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BASES PARA UNA NUEVA ALTERNATIVA POLÍTICA . |
Texto completo de la exposicion de Jorge Raventos, en la primera reunión mensual del ciclo 2004 del centro de reflexión para la acción política Segundo Centenario, que tuvo lugar en el Hotel Rochester el pasado martes 2 de marzo. Recordamos que el próximo encuentro será el martes 6 de abril, a las 19 horas, en el mismo lugar, Esmeralda 546, en la ciudad de Buenos Aires. Viene de
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Cuando se propone como salida a la crisis que atraviesa la Argentina una receta de "capitalismo en serio" y de "promoción social" es difícil estar en contra del enunciado. Se trata, eso sí, de ver en qué se traducen esos títulos. Si tras la frase "capitalismo en serio" se sueña como motor en un proceso de sustitución de importaciones basado en salarios jibarizados por la devaluación de enero de 2002 y en un contexto de desconexión del sistema internacional de crédito e inversión, se vuelve difícil la coincidencia.
Si la "promoción social" se traduce en una realidad que mantiene los elevados índices de pobreza de los últimos años, en un ingreso promedio de las familias argentinas de 551 pesos mensuales (25 por ciento por debajo del costo de la canasta básica) y en la ejecución presupuestaria se reduce la inversión en los sectores más expuestos mientras crece hasta duplicarse el gasto burocrático, las dudas se acrecientan.
Con todo, en las nuevas condiciones mundiales, Argentina está hoy ante la posibilidad de encarar una estrategia de "capitalismo en serio" y promoción social. Las fuerzas motrices están en su propio seno y en las oportunidades que abren los cambios en el escenario global.
En las condiciones actuales la Argentina no puede salir de la crisis apostando a la coyuntural sustitución de importaciones, no sustentable en el tiempo, sino volcando toda su energía en el desarrollo de actividades que permitan la inserción internacional en condiciones competitivas. En virtud de su propia historia social, Argentina no puede basar su inserción internacional en la lógica de los salarios bajos -como de hecho se ensayó con la devaluación de enero de 2002, que diezmó los ingresos de los trabajadores-. No sólo se trataría de una estrategia inconducente a la luz de los salarios mucho más reducidos aún que se pagan en otras economías emergentes que concentran inversión y concurren al mercado mundial, sino que ese camino profundizaría el empobrecimiento de los argentinos, atentaría contra el progreso y el objetivo de la integración y la paz social.
No se trata de volver a ninguna experiencia del pasado: ni a la sustitución de importaciones ni a los modelos de crecimiento tutelado y prebendario, no competitivo y parasitario de los contratos del Estado. Ni siquiera se trata de repetir la experiencia de la década del 90, sino, más bien, de sacar las conclusiones que surgen de sus fortalezas y debilidades, haciéndose cargo debidamente de las transformaciones producidas y de la nueva situación creada.
Las naciones -y los grandes movimientos populares que suelen encarnar sus grandes transformaciones- corren el riesgo de estancarse y caer en la irrelevancia cuando no son capaces de adaptarse a los cambios del mundo y a los de sus propias sociedades, cambios que en muchos casos esos movimientos protagonizaron e impulsaron.
Fue a la luz de estas circunstancias, por ejemplo, que el Partido Comunista Chino, con el liderazgo de Deng Xiao Ping primero, y de su sucesor Jiang Zemin, asumió la tarea de vincular a China con el proceso de integración mundial y, en el último Congreso partidario, a partir de los formidables cambios producidos en ese proceso, decidió abandonar la vieja idea de que el partido representaba la vanguardia de obreros y campesinos, para asumir en cambio la llamada teoría de las tres representaciones, que consiste en que el partido siempre debe representar la tendencia de desarrollo de las avanzadas fuerzas productivas de China, la orientación de la cultura avanzada de China y los intereses fundamentales de la abrumadora mayoría del pueblo chino .
Los comunistas chinos han estudiado en profundidad otras experiencias de países en los que distintas fuerzas políticas, ampliamente hegemónicas durante un largo período histórico, alentaron reformas económicas exitosas, pero perdieron el poder en el curso de esa transformación.
En particular, los dirigentes chinos prestaron atención a los casos del Partido del Congreso en la India, el movimiento que fundara Mahatma Ghandi y continuara el Pandit Nerhu, y del Partido Revolucionario Institucional en México. La conclusión fue que esos movimientos revolucionarios habían perdido el poder porque se habían ido divorciando paulatinamente de la sociedad, ya que no habían sido capaces de integrar en su seno a los nuevos actores económicos y sociales aparecidos justamente a raíz del éxito de esas mismas reformas estructurales que habían protagonizado políticamente.
A más de cuatro años de la derrota del Partido Justicialista a manos de la Alianza, es preciso sacar algunas conclusiones que nos permitan a los argentinos construir una nueva alternativa para desarrollar todas las potencialidades de la nación.
Hoy está a la vista que las grandes reformas de la década del 90 revelaron la insuficiencia política de un proceso que, si fue capaz de impulsar una suerte de "revolución desde arriba", no llegó a construir un nuevo bloque histórico capaz de imprimirle sustentabilidad política en el mediano y largo plazo y no alcanzó a plasmar en términos político-culturales sus transformaciones prácticas, de modo de facilitar su comprensión, proyección y consenso.
Ocho años atrás, en un documento de Segundo Centenario titulado "Revolución política para profundizar la democracia", se señalaba el "cada vez más palpable resquebrajamiento en la amplia apoyatura social que acompañó desde 1989 al fuerte liderazgo" transformador de la década. "Resulta evidente -señalábamos- que entre ese liderazgo político reiteradamente avalado en las urnas y la coalición social espontánea que lo respaldó faltaba la mediación política de una fuerza organizada que se identificara claramente con los cambios en marcha y asumiera le necesidad de los cambios pendientes, que fuera capaz de ir más allá de la descripción de los logros obtenidos y extendiera su acción al plano de la cultura, los valores y los nuevos paradigmas que vinculan al nuevo sistema económico en construcción con el pasado, el presente y el porvenir de la Argentina y sus fuerzas populares. Entre el liderazgo y el bloque social que lo apoyaba faltaba un "partido de la transformación".
Lo cierto es que aquella transformación desde arriba tomó sus materiales sin beneficio de inventario y debió inventar lo nuevo con los instrumentos realmente existentes. Consiguió el acompañamiento político del conjunto del peronismo sobre la base de la legitimidad del liderazgo de Carlos Menem en el movimiento peronista y del éxito de las transformaciones. Se apoyó en una visión que conectaba el vertiginosamente cambiante sistema internacional de poder e influencia con las transformaciones internas, en un mundo en que la inversión extranjera directa se abría hacia los mercados emergentes más dinámicos. Obtuvo un respaldo amplio basado en el hastío ante un statu quo económico que estalló con la hiperinflación y que se revelaba en la obsolescencia de un Estado sin reservas, fofo y atontado, loteado por los mecanismos prebendarios.
Con ese capital endeble, con actores internos reticentes (recuérdese, por ejemplo, las enormes resistencias de la mayoría de las organizaciones del empresariado a avanzar en la construcción del MERCOSUR y a los pasos iniciados hacia la apertura de la economía o, en otro terreno, la reticencia del sistema político, incluyendo a ciertos gobernadores justicialistas, a zanjar los diferendos limítrofes con Chile y abrir así las puertas del Pacífico al comercio argentino con Asia), en suma, en esas condiciones que obligaban a hacer de la necesidad virtud y de la fragilidad, fuerza, se desplegó una transformación que encontró límites políticos, pero que produjo grandes cambios en el país.
Hoy se trata de apoyarse en esos cambios para construir la nueva alternativa.
La inserción argentina en el mundo -hoy resentida fuertemente- alcanzó sin embargo a expresarse socialmente en la aparición de un segmento significativo de empresariado competitivo (burguesía agraria, sector industrial agroalimentario y energético, turístico y también de otras actividades), sectores científico-técnico-profesionales cuya lógica de inclusión y realización profesional está ligada a la participación desde la Argentina y desde su propia práctica en las redes mundiales de la sociedad del conocimiento. Desde esa palanca competitiva la Argentina puede afrontar la gran tarea pendiente de la incorporación de los desposeídos en una sociedad de producción, competencia y justicia social.
Manuel Mora y Araujo resume la estructura social argentina en tres tercios: los competitivos, los no competitivos, los excluidos. Si se admite ese esquema, podríamos decir que una alianza entre no competitivos y excluidos es el camino seguro no sólo para la decadencia argentina, sino para el incremento de la exclusión en dos dimensiones: exclusión social interna y exclusión paulatina (o irrelevancia paulatina) de la Argentina en los escenarios de la región y del mundo.
La construcción de un bloque social entre los sectores competitivos (burguesía nacional competitiva, sectores científico-técnicos-profesionales) y una estrategia vigorosa de reinserción y promoción social de los excluidos es el camino de la alternativa para crear las condiciones de la inclusión sostenible y el crecimiento de la Argentina. Hay que apoyarse sobre lo que resiste.
El justicialismo, como expresión político-electoral de las mayorías de los pueblos de Argentina tiene en principio la posibilidad y el desafío de articular y contener a ese bloque histórico, devolviendo al movimiento el espíritu de cambio social, integración y unidad, protagonismo nacional y visión universalista que Perón le inspiró desde los años 40 del siglo pasado.
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Jorge Raventos , 11/03/2004 |
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