En un momento particularmente crítico, Jorge Raventos analiza la evolución de la situación política argentina.
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El gobierno navegó el primer fin de semana de marzo bajo cielo encapotado, con la brújula enloquecida y con la tripulación debatiendo dónde está el Norte ante un capitán súbitamente silencioso. La amenaza de tormenta no resulta un capricho del cielo: pocos fenómenos han sido tan anunciados como los tironeos que sobrevendrían por estos días alrededor del vencimiento de 3.100 millones de dólares con el Fondo Monetario Internacional y su nexo directo con la negociación del conjunto de la deuda pública con los tenedores de bonos. Se han registrado consejos y advertencias del conjunto de los ministros de Economía del G7, del ministro de Economía alemán, del presidente del Gobierno de España, José María Aznar, del Departamento del Tesoro de los Estados Unidos. No han escaseado las señales explícitas.
Sucede que para arribar a este instante el gobierno de Néstor Kirchner eligió un rumbo aventurado: se encadenó con intransigencia a una oferta (la propuesta de Dubai: una quita real de más del 90 por ciento) antes aún de iniciar la negociación con los acreedores; se negó a reconocer formalmente la representatividad del agrupamiento más numeroso de tenedores privados de deuda; el Presidente le agregó a esa conducta algunos epítetos contra los bonistas y ciertos tonos románticos destinados a subrayar la dureza del ofrecimiento (“No vamos a aflojar”; “Hay que saber plantarse”, etc.), en una sobreventa de su actitud evidentemente dirigida a la opinión pública interna.
El discurso intransigente no cesó ni siquiera ante la evidencia de que el ministro de Economía, Roberto Lavagna, en una entrevista concedida esta semana al Financial Times, modificaba notablemente la propuesta de Dubai y hablaba de una quita del 75 por ciento sobre el valor presente neto de los bonos y no, como sostuvo desde el principio, sobre el valor nominal ( la diferencia no sería menor: implicaría un reconocimiento de 25 centavos, en lugar de 9 centavos, por cada dólar adeudado). Si el resultado final de la negociación fuera ese, Argentina habría obtenido un importante logro, ya que ningún default anterior concluyó con una quita tan importante. Pero al comprometerse a “no aflojar” en relación a la propuesta de Dubai, el gobierno esta ría transformando gratuitamente el éxito en una capitulación.
La necesidad de mantener sobre-excitada a la opinión pública interna lleva al gobierno a tomar apuestas destinadas a dejarlo mal parado cuando la contraparte las revira. Amenazar con no pagar los vencimientos con el Fondo si no se reciben antes garantías de aprobación a la revisión de los acuerdos implica un desafío estéril a los procedimientos normales de la entidad internacional, que muchos (esta semana, el Wall Street Journal) caracterizan como un método “extorsivo”. Si cumple su amenaza, el gobierno introduce al país en el default técnico con los organismos de crédito. Si no lo cumple, evidencia su debilidad ante la opinión pública a la que quiere seducir con gestos ásperos.
El anuncio de la semana última en Caracas (“el histórico acuerdo para negociar juntos con Brasil nuestra deuda”, según proclamó el canciller Rafael Bielsa) resultó otro rasgo de venta exagerada, no menor al anticipo público de que, a pedido de Kirchner, el gobierno de Lula Da Silva separaría de sus funciones como representante brasilero ante el FMI a Murilo Portugal. El gobierno de Brasil, como era previsible, comenzó por rechazar la idea de un club de deudores con Argentina (“cada país negocia por su lado; se trata de situaciones muy diferentes”) y tanto el ministro de Hacienda Antonio Palocci como el canciller Celso Amorim desmintieron que fuera a ser desplazado Murilo Portugal de su cargo ante el Fondo (“Portugal es uno de los mejores cuadros del Estado brasilero”). ¿Hacía falta sobreactuar y someterse a esas situaciones? ¿No representaba un paso adelante suficiente la posibilidad de que Brasil y Argentina puedan conversar de conjunto, a mediano plazo, nuevas estrategias del FMI para estimular el crecimiento? Por cierto, el presidente Lula Da Silva, ante la fragilidad de la situación argentina, pudo acreditar una situación de liderazgo regional convirtiéndose en abogado defensor del gobierno de Kirchner ante Estados Unidos y otras democracias avanzadas. La Casa Rosada, entretanto, apareció como interesada (y también frustrada) impulsora de un amotinamiento de deudores, comportamiento que a menodo suscita en los acreedores (y en los países más poderosos) la irrefrenable tentación del escarmiento.
En medio de este paisaje desconcertado, el gobierno recibió con desaliento la noticia de que Horst Köhler dejaba su cargo de Director General del FMI para ser candidato a la presidencia de Alemania y que sería temporariamente sucedido por la estadounidense Anne Krueger. Con razón o sin ella, tanto Lavagna como Kirchner consideraban a Köhler “un amigo” en la conducción del Fondo, mientras a la señora Krueger le dedicaron múltiples vituperios en los últimos meses. Constituiría un rasgo de ingenuidad imaginar que las decisiones del organismo internacional de crédito se adoptan apoyadas en el subjetivismo, aunque por cierto en algún punto los destratos inoportunos se pagan.
El gobierno, en tanto, había sufrido el lunes otro impacto negativo innecesario con el acto público lanzado en apoyo a Kirchner en coincidencia con la apertura de las sesiones ordinarias del Congreso. La idea había nacido en las filas más cercanas al Presidente: ofrecerle a Kirchner su propia “Plaza del sí”, una especie de 17 de octubre transversal destinado a corporizar las siempre abstractas cifras de apoyo que exhiben las encuestas. El peronismo bonaerense se sumó a la propuesta y dio signos de su voluntad de encabezarla. Los piqueteros cercanos a la Casa Rosada prometieron su respaldo y varios gobernadores fueron convocados a sumar adeptos. Nadie le reclamaba al oficialismo que exhibiera sus fuerzas en la calle. Y al exhibirlas a todas ellas sumadas la impresión fue de exigüidad: siete mil personas acreditó el diario La Nación, 15.000 la Policía Federal, 29.000 “sólo los bonaerenses” imaginó el gobernador Felipe Solá, 10.000 contabilizaron los observado res más experimentados: la mayor confesión surgió de las imágenes de la televisión oficial, que gambeteó minuciosamente las tomas panorámicas y se empeñó en primeros planos y en vistas en escorzo de hileras que, más bien simbólicamente, querían evocar masividad. Otro mal paso innecesario, aunque como otros anteriores, guiado por la voluntad de impresionar a la opinión pública. ¿Será ese, finalmente, el Norte de la brújula oficialista?
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Jorge Raventos , 07/03/2004 |
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