes, en la elección interna del justicialismo de julio de 1988.
Si esta aproximación extremadamente esquemática al análisis del sistema político argentino y a la historia política del país es relativamente cierta, entonces empezamos a acercarnos al tema ya no del poder, sino al tema del peronismo como opción de poder.
Porque en la vida política no es que pocas veces se hace lo que se quiere. En realidad, en la vida política, en lo esencial, sobre todo en los momentos decisivos, nunca se hace lo que se quiere. Dicho de otra manera, no hay acción política eficaz si no se fundamenta en una auténtica voluntad de poder. Pero la voluntad de poder no es un fenómeno psicológico, ni mucho menos una intencionalidad determinada, por ejemplo, la idea absurda de que tienen voluntad de poder los que quieren ser reyes. Dice Raymond Aron que los manicomios de Francia estaban llenos de personajes que se creían Napoleón, pero había uno solo que tenía razón. Querer ser rey es idiota, dice Malraux, lo que verdaderamente importa es construir un reino. Por eso la voluntad de poder, que no es un fenómeno psicológico, ni mucho menos una intencionalidad determinada, no es otra cosa que la aptitud para hacerse cargo de una situación. Una situación que, por su propia naturaleza, sobrepasa de lejos a los protagonistas. Dicho de otro modo, la voluntad de poder auténticamente, en el sentido estrictamente político del término, no es un acto de arrogancia sino de humildad frente al brutal determinismo de los acontecimientos.
El peronismo, hay que dejar de lado después del 14 de octubre, si tiene o no intencionalidad de hacerse cargo del gobierno. Hay que dejar de lado, después del 14 de octubre, si el peronismo quiere o no quiere llegar al gobierno, en que condiciones y circunstancias. El brutal determinismo de los acontecimientos lo obliga a hacerse cargo de sus responsabilidades. ¿Cómo, de qué manera? Carece de importancia. Le pregunta Emil Ludwig a Stalin (Emil Ludwig era un alma bella, generosa, si hubiera vivido en nuestra época hubiera votado al Frepaso): "¿Señor Secretario General, cuáles estiman usted que son las perspectivas de Europa en los próximos años?" Esto es una entrevista de 1938. Y Stalin le dice: "Vamos a la guerra. Entre la Alemania nacional socialista y el régimen soviético vamos a la guerra". Ludwig, siempre coherente consigo mismo, le dice: "¿Pero, cómo pueden ir a la guerra si no tienen ni siquiera una frontera común?" Y Stalin le contestó: "No se preocupe, ya nos arreglaremos". Un año despuès fue la partición de Polonia. ¿Qué hicieron Hitler y Stalin al partir Polonia? Crearon las condiciones geográficas para ir a la guerra.
¿Cómo, de qué manera, cuándo, al peronismo le conviene, no le conviene? Son preocupaciones de aficionados. Lo único que verdaderamente importa es que el vacío de poder de la Argentina, después del colapso de la estructura de poder de la Alianza, ha vaciado de capacidad de decisión al sistema político argentino y ha transformado a la Presidencia de la Nación no en un número sino en un cero en el sentido matemático. Precisamente por ello, a partir de ahora, a partir del 14 de octubre, el peronismo, como opción de poder necesita encontrar la voluntad de poder necesaria para asumir esta nueva cita con el destino. |
Agenda Estratégica , 06/11/2001 |
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